lunes, 28 de febrero de 2011

Joder con los del Marca

A los del Marca les pasa como a Mariano Rajoy, que alguien les dijo alguna vez que eran la hostia de graciosos y los muy tontos se lo creyeron. ¡Y ahora nos toca sufrirlos!
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Para los que no lo sepáis, el actual propietario del Racing de Santander, Ali Sayed, es de la India.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Cagarse en Ros


"Cagarse en tos", "cagarse en ros", "cagarse en sos"... variaciones sobre una misma cosa, "cagarse en todo", que pueden escucharse en cualquier calle de España. Sin embargo nunca he sabido exactamente que significa esta expresión, que puede ser utilizada en diferentes contextos y con variadas finalidades. Al menos en Costa Rica, país que tuve el placer de conocer hace un par de años, lo tienen más claro. “Me cagaron todo”, repiten los ticos para decir que los regañaron, reprendieron o llamaron la atención.

No hace mucho tiempo y gracias al Facebook de Mauro Entrialgo -y a este honorable soldado franco-español fallecido en agosto de 1944- he sabido de una puñetera vez que significa “cagarse en Ros”.  

lunes, 21 de febrero de 2011

Invisible, de Paul Auster

Hace ya demasiado tiempo y gracias a la biblioteca pública de mi pueblo, conocí a un magnífico fabulador llamado Paul Auster. Fue gracias a “La música del azar” al que siguieron “Leviatán”, “Ciudad de cristal”, “Fantasmas”… y así hasta agotar todos los títulos incluidos en el catálogo municipal. Desde ese momento le declaré amor eterno a este maestro del azar y la contingencia, y el me lo devolvió concediéndome numerosas horas de disfrute devorando sus libros. Pero llegó un momento en que esa llama se apagó. El mal sabor de boca que me dejó “Viajes por el Scriptorium”, una obra menor que parece escrita casi con desgana, en la que da la impresión que se cuenten cosas tan sólo porque hay que contar algo, me hicieron distanciarme del de Newark, prestando escaso interés a sus obras posteriores.

Pues bien, aprovechando que por mi estantería rondaba un ejemplar de una de sus últimas novelas que alguien tuvo a bien en regalarme, que no tenía nada mejor para leer en esos momentos, y que la obra en cuestión, “Invisible”, venía precedida de muy buenas críticas, me decidí a darle una nueva oportunidad. Y a Dios gracias que lo hice. ¡Que barbaridad de libro! Un relato melancólico y preciosista en el cual me he reencontrado con el mejor Paul Auster. Nuevamente una historia dentro de otra, como marcan los cánones del austerianismo. Una narración aparentemente sencilla pasada por el filtro de diferentes géneros literarios, modulada desde distintos puntos de vista y con el uso de diferentes tiempos verbales, todo ello también marca de la casa. A la fin y a la postre una clase magistral de escritura para jóvenes aspirantes… y para veteranos lectores negados en el arte de juntar palabras!!!

La historia de “Invisible” comienza a finales de los años 60 y tiene como protagonista a Adam Walker, joven poeta en ciernes, estudiante de literatura en la Universidad de Columbia, apuesto, educado, implicado políticamente y sobretodo ávido de vida y aventuras. El encuentro con una pareja de enigmáticos franceses desencadenará un tremendo suceso que le marcará de por vida. Ya en sus últimos días de vida, aquejado de una terrible enfermedad, decidirá poner en negro sobre blanco la historia de su vida, con especial énfasis en explicar como aquel incidente le marcará de forma irremediable. Para ello recurrirá a un viejo compañero de estudios con quien había roto todo tipo de contacto varias décadas antes y que ahora es un reputado escritor. 

Con esta novela Auster nos vuelve a sumergir en sus lugares favoritos, Nueva York y sus enormes avenidas, París y sus bucólicos cafés… y nos vuelve a dejar claras cuales son sus influencias/obsesiones/referencias literarias: los poetas clásicos, la épica de Melville, los cuentos de Hawthorne, los novelistas franceses (Flaubert, Stendhal…)… Además de incluir un curioso guiño al escritor español Enrique Vila-Matas.

