sábado, 28 de marzo de 2020

Brautigan para principiantes


No sé dónde leí que la prueba de grandeza de Richard Brautigan reside, justamente, en las pasiones encontradas que despierta su obra. Pues bien, no sé cuan beligerante me mostraré a partir de ahora con la legión de fans que atesora este autor –¡los tiene a puñaos!-. Lo que sí puedo decir desde ya, es que “La pesca de la trucha en América” me ha parecido un libro bastante vulgar. Y prescindiendo de la finezza que nunca caracterizó a este blog, afirmaré que es un ñordo catedralicio. Con muy buena prensa, eso sí.

Y es que el librito de marras supuso un tremendo éxito de crítica, también de público, a finales de los sesenta. De hecho, puso al frikazo de Brautigan en el mapa. Sus escritos llegarían a ser considerados un símbolo de la contracultura y el hipismo. Es más, hay quienes incluso le compararon con Dylan y Ginsberg (wtf!?). Y en lo que hace a su inclasificable estilo, los hay quienes ven en su obra referencias al estilo humorístico de Mark Twain y un halo de trascendentalismo a lo Thoreau (wtf!? bis).

Por lo que a mí respecta, existen muchas posibilidades de que esta sea la última incursión en el universo sin gracia de este miembro de la Generación Beat. Si este extraño viaje a una época idealizada en forma de microrelatos - la mayoría relacionados de una forma u otra con la pesca fluvial-, es lo mejor que escribió este hombre, no quiero saber cómo será lo peor. Vaya, que no me ha gustado nada de nada y supongo que ha quedado claro. Es más, cuando leo que se refieren al libro como poético, melancólico y absurdo, yo lo que interpreto es que “La pesca de la trucha en América” es a la poesía lo que Raphael de la Guetto, es melancólico como un cuarentón alcoholizado rememorando conquistas de Instituto que nunca acontecieron, y es absurdo como el futuro postapocalíptico de “Zardoz”. Y eso es todo lo que tengo que decir sobre mi última lectura.     

viernes, 27 de marzo de 2020

Hombre en catarsis al rescate


Homem em Catarse es, básicamente, Afonso Dorido, referente de la actual escena musical portuguesa al frente de los interesantes Indignu [lat.] -de quienes ya os he hablado por aquí-. Un tío que toca la guitarrita como los ángeles, lo que ya quedó demostrado tanto en su primer EP “Guarda-Rios”, como en su aclamado álbum de debut “Viagem Interior”, además de en los cuatro elepés que lleva grabados junto a la banda madre.

Pues bien, durante estos días de confinamiento forzado, mientras teletrabajo en precario o paseo entre las cuatro paredes de este nuevo piso -que se ha revelado demasiado pequeño para los tres y medio que somos-, me he topado con lo nuevo del guitarrista de Barcelos. Y es una puta delicia. Se titula “Sem Palavras, Cem Palavras” y es un álbum conceptual que, como se infiere, no contiene más que el sonido de su guitarra, el de un piano y un toquecillo de electrónica. Con ello Afonso se basta y se sobra para encadenar una seguida de diez intensos pasajes, dibujados a base de superponer capas y texturas.
Un álbum que suena muy portugués, por lo sugerente y melancólico, pero a la vez muy post-rocker.  En donde se dan cita desde los Explosions in the Sky hasta los primeros Múm, pasando por Slowdive y, cómo no, la música tradicional del país vecino. Repleto de sentimiento y emotividad, recreando maravillosas atmósferas, resulta ideal para la evasión de ese pequeño Chernóbil que nos está tocando padecer. También de los infiernos particulares que se desatan en nuestro día a día... 
(Me viene a la cabeza uno que tiene que ver con plantaciones de almendros infectados y con abueletes que no tienen otro medio de vida más allá de su explotación. ¿Por qué será?)
Y esta es la primera de mis recomendaciones musicales durante este 2020 de mierda. El año en el que arranqué de un estado de emergencia –que de facto era de sitio- para plantarme en un estado de alarma. ¡Échale huevos! Y sí, sé que el año pasado por estas fechas ya os había hablado sobre un buen puñado de álbumes. ¡Dadme un respiro, collons!

