miércoles, 29 de diciembre de 2010

Balada triste de trompeta

Ayer por la tarde acudí a ver “Balada triste de trompeta”, la última creación del realizador vasco Alex de la Iglesia, por lo que hoy debería aparecer por aquí una crítica a mi estilo. Pues no lo voy a hacer. O mejor dicho, no lo puedo hacer, porque no sé si me ha gustado o no, soy incapaz de afirmar si estamos ante una genialidad, una boutade o un cagarro tamaño Zardoz. El caso es que estando detrás el actual Presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, te podías esperar cualquier cosa. Sobretodo para alguien que no es muy fan de su obra. Si bien, fui a verla por expresa recomendación de un amigo al que le había gustado mucho y también, lo reconozco, sugestionado por las potentes imágenes del trailer promocional, con ese Carlos Areces y ese Javier de la Torre convertidos en una especie de payasos góticos. Pero sales del cine… ¿y qué? ¿era pa’ tanto la cosa? ¿es otra tontá más? ¿un wtf tal vez? Nusé maes.

A ver, si algo tengo claro es que los títulos de crédito son una auténtica barbaridad. Esa mezcla de imágenes del franquismo con otras provenientes de la cultura popular, todo ello complementado con una impactante música marcial… ufffff, ¡es brutal! Insisto, de lo mejor que he visto nunca. Después (y antes) se suceden una serie de gags, con mayor o menor gracia, algunos de los cuales contienen escenas potentísimas. Y es que, tal y como me anticipó mi amigo, hay momentos en los que te quedas fascinado ante la plasticidad y la fuerza de lo que estás viendo. ¿Y que me decís de los homenajes cinematográficos? Desde “Los santos inocentes”, hasta “King Kong”, “Frankenstein” o el universo Hitchcock son evocados en diferentes momentos de la película. Unas veces con mayor acierto que otras, que hay que decirlo. Pero llegamos a la cuestión del guión… ¿y qué?, ¿cómo t’has quedao chaval? Porque como diría el ínclito Paco Lobatón, “¿ande andará el guión?” Y es que todavía no entiendo como en la Mostra de Venecia la película obtuviera el premio al mejor guión. ¡¡¡Me lo expliquen!!!El León de Plata a la mejor dirección, de acuerdo, ¿pero el mejor guión? ¡si no lo hay! Si es un continuo de cuadros enloquecidos que poco o nada tienen que ver entre sí. Si como dirían los puretas no existe un verdadero desarrollo narrativo, la historia se presenta totalmente deshilvanada, bonitas y variadas piezas de puzzle que no encajan... en fin…

Se supone que la cosa va de la lucha de dos payasos por hacerse con el amor de una trapecista (la explosiva Carolina Bang). También se supone que todo esto ocurre en los inicios de la transición, si bien las primeras escenas nos remiten hasta los últimos coletazos de la Guerra Civil Española.  El caso es que a lo largo de la película van apareciendo varios acontecimientos históricos que nos ayudan a ubicarnos… maj o menoj. Sale la victoria del General Franco, la construcción del Valle de los Caídos, a Franco de cacería en El Pardo, la huida del Lute y el maravilloso atentado contra Carrero Blanco (con una memorable estampa en la que “el payaso triste” transita sobre los cascotes en el lugar de los hechos).

Y aquí lo dejo. Que para no saber que decir m’ha quedao d'un largo que pa’ qué. No sé si recomendarla tíos. Entretenida es. Curiosa también. Potente, lo es y mucho…  ¿Pero es una buena película? Vosotros diréis.

¿Y de la cancioncita de Raphael que me decís? ¿Genialidad o mamarrachada?

martes, 28 de diciembre de 2010

Adiós Gulsarí

Me ha parecido excelente esta novelita escrita por el kirguiz Chinguiz Aitmatov (1928-2008), que he podido leerme sólo después de mucho rebuscar en librerías de viejo. Lo mío me costó, pero al final lo encontré y como suele pasar en estos casos, donde menos lo esperaba. Fue en un café literario de mi barrio, de esos en los que venden, compran y hacen trueque de libros de segunda mano. Encima es uno de los cafés más próximos a mi domicilio… si hubiera comenzado mi búsqueda por ahí... Y es que una buena amiga llevaba años recomendándomelo -“léetelo que te va a encantar”, “pero trata de encontrarlo por ahí, que yo ya no lo tengo, se lo dejé a alguien y aún no me lo ha devuelto”. Pero no resultó tan sencillo. Al tratarse de un autor semidesconocido por estas tierras, para encontrar una edición traducida al castellano había que remontarse hasta el año1989, cuando la gente de Ediciones B -¿esta editorial chuta todavía?-, incluyó "Adiós Gulsarí" entre los titulos de su colección Sine Die. Ahí fue donde se publicó por primera y última vez. 

¿Y quién se interesaría por un autor proveniente del Kirguistán? Pues yo… aunque bien sugestionado, cualquiera. Porque, “Adiós Gulsarí” es literatura de la buena, ¡gran literatura! que dirían los antiguos, no os dejéis engañar por la exótica procedencia de su autor. Un tipo que siempre alardeó de su origen y que utilizó tanto su lengua materna como el ruso para escribir. Un ferviente comunista pero también un patriota kirguiz que acaparó varios puestos representativos de la joven nación tras la desaparición de la URSS. 

¿Pero que sabemos de los kirguises? O mejor aún, ¿qué sabemos de ese lejano país asiático? Poco… o más bien nada. Que son mayormente musulmanes, que sus rasgos son mongoles o "achinados", que disfrutan de los juegos a caballo… en fin, las cuatro nociones básicas que puedas haber extraído de un reportaje de las Pilot Guides o de una guía del Lonely Planet. Tal vez y únicamente si sois muy aficionados al balonmano –raro-, os sonará de algo el nombre de Talant Dujshebaev, el mejor central de balonmano y posiblemente el mejor jugador de la historia de este deporte. Y sí chicos, el actual entrenador del CB Ciudad Real es kirguiz y no ruso, por mucho que algunos comentaristas se empeñen en ello. Pero a parte de “el chino”, pocos compatriotas más se han dado a conocer internacionalmente. Otro es este Aitmatov, prontamente reconocido en la URSS y en diferentes países de la órbita soviética, como gran maestro de las letras. No se puede obviar que el ser un autor bien considerado por el régimen, redactor del diario Pravda y del Novi Mir, debió de jugar en su favor. ¡Como su activa vida política!, en la que llegó a ser nombrado diputado en el Soviet Supremo y, en los últimos años de vida del gigante comunista, miembro del Consejo Presidencial con Mijaíl Gorbachov.

Algo de eso debió pesar en las autoridades de su país para que, tan sólo un año después de la publicación de “Adiós Gulsarí” -1967-, esta fuera galardonada con el Premio Nacional de las Letras de la URSS. Pero eso no nos debe llevar a engaño. Esta novela no es un claro exponente de aquello que se denominó como “realismo socialista”. Al menos yo no veo atisbo propagandista por ninguna parte. Es más, pareciera como si Aitmatov elaborase un balance nada edulcorado sobre el agitado periodo que le tocó vivir: la URSS de Stalin y los koljoses. Pero con una peculiaridad que la hace diferente respecto a obras de otros reputados autores soviéticos: el dar una visión de todo ello desde la soledad y la lejanía de las montañas centroasiáticas. Desde un rincón perdido de ese inmenso estado plurinacional y multicultural que era la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Es más, desde mi punto de vista, existe una clara crítica política en este libro, contenida e incluso velada en algunos capítulos, aunque no por ello difícil de captar para cualquier lector medio. Y es que la vida en tiempos de Stalin y más aún en el seno de un koljós kirguiz perdido en alguna parte, no debía ser ninguna bicoca y así quiso reflejarlo el autor. Y pese a la predisposición y al afán de superación de sus gentes, siempre pendientes de sacar adelante los proyectos y cumplir con los imposibles objetivos marcados por la superioridad, en muchas ocasiones las cosas no salieron del todo bien. ¡Y pesar de ello nunca renegarán de sus fuertes creencias comunistas! Bien por culpa de las duras condiciones climatológicas de aquel lejano rincón asiático, o por la evidente falta de medios, y fundamentalmente, por la incompetencia de los jefes, en demasiadas ocasiones submarinos de Moscú que poco aportaban al bienestar de los kirguises, el fracaso y la decepción van a ser la constante.