Un reencuentro maravilloso e inesperado.  

martes, 15 de febrero de 2011

Guardianes de la intimidad


Hablar de Dave Eggers es hablar de McSweeney’s, la fantástica revista/editorial gracias a la cual conocemos algunas de las perlas que la literatura norteamericana nos ha regalado durante los últimos 10 años. Creada con la intención de publicar cuentos que habían sido rechazados repetidamente por otras revistas, gracias a la labor de Eggers hemos podido acceder a autores como George Saunders, Jim Shepard o Jonathan Lethem. Aunque por encima de todos ellos está él mismo y su obra, en la cual yo me he introducido por primera vez. Ha sido a través de “Guardianes de la intimidad”, una deliciosa compilación de relatos muy en la línea de lo que hoy día entendemos por literatura experimental. Una serie de historias repletas de personajes errantes que luchan por encontrar el sentido de la vida, una madero al que asirse que les evite ser arrastrados por la corriente. Sobra decir que eso no es siempre posible y mucho menos en el mundo literario de Eggers, donde abundan los posos de amargura. Real como la vida misma.   

Me habían hablado de Dave Eggers como una de las voces más interesantes de la nueva creación literaria norteamericana y la verdad es que a mí también me lo ha parecido. Le seguiré la pista.

domingo, 13 de febrero de 2011

Éxtasis con BOH

El pasado miércoles y haciendo de tripas corazón, acudí hasta Barcelona para presenciar una genialidad. Una de esas cosas que cuando te pasan te alegran el día, la semana, el mes e incluso la vida. Una actuación memorable al cargo de una banda (de caballos) en auténtico estado de gracia. Y es que ni en el mejor de mis sueños podía imaginarme cuan bella iba a ser una velada en compañía de los Band of Horses.

Cierto es que los de Seattle, de un tiempo para acá, son una de mis bandas de referencia y que su último disco me parece sublime - en mi lista de lo mejor del 2010 lo posicioné en segundo lugar-. Incluyendo un cancionero que no tiene desperdicio, con una mención muy especial a la, para mí, mejor canción del pasado 2010: “Laredo”. Eso no quita para que tuviera ciertas reservas sobre su directo. En primer lugar porque me parecen tan buenos enlatados, que existía la posibilidad de que no dieran ese nivel sobre las tablas. Sobre todo por las consabidas limitaciones de Ben Bridwell. Un tipo con una voz maravillosa, cierto, pero con evidentes dificultades para llegar hasta los registros más altos. Lo cual podría haber jugado en su contra en un directo que habría de durar, cuando menos, una hora. Y en último lugar por una cuestión de índole personal, ya que no estoy en mi mejor momento y temía no entrar en el rollo conciertero y disfrutar de ello como es debido. Pero nada de nada. Fue ingresar en la sala Apolo - un recinto precioso al que volveré cuantas veces sea menester- y disiparse todas las dudas.

Y eso que llegamos tarde, por lo que nos perdimos casi todo el show de los australianos Mike Noga & The Gentlemen Of Fortune, el proyecto paralelo de Gareth Liddiard, líder de los fantásticos The Drones, quienes actuaron como teloneros para la ocasión. Aunque también he de decir que, a expensas de que más adelante le dé una oportunidad al disco, lo poco que pude ver/oír tampoco me sedujo demasiado. Correctito, sin más y a modo de tapa mientras esperamos al plato principal: los cinco magníficos de Seattle, oseasé, Mr. Ben Bridwell, Mr. Bill Reynolds, Mr. Ryan Moore, Mr. Creighton Barrett y Mr. Tyler Ramsey. Por cierto que en el marco de esa breve espera conocí al gran Txarls, comentarista habitual de este espacio y responsable de la bitácora “Music is my Girlfriend”, imprescindible para cualquier melómano que se precie (¡se ponga como se ponga la Ministra González-Sinde!). De hecho podéis leer aquí su crítica del concierto, mucho más trabajada que esta. Tan solo incidiré en lo memorable de la ocasión, en lo mágico del encuentro musical y destacaré el derroche de facultades, tablas, saber hacer, genialidad, entrega y preciosismo de la propuesta… 

