sábado, 20 de diciembre de 2008

Carlos Gordi y Regorder

Llevo doscientas entradas largas en el blog y es inexplicable que hasta hoy no me haya referido a este sujeto llamado Carlos Goñi. Un gordo pedante y avinagrado que va de regalo de Dios a la música y cuya máxima aportación a tan noble actividad consiste en hacerse pasar por la versión española de Bruce Springsteen. Grabando una y otra vez los mismos temas en discos con portadas y títulos diferentes, diseñados para que el incauto populacho desembolse los quince napos de rigor. Contando con el inestimable auxilio de inmensas campañas publicitarias que han convertido a Regorder, el grupo de Carlos Gordi, en un superventas en España. Algo que, desde luego, no nos deja en muy buen lugar como país. Dicen que todo es cuestión de gustos y que sobre gustos no hay nada escrito, pero esto es más falso que la falsa monea. Escrito está, el problema es que ustedes no se lo han leído.

Pues bien, como no podía ser de otra forma, el nuevo álbum del señor Goñi apesta. No más que todo lo que había publicado hasta la fecha, que la cosa tiene su mérito. Mantener un nivel tan bajo sin acertar ni una, aunque sea por pura casualidad, tiene su aquel. Lo digo con conocimiento de causa. Después de haberme chupado el disquito unas veinte veces y en sesiones non-stop, gracias a mi compañero de despacho. Un joputa integral llamado Vicent al que dedico esta entrada (Sorry nano, pero t’ho mereixes!!!). El engendro en cuestión atiende al nombre de “21 gramos”, plagiando el título de la película realizada por el tándem Arriaga – González Iñarritu allá por el 2003. Ni para eso es original. Y que sí, ya sé que lo de los veintiún gramos tampoco es cosecha de estos dos mexicanos, pero vaya, que la copia de una copia no suena mucho mejor.

Y entonces, ¿cómo explicar el éxito de este tío? ¿Cómo puede vender discos como churros? ¿Congregar a legiones de incondicionales que abarrotan sus conciertos? ¿Cómo pueden ser tan insensatos? La respuesta es jodida y la cuestión ardua. Ni siquiera la cosa promocional lo explicaría del todo. Alguien como Quico Alsedo, apunta a que el éxito de Carlos Goñi radica en que hace música para gente a la que no le gusta demasiado la música. Yo estoy bastante de acuerdo con esta afirmación. Si no, ¿como tal cúmulo de sensiblería barata, rimas propias de un niño de diez años, junto a melodías y riffs springstinianos mal copiados, agradarían a tanta gente? Así se entiende que los Vicents del mundo pongan a rodar los discos de Revolver, pero a modo de hilo musical y sin prestarle realmente atención. Lo gracioso es que mi Vicent jura que le gusta. Y eso que ni tan siquiera tiene claro que tema suena en cada momento…Oye Vins, ¿cómo mierdas se llama esta?... Ahhh!...  Esta eeeeeeees…. Pues…. ¿“El Dorado”?…. Ah! No no no no!!!... espera. Esta se llama… ¿“Carreteras secundarias”?…. No no no, espera!!!…  ...y qué más dará, si suenan todas igual -de mal-.

¿Quiero decir con esto que esta inframúsica no tiene mérito alguno? Sí. ¿Qué sus acólitos no tienen derecho a escucharla? Pues hombre, más o menos sí. O no. O yo que sé. Si te hace bien creer que Gordi es el mismísimo Dylan o hasta el puto Beethoven y eso te da un motivo para vivir, o para sufrir y eso te mola, pues muy bien por ti. Salvando las distancias, les pasa un poco igual a los fans de U2, tan esforzados a la hora de defender a Bono. Tan tiernos ellos intentando convencer del valor del “Un, dos, tres… ¡Catorce!” y otras mierdas made in Ireland.

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