jueves, 3 de julio de 2008

Porque Dios lo manda

Es probable que muchos de vosotros hayáis oído hablar sobre el Camino. Cabe incluso la posibilidad de que, en vuestro entorno, algún conocido, compañero de trabajo o familiar participe de esa cosa y lo sepáis. Y vaya si lo sabréis. Los fans del Camino Neocatecumenal podrán ser discretos en muchas cosas, pero nunca a la hora de exponer esas verdades absolutas que creen conocer. Y así desde los sesenta, cuando nacieran como movimiento eclesial y organización católica en el extrarradio de Madrid. Desde entonces sus miembros son conocidos por el nombre de Kikos, debido al nombre de su iniciador, un tal Kiko Argüello, quien junto a Carmen Hernández formaría el equipo inicial. El caso es que los mencionados Kikos conforman junto al Opus Dei, a Comunión y Liberación, a los Focolares, a los Legionarios de Cristo y a los Carismáticos, los llamados nuevos movimientos neoconservadores dentro de la Iglesia. Sus miembros adoran al Papa, asumen la doctrina católica más tradicional, tienen los hijos que Dios les dé y viven en comunidades aisladas del mundo real, en una suerte de gueto para iluminados.

Don Kiko Argüello cuenta en la actualidad con 69 años y, como digo más arriba, es el iniciador de esa secta de fundamentalistas católicos. Lo de llamarles Kikos en alusión a la figura del líder, denota ese culto a la personalidad cultivado durante cuarenta y tantos años al frente del movimiento. “En la Iglesia siempre hay alguien que inicia” dice a los periodistas sin ningún reparo. Y los seguidores dando palmas. Mezcla de visionario, místico y agitador, Kiko es célibe y viste siempre con traje y corbata oscura. Se aferra a la Biblia, pero no es un sacerdote. Predica, pero no tiene una formación teológica. Resuelve los conflictos existenciales de sus discípulos, pero no es psicólogo. Podríamos afirmar que es lo más parecido que tenemos en España a un telepredicador. A él le gusta definirse como un artista que subsiste gracias a las limosnas. Si bien, el “artista” tiene hilo directo con el Vaticano y según sus fieles con el mismísimo Jesucristo Nuestro Señor.

Siendo un personaje público, muchas de las circunstancias en torno a su obra y milagros o a los propios Kikos como movimiento, son un misterio. Sus seguidores no saben bien dónde, cómo y de qué vive. La mayoría ni siquiera le conocen personalmente. De la administración del Camino Neocatecumenal tampoco se sabe mucho. Sí conocemos el origen del personaje. El de un joven artista madrileño sin oficio ni beneficio, agnóstico confeso, hijo de una familia acomodada y padre militar, que tras sufrir una crisis existencial y estar a punto de suicidarse en el año 1964, vio la luz y se fue a los poblados marginales de Palomeras Altas para comenzar su particular proceso de evangelización. Al principio desde una mísera chabola rodeado de putas y yonquis, hoy en un magnífico chalet romano rodeado de cardenales y otra gente influyente.

Tras la revelación comenzó la cruzada del converso, consistente en reevangelizar a los cristianos durmientes y conducirles hacia un nuevo bautismo. Pero a su manera y sin aceptar el dominio de nadie. Y es que el ungido no precisa de ello, se basta por sí solo. Aunque bueno, para ir tirando también se pueden coger cosas de este grupo, absorber prácticas de aquellos otros, aprovechar la estructura de los de más acá... Y hacer sesiones de kumbayá, explicando sus experiencias en público, construyendo una imaginería propia y, en definitiva, creando un producto fácil de vender a quienes anden necesitados de comprar. Desde ese momento, la ascensión de Kiko Argüello y su grupo fue la propia de una estrella del rock mainstream camino al número uno del Billboard. Le tiene que dar las gracias por eso a sus “productores”: el sacerdote Mario Pezzi, que fue el primero en apostar por él, y el papa Juan Pablo II, quien le dará el espaldarazo definitivo para lograr alcanzar la gloria -suponemos que divina-. Tampoco puede olvidarse de su gran amigo y aliado Rouco Varela, arzobispo de Madrid, además de fascista confeso. Un tipo bastante conocido por estos fueros.

