lunes, 2 de septiembre de 2019

Lo de las niñas de Alcàsser en Netflix


He visto lo de las niñas de Alcàsser en Netflix y lo primero que he sentido es pena. Bueno, también un poco de asco. Lo primero tiene que ver con los recuerdos y es que este menda se crió en un poblet de la Ribera que está a poco más de diez kilómetros del de Míriam, Toñi y Desirée. Encima tenía más o menos la misma edad que las niñas cuando desaparecieron, aquella fatídica noche de 1992. Recuerdo el revuelo generado en la terreta. Como la incertidumbre, la inquietud y después el miedo se expandieron por unas calles nada acostumbradas a este tipo de sucesos. Allí donde lo normal era morir de viejo o de aburrimiento, pero de pocas cosas más. Y todo por culpa de un crimen que ocupa un lugar destacado en la crónica negra nacional. Asociando el nombre de Alcàsser, el pueblo de alguno de mis amigos, a aquel lamentable episodio. También recuerdo de forma un tanto difusa, cuando fui con los del Soler i Godes hasta la plaza del Ayuntamiento para no sé bien qué. Visto lo instrumentalizado que estuvo todo, me temo lo peor.

A ver, antes de nada tengo que decir que el documental, cómo producto, no me ha parecido gran cosa. Ni la organización de los materiales, ni la secuencia cronológica, ni la forma de narrar… Nada de ello hace de este “El caso Alcàsser”, guionizada por Ramón Campos y León Siminiani y dirigida por este último, algo memorable. Sí que sirve para recordar cosas que no sé si quería recordar y confirmar lo hijos de la gran puta que pueden llegar a ser los medios de comunicación en este país. También constatar cómo tantos años después, seguimos siendo tan fáciles de engañar como entonces. O hasta más. Y es que el fenómeno “Esta noche cruzamos el Mississippi” se repite día tras día a través de los titulares tendenciosos cuando no directamente falsos de nuestra prensa libre. Y es que la popularidad del caso Alcàsser sirvió para estafar a millones de personas. Venderle a todo un país la existencia de una conspiración urdida por poderes ocultos y de la que formaban parte notables de la cosa pública y hasta el famoseo. Y compraron. O más bien compramos. ¿Esperar a los resultados de las investigaciones para señalar culpables? ¿¿¿Lo’qué???

Lo cierto es que lo sucedido en Alcàsser remite directamente a lo que nos cuenta el gran Billy Wilder en “El gran Carnaval”, una de mis pelis favoritas de siempre. Allí, un periodista al que interpreta Kirk Douglas, se topa con la exclusiva de su vida y el lamentable espectáculo que sobreviene nos lleva hasta Nieves Herrero y el programita que se cascó solo un día después de que se encontraran los cuerpos de las niñas. Un vergonzante momento televisivo recogido en “El caso Alcàsser” y que, visto hoy día, aún estremece. En la película, en un determinado momento, el director del periódico para el que trabaja el prota le comenta: “Entonces le preocupa poco la verdad...” A lo que el periodista contesta: “No como para pararme. Estoy en el camino de la gran noticia de mi vida y no me preocupa hacer tratos con un algún sheriff desalmado, y si tengo que aderezarlo con una maldición india y con una esposa desconsolada, tampoco me importa”. Algo parecido debió pensar la periodista buitre arriba mencionada o el coprófago de Pepe Navarro, conductor del “Mississipi”. Con la inestimable colaboración del criminal, que no criminalista, Juan Ignacio Blanco. Fallecido recientemente sin haber mostrado ni uno de esos vídeos que, según él, aclaraban todo. Una mentira más en la trayectoria de quien vivió de engañar y de la pasta de los crédulos hasta el fin de sus días.

Por otra parte, la miniserie de León Siminiani también sirve para corroborar aquello de que a una víctima, por el mero hecho de serlo, no le asiste la razón. Y es duro expresarlo así, pero vaya, que ser el padre de un asesinado por ETA no te convierte en candidato ideal al Ministerio de Justicia y supongo que se entiende. Porque al padre de una de las niñas se le fue la olla, lo cual es hasta razonable, pero de ahí a darle pábulo a cualquiera de sus ocurrencias… Como le leí a Joan Oleaque, autor de “Desde la tenebra”, “nunca llegó a creer algo que en los Juzgados se vive día a día: un niñato indeseable es capaz de hacer un mal realmente atroz. Propio de las películas de terror incluso. Por eso se dejó engañar por Blanco.” Y así fue como dio cancha a todas las conjeturas, especulaciones e hipótesis que este le susurraba al oído. A cada cual más rocambolesca, que todo hay que decirlo.  Y eso a pesar de que el juicio no dejó lugar a dudas sobre lo que pasó y quienes fueron los responsables de ello. Y es en este punto donde el documental anda más atinado, mostrando como se construyeron esas teorías. Al final y mal que le pese a alguno, no quedaron misterios importantes por resolver, más allá de el paradero de Antonio Anglés, responsable probado del crimen junto a su amigo Miquel Ricart. Me acuerdo de que en su momento se dijo nosequé de sí se había colado de polizón en un barco con destino a Brasil, el país de origen de su madre... Pero vete tú a saber. 
Una confesión ya para acabar. No muchos años después del suceso, tuve la suerte de asistir a clases con el fiscal responsable de la acción penal durante el juicio contra Miquel Ricart. Y no es que hablara demasiado del caso durante las clases, pero en aquellas pocas ocasiones y siempre refiriéndose en términos bastante crípticos, el hombre se mostraba bastante disgustado por todo. Incluso abatido. El caso es que aprendí bastantes cosas con él sobre cuestiones penales. Una de las que más recuerdo tiene que ver con esa estupidez tan repetida por los medios y cacareada en reuniones de amigos, del mito del psicópata brillante. Menuda milonga. Se la inventó el mismo que propagó aquello de que si te tragas un chicle, tardas siete años en digerirlo. O de que si te haces pajas te llenarás de granos, vaya. Y es que tan solo hace falta un hombrecillo asustado, crédulo, rencoroso o con un sentido equivocado de la épica para desatar el infierno. ¡Cuánto daño ha hecho Hollywood mondié! Ahora que lo menciono ya no estoy tan seguro que esto saliera a relucir durante sus clases. Sea como fuere, sigue siendo una verdad como un templo.

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