jueves, 31 de marzo de 2016

El sonido y la perfección

Me acabo de leer, no sin esfuerzo, un ladrillaco titulado “El sonido y la perfección” firmado por un tal Greg Milner. El libro aborda, como nos indica el subtitulo en portada de la edición española, la historia de la música grabada. Aquella que va desde que Thomas Alva Edison inventara el fonógrafo como máquina para grabar y reproducir voces, hasta la aparición del jodido -pero eficaz- streaming. Un proceso de ida y vuelta en el cual ese vasto océano de música que envuelve a la especie humana desde los inicios se tornó corpóreo -primero a través de los cilindros, luego los discos, después con las cintas y cassettes, los cedés...-, para al final volver a desmaterializarse -con la aparición de los MP3, los WAV y formatos similares-.

El autor consigue que nos cuestionemos hasta qué punto la atracción que sentimos por la música viene condicionada por cómo esta fue grabada. Para ello nos habla de Phil Spector, de Tony Bongiovi, de Emile Berliner, Les Paul, Steve Albini, King Tubby o John y Alan Lomax. También se detiene a analizar en profundidad grabaciones de gentes como Leadbelly, Springsteen, Slint, Public Enemy, Mission of Burma o Red Hot Chili Peppers. También de los Black Eyed Peas... ¡¡¡y hasta el “Livin' la vida loca” de Ricky Martin!!! Y todo ello empleando un lenguaje mayormente -aunque no siempre- comprensible para los poco duchos en cuestiones técnicas.

El libro de Milner ha recibido la aprobación del mismísimo Jack White, de Alex Ross -autor de “El ruído eterno”- o del líder de Pulp. Este último llegó a afirmar que pocos libros habían conseguido que cambiase su manera de escuchar música. Yo no sé si me ha llegado tanto como al amigo Jarvis, pero sí debo reconocer que lo que cuenta es muy interesante. Bueno y no solo eso, también es instructivo. De hecho me ha introducido en cuestiones que desconocía por completo -o casi- y, desde esta óptica, me ha enriquecido como consumidor (compulsivo) de música que soy. Además algunos de los pasajes son bastante amenos, rozando lo divertido. Sobretodo cuando recurre a anécdotas relacionadas de alguna u otra forma con diferentes bandas, sellos y/o escenas. La del segundo disco de los Clash, la de los sound systems jamaicanos o la del proceso de gestación del “Nebraska” de El Boss son muy buenas. 

Por cierto que el libro tiene hasta banda sonora de Spotify.  

martes, 29 de marzo de 2016

Va tooooca... Los Soprano

Vale, ya he visto Los Soprano. Así que, aunque sea un poco tarde, ¡ámenme jeiters internetiles! En apenas un mes, sacrificando horas de ocio, sueño y seguramente también algo de salud -mental y de la otra-, pero ya me he tragado las seis temporadas de la considerada por muchos la mejor serie de la historia de la televisión. Y a ver, no sé si es para tanto, pero mentiría si no dijese que la he disfrutado. En varios momentos mucho.