Dicho lo cual, quiero señalar que “Adiós Gulsarí” es mucho más que eso. Es una novela quasi pastoril, incluso costumbrista, sí. Y como he dicho antes también es crítica con el régimen, pero no por ello dejando de ser social. Pero sobretodo -y remarco ese sobretodo- es una preciosa historia cariño, confianza, amistad y casi amor diría yo, entre un pastor y su caballo. La fábula de Tanabái, el pastor, el yegüero, el comunista convencido, el revolucionario desengañado, y Gulsarí, un precioso amblador de raro pelaje color amarillo claro al cual debe su nombre (“Gulsarí” en kirguiz hace referencia a una bella flor de color amarillo). La novela condensa la vida de este abnegado ciudadano soviético residente en los confines del Imperio Rojo y de su fiel caballo, y a través de ellos presenciamos las circunstancias de una típica familia kirguiz, con sus yurtas y demás, y el funcionamiento de un koljós (granja colectiva soviética). Una vida dura que, no obstante, es relatada por su autor de una forma ciertamente poética. La novela comienza y acaba con las últimas horas de vida de Gulsarí; con su “viaje al fin de la noche” en compañía de su primer y último amo, probablemente su único amigo. El resto del libro se desarrollará a través de relatos retrospectivos que nos permitirán conocer a los dos personajes, caballo y pastor, a las personas con las que se relacionaron ambos y, en definitiva, los avatares de toda una vida.

Muy recomendable.

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PD. Tiene película, pero es una producción soviética inencontrable en la lengua de Cervantes. 

PD. II. El amor y el respeto de Tanabái por Gulsarí y por su yeguada, me ha recordado muy mucho a John Grady Cole y a Billy Parham, protagonistas de las tres novelas que conforman "La trilogía de la frontera", del gran Cormac McCarthy.  

lunes, 27 de diciembre de 2010

Dissabtes borts de Nadal, reposo y mucho cine

Y en una de esas fue cuando revisité el magnífico drama italiano “Buenos días, noche”, dirigido con brío por el veterano realizador italiano Marco Bellocchio en el año 2003. La película, para los que no lo sepáis, trata uno de los sucesos más turbios del pasado reciente de la política trasalpina: el secuestro y posterior asesinato del político democristiano Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas. Nos situamos en marzo de 1978 cuando una célula de esta organización terrorista secuestra en plena vía pública -en un operativo en el que mueren sus escoltas- a Aldo Moro, ex primer ministro y presidente de la Democracia Cristiana, quien por entonces negociaba con los comunistas un gobierno de coalición no muy bien visto por influyentes políticos. Moro fue sometido a un juicio popular y durante cincuenta y cinco días se cruzaron comunicados de la organización, cartas personales del secuestrado y declaraciones públicas gubernamentales negándose a negociar. El 9 de mayo apareció el cadáver de Moro en el maletero de un automóvil en la Via Caetani. Bellocchio se centra en la intrahistoria, en como se debió vivir ese secuestro en el seno del comando terrorista y en como las dudas irán apareciendo entre sus miembros, especialmente en el personaje de Chiara -¿Adriana Faranda tal vez?-. Esto último me llevó a recordar un precioso artículo obra de Enric González y que apareció en El País a finales del 2008. Se titula “El momento de las golondrinas” y reza tal que así:  

“Suelen gritar y amenazar cuando los detienen, o cuando se sientan en el banquillo tras el cristal blindado. Muestran una absoluta convicción. Parecen orgullosos de lo que han hecho. Casi todos lo están, no cabe duda. Pero uno, al menos uno de esos asesinos furiosos, y muy probablemente más de uno, ha pasado por el momento de las golondrinas. No puedo verlos sin pensarlo.
Hace algunos años visité a Adriana Faranda para hacerle unas preguntas. Faranda, que pronto cumplirá 59 años, formó parte del comando terrorista que en 1978 secuestró y asesinó a Aldo Moro, el político democristiano. Ahora vive en una hermosa casa de campo junto al lago Bracciano, un paraje maravilloso al norte de Roma. La casa es de alquiler porque Faranda carece de propiedades. Tenía un piso en Roma, pero lo vendió y entregó el importe a Cáritas para que esta organización, a su vez, lo distribuyera libremente entre las víctimas del terrorismo. No quiso saber quién recibía el dinero.
Se trata de una mujer de espíritu noble. Puedo afirmarlo porque también lo afirma una de las personas a las que más hizo sufrir: Maria Fida, hija de Aldo Moro, mantiene una relación muy parecida a la amistad con Adriana Faranda, una de las personas que asesinaron a su padre. Fida empezó a visitarla en la cárcel pocos años después del crimen, porque necesitaba comprender aquel acto terrible, uno más entre muchos: las Brigadas Rojas y los grupúsculos en torno a ellas mataron a medio centenar de personas e hirieron gravemente a más de mil.
Cuando conoció a María Fida, Faranda ya se había disociado del terrorismo. La disociación fue uno de los pocos conceptos válidos surgidos del aberrante edificio teórico construido por un terrorismo que se definía como marxista y proletario, enemigo del reformismo del Partido Comunista, y surgió ya en la cárcel, cuando algunos de los condenados a perpetuidad se dedicaron a reflexionar sobre su particular momento de las golondrinas. Faranda y otros como ella se declararon absolutamente arrepentidos y dispuestos a reunirse con todas las víctimas que lo desearan: querían ofrecer al menos la posibilidad de que desahogaran su rabia contra ellos. Se negaron, sin embargo, a delatar a sus antiguos compañeros. Como la figura legal del arrepentido, extraída de la legislación anti-Mafia, implicaba cooperación con la policía, inventaron la figura del disociado. El Ministerio de Justicia acabó adoptándola de forma oficial y creando zonas carcelarias especiales para que los disociados no sufrieran las represalias de los irreductibles.
Ah, los irreductibles. ¿Quiénes lo son de verdad? El momento de la duda se produjo, en el caso de Adriana Faranda, cuando aún no habían secuestrado a Aldo Moro. Ella, nacida en una familia siciliana católica y acomodada, tenía 28 años y una hija de cinco. Aún no cargaba con delitos de sangre y se le encomendaron dos misiones: la compra de una decena de uniformes de Alitalia, para disfrazar a los miembros del comando, y la vigilancia cotidiana de los movimientos del estadista. Un día, frente al domicilio de Moro, observó que uno de los dos policías apostados junto a la puerta señalaba al cielo. El otro miró y ambos sonrieron. Pasaba sobre la ciudad una bandada de golondrinas como anuncio de la primavera. Faranda pensó que quizá esos dos policías no llegaran a verla. Y sufrió el aguijonazo de la duda.
Adriana Faranda siguió adelante. El 9 de mayo de 1978, los cinco carabinieri que escoltaban a Aldo Moro fueron ametrallados con saña y el dirigente político cayó en manos de las Brigadas Rojas. El secuestro duró 55 espantosos días. Antes de asesinar a Moro, el comando celebró una votación. Faranda votó contra el asesinato, pero quedó en minoría. Y aceptó el resultado.
Ya sabía en ese instante que no podía seguir creyendo en la secta, pero las Brigadas Rojas se habían convertido en su única familia, la única gente con la que podía hablar de lo ocurrido. Fue tras su detención, meses después, cuando, a la espera de juicio y de la previsible cadena perpetua, revivió una y otra vez el momento de las golondrinas y decidió romper con su pasado.
Cuando hablé con ella, cumplidos los 16 años de cárcel en que quedó su condena y habituada ya a la libertad, comentó que el momento de las golondrinas puede suscitar reacciones curiosas. Quien siente el aguijonazo de la duda suele mostrarse ante los demás como el más firme, el más despiadado. Por un tiempo, al menos. Si reflexiona sobre las golondrinas, su fe en la violencia acaba por venirse abajo.”

viernes, 24 de diciembre de 2010

Iván Rojo #2.... y feliz Navidad a todos!!!


