jueves, 26 de noviembre de 2009

La "damniato memoriae"



Repasando unos libros sobre las formas artísticas durante el Bajo Imperio Romano, me ha venido a la mente una de las instituciones jurídicas más interesantes que nos ha legado la romanidad: la llamada “damnatio memoriae”. Los que conozcan un poco de la historia de Roma sabrán que era una práctica habitual durante el Imperio. Por eso, cuando el emperador Caracalla ordenó eliminar todo cuanto recordara a su hermano Geta, asesinado por él, no debió extrañar a ninguno de sus coetáneos. Esa destrucción de cualquier vestigio del fallecido incluía tanto monumentos, como esculturas, estelas, frescos, mosaicos y el borrado de inscripciones alusivas.

Pero esta tradición de condenar el recuerdo de un enemigo del Estado tras su muerte, prohibiendo incluso pronunciar su nombre, no es algo exclusivo de la civilización romana sino que viene de mucho más atrás. Antes de que el Senado Romano decretara su primera “damnatio memoriae”, los egipcios ya habían condenado a varios de sus faraones. Famosos son los casos de Akhenaton o todavía más el de la reina-faraón Hatshepsut, cuyas representaciones fueron borradas por orden de su sucesor en el cargo, Tutmosis III.

Esta práctica puede sonarnos a cosa del pasado, bastante ridícula e incluso cobarde, ya que se condena a alguien que no puede defenderse. Además, al final de la carrera, ¿qué importancia tiene condenar a un muerto? Sin embargo la “damnatio memoriae” sigue viva entre nosotros. Por que en ocasiones esa condena a posteriori es necesaria, al haber sido imposible realizarla durante la vida del ahora condenado. Y porque sirve de desagravio para muchas personas, por ejemplo, aquellas que sobrevivieron a los crímenes del nazismo y que no pudieron ver encerrado a Adolf Hitler. O en el caso del franquismo, al Generalísimo y a sus afines. Y es que en nuestro país, cuando un Ayuntamiento decide retirar alguna estatua de Franco o renombrar una calle con el nombre de algún general falangista, lo que se está haciendo es precisamente una “damnatio memoriae”. Condenándose la memoria del personaje en cuestión, un dictador que nunca fue juzgado en vida por los miles de crímenes que cometió.

Y para que esto no se quede en un alegato más en favor de la memoria histórica, voy a cambiar de tercio, recurriendo a mi tema favorito: darle caña a Paco Camps. ¿Para cuando una “damnatio memoriae” del hidrópata? No me malinterpretéis, no abogo por el asesinato del Molt Honorable, al cual deseo muchos años de vida purgando todo el mal que ha hecho. Tan sólo pido que se destruyan todos los vestigios del faraonismo campsista… las obras más representativas del Gobierno Camps, ¡a tomar por culo!... los hierros blancos y el trencadís de Calatrava, a fer la má!!! Y que él lo presencie en vivo y en directo, ¡por cabrón! Y yo que lo vea...


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