miércoles, 5 de junio de 2019

Cosas (y) materiales, de Mark Miodownik

En la última entrada, recordaba el día que me forcé a no escribir más sobre política en este blog. El caso es que aquella decisión iba unida a dedicarle más tiempo y espacio a temáticas algo más gratas. Darle un poco de vidilla a los temas culturales e introducir cuestiones de tipo filosófico o hasta científico. Cosa que, para ser honesto, no he cumplido. En mi descargo diré que no me interesa demasiado la filosofía y que no tengo mucha idea sobre ciencia. Aristóteles me la refanfinfla y por otro lado siempre fui un analfabeto científico. Y digo esto último con pesar. Cuando era un crío se supone que iba para químico. Al menos eso me cuentan.

No es cuestión baladí esta del analfabetismo científico. Todo quisqui tiene una opinión sobre medicina, nutrición, cambio climático o el origen del Universo, pero casi nadie tiene una base mínima para opinar con propiedad. Y vale que esto no ocurre solo con la ciencia. Ese ventilador de mierda que es la todología y el cuñadismo reinante lo salpican prácticamente todo. Yo mismo me he topado con peña que me ha discutido la eficacia de un acto administrativo, o la aplicación del régimen de mínimis a una determinada subvención, y que no ha abierto un libro de derecho en su puta vida. Tipos que creen que García de Enterría es una marca de quesos o que el tal Mínimis es el enano que salía junto al Dr. Maligno en “Austin Powers”. Aunque tampoco consuela. Ya sabemos que mal de muchos…

El término analfabeto designa la condición de aquel que no sabe leer y escribir. Luego están los analfabetos funcionales, que son quienes aun sabiendo leer y escribir, no comprenden lo que leen o no tienen la capacidad de poner por escrito una idea o aquello que quieren comunicar. De forma análoga se designa como analfabeto científico a quien desconoce lo que es la ciencia y sus métodos. Y es preocupante verificar como está de extendido ese mal. Situación que debería alarmarnos, pues la ciencia no es sólo un atributo ventajoso para la especie, sino que es un elemento indispensable para nuestra supervivencia. Supongamos que la ciencia desapareciera mañana. Palmaríamos ipso facto. Así pues, nos va la vida en ello.  

Con todo tampoco es necesario que todos nos doctoremos en química, física, biología o cualquier mandanga similar. Bastaría con adquirir un conocimiento básico y mínimo, suficiente para apreciar el mundo que nos rodea y a la vez tomar decisiones informadas. Comprender los temas críticos con los que uno se topa a diario en las noticias o en los debates públicos y apreciar como las leyes naturales afectan a nuestras vidas. Más allá de eso, siempre se puede tirar de amiguetes profesionales del ramo, para a resolver las dudas. O de los divulgadores científicos. Los imprescindibles Punsets de la vida (D.E.P.). Unos tipos que, guste más o menos, son capaces de trasmitir conceptos e ideas complejas de forma sencilla y comprensible hasta para un cenutrio como yo. Y aquí es cuando llegamos al librito de Mark Miodownik.

Se titula “Cosas (y) materiales. La magia de los objetos que nos rodean” y fue galardonado con el premio Winton de la Royal Society al mejor libro de ciencias. Y no me extraña. Lo que ha conseguido este ingeniero especializado en la ciencia de los materiales, además de profesor e investigador del University College de Londres es tremendo. ¡Que nos interesemos por los materiales de los objetos que nos rodean! Desde los más corrientes hasta los inventos más punteros, porque todo está hecho de algún material que expresa, de manera compleja, las necesidades y los deseos humanos. Para crearlos hay que hacer algo extraordinario: investigar a fondo su estructura interna. Y de eso es de lo que se ocupa la ciencia de los materiales, que tiene miles de años de antigüedad y es igual de importante o más que las otras ciencias aunque sea menos conocida. Y que la música, la pintura, el cine, la literatura...

Y es que todos somos, consciente o inconscientemente, sensibles a la importancia de los materiales. En cada aspecto de nuestras vidas elegimos materiales que reflejan nuestros valores, ya sean los azulejos de nuestro baño, los muebles del comedor o las cortinas del dormitorio. Del mismo modo, otros nos imponen sus valores en nuestros lugares de trabajo, ciudades o aeropuertos. El mundo material vive una continua reflexión, absorción y expresión que constantemente redibuja los significados de los materiales a nuestro alrededor. Porque al final, los materiales son un reflejo de quienes somos y una expresión, a diversas escalas, de nuestros deseos y necesidades.     

El ensayo de Miodownik nos cuenta todo eso y mucho más, desvelando los secretos y las historias que hay detrás del papel, el cristal, la porcelana, el chocolate o el hormigón. Partiendo por una cuchilla de afeitar, pasando a una taza de té, un billete de un dólar, el motor de un avión supersónico, la cúpula del Panteón de Agripa, una tableta de chocolate Fry’s, la suela de unas zapatillas, un rollo de película o un empaste dental... cada uno relata una historia que inspira asombro ante la capacidad del ser humano para crear. 
Entretenidísimo libro sobre ciencia e inventos que arroja bastante luz sobre esta sociedad de merluzos.

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