martes, 14 de julio de 2009

Reconstrucción


Antonio Orejudo es columnista del diario Público, si bien a mí no me interesa demasiado lo que escribe. Y no es que los temas que trata en sus columnas carezcan de interés o que su punto de vista me eche para atrás. De hecho las últimas hablan de asuntos como la energí­a nuclear, el aborto, los trajes de Camps o las velinas de Il Cavaliere. Es más, suelo coincidir en sus análisis y opiniones. El problema es que su prosa no me cautiva. Y sí, ya sé que esto ha quedado de un pedante que pa’qué, pero tiene su explicación. Por qué Antonio Orejudo, además de columnista es un reputado escritor galardonado con diferentes premios por novelas como “Fabulosas narraciones por historias” o “Ventajas de viajar en tren”. Pues bien, entre sus últimas creaciones se encuentra “Reconstrucción”, libro que servidor -ante la insistencia de un compañero de trabajo- se acaba de leer. Una vez terminado entiendo por qué hay tanta gente que admira a Orejudo. Pero me reafirmo en que hay algo en su manera de escribir que no me acaba de llegar.

“Reconstrucción” se plantea como una novela histórica, pero no lo es. O al menos no es eso exactamente. Orejudo refleja el cisma religioso que aconteció en la Europa del XVI, cuando el paisaje estaba surcado de herederos e imitadores de los dos grandes reformistas de la época: Lutero y Calvino. Tenemos a un mesí­as anabaptista que levanta en armas a la ciudad de Münster frente a la corrupta jerarquí­a católica. Y tenemos a un culto grabador de tipos de imprenta que, obligado por la Santa Inquisición, se verá tras las huellas del creador de un manuscrito anónimo de fuerte contenido herético. Como os figuráis, sendas historias tienen un nexo de unión pese a transcurrir con dos décadas de diferencia.

El manuscrito de la discordia no es otro que la “Christianismi Restititutio” de Miguel Servet, teólogo y cientí­fico aragonés condenado a morir en la hoguera por hereje y a quien debemos el descubrimiento de la circulación pulmonar. La historia real de Servet va a estar en el trasfondo de la novela, sirviendo a Orejudo para establecer paralelismos con nuestro presente, en el cual se dan idénticos conflictos a los del XVI como el fanatismo religioso, la lucha por el poder o la perdida de ideales.

Rumiando sobre lo leí­do, el regusto es bastante mejor de lo esperado. Sobre todo después de un inicio en el que me costó mucho entrar. Pero hacia mitad de la novela la cosa mejora de forma ostensible. Con todo, me ratifico en lo dicho al comienzo. El problema ya no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Y en ese punto sigo chocando contra la prosa del periodista madrileño. Y eso que es más o menos generalizado que la crítica la califique de elegante. Cuestión de gustos, supongo. O de momentos, que también puede ser.

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