Esta noche es Nochebuena y mañana es Navidad, saca la bota María que me voy a emborrachar, como reza el conocido villancico “Panderetas y zambombas”. Y es que son días de recogimiento, de visitar a los seres queridos, de dar y recibir regalitos y de reventar con las obligadas comilonas a las que hay que acudir bien provistos de Almax y/o Omeprazol…  pero también, al menos este año, es tiempo de que vea la luz el número 2 de mi fanzine favorito, el "Iván Rojo #2", que esta vez incluye un magnífico cuento titulado “Carajo”. Sarcástico, socarrón, tristón y con muchísima mala leche, “Carajo” no dejará indiferente a nadie. Por si os sirve de algo, a un servidor le ha encantado. En fin, a continuación lo reproduzco por si no os podéis agenciar una copia del fanzinito, ¡que me los están quitando de las manos!   

Carajo
“Mauricio (Moris en criollo mauriciano), oficialmente la República de Mauricio, es un país insular ubicado al suroeste del océano Índico, a 900 kilómetros de las costas orientales de Madagascar y aproximadamente a 3.943 kilómetros al suroeste de la India. Además de la isla de Mauricio, la república incluye las islas de San Brandón o Cargados Carajos, Rodrigues y las Islas Agalega”.
Palabra de Wikipedia.
Añade: “Población total: 1.240.827 (2007)”. Supongo que se refiere a personas.
Añade: “A la Isla Mauricio se le conoce en el mundo como la Isla Playa. Perdida en medio del Índico, este pequeño pedazo de paraíso está rodeado de lagunas. Los diferentes tonos azules ilustran los fondos cristalinos del mar”.
Obra de algún poeta frustrado tecleando basura en un mac mientras muerde un donut, sin duda. Peor: obra de algún don nadie que se cree un poeta malogrado con tendencia al sobrepeso por culpa de las crueles circunstancias de la vida moderna, lo estoy viendo.
Y para respaldar mi hipótesis, Wikipedia, o, bueno, su poeta reconvertido en panfletista a sueldo, se atreve a subir un peldaño más en la escalera de la belleza barata de postal o anuncio de metro y escribe a modo de indigesto colofón: “Cada fin de semana, las familias vienen a hacer picnic en la playa entre las melodías de los vendedores de helados”.
Cuando lo leí le deseé una muerte dolorosa y lenta.
En fin, eso es todo lo que sé de Mauricio, Isla Mauricio, la República del puñetero Mauricio o como quiera que se llame ese rincón del planeta. Eso y que dentro de apenas dos horas coge un avión para pasar allí los próximos ocho días y siete noches. Un paréntesis quizá eterno de verano tropical. Mierda. Ojalá un tsunami barriera del mapa el archipiélago. Justo ahora, antes del despegue.
Me he negado a conducir. Pero la acompaño porque lo contrario supondría dejar el coche en el aparcamiento del aeropuerto. Es decir, al menos una semana solo en casa y sin poder salir de esta ciudad tan pequeña. También es posible que haya venido con ella solo para joderla con mi presencia.
Sea como sea, avanzamos en silencio por las calles y luego por la carretera. Pone la calefacción pero no sirve de nada. Invierno mediterráneo, húmedo e imposible de engañar. Lo único que hace el chorro recalentado es llenar el aire de olor a polvo viejo haciéndolo aún más irrespirable. Cosas muertas. Me visualizo en un futuro inminente embalando mi ropa y mis libros. Tampoco el zumbido de los ventiladores mitiga el eco del constante clinc-clinc y de lo que nos dijimos antes de irnos a dormir o a intentarlo. Rebota burlón contra el salpicadero y contra las puertas y contra el techo y acaba explotándome en el centro de la frente. Supongo que a ella también, en mayor o menor grado. Menor, qué coño. Va atenta al asfalto, aunque intuyo que de tanto en tanto me busca de reojo. Yo miro por la ventanilla. El sol despunta como un gajo de naranja por detrás de vallas publicitarias, puentes para trenes de alta velocidad y polígonos industriales. Y es como si los campos de arroz, chufa o lo que sea esa materia verde oscuro se cubrieran de caramelo líquido. Es bonito, pienso. Seguro que mucho más que Mauricio. Hay que joderse… Un tsunami. Un terremoto de 9 grados en la escala Richter. Un petrolero convirtiendo los tonos de azul y los fondos cristalinos en una gigantesca fosa séptica por obra y gracia de miles de toneladas de crudo. Un holocausto nuclear. Un asteroide discreto, con cincuenta metros de diámetro me valdría. No es mucho pedir. Cosas por el estilo pasan todos los días en cualquiera de los muchos culos del mundo. Poner la radio y que el locutor dijera que la Isla Moris ha quedado reducida a volutas incandescentes. Que el resplandor de su fuego final es visible desde, no sé, Melbourne. Eso sí que sería precioso. El verdadero paraíso.
Pero no pulso el botón de On porque no voy a tener tanta suerte y porque estoy seguro de que ella está al acecho de cualquier mínima alteración de mi postura/silencio/distancia para empezar de nuevo a soltar mierda por la boca. Es probable que su primera frase pretendiera ser un acercamiento, algo inofensivo, un simulacro de reconciliación de pareja previo a la separación para no volar sobre medio mundo con un ligero mal sabor de boca. Pero enseguida, ante mi obstinación en el estúpido enfado, se creería legitimada para soltar todo lo que sé que está deseando soltar. Y no pienso darle ese gusto. No voy a hacer nada. No pienso decir nada. Aunque me muero de ganas de reventar, de montar una buena, de vomitarlo todo, ni siquiera voy a pronunciar ese jodido nombre que llevo oyendo desde hace meses.
En realidad son unas iniciales. C.J. Cejota. Resulta que al tipo le gusta que le llamen así. Más ridículo imposible. Estilo americano para un oriundo de Albacete, creo. Estilo americano para un aumentativo castellano. Y encima se las depila. Lo vi una vez, en la última cena de empresa a la que la acompañé. Eso: cejas como trazadas con compás, afeitado casi subcutáneo, perfecto nudo de corbata y un fuerte olor a colonia cara. Al estrecharme la mano dijo que era el nuevo director de marketing, calidad o algo parecido. Y desde entonces hasta en la sopa. Cejota ha conseguido captar tres nuevos clientes en su primera semana. Cejota es un profesional increíble. Cejota se ha comprado un coche nuevo para estar más a tono con su nuevo cargo. Cejota quiere que le ayude a alquilar un ático céntrico. Cejota dice que tengo un potencial increíble, que me quiere en exclusiva, que les ha pedido a los de arriba que sea su mano derecha. Me lo creo, palabra por palabra. En fin, Cejota esto, Cejota aquello hasta ¡Adivina! Cejota y yo hemos ganado ese viaje del que te hablé, el que los jefes prometieron regalar a los mejores empleados del semestre.
Y, bueno, después de bastante mierda acumulada en forma de llamadas a cualquier hora del día o de la noche, retrasos más o menos inexplicables a la hora de llegar a casa y ese tipo de rastros que no demuestran nada pero pueden demostrarlo todo, ahora vamos hacia el aeropuerto. Y no, no pienso decir nada porque lo cierto es que hay poco que decir, así que sigo mirando a través del cristal.
Los trabajadores fuman a las puertas de las fábricas con una especie de prisa lenta. Suena una sirena y tiran las colillas y se meten en las naves como si no hubiera otra opción. Nubecillas de humo y aliento que se pierden en la neblina general es lo único que queda de ellos. El otro día ella quiso saber si había traído mis curriculums al polígono y le mentí. En la última rotonda di un giro de 180º. Quizá si le hubiera dicho la verdad me habría ahorrado este absurdo trayecto final. Porque me gustaría decirle que en la vía de servicio un grupo de putas subsaharianas dan saltitos alrededor del fuego moribundo de un barril de gasolina. Sus dientes blanquísimos destacan en la penumbra. Parecen enmarcados en sonrisas carnosas. A pesar de todo y aunque probablemente no sea así, las negras parecen sonreír. Me gustaría decirle que me pregunto si serán felices. Ellas, los obreros y el ciclista que adelantamos sin guardar el metro y medio de distancia estipulado. Lleva gorro de lana, guantes Umbro, una braga que le cubre hasta los ojos y unos leotardos fucsia. La razón que pueda tener para salir de madrugada en pleno invierno a dar unas pedaladas me resulta un misterio pero sé que si digo todo esto en voz alta ella me responderá que el ciclista lo hace para estar en forma, que las putas no son felices pero se reconfortan pensando en lo que sus familias podrán comprar con el dinero que les envían cada quince días y que, con los tiempos que corren, los trabajadores de las fábricas dan gracias a dios por poder pagar la hipoteca. Y no me apetece que alguien que me considera poca cosa me dé lecciones de éxito vital. Así que sigo callado contemplando el espectáculo que me ofrece el mundo real, el de la gente que no triunfa ni fracasa, que sencillamente sobrelleva lo mejor posible lo que ha acabado siendo su vida. Y de repente me siento mejor. Les admiro. Y al llegar a casa escribiré un pequeño relato en el que seguramente no conseguiré transmitir lo que deseo: que hay muchas maneras de triunfar, y que solo un uno por mil de ellas son hermosas y puras y gratificantes. Y que desde luego no consisten en tumbarse al sol a la orilla del océano índico por haber aumentado el volumen de ventas de tu empresa.
Ojalá lleguemos de una puta vez al aeropuerto. No veo el momento de dejar de oír el tintineo de los palos de golf en el asiento de atrás, clinc-clinc-clinc-clinc. No veo el momento de que despegue rumbo a Cargados Carajos. De que se vaya al carajo. Y el cristal medio empañado me devuelve algo parecido a una sonrisa.

