lunes, 8 de junio de 2015

Las vidas de Iván. Salvaje Rojo

Afirma gente que sabe de esto, que una segunda obra –en el caso que nos ocupa, un segundo libro- supone un momento trascendental en la trayectoria del artista. El autor, que no tiene rostro cuando crea ya que su rostro es justamente eso que crea, se halla en una encrucijada. Se trata de saber si con la nueva obra se confirman las maneras y el talento desplegado en el debut o por el contrario estas han quedado diluidas como un azucarillo en el café. En el caso que nos ocupa, cualquier atisbo de duda al respecto queda disipado al leer las primeras líneas de “De cigotos y galgos”, el primero de los relatos incluidos en “La vida salvaje”:
EL METRO SE DETIENE en la estación de siempre, las puertas se abren, la corriente nos empuja y una mañana más recorremos los pasillos juntos, todos juntos y revueltos, como un turbio río de carne. Encajados entre hombros ajenos, aprisionados entre axilas y desodorantes, alientos y legañas y sueños y pesadillas y codos huesudos en las costillas y grasa y sudor y pollas y culos. Una mañana más recorremos el espeso torrente de los pasillos, subimos escaleras mecánicas, las bajamos y volvemos a subirlas, y otra vez pasadizos de linóleo y carteles publicitarios de la sonrisa Vitaldent y fluorescentes y colas y tornos. Y al final salimos escupidos, vomitados, eyaculados a la calle siempre exactamente a las siete treinta y siete según el reloj-termómetro que se alza hacia el cielo azul junto a la boca de metro, y que veo en contrapicado mientras subo a pie los últimos peldaños. [...]
“La vida salvaje” es el segundo libro de Iván Rojo, el primero publicado por Rasmia Ediciones. Una buena muestra de ese universo Rojo por el que transitan personajes tan especiales y la vez tan normales como lo es el propio autor, o tú, ese que ahora está leyendo estas líneas y que en breve dará buena cuenta del libro. El estilo de Iván tan solo puede ser crudo, porque la vida lo es y todos, en mayor o menor medida, padecemos esos pequeños dramas –a veces no tan pequeños- que nos recuerdan lo que somos. Orgullosos miembros de una especie animal consagrada a la destrucción, la propia y la ajena, y que no solo tropieza dos veces con la misma piedra, sino que en ocasiones se gira y chuta con todas sus fuerzas a ver si revienta él, la piedra, el receptor de la pedrada o todos a la vez. Y es que en el fondo todos somos unos perdedores ya desde el momento en el que salimos del vientre materno. Abandonamos así ese entorno confortable y protegido y nos subimos al cuadrilátero de la vida a dar hostias, pero sobretodo a recibirlas. Todo eso nos lo muestra Iván con sus historias, ahondando en la parte referida al encaje de golpes, pero sin renunciar a esos momentos de ternura que nos recuerdan que hasta en Chernóbil sale el sol por las mañanas e incluso, muy de tanto en tanto, se pueden divisar majestuosas rapaces recortando su silueta contra el cielo radioactivo.
[...] Y ahí abajo, mirando frente a frente a la estatua como un imbécil, entre miles de burbujas perdiéndose para siempre, comprendes que nunca has sido tan feliz como en ese preciso instante. Y te importa una mierda las caras de estupor que te reciben cuando emerges. En primera fila hay una, más pequeña que el resto, que sencillamente se limita a reír. De la manera más nítida y más pura que jamás has escuchado. Porque sí, siguen resonando las explosiones, pero ahora las ves brillar y apagarse y brillar en el cielo. Justo encima de su risa. Bañándolo todo de luz. ("Feliz cumpleaños")
A diferencia de “Pantano”, debut literario de Iván en Sven Jorgensen, este libro compendia junto a esos relatos marca de la casa, una buena muestra del poemario que el escritor valenciano viene cultivando desde hace tiempo. Una poesía caracterizada por su realismo descarnado pero al mismo tiempo lírico, en ocasiones tierno pero casi siempre brutal, que nos remite al Bukowski de “Guerra sin cesar”, a las letras más desgarradas de Pablo Und Destruktion y también a las visiones amorosas de Houellebecq. Todo eso teniendo en cuenta que, a diferencia de los anteriores, la escritura del Rojo está fuertemente influida por la atmósfera de la terreta. La de ese hell on earth mediterráneo, tal como a mi me gusta llamarlo, en el cual Iván ha pasado la mayor parte de su vida.
Un ojo morado/El otro hinchado,/medio cerrado./La nariz rota/varias veces,/el tabique/desviado./El labio partido./Un pómulo/astillado./Y sangre/entre los dientes./Si tu vida/tuviera cara,/a estas alturas/del combate/estaría/hecha un mapa./ ¿Qué esperabas? … (“Eterno aspirante al título”)
Y no hay mucho más que añadir. Que confío en que a Iván le vaya bien porque su obra bien lo merece. Y vale que el talento no augura necesariamente el éxito -ni siquiera el éxito supone una confirmación de talento-. Pero el buen lector tiene la obligación de buscar a esos autores talentosos entre la broza acumulada en los estantes de las librerías. Y como sé que ustedes son buenos lectores y no vacas pues háganme caso y agénciense una copia de “La vida salvaje”. ¡Y léanlo pardiez! No se arrepentirán.

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