jueves, 4 de febrero de 2016

La ciudad

No sé donde escuché eso de que cuando un escritor muere, su obra ingresa en una suerte de limbo que dura en torno a diez años transcurridos los cuales, unos pocos elegidos regresan y sus libros toman un nuevo impulso. Los libros se reeditan, el público los lee y la crítica los comenta. Deduzco que algo de eso es lo que pasó con Jorge Mario Varlotta Levrero en torno al 2014, justo cuando se cumplían diez años de su muerte.

Tampoco recuerdo donde leí que Mario Levrero se decidió a firmar con su segundo nombre y su segundo apellido para diferenciarse de ese Jorge Varlotta, tal como era conocido en la vida civil y familiar. Ilustre uruguayo como lo fueran Quiroga, Benedetti, Felisberto o Galeano en su propio gremio y Francescoli, Artigas o Mujica en otros. Su vida transcurrió mayormente en la tierra que le vio nacer, donde se desempeñó como fotógrafo, librero, historetista, columnista y hasta creador de crucigramas. Si bien donde destapó el tarro de las esencias fue a la hora de componer sus historias, creando esos universos singulares que han elevado su obra literaria a la categoría de culto.

La ciudad”, obra que ha supuesto mi primer acercamiento a Levrero, es uno de sus libros más conocidos y celebrados. Una novelita corta que los críticos engloban dentro de una especie de trilogía que se completa con “El lugar” y “París”, obras que no he leído pero seguramente leeré.

El innombrado protagonista se muda a una casa en un lugar indeterminado, del que nada sabemos porque nada se nos dice. En un momento dado sale a buscar provisiones a un almacén que recuerda haber visitado tiempo atrás, pero sin tener una noción clara de por donde queda. Como no podía ser de otra forma se pierde, cae la noche y queda a merced de la oscuridad, el silencio y la lluvia torrencial. Como no sabe como regresar hasta la casa y se haya calado hasta los huesos resuelve salir del laberinto en el que se ha metido haciendo autoestop. Es ahí, a bordo de un camión conducido por un personaje desagradable, acompañado de una misteriosa señorita, cuando llega hasta un extraño poblacho al que, no sé si irónicamente, identificaremos como “la ciudad”. Durante el resto de la novela, el protagonista intentará escapar de ese lugar pequeño, feo y desolado.

La historia es extraña y muy cercana a los postulados que hicieron reconocible a autores como Franz Kafka, pero también y aunque pueda resultar extraño al Camus de “El Extranjero”. Onírica y desasosegante por partes iguales. Incluso absurda por momentos.
Aunque lo más destacado es lo bien narrada que está.  

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