jueves, 23 de diciembre de 2010

SindeScargas


Aprovechando que todo el mundo está dando palmas, ¡e incluso haciendo la ola!, después de que la Comisión de Economía del Congreso haya tumbado la polémica “ley Sinde” -proyecto que preveía el cierre de aquellas webs que favorecen las descargas de archivos protegidos por derechos de autor-, me apetece ir un pelín más allá en este tema.

A ver, las cosas claras y el chocolate espeso. Que el famoso canon digital es una absoluta injusticia y que el abrir la posibilidad a que cualquier politicucho, saltándose la Justicia a la torera, decida cerrar páginas web por la vía rápida y/o por sus santos cojones, es una auténtica aberración, de acuerdo. Que, como decía ayer un conocido periodista, tumbar cuatro páginas de enlaces a las que la industria cultural culpa de piratería, no valdrá para nada, igualmente de acuerdo… es más, estoy superdeacuerdo!!!Que los de la SGAE son una panda de jodidos ladrones, que cualquier día pretenderán cobrarnos hasta por silbar en la calle, es una verdad como un templo. Que los artistas, o las gentes del artisteo, no pueden aspirar a hacer un disco o un libro o una peli y después vivir toda la vida a la sopa boba, también. Que los artistas que más lloran son, normalmente, unos paquetes de la hostia, lo mismo. Que hay que cambiar el modelo de la industria cultural, por obsoleto y poco adecuado a la actual realidad, ok Makey. Pero que la gente, en su gran mayoría, tenemos UNA JETA DE LA LECHE, pues también.

Porque amigos míos, una cosa es compartir cultura y manifestarse en contra de ciertas injusticias, todo ello muy loable, y otra muy distinta es querer que nos asista el derecho divino a adquirir por la patilla cualquier cosa/producto que deseemos. Que hemos pasado de comprar música, cine o libros, a bajárnoslos de gratis y encima pensar que todo está ahí para nuestro uso y disfrute for free y porque yo lo valgo. Y encima, en lugar de asumir que tal vez eso no está bien, justificamos nuestra actitud poniendo excusas tan geniales como “es que no se pueden poner puertas al campo”. En fin...

Y que sí, que me parece de puta madre, que el que más y el que menos hemos descargado alguna vez un disquito o una películilla, o algún libro en pdf o nos hemos tragado el último estreno de la cartelera gracias al megavideo y por el gañote, en lugar de ir al cine y pagar la mordida de rigor, ¡pero coño! ¡no seamos cínicos!, que en este país (y en este mundo) nadie trabaja gratis. Que en este país (y en este mundo) ¡nadie vive del aire! Y que exceptuando a Carlos Fabra y unos pocos afortunados más, nadie subsiste gracias a lo que recoge de la Lotería de Navidad. Y eso incluye a los artistas, algunos de los cuales, por cierto, ni tienen casa en Miami, ni cuenta corriente en Suiza, ni tienen el domicilio fiscal en Mónaco. 

Así que, fuera intermediarios y aprovechados de la industria, soportes más acordes a los tiempos que corren ¡y más baratos!, pero dejémonos de hipocresía. Que quien trabaje produciendo obras también debe poder ganarse la vida con ello. Que al igual que a mí me gusta que a final de mes me paguen por mi trabajo, entiendo que quien ha realizado una película o ha grabado un disco o escrito un libro, también le guste cobrar por ello. Es razonable ¿no? Es más, seamos honestos de una puta vez. Todos sabemos que cuando descargarnos cosas de Internet, en la mayoría de las ocasiones estamos cometiendo una ilegalidad y por eso es normal -¡y necesario!- que las autoridades y las víctimas pretendan erradicar ese tipo de actos. Las medidas no serán las adecuadas, bien, los representantes de la industria nos caerán mal o peor, ¡fatal!, la Ministra será una auténtica joputa y lo que queráis, ¡¡¡pero coño!!!, reconozcamos de una puta vez nuestra responsabilidad, algo por cierto poco habitual en un país en el cual las culpas siempre se tiran por elevación.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Esto no se acaba hasta que la gorda canta


Me encanta esté dicho tan británico, que me viene perfecto hoy para hablar de ópera. Y es que la tarde-noche del pasado domingo, fui por primera (¿y última?) vez a ver como es eso del bel canto. Y no cantaba sólo una gorda, ¡ni dos!, sino toda una caterva de gordos y aspirantes a serlo que protagonizan la representación que de Aída (Giuseppe Verdi) están pasando en el Palau de les Arts Reina Sofía. He de decir que cantaron bien, ¡hasta muy bien! Al menos eso es lo que se desprende del efusivo aplauso con el cual el público despidió a los intérpretes. Aunque a mí, tengo que reconoceros, ni fu ni fa. Vamos, que tengo la sensación de que esto de la ópera como que no es para mí. Porque ni siquiera puedo achacar la cosa a una mala ubicación, con escasa visibilidad y/o mala sonoridad. Ni al típico vecino de butaca que no para de hacer ruiditos o que es incapaz de callarse hasta debajo del agua. Nada de eso. Teníamos unas butacas de la hostia, de esas que cuestan un riñón y precisan ser reservadas con muchísima antelación, que alguien muy próximo nos regaló. Allí, rodeados del glamour operístico, beautiful people a tutiplé, la crème de la crème de la societat valenciana, todos ellos emperifollados para la ocasión, como si compitiesen los unos contra los otros para ver quien va más guapo/a (aunque al final de la corrida pareciera más bien que competían por ver quien iba más hortera, con mención especial para un dandy con melena cana, que llevaba unas preciosas botas de caña hasta las rodillas, ¡y por fuera del pantalón!). Así que ¡ni por esas tú!

