sábado, 20 de julio de 2013

El cantante de gospel, de Harry Crews

Harry Crews es un mito, un escritor de culto, quizás -aunque tan solo quizás- el más maldito de todos los autores de culto de las letras norteamericanas  Sin embargo no encontrareis mención suya ni en las grandes enciclopedias, ni en la Historia Universal de la literatura, ni en los textos de los principales eruditos. Es más, es bastante posible que ni siquiera lo encontréis en la librería de vuestro barrio y mucho menos en la biblioteca municipal, más que nada porque, hasta el momento, solo un par de sus obras han sido traducidas al castellano. Da lo mismo. Chuck Palahniuk, Irvine Welsh, Donald Ray Pollock o más cerca de (casi) todos nosotros Kiko Amat, no pueden estar equivocados. El señor Crews es Dios, ¡el fuckin' master! 

Nacido en ese sur rural que tan extraño, violento y paleto nos resulta a los que vivimos atravesando el océano, su historia comienza un 7 de junio de 1935 al final de un camino de tierra en el condado de Bacon, Georgia. Hijo de granjeros pobres incapaces de alimentar a su prole, su infancia y la de sus hermanos estuvo marcada por las carencias, el infortunio y la miseria. Su padre murió de un ataque al corazón cuando tan solo tenía veintiún meses. Su madre volvió a casarse con un borracho violento y maltratador. El propio Crews describe la frágil situación familiar que le tocó padecer de la siguiente forma: “El mundo que circunscribía a la gente de la que yo procedía contaba con tan poco margen de error, tan poco margen para la mala suerte, que cuando algo iba mal, casi siempre ocurría algo que empeoraba la cosa aún más. Era un mundo en el que la supervivencia dependía de un crudo valor, un coraje que nacía de la desesperación y mantenido por la ausencia de alternativas”. Crews padeció dos importantes reveses físicos siendo aún un niño. A los cinco años le acometió una extraña fiebre que le obligó a guardar cama durante más de seis meses. Un año después y en el curso de un juego infantil llamado “El Látigo”, Crews fue arrojado -suponemos que accidentalmente- a una caldera de hierro colado que se utilizaba para escaldar cerdos. Con quemaduras que le cubrían más de dos terceras partes del cuerpo sobrevivió de puro milagro. Así lo recuerda el autor: “Entonces sentí unas manos encima que me quitaban la ropa y el dolor dio paso a algo que no se puede expresar con palabras, o al menos que yo no puedo expresar con palabras. Yo no tengo forma de hablar de ello porque cuando me quitaron la camisa mi espalda se fue con ella. Al bajarme el peto, se deslizó también mi piel cocida y brillante”.
En 1953 Crews se alistó en los marines y allí fue donde comenzó a leer seriamente. El motivo, huir. Bueno, eso y que "como éramos buenos chicos sureños e ignorantes, hicimos lo que suele hacer la buena gente sureña e ignorante: nos alistamos tan rápido como pudimos, pues estábamos ansiosos de verter nuestra sangre al estilo bueno, sureño e ignorante". Al licenciarse se matriculó en la Universidad de Florida, con la intención de convertirse en escritor: "No porque pensara que alguien pudiera enseñarme allí a escribir ficción, sino porque pensé que alguien podría enseñarme allí a ganarme la vida mientras yo me enseñaba a mí mismo a escribir ficción." 
"Sin embargo, tras dos años ahogándome y agonizando entre la Verdad y la Belleza, dejé la Universidad por una moto Triumph. Me dirigí al oeste en una clara mañana de primavera con siete dólares y cincuenta y cinco centavos en el bolsillo y durante el año siguiente estuve en la cárcel de Glenrock, Wyoming; un indio blackfoot al que le faltaba una pierna me dio una paliza en una pelea justa en una reserva de Montana; fregué platos en Reno, Nevada; recolecté tomates en las afueras de San Francisco; un hombre que se creía Cristo me expulsó el demonio que llevaba dentro en un albergue el YMCA de Colorado Springs y en Chihuahua, México, me hice amigo de un piloto aéreo mexicano obsesionado con las alforjas de motocicleta. Volví a la Universidad de Florida, purificado y santificado, dispuesto a absorber todo lo que quedara de Verdad y Belleza. 
Después de eso, el tipo se casó y se separó dos veces (¡de la misma mujer!), tuvo dos hijos (uno de los cuales murió ahogado), dio clases de inglés en un instituto, practicó karate, publicó varios relatos en revistas, le partieron la nariz por varios puntos, se emborrachó y dio taburetazos en unos cuantos bares, impartió algún que otro taller de literatura, se aficionó a la cetrería, escribió una veintena de novelas y, como mágica culminación a toda una vida, se tatuó en el cuerpo un verso de E.E. Cummings (How do you like your blue eyed boy, Mr.Death?).
El 28 de marzo de 2012 Harry Crews falleció en su casa de Florida. Tenía 76 años, que valen por dos (¡o por diez!) vista su odisea vital.    

La primera de sus novelas es del año 1968 y se titula “El cantante de gospel”. Me la acabo de leer. Y es que como mandan los cánones, siempre se debe empezar por el comienzo, ¿no? Pues eso. El libro, que no me ha parecido maravilloso pero si bastante interesante, viene a ser una suerte de gótico americano en el cual se nos presenta a toda una galería de gente estropeada que vive, o más bien malvive, en algún agujero ponzoñoso de la América rural. La historia está protagonizada por un afamado cantante de voz angelical que después de mucho tiempo regresa a su pueblo natal, Enigma. Un poblacho de mala muerte en el que, como os imaginaréis, abunda la white trash, el alcoholismo, la violencia, el beaterio y el racismo. Aunque por encima de todo el ciudadano medio de Enigma está afectado por el mal de la ignorancia. De ahí que idolatren a su ilustre vecino de un modo absurdo e insano, atribuyéndole unos poderes curativos que, evidentemente, no posee. Y él, que es un prenda de cuidao pero en el fondo no es tan mal tipo, se atormenta por ello. Aún así no ceja en la dramatización de su farsa (que ni empieza ni acaba con lo de sus supuestos poderes), evitando que la verdad salga a la luz. Al menos hasta que ponga los pies en polvorosa.

Como comenta Kiko Amat en el prólogo, “El cantante de gospel” es “un libro sobre gente fracturada intentando recuperar su orgullo, hombres y mujeres incompletos, quebrados, rebelándose contra el destino y la mala fortuna. Los feos, abandonados, extraviados, deformes del mundo: sus anhelos y dolores, sus culpas y sus venganzas, su deseo de escapar de esa mala pata. Ese es el gran tema Crews, ni más ni menos. Gente haciéndolo lo mejor que pueden con el material que les ha tocado en suerte. Sin moralina ni regañinas éticas (aunque sus libros están llenos de moralidad; una moralidad superior)”.

Y eso es lo que hay. 

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