No sé tíos, quizás hay que dejarlo reposar un poquito más, pero me parece que fue el mejor concierto al que he acudido en mi vida, repleto de momentazos que de tan sólo recordarlos se me pone la piel de gallina. Me voy a quedar con tres, con ello corto y cierro. En primer lugar, la despedida y cierre de los bises con el barbudo vocalista abrazándose al público mientras cantaba “Is there a ghost” (una de los mejores cortes de su segundo e infravalorado álbum). También la inesperada y extraordinaria interpretación de “No one's gonna love you”, también del “Cease to begin”,  con la que reconozco, eché alguna lagrimita. Y por encima de todo, la simbiosis alcanzada entre público y banda cuando se arrancaron con “Funeral”. Pelos como escarpias, ¡lo juro! Y la gente respetuosísima, que así da gusto. ¡Más que mágico, feérico! Extraordinario. 

Iba a poner un par de pegas al concierto, ¡que todo no va a ser bueno, xé! Guardan relación con el setlist, que a continuación paso a relacionar, en el cual no aparecen hits como “Dilly” y muy especialmente “On my way back home”… ¡¡¡Pero que más dará renegón!!! Si fue una puta pasada. Ahí va això:

"Trudy (For Annabelle)"
"NW Apt",
"Island of the coast"
"The great Salt Lake"
"Bats"
"Cigarrettes, wedding bands"
"Blue beard"
"Complimets"
"Marry song"
"Older"
"Factory"
"The first song"
"Monsters"
"The general specific"
"Laredo"
"No one's gonna love you"
"Ode to LRC"
“Wicked Gil”
 “Funeral”
"Part one"
"Weed party"
"Is there a ghost?"

Por cierto, are you ready for a Funeral?

Ah! Una cosa que no he dicho, es que el juego de imágenes que utilizaron era bellísimo. Y además muy sentido para un servidor, gracias a esos bonitos recuerdos que atesoro de cuando viajé por los alrededores del Mono Lake,  atravesando bucólicas poblaciones como Lee Vining. ¿Cómo olvidarlo?  

lunes, 7 de febrero de 2011

Sobre querer tener al menos tres paredes levantadas antes de que ella llegue a casa

"Él está construyendo una casita en el jardín trasero para cuando el bebé sea lo bastante mayor para usarla de fuerte o club o escondite y quiere tener tres paredes levantadas antes que su esposa llegue a casa. Su mujer está en casa de su madre porque esta ha resbalado en el hielo –durante una fiesta de temática navideña- y necesita ayuda con los preparativos de la fiesta de vacaciones, planeada antes del accidente. Nieva ligeramente y el aire está tan frío que se ve. Está trabajando en la casita con un taladro nuevo que se ha comprado ese mismo día. Es un taladro portátil y le maravilla su eficiencia. Quiere demostrarle algo a su mujer, porque no construye cosas así a menudo y cuando sale en moto o juega al rugby es cosa de hombres. Su mujer quedó impresionada al verle montar el telescopio, un regalo de cumpleaños, en dos horas cuando el manual indicaba que tardaría cuatro. De modo que, cuando ella se ha marchado a pasar el día fuera y visto que el aire está gris y denso y la nieve cae como ceniza, trabaja rápido intentando asentar los cimientos. Una vez a concluido los cimientos, decide que para impresionarla –y quiere impresionarla de algún modo todos los días y quiere querer impresionarla siempre- necesitará levantar al menos tres paredes antes de que regrese a casa."

Maravilloso cuento de Dave Eggers. 

domingo, 6 de febrero de 2011

Mi transistor


Le tengo mucho cariño a mi transistor. Y es que desde que era un crío he convivido con el mágico sonido de estos aparatitos, siempre presentes en mi hogar familiar. Es por ello que cuando decidí emanciparme, lo primero que hice es adquirir uno bastante apañado, concretamente un Sony no muy caro pero tampoco el más barato del mercado. Y desde entonces hasta ahora, casi una década después, porque aún continúa conmigo, cuando tengo necesidad de acompañamiento radiofónico ahí está el tío para prestar el servicio. Vale, es cierto que los años no pasan en balde para nadie y mucho menos para los aparatos electrónicos, pero es que le tengo mucho cariño a mi transistor y aunque me haga jugarretas de tanto en tanto prefiero no deshacerme de él hasta que deje de funcionar por completo. Aunque cada vez falla más y una de las últimas aportaciones al catálogo de errores consiste en cambiarme el dial. Vamos, que está un servidor duchándose o cagando tan contento mientras escucha a los de la SER y de golpe a repente se atraganta con los tertulianos de cualquier programucha de Onda Cero. Esto es lo que me pasó hace unas semanas y en pleno debate por la Ley Antitabaco, cuando mi amigo el transistor me introdujo en una tragicómica discusión acerca de las maldades de prohibir fumar en lugares públicos.