Pero no he dicho nada de que sea la hostia... ohhhhh! ¡¡¡Sacrilegio!!!! Ok, lo sé, pero antes de molerme a palos tened en cuenta que: a) me cuesta un huevo engancharme a una serie. Sobretodo si tienen más de una temporada; b) han pasado ya casi veinte años desde que Los Soprano se estrenó y después han venido otras muchas cosas y algunas de ellas son realmente buenas; y c) me habéis machacado tanto con que esta serie es la hostia, la polla Montoya, lo más grande que ha parío Cai... que la expectativa creada era enorme... inalcanzable. Y aún añadiré algo más con letrica y : d) en mi casa, desde crío, me dejaron re-claro aquello de “lo bueno si breve dos veces bueno”. De ahí que valore tanto la capacidad de síntesis en cualquier obra filmada, televisiva o no. Vamos, que lo que se puede contar en hora y media, prefiero que me lo cuenten en hora y media y no en tres, se ponga como se ponga el club de fans de don Cecil B. DeMille.  
Dicho lo cual y sin voluntad alguna de elaborar un análisis exhaustivo sobre una serie de la que se ha escrito y divagado tanto, hay que reconocerle a su creador, un tal David Chase -DeCesare para los amigos- el saber hacer. Haber sido capaz de reunir ese magnífico elenco de actores, con el tristemente fallecido James Gandolfini a la cabeza, directores y guionistas. También es muy meritorio lo que concierne a aspectos técnico-artísticos y es que la serie, en lo que a eso respecta, me parece impecable. Y por supuestísimo el responsabilizarse, asesorado o no, de una cuidada selección musical que vuela muy por encima de la icónica “Woke up this morning” de Alabama 3. Canción con la que se abren todos y cada uno de los 86 episodios de la serie y que a mí, pues como que ni fu ni fa. Otra cosa es recurrir al gran Elvis Costello, a Cream, a Them, a Jefferson Airplane, R.L. Burnside y hasta unos Tindersticks que llegan a sonar en algún momento. Sin olvidarnos de la épica de ese “Don't stop believin'” de Journey que tan bien funciona a modo de despedida y cierre.  
Con todo y con eso, a esta serie se la recordará siempre por su personaje principal, el gran -en varios sentidos- Tony Soprano. Interpretado por el excelso James Gandolfini, es el principio y el fin de la historia, en torno a él pasa todo, la trama y en cierta medida hasta las subtramas, siendo quien define o, porque no decirlo, decide si la cosa va pa'lante o para'trás. Todos los demás, aún reconociendo su valía e importancia en momentos puntuales, son absolutamente prescindibles. Y es que Los Soprano va sobre la vida y milagros del capo mafioso al frente de la familia Soprano de New Jersey y punto pelota. Un personaje que, como bien afirma la crítica, trasciende por encima de la ficción, deviniendo en una suerte de arquetipo cultural. Una figura pop de jefe criminal ya presente en nuestro imaginario popular al nivel, o casi, de don Vito Corleone. Un grandullón sin escrúpulos al que es fácil coger cariño aún cuando de afable tiene bien poco y cuando lo es, casi siempre esconde un interés. Personaje rotundo que en el fondo es muy vulnerable por culpa de esos complejos e inseguridades que le son tratados por la Dra. Melfi. El líder mafioso que, si bien apuesta por la Pax Soprana, o sea, la paz entre mafiosos, no rehuye el combate cuando lo estima necesario. Y es que, cualquier cuestionamiento de su posición o intereses, concluirá necesariamente con el retador malparado. Con él y con quien en ese momento se encuentre a su vera.

Dentro del mencionado coro de personalidades en torno a nuestro orondo padrino, destacan el de su esposa Carmela, la del matón impulsivo e ignorantón Paulie Gualtieri, la del peculiar consigliere Silvio Dante, la del tío Junior -magníficamente interpretado por Dominic Chianese- y por último la de su sobrino -casi hijo- Chris Moltisanti. También dejan huella personajes más efímeros en el discurrir de la trama como el sociópata mafioso Ralf Cifaretto, el primo Tony B. o el fichaje napolitano Furio Giunta -maravilloso este último-. No así, desde mi punto de vista, su hijo AJ, sobretodo en su última etapa cagapenas, ni tampoco la hostiable tía Janice. No me acaba de convencer el personaje de Phil Leotardo en el papel de némesis de Tony, pero bueno, a este hay que reconocerle algún momento memorable.  
Episodios chulos los hay a puñaos, no solo los alabados “Pine Barrens” (dirigido por Steve Buscemi) o “Universidad” al comienzo del serial. Personalmente guardo un grato recuerdo de aquellos que cuentan el extraño viaje a Nápoles y la posterior llegada a los Estates del mencionado Furio Giunta, pero también la odisea gay del gordaco Vito. ¿Y que decir del final de Ade? O los hitos en forma de episodio que, temporada tras temporada, nos muestran la evolución de un Artie Bucco que en el fondo quiere ser un mafioso aunque no se acabe de dar cuenta. Y ese espetacular episodio vacacional en familia en casa del cuñado Bobby Baccala junto a la frontera canadiense. Y como no, la dolorosa caída de Christopher Moltisanti que tantas cosas nos aclara sobre la personalidad y los principios de Tony Soprano.

