viernes, 6 de noviembre de 2015

...y ahora Dronizado (o como se escriba eso)

No creo que sea cosa de Ribó y los nuevos tiempos de la política municipal, pero lo cierto es que el volumen de conciertos interesantes programados en esta puta ciudad, se está incrementando hasta unos niveles que me hacen temer por mi salud económica y también la otra. Vamos, que este páramo está empezando a ponerse serio y en consecuencia las bandas internacionales ya no pasan tanto de largo cuando emprenden sus giras peninsulares. Cuento esto porque el pasado miércoles, absolutamente embotado con la dulce resaca que me dejó el show de don Ezra Furman la noche anterior, acudí hasta la sala 16 Toneladas para recibir un puñetazo sonoro al cargo de los Drones. Ojo, The Drones la banda australiana, no confundir con el esperpento que han firmado este año unos desnortados Muse a los que ya -y ojalá me equivoque- ni están ni se les espera.

Y es que por fin llegó el día en el cual la banda de Gareth Liddiard había de pasar por la capital del Regne -blavero mode ON- en el marco de una gira muy esperada por algunos. Vamos, por este menda y supongo que por todos aquellos fans que aún no habían tenido la suerte de ver a The Drones desenvolviéndose en su medio natural. Que es y ahora lo puedo afirmar con conocimiento de causa, el puto directo.

Ha pasado tiempo desde que estos australianos se hicieran un nombre con aquel lejano y maravilloso “Wait Long by the River and the Bodies of Your Enemies Will Float By”. Disco en el cual se incluye lo más parecido a un himno que tienen -y tendrán jamás-. Os hablo, por supuesto, de “Shark Fin Blues”. Canción que interpretaron anteanoche y por culpa de la cual, aún ahora mientras escribo estas líneas, la cabeza me da más vueltas que en un tiovivo. ¡Que puta barbaridad! Cómo sonó la jodía!!! Y es que diez años después el tema sigue produciendo escalofríos en el mejor de los sentidos. También es verdad que el disquito no era poca cosa. Vamos, que era cosa mayor -como diría el menda de la pachorra que ocupa La Moncloa-. Tampoco la preciosa reedición en vinilo doble que los colegas se han sacado de la manga este 2015. Motivo por el cual, supongo, durante la gira andan tirando del mismo para elaborar los setlist
Y es que la cosa no acabó con el blues del escualo, sino que, también hubo tiempo para que los aussies sacaran a pasear otros trallazos como “Baby”, “This Time”, “Locust” o “Sitting On The Edge of the Bed Cryin”, en su versión más descarnada, ruda y hasta virulenta. Con un Liddiard en modo contorsionista, pataleando y escupiendo como si estuviese poseído por alguna de esas deidades aborígenes que le quedan tan cercanas. Eso en los gloriosos interludios entre sermón y sermón, ya que, por si no lo sabéis, de eso va realmente la cosa, con un Liddiard que cuando canta parece un Nick Cave con guitarra y más rockanrolizado. Si bien, sin tantos aspavientos como su paisano y con los ojos fijos en el techo durante gran parte del discurso. Con el beneplácito de la señorita Fiona Kitschin, claro está, todo el concierto a su vera aporreando el bajo, mientras ofrece su espalda a gran parte de la audiencia. Excepto cuando le toca participar de los coros, obviamente. 
 
Una actuación brutal en lo sonoro e hipnótica en lo sensorial en la que también hubo tiempo para rescatar temazos del pasado. Es el caso de ese "The Miller's Daughter", incluido en su segundo álbum, con el que consiguieron ponerme los pelos de punta. También para incidir en composiciones más modernas como ese “I See Seawed” que da título a su último elepé hasta el momento, a expensas del lanzamiento del nuevo, del cual adelantaron “Taman Shud”. También es verdad que no fui capaz de identificar todos los temas interpretados, por lo que es harto posible que incluyeran algo más del nuevo material. Dio lo mismo. Disfruté esas canciones tanto o más que las (re)conocidas. Y es que, a cualquiera que hubiese estado presente -no demasiados, ni un tercio del aforo lastimosamente- le hubiera resultado imposible no dejarse llevar por tamaña demostración de entrega y talento.

Otra cosa me gustaría decir, ya para acabar. Es respecto a la mencionada “Taman Shud”. Canción que, lo reconozco, enlatada no me parece gran cosa. Extraña eso sí. Sin embargo, sobre las tablas del 16 Toneladas sonó gloriosa. Una de las mejores de todo el setlist. Y es que a través de ella sola y en los pocos minutos que duró esa interpretación, los Drones fueron capaces de sintetizar la retahíla de influencias que se suelen citar para etiquetar su música. Una ristra de músicos y de músicas entre las que no se suele citar a los Eitürzende Neubauten y al avantgarde berlinés pero que, a la vista del tattoo que lucía Liddiard en el antebrazo -el archiconocido logo de la banda liderada por Blixa Bargeld- y teniendo en cuenta la extraña estructura compositiva de la pieza musical compuesta por el cuarteto de Melbourne, igual habría que empezar a replanteárselo. 

En todo caso ¿qué más da? La música de los Drones es inclasificable. Y está bien que así sea.
Sin embargo sus conciertos, según he leído y ahora he vivido, si son clasificables. Exactamente en el top del ranking de actuaciones. No cabe mejor clasificación. Y es que estos tipos son una banda de directos, de las de verdad, con todo lo que supone eso. Unos monstruos. ¡Menudo regalo nos ofrecieron a los allí presentes! Para un servidor, el segundo que le hacen de este nivel en tan solo dos días. Esas cosas no pasan muchas veces. Aún flipo con ello. Y lo celebro.

2 comentarios:

  1. Poco a poco iremos ampliando la cofradía del quejío perdío hermano. Eso si que iba a ser un paso auténtico en semana santa, ni saetas ni hostias... causas perdidas!!
    Saludazos y excelente crónica

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  2. Gloriosa cofradía, por otra parte...
    Cenks i saludos de retorno...

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