miércoles, 9 de julio de 2008

Haneke VS Haneke


Fruto de la incapacidad creadora que asola cual plaga a los guionistas de Hollywood, tenemos esta nueva versión de “Funny Games” de Michael Haneke. Y siguiendo la última moda en cuanto a los remakes se refiere, la dirección corre a cargo del mismo que escribió el guión y dirigió la cinta original en 1997. Precisamente por eso se hace difícil comentar nada sobre la película. Siendo necesario matizar, así de entrada, que no estamos ante un auténtico remake. Si entendemos por remake, o “rehecho” en castellano de Castilla, cuando un director X agarra una película Y, la reelabora sin apartarse de la historia original, pero añadiéndole matices o aspectos de forma que opera una suerte de customización. Nada de eso hay en esta “versión” norteamericana. Pareciera como si el realizador austríaco hubiese filmado la misma película, pero diez años después. Cambiando los actores y actualizando los decorados, pero nada más.

Es por eso que cuesta hablar de “Funny Games U.S.” como de una película realmente nueva. Y vaya, que cualquier análisis fílmico es aplicable también a la obra maestra de hace once años. Ni siquiera es necesario comparar ambas plano por plano o escena a escena, para constatar que estamos ante un clon, por expresa voluntad de su director. Quien llega a utilizar la misma música de la “versión” antigua, impactante merced al contrapunto entre las relajadas piezas de corte clásico y la brutalidad de los temas de John Zorn. Las únicas diferencias apreciables, como he indicado más arriba, tienen que ver con el uso de actores perfectamente reconocibles para el gran público: Naomi Watts, Tim Roth o Michael Pitt. Frente a los semi-desconocidos Susanne Lothar, Arno Fritsch o el recientemente fallecido Ulrich Muhe de la pieza original. Ni tan siquiera el lógico cambio de ubicación, que pasa de la campiña austríaca a los EEUU, establece notables diferencias de cara al espectador.

Obviamente las dos versiones son en cuanto a conceptos y lenguaje cinematográfico, puro cine europeo. De la mejor clase. Con esos planos largos y lentos a los que el público norteamericano no está tan acostumbrado. Las formas habituales de este maestro del séptimo arte que no sabemos a Santo de qué se ha metido en este berenjenal. Y que están presentes ya en aquellas primeras historias rodadas en Austria, también en la etapa francesa y que parece sobreviven tras cruzar el charco.

El largometraje es una especie de estudio sobre la violencia sin sentido. La que interrumpe inesperadamente la rutina de una perfecta familia burguesa en la que todos nos podemos ver identificados. Frente a ellos surge la figura de los malvados: Un par de jóvenes psicópatas que alimentan su locura desde la más absoluta calma. Monstruos surgidos de una sociedad enferma que les ha dado de todo menos consciencia. Pero es que además, esa violencia irracional se convierte en un personaje más de la historia, con una presencia latente en cada plano y secuencia.

Con todo es normal que, quienes vimos la versión original cuando tocaba, la prefiramos a esta nueva. Nada puede causar el impacto de aquello. Hay sensaciones que son irrepetibles y aún recuerdo el mal cuerpo con el que salí del cine. El estrés que me produjo. Vaya, que me acuerdo físicamente. Y es que ninguna otra peli me ha puesto tan tenso como el “Funny Games” de 1997. Con esas miraditas a cámara de Arno Fritsch… Una puta obra maestra.  

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