Alguna vez he leído que el principal valor de Los Soprano es haber mostrado a las grandes cadenas norteamericanas que puede resultar rentable cuidar la calidad de sus series. No tengo suficiente bagaje seriófilo como para pronunciarme al respecto. Supongo que será verdad y eso confirme la condición de Los Soprano como uno de esos imprescindibles que todo aficionado al séptimo arte debería ver. O no, pero yo al menos sí que me alegro de haber hecho el esfuerzo. Ahora descansaré un poco viendo pelis de menos de dos horas y leyendo libros de menos de cuatrocientas páginas. Y es que, aunque os parezca extraño, prefiero realizar ambas cosas, juntas o por separado, antes que inyectarme en vena otra serie de dos millones de capítulos.

lunes, 7 de marzo de 2016

Will & I

A ver, que la culpa es mía, lo sé. Por no hacer caso a la ficha promocional en donde quedaba meridianamente claro que Will Hoge venía a esta gira más solo que la una. Eso sí, junto a sus guitarritas, los teclados, la armónica y toda la parafernalia necesaria para presentar en sociedad su último álbum de estudio “Small Town Dreams”. También un disco en directo recién salidito del horno titulado “Will Hoge: Solo & Live – December 2015”. “Solo & Live”, tócate la polla y este menda presto a rockanrolear con una banda de country que ni estaba ni se le esperaba.

Conste que lo de Will Hoge es country del bueno, folk-rock del de toda la vida, música de raíces, clasicismo 3.0, ese que entronca con una tradición que va desde Johnny Cash o Hank Williams hasta los Jayhawks, pasando por Jackson Browne, Neil Young, Tom Petty o Townes Van Zandt. Hasta la huella del mejor Springsteen podemos encontrar en su ya extensa colección de canciones. Una bonita mochila que permite afirmar a este cuarentón en la senda de los grandes del rock americano. Algo que viene demostrando a lo largo de una decena de discos. Obras paridas on the road, conduciendo su furgoneta, entre pueblos y ciudades de los EEUU y parte del extranjero, sorteando accidentes que casi le cuestan la vida y ofreciendo sus historias a todo aquel dispuesto a escucharlas. Vamos, la misma fórmula con la que comenzaron casi todos los grandes de esto. La opuesta a la que practican esos pufos que determinada prensa nos quiere hacer pasar por grandes. Y a los Mumford & Sons que pueblan en este universo me remito.

El caso es que el tío se plantó el pasado miércoles en Valencia proveniente de su Nashville natal, previo paso por la capital del reino. Lo hizo en el marco de una gira consagrada a relatar las cosas del pueblo que le vio nacer. Ese al que, según parece, ha vuelto tras largo tiempo y que le ha servido de inspiración para componer su nuevo cancionero. De ahí surgió un cúmulo de historias mínimas, tremendamente emotivas, extraordinarias por su sencillez y cercanía, que junto a alguna vuelta al pasado – glorioso en el caso de“Even if it breaks your heart”- y la siempre interesante reinterpretación de los clásicos – muy celebrada el “I'm so lonely I could cry” de Hank Williams tocado sobre la barra de El Loco- integraron el setlist de la noche. 

Y dicho así pensaréis que la cosa moló. Y es cierto, debió molar. O mejor dicho, debió molar mucho y no seré yo quien diga lo contrario... Pero no sé, me supo a poco y no porque el tipo no se dejará la piel sobre el tablao, sencillamente porque se dejó la banda. Tal vez, aunque solo tal vez, si todo hubiese transcurrido en otro ambiente, más íntimo, desenchufado y en un entorno algo más tranquilo o al menos de mayor quietud, otro gallo hubiera cantado. O no. O yo que sé. Y es que, como os he dicho al comienzo, lo más seguro es que el culpable sea yo. Así que, recuperando la lengua de los Césares y de aquellos que montaron la secta a la que pertenecen los pederastas de "Spotlight": penitenciagite.  

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...