Visto lo visto, para mí la ópera no deja de ser una obra de teatro alargada (¡tres horas y veinte minutos!), en la que una panda de travestidos dan voces como si alguien les estuviese estrujando los cojones. Y probablemente algo de cierto haya en eso, a la vista de cómo chillaron los protas a lo largo de los cuatro actos en los que se dividió Aída, la ridícula historia de amor entre la hija del rey etiope Amonasro y el capitán de la guardia egipcia Radamés. Porque de eso va la obra, del amor imposible entre estos dos y del tercero en discordia, la hija del faraón Amneris, que no hace más que malmeter desencadenando el trágico desenlace final. Vistos los jetos y los cuerpos “turgentes” de los tres mendas, me planteo yo que esto sí que es un auténtico triángulo de amor bizarro y no el cagarro ese de banda que tanto gusta a algunos de mis amigos.  

Bueno, algo sí me gusto. Las coreografías del coro de despechugadas bamboleándose en torno a los sacrificados y al consejo sacerdotal, estuvieron bastante bien. Y la música, al cargo de quien en breve será nombrado nuevo director musical del teatro -el israelí Omer Wellber-, también. Pero poco más. En fin, que se le va a hacer, será cierto eso de que no está hecha la miel para la boca del asno.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Espectaculares Howlin' Rain


Para los que no les conozcáis, los Howlin’ Rain son la banda de Ethan Miller, otrora esencia de los tristemente desaparecidos Comets on Fire. Un quinteto asentado en la bella ciudad de San Francisco que ofrece una sugerente mezcla de hard rock con esencias sesenteras, blues, noise y sobretodo mucha psicodelia. Tanta que no cuesta ubicarles rondando entre las pintorescas calles del barrio de Haight, archiconocido lugar de nacimiento del movimiento hippie a finales de la década de los 60.   

Fascinado por el sonido retro de “Magnificient fiend” (2008), su segundo y magnífico disco, decidí poner en jaque mi delicado estado de salud por tal de verles en directo. Y la cosa bien mereció la pena. Pocas veces he visto a una banda sonar tan potente y a la vez tan bien sobre un escenario. Y es que la música de estos tipos engancha enlatada y no os digo nada en vivo, dónde se aprecia más si cabe el virtuosismo guitarrero de Miller, los fantásticos juegos vocales entre este último y Joel Robinow, y el maravilloso sonido del Hamond. O esas complejas composiciones, que podrían ser obra de cualquiera de los máximos exponentes de la historia del rock, desde el Dios Hendrix, hasta los Black Crowes, pasando por gentes como The Troggs o Jefferson Airplane. Otra cosa es su aspecto. Y no lo digo por su manera de vestir retro –o anticuada, para gustos los colores- y su evidente desaliño capilar, sino por sus innegables parecidos razonables, que nos hicieron esbozar más de una sonrisa durante la noche. Porque el tal Miller es la copia exacta de Salman Rushdie, mientras que sus chicos son los dobles de Robin Williams con melena, Rasputín y una curiosa mezcla entre Fernando León de Aranoa y Tim Burton en su juventud. [Creedme, la foto no les hace justicia]

El concierto discurrió rápido, sin que la banda nos diese un segundo de respiro, con guitarrazos, falsetes y wah-wahs a tutiplé. El repertorio se nutrió fundamentalmente del mencionado “Magnificient fiend”, si bien también tuvieron cabida hits de su álbum de debut, como la magnética “Death prayer in heaven’s orchad”, o los tres cortes incluidos en su reciente “Good Life EP” (2010), con mención especial para el que da nombre al mismo.

En fin, que disfruté como un enano. Lástima que el evento no cayera en fin de semana. Lástima que la cosa empezara tan tarde. Lástima el trancazo que llevaba encima...        

jueves, 16 de diciembre de 2010

Ibicus, de Pascal Rabaté

Fue en el marco de una conversación de almuerzo laboral, de esas en las que se abordan todo tipo de cuestiones y se arregla el mundo de un plumazo, cuando nos pusimos a hablar sobre la penúltima genialidad del binomio Benoit Delepine - Gustave Kervern. Me refiero a la divertidísima película “Louis–Michel”, dirigida en 2008 por este par de locos aunque se haya estrenado ahora en España, y cuyo visionado recomiendo. Intercambiando impresiones sobre la misma, salió a colación el nombre del historetista e ilustrador francés Pascal Rabaté, que forma parte de una de las escenas más divertidas del film. Para los que ya la hayáis visto, me estoy refiriendo al momentazo desayuno en el hotelito de Bruselas. Allí Louis y Michel, los protas, comenzarán a tirarse los trastos desde un extremo a otro del comedor –hablando de forma figurada, claro está-. La distancia entre ambos, que se habían posicionado en mesas alejadas, hará que el fuego cruzado pase sobre las cabezas de una familia de turistas con la que comparten hotel. Una familia cuyo pater está interpretado por el señor Rabaté y que se mantendrá impasible durante toda la escena, mientras va dando cuenta del desayuno, sin alzar la mirada ni por un momento.

El caso es que un amigo me preguntó si conocía a este autor y ante mi negativa, pasó a recomendármelo a través de uno de sus mejores tebeos, “Ibicus”, obra galardonada con el prestigioso premio “Alph-Art” al mejor libro del año en el Salón de Angulema, en enero del año 2000. No se trata de una obra original de Rabaté, sino más bien la libérrima adaptación de una historia de Alexei Tolstoi, el sobrinísimo del archiconocido autor de “Guerra y paz” o “Ana Karenina”. Una fábula sobre la condición humana protagonizada por un triste contable de San Petersburgo, Simeón Nevzorov, que decidirá perseguir sus sueños de gloria y fortuna a cualquier precio. En principio nuestro héroe carece de la voluntad y del coraje necesario para intentarlo, pero todo cambiará cuando un día, viniendo de visitar a sus padres, se tope con una vieja gitana que le revelará que ha nacido bajo el signo del Ibicus, “la calavera parlante”. La adivina le vaticinará que: “¡Cuando el mundo se hunda envuelto en fuego y sangre, cuando la guerra entre en las casas, cuando el hermano mate al hermano, tú te harás rico! ¡Vivirás aventuras extraordinarias, pues serás rico!”. Tal como predice la gitana, Rusia no tarda en arder en llamas –estamos en las postrimerías de la Revolución de 1917- , y Simeón se lanzará a aprovecharse, sin el menor remordimiento, de los terribles acontecimientos que sacuden su patria, con el único objetivo de acumular el máximo de riqueza material y de disfrutar a tope de todos los placeres terrenales.