En la tertulia había una serie de personas argumentando (sure?) en un sentido u otro. Un tal Enric Juliana se dedica a aportar estadísticas sobre enfermedades provocadas por el tabaco a fumadores activos y pasivos, los costes que ello supone a la Seguridad Social e incluso hace un ejercicio de derecho comparado, contando las experiencias de otros países con legislaciones similares a la nuestra. Frente a ello el ubicuo periodista Ignacio Camacho (cada vez que enchufo la tele me lo encuentro pontificando en algún canal) se dedicó a cuestionar el argumento del ahorro en costes para la Seguridad Social, estableciendo que la experiencia inglesa demuestra que lo que se ahorran por no atender dolencias relacionadas con el tabaco, se gasta luego debido a que la gente vive más años. Una postura tan respetable como absurda. Aunque nada que ver con lo que aconteció después. La aparión  cual ciclón caribeño, del liberalísimo Carlos Rodríguez Braun, aka “a pesar del Gobierno”. El argumento del catedrático bonaerense es de traca. Criticar la ley por liberticida, tildándola de pantomima al cargo de un estado intervencionista en las libertades de las personas, para después recurrir (¡como no!) al principio de Godwin: “decir que la ley es buena porque reduce determinado tipo de enfermedades es como si me dices que los campos de concentración nazis eran buenos porque reducían la obesidad en la población judía”. Como diría Jesulín, “en dos palabras, im – pezionante”. O como dijo algún iluminado, si cada español (aún siendo nacido en ultramar) hablara de lo que sabe y sólo de lo que sabe, se haría un gran silencio nacional que podríamos aprovechar para estudiar.

En fin que es por ratos como éste por lo que adoro a mi transistor.  
I luv’ you Sony!

sábado, 5 de febrero de 2011

On Chesil Beach

Hoy es uno de los días más tristes de mi vida. A veces uno se cree que tiene los tempos más o menos controlados y, ¡¡¡ohhh!!!, ¡sorpresa!, aparece  un caprichoso imprevisto que lo echa todo a perder. Porque aunque cueste creer, hay personas inteligentes que a veces prefieren dejarse arrastrar por las teorías de charlatanes como Jorge Bucay, un tipo consagrado al auto bombo y a la venta de sus libros mientras que su vida se contradice con lo que predica, que a la puta vida real, o mejor dicho, a lo que el día a día les demuestra. No es lo mismo teorizar que practicar, que diría don Cecilio, emérito maestro de mi colegio. Es mucho más sencillo dejarse llevar por ensoñaciones, fantasías o promesas indefinidas que apacigüen nuestras ansias de adquirir la Luna que atender a lo real, a aquello que está en nuestra mano. Pero siempre existirá un vendedor ambulante de calcetines, agente de seguros, taxista, payaso profesional o animador de fiestas infantiles metido a psicoterapeuta de parejas y adultos para vendernos la moto. Y lo que es peor, siempre existirá un público ávido de comprar. Algunos soñamos con un mundo en el cual este tipo de palabreros paguen por todo el daño que han causado, pero como eso parece imposible, tan sólo nos queda la esperanza de que sea cierta la profecía maya y todo se vaya a tomar por culo en 2012. Eso sí, yo acepto morir, pero exijo que los hijos de puta vendehumo y destrozavidas como el tal Bucay sufran… y mucho!!!

