jueves, 14 de noviembre de 2019

El koala asesino y otras historias


Kenneth Cook debió ser un tipo bastante interesante. Sobre todo peculiar. Si hablo en pasado es porque el menda lleva tres décadas muerto y, pese a ser bastante conocido en el oficio, mi acercamiento a su universo literario se ha producido justo ahora. También es verdad que su obra no empezó a traducirse al castellano hasta el 2011. Cook fue un periodista, documentalista, presentador, pero sobre todo aventurero y escritor, que alcanzó cierta notoriedad con la trilogía de “El koala asesino”, de la cual acabo de leer la primera parte. Sus peripecias por la Australia agreste, salvaje y virgen le llevaron al meollo de muchos lugares interesantes, siendo protagonista de increíbles anécdotas, además de toparse con gente muy especial.  Y esa fue la mayor fuente de problemas en su vida. Sobre todo porque no paró de conocer ese tipo de gente amigable en baretos de mala muerte. Lo que, no solo estimuló su alcoholismo, sino que le llevó a meterse en toda clase de líos. También es cierto que, de no ser por ello, no existiría este libro.

“El koala asesino (Relatos humorísticos de la Australia profunda)” es un compendio de relatos basados en las experiencias reales del propio autor. Las quince historias se desarrollan básicamente en los desolados parajes del interior australiano. Regiones alejadas de los centros urbanos y con escasas áreas fértiles en donde el turismo y la minería son la principal actividad económica. Por allí pululan hombres-serpiente que conviven apaciblemente –o no tanto- con varias de las especies más venenosas del planeta. Y feroces cocodrilos apareándose y alimentándose de lo que les quede a mano, enormes gatos que parecen pumas y actúan como lobos, furiosos cerdos capaces de reventar una camioneta a cabezazos, amorosos perros con una discutible conciencia animalista y repugnantes camellos que actúan en connivencia con sus amos para timar a los escasos visitantes. También hay lugar para la cuestión aborigen, el blanqueo de capitales, el trabajo en las minas de oro u ópalo y mucho -¡pero que mucho!- alcohol. ¡Ah! Luego está la cosa esa de los koalas salvajes cuyo relato da nombre a la compilación…
“No me gustan los koalas. Son unos bichos asquerosos, irascibles y estúpidos sin un solo hueso amistoso en todo su cuerpo. Sus hábitos sociales son vergonzosos: los machos siempre andan propinando palizas a sus semejantes y robándoles las hembras. Tienen mecanismos defensivos repugnantes. Su piel está infestada de piojos. Roncan. Su semejanza con juguetes adorables es una engañifa abyecta. No son dignos de elogio por ningún motivo.Y además, una vez un koala intentó hacerme daño de una forma muy horrible.”

Este cuento, descacharrante de principio a fin, me ha hecho recordar un artículo antiguo de Enric González en El País. Se titulaba “El ejemplo del koala” y no tiene desperdicio…
“El koala parece feliz. Quizá lo es. Mírenlo: una monada. Y, sin embargo, podemos catalogarlo como el mamífero más lamentable del planeta. En ciertos aspectos, muestra rasgos que sugieren un alto nivel evolutivo: sus huellas digitales (un elemento raro en la naturaleza) son casi indistinguibles de las humanas. Pero, y eso también es raro, está en regresión. Evoluciona al revés. Cada generación es un poquito más imbécil que la anterior…”

La conclusión es que me lo he pasado muy bien como espectador de las aventuras del señor Cook en el país continente. Con esa parte agradable y hasta simpática de unos personajes que no deben alejarse mucho de la purria que protagonizaba las primeras pelis de David Michôd. Así pues repetiré. Con Cook digo, con el cineasta ya veremos.  

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