Es así como este personaje iniciará su particular epopeya. Una especie de tragicomedia con final feliz (¿?), salpicada de peligros y que llevará a Simeón a ocupar diferentes roles: desde ser un reputado miembro de la nobleza rusa, hasta un contrabandista de cosas variadas, un espía, un chuloputas o el gerente de un negocio de apuestas. Sin embargo y pese a lo que pueda parecer, el personaje de Simeón no es para nada entrañable. Es difícil sentir empatía por él, un tipejo sin escrúpulos que no es capaz de mirar por nadie. Un personaje terrible a través del cual sufrimos una cruda inmersión en los rincones más negros del alma humana.

En fin, que el libro me ha gustado de la hostia y no sólo por la historia que cuenta, de la que os he hablado largo y tendido, sino también por como está dibujada y coloreada. Y es que Rabaté ha optado por un dibujo marcadamente expresionista, en un blanco y negro muy bello, que va fantástico con el tono general de la obra.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Finestres

Una de las cosas que más me gusta de mi oficina, es disponer de un enorme ventanal que ofrece unas bonitas vistas a la zona noble de la ciudad. Pero de un tiempo a esta parte ese “privilegio” se está viendo amenazado por la rápida construcción de un edificio de viviendas de lujo enfrente mismo. Justo en el momento en que en este país no se construye nada. ¡Tiene huevos la cosa!

Por otra parte, gracias a la evolución de esa obra, cada mañana cuando llego al curro presencio un extraño ritual que me tiene completamente fascinado. Se trata de una delicada operación de “transporte aéreo” del catre móvil para operarios que, debido a la velocidad con la que se está edificando, precisa ser movido a diario de una punta a otra. Y va en serio, ¡lo juro!. Ese cagadero pendiendo de una grúa, recortando su silueta contra el cielo azul (o rojizo o gris, según el día) y meciéndose al ritmo que le impone el viento, es una imagen muy bella. Como cuando Ricky Fitts, el vecino psicótico de “American Beauty”, graba la escenita de la bolsa de plástico dando vueltas en el aire.

Alguien debería incluir esta imagen en una película. En una especie de “Spanish beauty” en la que, pongamos por caso, Gabino Diego recogiese estas bellas imágenes con la cámara de su teléfono móvil, a modo de colofón. Un elemento al que se podría otorgar un carácter no sólo onírico, sino también soez. Por ejemplo, si el cagadero se abriera en pleno traslado y una lluvia de “petróleo” se desparramara sobre los andamios, llenando a los trabajadores de mierda hasta las cejas.

Ahora en serio. Todos los días rezo para que pase esto último y, a poder ser, antes del próximo día 22, el del Sorteo Extraordinario de Navidad. Lo digo por aquello que siempre se comenta de que pisar una mierda es un signo de fortuna, ergo que la mierda te “pise” a ti debe dar la hostia de suerte. Por lo menos yo prefiero que la suerte sonría a estos currelas, antes que a gentuza del tipo Carlos Fabra, sempiterno ganador del Sorteo. Aunque, que coño, para que engañarnos, mejor me lleno yo de mierda y me llevo el premio. 
 
...me da a mí que no hará falta. Este año me he hecho con el boleto ganador: 
 "In Fabra we trust"

martes, 14 de diciembre de 2010

Me llamo Aram


Recuerdo con alegría la primera vez que escuché el nombre armenio Aram. Fue gracias a Aram Khachaturian -en armenio Արամ Խաչատրյան que mola el doble- compositor soviético al que debo uno de los escasos momentos de placer que me ha procurado la música clásica hasta el momento. Fue gracias a un cedé adquirido de chiripa hace un huevo de tiempo, por recomendación de alguien (sinceramente no recuerdo quien). En el se incluían la “Suite nº 4 – Espartaco” y una deliciosa pieza creada por Khachaturian para la representación teatral de “Masquerade”, obra del poeta y dramaturgo ruso Mikhail Lermontov. Sin embargo no es a éste Aram a quien me quiero referir en esta entrada, sino a Aram Garoghlanian, alter ego del escritor armenio-americano William Saroyan y protagonista de su libro “Me llamo Aram”.

 

Y es que el joven Garoghlanian es el protagonista de los catorce relatos que integran esta fantástica compilación que, al igual que sucedió tras leerme “La comedia humana”, me ha dejado gran sabor de boca. Para la ocasión Saroyan recurre a la figura de este inocente chaval nacido y residente en Fresno (California) –como él mismo- a través del cual nos relatará una serie de anécdotas y/o experiencias más o menos autobiográficas, más o menos fabuladas, de las que se extraen importante lecciones vitales. Del mismo modo que en “La comedia humana”, con estas historias se nos muestran los modos de vida de los agricultores armenio-americanos establecidos en el Valle de San Joaquín. Sus problemas, sus recuerdos, la supervivencia de sus tradiciones ancestrales y el sempiterno tema del desarraigo del inmigrante, más aún en el seno de una comunidad tan castigada como la de los armenios.

 

El libro, escrito en 1940, consagraría a Saroyan como uno de los  grandes maestros de la narrativa norteamericana contemporánea y no es para menos. Con un estilo marcadamente realista, no por ello exento de lirismo, sus formas le asemejan muy mucho a otro autor referencia para un servidor y del cual os he hablado en otra ocasión: Sherwood Anderson.

Quien no se haya leído nada de Saroyan tiene una magnífica oportunidad de acercarse a su mundo a través de este libro. Un auténtico best seller internacional en su momento. Very good.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Otra vez Micah (with Tachenko)

Tercera, cuarta o quinta vez que veo al Micah P. en directo, la verdad es que ya ni me acuerdo. Aunque sí soy consciente de que en anteriores ocasiones salí más satisfecho. No me malentendáis, el concierto estuvo bastante guapo, el repertorio escogido cojonudo -básicamente los cortes de su último elepé, el magnífico “Micah P. Hinson & the Pioneers Saboteurs”- y los músicos de acompañamiento, el cuarteto zaragozano Tachenko, sonaron de la hostia. Pero tal vez a causa del hartazgo tras una extraña semanita salpicada de días festivos y plagada de excesos, o quizás por haberle visto hace relativamente poco y en su mejor versión, o simplemente porque la cosa se celebró en domingo (de resaca), el peor día de la semana para conciertear, en fin, fuese por lo que fuese la cosa no acabó de rular. Y eso que Micah estuvo sorprendentemente comedido, no abusando de sus particulares monólogos en los que narra sus desventuras como si se tratara de una screwball comedy protagonizada por Cary Grant  y no las catastróficas desdichas que han trufado su todavía corta existencia. Eso sí, debería replantearse el papel de su enamoradísima esposa, que ha pasado de ser mera acompañante en las giras a un miembro más de la banda, ¡y eso en menos de un año! No pasaría nada si su aportación otorgara un valor añadido a la música del de Abilene, pero no es así, la señora se limita  a tocar uno o dos acordes al órgano, en el mejor de los casos, o a corear o más bien susurrar los estribillos. En fin… que si vuelve a tocar por estas tierras, allí que me plantaré, pero preferiría que su señora se quedara en casa. Y no estaría mal que tardase un poquito en volver, ¡y viernes o sábado!, para cogerlo con más ganas.