En fin, lo dejo aquí que es muy tarde y quiero dormir. Porque mientras este bocachancla sigue llenándose la butxaca con sus conferencias de docencia terapéutica y sus libros de mierda, otros preferimos leer literatura de verdad. Fabulaciones sin mayor pretensión que entretener, que no tienen nada que ver con engañar ni vender falsas expectativas a la gente. Vale sí, también pretenden hacernos reflexionar, pero desde la honestidad, sin mentiras, sin pontificar, ¡allá cada no con las analogías que esté dispuesto a hacer! Es por ello que me gusta leer autores como el británico Ian McEwan, cuya maravillosa novela “Chesil Beach” me ha dado vidilla durante las tres últimas tardes. Una historia protagonizada por personajes y situada en localizaciones totalmente inventadas, como honradamente manifiesta su autor al final, mal que le pese a aquellos que les guste leer en clave Bucay…

Lo cierto es que pretendía escribir sobre esta obra, pero no lo voy a hacer. Y no porque esté cabreado con el mundo (que también), sino por haber encontrado una crítica insuperable escrita por Eduardo Mendoza en 2008 para El País, titulada “Ian McEwan en Chesil Beach”. Ahí ava eso:

“La aparición de Chesil Beach, la última, breve y excelente novela de Ian McEwan, coincide con la exhibición de la película Expiación, traslación fiel y algo afectada de la gran novela épica del mismo autor. Empiezo mencionando esta circunstancia, porque no es casual que coincidan dos obras de calibre tan distinto. A la sinfonía heroica le acompaña una pieza de cámara -un símil derivado de la profesión de la protagonista de Chesil Beach- escrita con el convencimiento de que la envergadura de Expiación permitirá apreciar la justa dimensión de Chesil Beach. Lo que no significa que sin conocer la obra de Ian McEwan no se pueda leer Chesil Beach con gusto y provecho, sino que Ian McEwan no habría podido escribir Chesil Beach sin la existencia de la obra anterior, sin la certeza de haber demostrado la capacidad de afrontar con éxito empresas colosales, de que ningún matiz será pasado por alto y ninguna renuncia atribuida a desidia o insolvencia. De lo que se sigue que Ian McEwan ha actuado con gran libertad a la hora de construir una historia que bordea lo nimio.

Sería bueno leer Chesil Beach sin conocer la anécdota argumental, pero esto es casi imposible; es el reverso de la libertad a la que me acabo de referir. Digamos, pues, que narra paso a paso la noche de bodas de Edward y Florence y su desenlace en 1962, en una Inglaterra culta, timorata y provinciana, cohibida por la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas, y previa a la transformación sobrevenida a finales de los sesenta. El término "noche de bodas" es un anacronismo apropiado, porque hablar de "primer encuentro sexual" sería impreciso. El rotundo fracaso de los protagonistas se debe, entre otras causas, a un contexto institucional y ceremonial que no coincide con la predisposición de los actores ni constituye el marco propicio para un acto que, con temores y torpezas, tal vez no habría resultado tan forzado y desastroso si se hubiera realizado de una manera espontánea, en un momento de arrebato no planificado. ¿La novela es, pues, un alegato contra la opresión de una sociedad que todo lo quiere controlar y donde los factores morales, económicos y de clase invaden el territorio de la intimidad? Algo hay de eso, aunque, de ser así, el suceso resultaría un tanto excesivo. Es cierto que la sumisión ancestral de la mujer la conducía al lecho conyugal como víctima al matadero, pero por lo general esta anomalía se solventaba con facilidad, o hace tiempo que se habría extinguido la raza humana. En Chesil Beach la insuperable aversión de Florence al sexo roza la psicopatía. Y tanto si el diagnóstico es exacto como si no, cuando un personaje se comporta de un modo tan insólito, pueden exigirse a su creador más explicaciones que las que da McEwan. Nada indica que nos encontremos ante un caso clínico en los capítulos intercalados a modo de contrapunto de la noche fatídica y en los que la trayectoria vital de los dos protagonistas nos es relatada de un modo sucinto pero completo. Si bien algunos elementos, apenas esbozados, podrían esclarecer la peculiaridad de los personajes. ¿Hasta qué punto la adaptación de Edward al mundo irreal de una madre perturbada ha condicionado su capacidad de relacionarse con las mujeres? ¿Oculta algo, real o imaginario, el recuerdo fugaz de las excursiones en barco de Florence y su padre? Ian McEwan prefiere dejar sin respuesta preguntas que él mismo ha suscitado.