Bueno va, aunque no diré mucho más, además del disco de Homem em Catarse ando colgado de lo nuevo de Ben Watt - ¿quién me lo iba a decir?-, Bonnie “Prince” Billie –el tito Will nunca defrauda-, Caspian –rozando el nivel del “Tertia”-, Destroyer –a su rollo-, Drive-by Truckers –lo de siempre y bien que me parece-, A Girl Called Eddy -16 años después, que se dice pronto-, Isobel Campbell –sin Marc, ni por supuesto Stuart-, Lina_Raül Refree –el Rulo se pasa al fado-, Los Enemigos -¡Aupa Josele!-, Luke Haynes - Peter Buck –gloriosa confluencia-, The Men –más roqueros que nunca- , Nada Surf –menos no es más, pero sigue siendo mucho-, Pablo und Destruktion –a vueltas con el bucle melancólico-, The Rentals –ahora sí que sí, o eso parece-, Stephen Malkmus –moviéndose entre lo reflexivo y lo lisérgico-  Toundra –transmutados en compositores de bandas sonoras- y VVV Tripin’You) –ahí siguen en aquello de rendir culto al frío, al ruido…-. Y prometen los avances de Brendan Benson, Greg Dulli, Happyness, Inverness, Jeanines, The Lemon Twigs, Nap Eyes, Palehound, Paradise Lost, Paradox Obscur, Protomartyr, Schammasch, Throwing Muses y Waxahatchee.

¡Ah! Que no se me olvide esto. Está muy molona la iniciativa “Music for Gloves” en la que varios sellos nacionales ofrecen descargas de material inédito de sus bandas por un módico precio. Los ingresos se destinan a la compra de equipos de protección para los hospitales. Cuestión harto necesaria en estos tiempos de coronavirus. Y la verdad es que hay cosas realmente chulas firmadas por gentes como The Parson Red Heads, The Violet Hours, Kelley Stoltz, Daniel McGeever, The Maureens, Holy Tunics…

martes, 24 de marzo de 2020

¿Todo está bien? ¿Seguro?


Pues ahora quien ha muerto es Gabi Delgado-López, la mitad pensante y ejecutante de los míticos D.A.F. (Deutsch Amerikanische Freundschaft). Formación de culto, de sobra conocida en Alemania o Gran Bretaña, pero no tanto en la sufrida piel de toro, de donde Gabi hubo de huir a causa del hacedor de pantanos. Por lo que, a riesgo de convertir esto en la sección de necrológicas de cualquier periodicucho, me veo obligado a escribir unas líneas al respecto. Y no solo por su condición de pionero, a través de este proyecto electropunk surgido en Düsseldorf en la década de los setenta. O por como Gabi, junto a su compañero Robert Görl, influirían en el desarrollo posterior del sonido industrial o en la mierda esa de la EBM que tan buenos ratos me dio durante la adolescencia. Sino principalmente por lo bien que me lo he pasado y aún me lo pasó poniendo a rodar sus discos. Especialmente el fantástico “Alles is Gut” de 1981, el tercero en su trayectoria. También el más elogiado.

No sé la de veces que habré entregado a esos ritmos repetitivos y agobiantes. A ese sonido minimalista y hasta rudimentario, trufado por los fraseos tan característicos del front-man cordobés. Con esas atmósferas amenazadoras, densas e hipersexualizadas –a esto ayudaba mucho la imagen del grupo- que alcanzan su cénit en cortes como “Sato-Sato”, “Ich un die Wirklichkeit” o “Der Mussolini” -lo más parecido a un hit que jamás tendrían-. Un himno punk con mensaje antifascista, por mucho que algunos en su momento lo entendieran de forma bien distinta. Con todo, mi favorita hasta el día de hoy, también incluida en este álbum, sigue siendo la malrollera “Der Raüber und der Prinz”. Una auténtica joyita del sonido alemán de todos los tiempos.
Cuando Gabi terminara con D.A.F. siguió haciendo sus cositas. Como productor, diyéi ocasional y también publicando discos en solitario. El más conocido vino firmado con su nombre, titulándolo “Mistress” (1983). Una cosa rara que transita por otros derroteros, más apegado a la cosa funky y hasta con guiños tropicales, que ya no me interesa tanto. De hecho he intentado recuperarlo mientras escribía esta entrada y no ha habido manera... Que li anem a fer?

En fin, descanse en paz Gabi Delgado-López y larga vida a su legado. Gracias por tanto. Sobre todo por D.A.F.

domingo, 22 de marzo de 2020

Genesis P. Orridge 1950 - 2020


La verdad es que en esta trama distópica en la que andamos enfrascados y en la que aquello de la suspensión de la incredulidad funciona regular, estamos pasando por alto un sinfín de cosas importantes. Quizás porque nos cuesta concebir que todo es real como la vida misma, porque es justamente eso, la vida misma. Pero su apariencia –y que me perdonen los expertos- no podría ser más peliculera. Y no de una peli buena precisamente. ¿Os acordáis de aquellos tiempos en los que nos reíamos de los chinos? ¡Qué’sageraos con el coronavirus mondié! ¡Si es una puta gripe mal curá! En fin… Penitenziagite.