Como nota curiosa diré que coincidimos con Micah, la esposa y los Tachenko en un bareto próximo a la Sala de conciertos. Espalda con espalda y viendo el Barça – Real Sociedad. De este curioso encuentro he sacado tres conclusiones. La primera que el Micah es del Barça (¡algo malo debía tener! Ja ja ja), ya que celebró efusivamente el golazo de Andrés Iniesta (creo que suponía el 2-0 a favor de los culés). La segunda es que los Tachenko hablan inglés como el culo. Vamos que hasta servidor se sorprendió de lo macarrónico de su uso. Se lo diré a mi profe de inglés. Que vea que no soy el único que por estos lares se caga en la gramática de Shakespeare.  Y tres, que el bareto en cuestión tiene un magnetismo brutal con las celebrities. Especialmente con las pertenecieres al gremio musical. Sí amigos, es el mismo en el cual mi amigo Ivanrojo y un servidor coincidieron con Nachete (Vegas) y con Joe “Barrilete Cósmico” Crepúsculo. Y os aseguro que el sitio no tiene ningún encanto especial ni es lugar de encuentro habitual para faranduleros. Se trata de un cuchitril tirando a cutre pero bastante barato, repleto de carajilleros con boina, forofos futboleros y algún que otro mascachapas extraviado. Se ve que eso atrae a estas gentes de mal vivir.

Agur maes!!!      

domingo, 12 de diciembre de 2010

Fabreken Pis


Continuando con mí cháchara sobre aeropuertos y otras malas hierbas, hoy le toca el turno al necesarísimo Aeroport de Castelló y a su bienamado benefactor, el eterno Presidente de la Diputación Provincial de Castellón, Don Carlos Fabra Carreras (Don Carlo Fabrizio para los amigos). Y es que lo de este tipejo ya es de traca. ¡Su megalomanía no conoce límites!  

No contento con impulsar la creación de un aeropuerto totalmente innecesario para mayor gloria de su persona, ahora resulta que varios estómagos agradecidos pretenden homenajearle con una enorme escultura en cobre de 24 metros de alto por 18 de diámetro, que estará situada en la rotonda de acceso a la terminal. Y es que lo que no consiga este tío… Al más puro estilo Niyázov, fallecido dictador de Turkmenistán, el acceso al recinto estará decorado por esta monumental estatua obra de Juan García Ripollés, escultor oficial y pintor de cámara del virrey de Castellón. ¿Y la bromita cuanto les va a costar a los castellonenses? Pues sobre los 300.000 eurazos de , que ya se sabe, “els diners i els collons són pa’ les ocasions”, ¿y que mejor ocasión que un merecido homenaje al “padre de todos los castellonenses”?   

Por cierto que, ya puestos, el Beato Ripo podría inspirarse en la figurita del Manneken Pis y representar a Fabra sacándose la pitorra y meándonos encima a todos. Al fin y al cabo es lo que hace normalmente i no passa res… ¡y la justicia dando palmas! En fin, no sé que habrán hecho mis primos del norte para padecer este dolor, pero se lo deberían de hacer mirar.

Tan sólo espero que este año no le vuelva a tocar la Lotería al menda. ¿Será mucho esperar? 

sábado, 11 de diciembre de 2010

¡Pintor!

Pintores los hay de muchos tipos. Algunos utilizan lienzos y/o tablas, otros se lo curran haciendo frescos e incluso los hay quienes prefieren decorar otro tipo de superficies. Unos se definen como artistas y otros como meros artesanos, aunque a pocos se les considera artistas y la mayoría no pasan de ser aficionadillos -¡o pintores de brocha gorda!-. Pero de lo que no cabe duda es que existen unos pocos –¡muy pocos!- cuya valía les lleva a alcanzar un reconocimiento tal que trasciende cualquier estimación subjetiva en contra. Ese el caso de Rodrigo Celestino, protagonista de ¡Pintor!, un antiguo profesional de la pintura de interiores que conocerá el éxito artístico tras la jubilación. Y todo gracias a sus particulares murales pintados en techos de cuartos de baño. Un trabajador humilde y desconocido que terminará por convertirse en algo parecido a un artista de culto.        

Como ya nos hicimos eco en este blog, “¡Pintor!” es el último tebeo firmado por Esteban Hernández, ciudadrealeño de nacimiento, valenciano de adopción, amiguete de un servidor, buen historetista, gran ilustrador y mejor persona. Un álbum que ya está a la venta, para suerte de todos. Y es que la espera ha sido larga desde que, a comienzos de este año, su obra fuese galardonada con el Premio Internacional de Novela Gráfica Fnac-Sins Entido, en su cuarta edición.

Fiel a su peculiar estilo, esta novela gráfica no defraudará ni a sus fieles seguidores (entre los que me incluyo) ni a todos aquellos nuevos lectores que se acerquen por primera vez al personalísimo universo Hernández. Brillantemente ilustrada, ¡Pintor! es una mezcla de novela de aventuras, comedia y drama que creo puede gustar a todo tipo de público. Muy recomendable…y por sólo 19 mauros!!! Así que no hay excusa, un regalo perfecto para las fechas que se acercan.

Ahhh… y no se olviden de revisar el techo de sus baños y aseos. Podrían llevarse alguna sorpresa.

“¡Pintor!” está editada por Sins Entido.

martes, 7 de diciembre de 2010

Épico Zardoz


Vaya de entrada que ni soy incondicional de la obra de John Boorman ni de la de Sean Connery, director y actor principal de esta cagada de película titulada “Zardoz” (1973). ¡Pero hostias, que estos tíos daban para algo más! Que si observáis la filmografía del realizador británico, podéis encontrar en ella algunas cositas interesantes como “La selva esmeralda” (1985), “Excalibur” (1981) “Defensa” (1972) o “A quemarropa” (1967). ¿Y del abuelote escocés que decir? ¡Si venía de rodar a las ordenes de Sydney Lumet “La ofensa” (1972) y “Supergolpe en Manhattan”(1971)! Eso por no hablar de que, un par de años después, protagonizaría una obrita maestra del séptimo arte titulada “El hombre que pudo reinar” (John Huston - 1975). ¿Qué coño pasó en esas cabezas?

Porque mira que es ridícula “Zardoz”. ¡Y mala de pelotas! No hay más. Patética, envejecida y chusca en grado sumo, hasta el punto de producir vergüenza ajena y eso que no conozco a estos dos mendas de nada…¡A Dios gracias!. Sobre todo cada vez que aparece Sean Connery en calzoncillos rojos, ataviado con bigote de nibelungo, cola caballuna y un pecho-lobo digno de película de Ozores...

La historia, que pretende ser epatante y es risible hasta decir basta, se sitúa en un futuro más o menos lejano, cuando la Tierra está poblada por dos castas que no se mezclan entre sí: la de los Inmortales y la de los Brutales (¡¡¡No se vale reírse!!!). Estos viven o malviven –según- en condiciones de vida totalmente diferentes. Los primeros son los privilegiados, quienes cortan la pana en ese mundo. Habitan en un rincón maravilloso del planeta, no envejecen y han conseguido vencer a la muerte. Frente a estos, los mencionados Brutales sobreviven en condiciones precarias, sujetos a privaciones, en un mundo corrompido y desolador. Además están sometidos de facto a esa casta de Inmortales, que los esclaviza a través del culto a Zardoz, el Dios al que veneran (¡Siempre la puta religión!). El caso es que, no se sabe muy bien ni como ni porqué, aunque tampoco importa, el tal Zardoz elegirá de entre los Brutales a un hombrecillo llamado Zed –Sean Connery para los amigos- para provocar un conflicto entre castas. En concreto su misión consiste en invadir y destruir el Vortex, el maravilloso rincón poblado por los Inmortales y que vendría a ser una suerte de Arcadia perdida de Hacendado. Como veréis, un guión digno del peor imitador de A.C. Clarke.