Examinemos el arranque de la novela en la traducción más precisa que fluida de Jaime Zulaika: "Eran jóvenes, instruidos y vírgenes aquella noche, la de su boda, y vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible. Pero nunca es fácil". En la segunda frase cambia el tiempo verbal y con él la perspectiva del lector. No estamos presenciando unos hechos que transcurren ante nuestros ojos, aunque se remonten a otra época, sino que es la voz del autor la que nos los relata desde el presente, los comenta y los interpreta. La segunda frase introduce un elemento de distanciamiento que relativiza la historia que le sigue y, en la misma medida, introduce la duda. ¿Qué nos está contando Ian McEwan? ¿Un episodio trivial con tintes tragicómicos? ¿Uno de tantos dramas de la vida cotidiana? ¿Una reflexión sobre la incomunicación, en la cual el conflicto sexual tendría un carácter más emblemático que real? ¿Una alegoría sobre la resistencia de la burguesía a admitir a alguien proveniente de un estrato inferior, como es el caso de Edward con respecto a Florence? Probablemente todo y nada. No es preciso que un escritor atribuya carácter simbólico a los detalles, ni siquiera que repare en su posible interpretación. En una obra coherente los detalles adquieren valor simbólico en la conciencia del lector, tanto si lo busca como si no, y este simbolismo de los detalles, sobre todo si no es explícito, es lo que da grosor al relato y lo diferencia del mero atestado.
Al final de Expiación, el propio Ian McEwan, a través de su personaje principal, se hace presente e introduce un elemento perturbador, que la película recoge: el autor es el dueño del relato y es él quien determina su rumbo. A mi modo de ver, esto no es del todo cierto. Un relato tiene una vida propia; una vida convencional, pactada entre el autor y el receptor, pero vida. Lo que entendemos por ficción no es otra cosa. Un desenlace alternativo trunca la vida del relato, porque implica que todo lo que se nos ha contado con anterioridad no era ficción, sino artificio y mentira. Y esta declaración invalida la ficción, no porque nos revele algo que ya sabíamos, sino porque rompe el pacto de credulidad en que se basa.
En Chesil Beach Ian McEwan procede del modo contrario. Sin ocultar su presencia, deja que la historia fluya por sí sola, y al hacerlo crea un drama verídico, abierto al análisis y la reflexión, al que el misterio y la contradicción, como ocurre en la realidad, le dan verosimilitud.
En las últimas páginas de la novela, la narración avanza a grandes zancadas y el tiempo se comprime. La aceleración es una técnica eficaz, pero una técnica al fin y al cabo, y el efecto suele ser reduccionista. En el caso presente, corre el riesgo de convertir un drama humano en la alegoría de una época o en una admonición. En definitiva, replantea el desconcierto al que ya me he referido: Edward y Florence son demasiado inteligentes y demasiado sinceros en sus sentimientos para que su relación se arruine sin remedio al primer tropiezo. La desinformación y el nerviosismo, por más que se den de un modo exacerbado, deberían compensarse por la confianza, la curiosidad, la sensualidad y la capacidad de recuperación inherente a la juventud.
Pero todo esto es secundario. Chesil Beach es una novela espléndida, emotiva, inteligente, absorbente y equilibrada. La narración de la peripecia vital de los protagonistas es minuciosa pero no prolija. Lo cotidiano y lo prosaico son descritos de un modo ameno y vivaz, sin parsimonia. Ningún elemento es superfluo; no sobra una palabra.”

jueves, 3 de febrero de 2011

¡Putadón!

Este 2011 musical ha empezado muy fuerte, lo cual no es necesariamente bueno. A los inminentes lanzamientos de algunas de mis bandas favoritas como Manel, Nacho Vegas, Vetusta Morla, Fleet Foxes, Nudozurdo, Mogwai o Explosions in the Sky, se ha de añadir la separación de The White Stripes, el dúo liderado por el hiperactivo Jack White. Lo que era un secreto a voces se ha confirmado a través de su página web oficial, donde el dúo de Detroit anuncia el fin de toda actividad, ni nuevas grabaciones ni actuaciones en vivo.

"The White Stripes do not belong to Meg and Jack anymore. The White Stripes belong to you now and you can do with it whatever you want. The beauty of art and music is that it can last forever if people want it to".

