domingo, 5 de junio de 2011

El maravilloso mundo de Guy Maddin

Durante las últimas semanas del mes de mayo, el IVAC – La Filmoteca le dedicó un ciclo a uno de los indiscutibles autores de culto surgidos durante los últimos años: el director canadiense Guy Maddin. Comparado en muchas ocasiones con David Lynch, por el carácter surrealista y experimental de sus trabajos, lo que más llama la atención en su obra es la potencia de las imágenes, recreaciones de la estética del cine mudo, el propagandismo soviético e incluso el expresionismo alemán.

Conocí a Maddin hace un par de años haciendo caso de la recomendación de un amigo. Fue gracias a “La música más triste del mundo” (2003), posiblemente su película más conocida. En ella se resumen todas las constantes de la obra del realizador canadiense y su peculiar voluntad vanguardista, caracterizada por mirar hacia detrás y beber de todo tipo de fuentes del pasado, cinematográficas o no. Sin embargo, reconozco que en aquel primer contacto no me apasionó su obra. Eso vino un poquito después. Y fundamentalmente tras de ver sus numerosos cortometrajes, videoclips y otros materiales de trabajo, incluidos en la retrospectiva expuesta en el IVAC. Y es que creo que el particular universo Maddin tiene mejor cabida en formato reducido, siendo allí donde mejor se aprecian las virtudes de su cine.

Especialmente en “El corazón del mundo” (2000), en el cual utiliza las formas del cine de los años 20 para contar la historia de dos hermanos que compiten por el amor de una científica dedicada al estudio del núcleo terrestre; “Vagón desnudo” (2006), marcianada en la cual un grupo de personas baila la conga sobre un escenario, encabezados por un gordo sin camisa que hace de locomotora; la irreverente “Sissy boy-slap party” (1997), un musical de ambiente gay extraño y divertidísimo; “El alcalde de la noche” (2010), en la que un inventor de origen bosnio utiliza un extraña máquina con la que descifra y transmite los mensajes emitidos por la aurora boreal, con el consiguiente enfado de las autoridades canadienses; o el delicioso videoclip de “It’s a wonderful life” de Sparklehorse.
 

“Toda su obra es, en última instancia, el retrato de varias tensiones, de cierta idea de la convulsión. Y en este sentido es muy físico. En sus imágenes hay espectros, vampiros, monstruos, pero sobretodo hay una infinidad de cuerpos. Heridos, mutilados, enamorados o en fricción, sobre todos ellos despierta el cuerpo de su cine: en celuloide, en 16mm, Super 8, blaco y negro, a veces en color, en ocasiones vídeo y píxeles, un cuerpo donde escribir el relato de sus obsesiones. Son abundantes y recurrentes, por lo cual enumerarlas aquí sería estropear la sorpresa. Y una lástima, puesto que hoy en día hay poco cine que sorprenda tanto como el de Guy Maddin. Sorpresa y emoción. Yo no pido más.”  Paula Arantzazu Ruiz – Periodista y crítica de cine.
 

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