Pero es que encima, el amigo Boorman pretende darle a su obra un tono de reflexión filosófica que echa pa’tras. Son constantes las divagaciones en torno a los males de la inmortalidad, las bondades del conocimiento, la necesidad del sexo y otras paridas surgidas de la mente de un enfermo con las que dan ganas de gomitar (así, con G, que es como vomitar pero a lo bestia). Eso sí, todo ello sesudísimo, hoyga... Y todo impregnado de un erotismo de pacotilla, con profusión de mamellas y culamen  en un entorno claramente hippiesco… De pasmo, como diría uno que yo me sé. Vamos, que me imagino yo al Boorman éste el día de la premiere al lado de los directivos de la 20th -¡que no sabrían ni donde meterse!- y preguntándoles como en el chiste: “señores, ¿Qué les ha parecido la ejecución?”. A lo que estos responderían aquello de “hombre, la ejecución igual es un poquito fuerte, pero de un par de hostias no te libra ni el Dios Zardoz”.  

Es evidente que me ha encantado.
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Dedicada a M.     …with love!!!

jueves, 2 de diciembre de 2010

Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline

Me he leído ahora, por primera vez en mi vida (¡a la vejez viruelas!), la extraordinaria aventura de Ferdinand Bardamu, protagonista de “Viaje al fin de la noche” de Louis-Ferdinand Céline. ¡Qué barbaridad de libro! Cuánta acidez y mala leche condensada en tan poco espacio. ¡Vaya nihilista éste Bardamu! Alter ego de Céline, ya que a nadie se le escapa que ésta, como la mayoría de las obras del controvertido escritor francés, tiene mucho de autobiográfico. Publicada en 1932, la novela sitúo a Céline en una posición de privilegio dentro de las letras francesas. Posición que vio peligrar por una serie de condicionantes extra-literarios –básicamente su antisemitismo y sus simpatías filonazis- que casi consiguieron que autor y obra fuesen borrados del mapa. Llegó incluso a exiliarse en Dinamarca para evitar una condena a muerte decretada por los tribunales franceses, por delito de colaboracionismo. En fin, lo que me interesa es el libro, the song not the singer.

Comienza la historia cuando su protagonista, el mencionado Bardamu, se enrola en el ejército francés. Al poco tiempo acabará asqueado de trincheras, por lo que decidirá desertar haciéndose pasar por loco. Éste primer episodio de la historia de Bardamu es, sin duda alguna, uno de los mejores. Mezcla de lo absurdo y lo real, no hace sino denunciar la brutalidad de una guerra (en el fondo, de cualquier guerra). Una vez finalizada la Primera Guerra Mundial y tras un fugaz noviazgo con una cooperante estadounidense y un extraño affaire con una mujer de vida alegre, decidirá marchar a colonias. Para ello tomará un barco repleto de militares retirados que a punto estarán de matarlo. Una vez en África comenzará otro de los pasajes más brillantes de esta novela. Muy crítico con el papel de Francia en sus colonias, describiéndolas de forma brutal como un paraíso de corruptos y racistas que practican un sistema basado en la explotación salvaje de los indígenas. Al final conseguirá escapar de esa situación, de una forma ciertamente extraña con la Iglesia y del ejército español implicado en ello, hasta los Estados Unidos de América. Allí conseguirá vivir durante un tiempo, primero en Nueva York y después en Detroit, donde trabará amistad y algo más con una prostituta que acabará enamorándose de él. Sin embargo y a pesar que su vida por primera vez parece encauzarse, decide volver a París, terminar sus estudios en Medicina y malvivir con la práctica médica. Si en el periodo norteamericano Céline nos muestra como son los inicios de una sociedad que va a más, en su vuelta a los suburbios de París vemos reflejado lo contrario. Una decadencia y una decrepitud que asquea a Bardamu aka Céline hasta límites inconfesables. De aquí hasta el final la acción no saldrá ya de Francia. Y paralelamente a la vida del protagonista veremos la caída en los infiernos de su amigo León Robinson, presente en todos y cada uno de los episodios del libro y con cuyo asesinato finalizará este “Viaje al fin de la noche”.  

Con todo y pese a que la historia reviste un indudable interés, lo más destacado del libro, al menos lo que más me ha llamado la atención, es la forma como esta escrito. Por lo actual que nos suena todo. Empleando una prosa amarga y desesperanzada, con un ritmo altamente intenso y, sobretodo, usando un lenguaje descarnado, grosero y muy jergal, de rabiosísima actualidad, que escandalizó a propios y extraños y que supuso una innovación literaria nunca vista. Lo dicho, que me ha encantado el librico. Y esa visión mordaz de un mundo repleto de miserables, me ha cautivado. Repetiré con Céline, no os quepa duda.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Tiran más dos tetas…

Ya era hora de que el New England Journal of Medicine, la revista referente en investigación y economía médica, publicase un estudio medianamente interesante. Estos científicos locos, siempre tan preocupados en investigar sobre chorradas que no interesan a nadie –curar el cáncer y ese tipo de cuestiones, ya me entendéis-, por fin, después de tropecientosmil tediosos artículos, nos ofrecen uno como Dios manda que viene a concluir lo siguiente: “Los hombres que miran cada día las tetas de una mujer pueden vivir hasta 5 años más”. ¡Pos claro coño! Eso si que es ciencia y lo demás son tonterías!!!

No va de broma. El estudio es obra de la doctora Karen Weatherby, gerontóloga alemana especialista en estas cuestiones, quien concluye que “basta con diez minutos al día para notar este efecto”. Al menos eso es lo que se desprende de las pruebas realizadas durante casi siete años en varios hospitales de Francfort. La cosa fue más o menos tal que así: Se hizo un seguimiento a cuatrocientos hombres que fueron monitorizados durante esos años. A doscientos de ellos se los puso delante de un buen par de tetas durante diez minutos al día, mientras que a los otros doscientos se los dispuso de cara a la pared. Al finalizar las sesiones, se pudo comprobar como los afortunados observadores del pechamen femenino tenían mejor presión arterial y menor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares ya que, según explica, “la excitación sexual hace que el corazón bombeé más y aumenta la circulación de la sangre“. Además los resultados indican que con este delicioso ejercicio se reduce a la mitad el riesgo de sufrir un ataque al corazón”. Por lo que la doctora termina recomendando esta práctica, especialmente los mayores de 40 años, ya que esta actividad equivale a treinta minutos diarios de ejercicio en el gimnasio… ¿y quien quiere correr cuando puede estar mirando tetas? Así que ya lo saben señoras/señoritas, ¡colaboren con la ciencia! Ja ja ja Todo es por una buena causa.

Lo que no comenta el estudio es sí esos beneficios en el sistema cardiovascular serían mayores si además de mirar, se llegan a tocar las susodichas mamellas. Cuestión esta que, sin duda alguna, formará parte del nuevo estudio de la doctora.

Ahora en serio… ya sé que la investigación científica –y especialmente la biomédica- debe ser potenciada por las administraciones. Pero hombre, lo que no pué ser es que se dediquen a financiar tontás como esta. Por qué no es un caso puntual, no... fijaos en los estudios e investigaciones galardonados anualmente con el Premio Ig Nobel. Sin ir más lejos, este 2010 se ha premiado a unos tipos que consagran su vida a perfeccionar un método para recoger mocos de ballena mediante un helicóptero de radio control (wtf???), o a otros que han descubierto que los síntomas del asma pueden ser tratados con una vuelta en una Montaña Rusa (guaaaaauuuu!!!), o mi favorito de todos ellos, el premio de Biología otorgado a unos científicos chinos e ingleses que documentaron científicamente la felación en los murciélagos de la fruta. ¿Y cómo coño se documenta eso “científicamente”? En fin, como observareis, todo es superinteresante y profundamente revelador… ¡manda webs!

Ah! Esperad, esperad… comentan los organizadores que con esos premios se honra a lo imaginativo y se estimula el interés del público en la ciencia, medicina y tecnología... ¿estáis de coña tíos? Por lo menos el de las mamellas tenía aplicaciones interesantes.  
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