Fruto de la creciente influencia en las más altas estancias del Vaticano, consiguió la aprobación de sus estatutos, en los que se describe la naturaleza del Camino y los bienes espirituales que lo constituyen. Según su doctrina, la familia tiene tres altares: la eucaristía, la mesa y el tálamo nupcial. “El tálamo es la habitación donde se hace el amor y se da la vida. En él no puede dormir ninguna otra persona y, antes de hacer el amor, las parejas neocatecumenales rezan al Señor. Porque el Camino les enseña la auténtica sexualidad”. Y es que las parejas del Camino están obligadas a tener los hijos que vengan. Suelen esposarse entre ellos y es que, como les repite Kiko, “casaos con la hijas de Israel”. De hecho, si se casan con hombres o mujeres de fuera del movimiento, están obligados a convertirlos. Si no lo hacen, están obligados a abandonar el “paraíso neocatecumenal”. Porque la familia es importante, pero Dios lo es más. De ahí que sus normas permitan a un kiko separarse en una suerte de divorcio de hecho, en el caso de que el otro cónyuge no le apoye en esto del Camino. Todo vale para salvar el alma.

Pero es que además, la ideología de estos terroristas de la salvación conlleva condenar el matrimonio entre personas del mismo sexo, la utilización de anticonceptivos, el aborto, la eutanasia, las ideas socialistas, el separatismo -que vaya usted a saber que tiene esto que ver con los asuntos del alma-, a los religiosos progresistas, a los tibios, a los jesuitas izquierdosos, a los sacerdotes que no ceden sus parroquias al Camino y en definitiva a todo aquel que no piense como ellos (él).

El poder económico de Argüello y sus Kikos es incalculable. Siempre oculto, gestionado a través de la Fundación Familia de Nazaret para la Evangelización Itinerante, constituida en Madrid el 3 de noviembre de 1992 por el cardenal Suquía. Una fundación que tiene personalidad jurídica propia tanto en el ámbito eclesiástico como civil. Y que de acuerdo a sus estatutos, tiene como fin organizar el movimiento y sostenerlo económicamente, por medio de la “gestión de oblaciones, contribuciones, donaciones, herencias y legados que le sean conferidos por los fieles de las comunidades neocatecumenales y por otros entes y personas privadas”. Eso significa en dinero contante y sonante más de 120 millones de euros anuales. Con ese dinero pagan a más de mil familias en misión, invitan a cientos de obispos a encuentros para explicarles el Camino, sostienen sus seminarios, tienen un centro religioso en Israel -la Domus Galilae-, organizan cursos bíblicos y sostienen centros especiales en Porto San Giorgio, Lima, San Pedro del Pinatar y El Escorial. ¿De dónde procede tanto dinero? Pues sobre todo de los diezmos. Cada discípulo, una vez que supera el segundo escrutinio -un examen personal que se realiza pasados los primeros años en el Camino-, debe entregar a la comunidad el diez por ciento de sus ingresos. Sin embargo nadie sabe dónde va ese dinero ni cómo se administra, porque no hay facturas ni se rinden cuentas. Además está lo de la  “bolsa de las inmundicias” al final de cada celebración religiosa. Se supone que uno de los hermanos pasa la gorra y cada quien aporta lo que puede, desde unos míseros euros hasta la escritura de un piso. Si bien, resulta curioso por no decir otra cosa, que con antelación ya se haya fijado la cifra a conseguir. Vaya, que la bolsa sigue circulando ad eternum hasta que se obtiene esa cantidad.

Lo cierto es que los Kikos componen un movimiento en constante expansión, sumando entorno al millón y medio de fieles repartidos en un montón de países, gracias a la ingente cantidad de hijos que aporta cada uno de sus miembros. Y es que “cada cristiano ha de tener los hijos que Dios le dé”. Además cuentan con sus propios seminarios e incluso universidades, como la San Antonio de Murcia. Pero el Camino es largo hasta que los iniciados llegan al final. Se tarda entre veinte y treinta años recorrerlo y se pasa por cinco paradas obligatorias: el kerygma, el precatecumenado, el catecumenado postbautismal, la elección y renovación de las promesas bautismales y la llegada al destino final, la familia de Nazaret.

Suerte en el viaje hermanos... A mí no esperéis.

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