Y es una putada porque nunca he llegado a verles en vivo, en donde según me cuentan son unos auténticos animales. Cosa que ya no podré hacer salvo que dentro de unos años y por circunstancias económicas, decidan reunirse en una gira pa’ sacarnos la pasta a los fans y a un servidor le venga bien pagar la mordida de rigor. Bueno, no sólo por eso, también porque pese a que casi todos los proyectos en los que se embarca Jack White me gustan –The Raconteurs, The Dead Weather…-, ninguno llega a agradarme tanto como The White Stripes
La banda comenzó su andadura en el año 1997, aunque no les llegó la fama hasta un tiempo después, en 2001 y gracias a la publicación de su tercer álbum “White Blood Cells”. Aunque yo reconozco que no les presté demasiada atención hasta que un par de años después publicasen el ya mítico “Elephant”, en el cual se incluyen himnos como “Seven Nation Army”, “I Just Don't Know What to Do with Myself” o “The Hardest Button to Button”. Supongo que es con este elepé cuando la banda de Michigan abrió el tarro de las esencias, con ese particular garaje rock sesentero de arreglos simples aunque abierto a otras influencias. Si bien, si hubiese de elegir una canción de su repertorio escogería “Blue Orchid” o “Icky Thump”, incluidas en sus dos últimos álbumes de estudio “Get Behind me Satan” (2005)  e “Icky Thump” (2007) respectivamente. Precisamente este último álbum, su despedida y cierre si no contamos el magnífico directo “Under Great White Northern Lights” de 2010, es mi favorito. Sí, ya sé que es posiblemente el peor valorado por la crítica, pero es por llevar la contraria... je je je. No, en serio, es el que más me gusta. ¡Es que es la polla joder! Tal vez por su clara influencia country, tex-mex o simplemente porque es donde mejor se aprecian los nuevos caminos hacia los que hubiera transitado el sonido de los barras blancas, de haber continuado con su andadura. Y es una lástima que nos lo perdamos.   

Por cierto que tal día como hoy, pero hace cincuenta y dos años, Buddy Holly se subió a una avioneta que nunca llegó a su destino. Triste coincidencia. 
 

miércoles, 2 de febrero de 2011

El Colombre

Del particular mundo de Dino Buzzati y del goce que me supone acercarme a cualquiera de sus obras, ya os he hablado, al menos, en un par de ocasiones. Y es que, pese a haberle descubierto tarde, considero al italiano como uno de mis escritores favoritos. Esas historias que parten de la cotidianidad para después introducirse en los senderos de lo fantástico y lo misterioso, esos relatos aparentemente sencillos pero repletos de enigmas y símbolos a descifrar, son una auténtica delicia.

Durante estos días de invierno me ha dado por retomar nuevamente a Buzzati. Ha sido a través de  “El Colombre”, recopilación de relatos titulada así en España por la editorial Acantilado y que hace referencia a la pieza con la que se abre la compilación. Un cuento en el cual el protagonista es un colombre, o sea un pez diabólico al que los marineros temen más que ningún otro en todos los mares del mundo. Un escualo terrible y misterioso, más astuto que el hombre. El bichejo escoge a su víctima y, una vez que lo ha hecho, la sigue años y años, la vida entera, hasta que consigue devorarla. Y lo más curioso es que nadie puede verlo si no es la propia víctima y las personas de su misma sangre. Un planteamiento fantástico y perturbador marca de la casa.

El libro se compone de cuarenta y seis relatos, algunos muy buenos y otros menos buenos, pese a lo cual el tono general es sobresaliente. Con todo, me ha parecido inferior a aquellos sesenta relatos sobre los que colgué una entrada el pasado mes de octubre. 

Además que de colombres, esta vez Buzzati nos habla de ángeles extravagantes que proponen a Dios la creación de la especie humana, chaquetas mágicas que hacen ricos a sus propietarios a costa de los demás, niños asustadizos con los que todo el mundo se mete y que terminan convirtiéndose en peligrosos adultos, extraños fenómenos que causan la muerte a los mayores líderes del mundo, corresponsales de importantes diarios que escriben crónicas desde los infiernos urbanos o personas que adquieren el don de la ubicuidad. 

Lo dicho, muy grande este Buzzati.  
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