Hablando de recordar, ahora me viene a la cabeza el último disco de Throbbing Gristle que me agencié. Y está hilado con lo anterior, no os asustéis. No hace tanto de la compra. Fue en una efímera tienda de vinilos que abrió en un barrio pijo del Cap i Casal. Una reedición de un álbum mítico que ya tenía en otro formato, pero me apeteció llevarme tras una distendida charla con el vendedor. También me acuerdo que, años antes, un fenómeno con aspiraciones a gurú musical pretendió colarme la misma edición como si de un original se tratara. El conato de agresión se produjo en un chiringuito que estaba –o está- en una céntrica calle de Barcelona en la que hay –o había- otros espacios del mismo palo. La verdad es que la anécdota da para otra entrada.

El caso es que, en estos días de desasosiego e infección, en los que hemos pasado de creernos a pies juntillas al Dr. Simón a cagarnos en sus muertos, uno de estos últimos –aunque no por coronavirus- ha sido el señor/señora Genesis P. Orridge. Y está bien recordarlo aquí. Vaya, que sería bastante injusto pasar por alto tamaña pérdida. Al menos en un espacio con ínfulas culturales. Porque este andrógino personaje, miembro fundador y líder espiritual de los mencionados Throbbing Gristle, es una de las cosas más chulas que le ha pasado al mundo del arte –sí, del arte- y no solo de la música. Un tipo controvertido y problemático que acaba de pasar a mejor vida, según parece, tras una larga lucha contra la leucemia.

El asunto y a eso es a lo que iba, es que Genesis la ha palmao y esto también parece ficción. Porque creía que era un personaje inmortal, como los vampiros estilizados de las sagas creadas por Anne Rice. O como Jordi Hurtado. Con esta muerte, junto a la de gente como Mark E. Smith hace un par de años, se nos están yendo casi todos los referentes del underground sin que se atisbe mucho más en el horizonte. Y no consta que nadie esté postulando a las vacantes, lo que más que una realidad es un puto drama.

No os voy a engañar, a los Gristle llegué tarde y mal, como a tantas otras cosas en esta vida. Es más, hay discos de la banda británica que apenas si he escuchado. Respecto a sus míticas performances, repletas de sexo, defecaciones, mutilaciones y demás cuestiones contrarias a la moral y al sistema de valores tradicional, tan solo he leído cosas. Bueno, algún vídeo he visto. Teniendo en cuenta que Genesis, Chris Carter, Cosey Fanni Tutti y “Sleazy” Christopherson configuraron esto como un proyecto escénico artístico, por encima de la cuestión musical, pues ya me contaréis…

Con todo, aunque sea a la distancia y a través de un altavoz, me lo he pasado de puta madre con su mierda desquiciada. Sobre todo los primeros discos, con los que si me he dado el tiempo… Esos sonidos atonales, esquizoides y provocadores... Y especialmente “20 Jazz Funk Greats” de 1979, su ópus magnum, que es el álbum del que os hablaba un poco más arriba. Aquel en el que mejor se plasma el espíritu dadaísta de una banda que no admite comparaciones. Un trabajo que no incluye nada de jazz, ni de funk y mucho menos cualquier atisbo de éxito. Ni siquiera las veinte canciones que promete. Con esa portada que parece la de un grupo de música facilona, con los cuatro miembros de la banda acicalados para la ocasión, posando frente a un bonito paisaje. En algún momento supe que aquello que se ve al fondo es una playa de Sussex que causa furor entre los suicidas. Así pues el envoltorio supone la primera provocación de un trabajo de “terrorismo sonoro” (tal cual lo definió el mítico Jon Savage), que sentaría las bases de la electrónica experimental en años venideros.

Throbbing Gristle se separarían poco tiempo después de publicar este disco. El fallecido Genesis P. Orridge (Q.E.P.D.) fundaría los no menos míticos Psychic TV e iniciaría un proceso de transformación corporal en aras a parecerse cada vez más a su esposa. Y más allá de lo brutal del proyecto personal, en lo meramente musical la cosa ya me interesa menos. Que también puede ser que no lo haya oído lo suficiente… Es verdad que es en esta etapa cuando se produjo la recordada actuación en el programa de la Chamorro. Pero yo era un niño, xé. Sorry.

Y este es mi humilde homenaje a Genesis P. Orridge y a los Throbbing Gristle… 
Bueno, esto también…
¿A que chana la camisa?

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Que por cierto “Throbbing Gristle” vendría a significar erección, en jerga de Yorkshire. Y en España, quien homenajeara con más éxito a la acción de erguir o erigir el pene, con agrandamiento y estado firme, sería el hijo del Fary -En el mundillo de la música, que os veo venir-. Creo que con eso está todo dicho. 
(Os dejo el vídeo enlazado, pero no os hagáis daño… Lo digo en serio).

sábado, 21 de marzo de 2020

El angelito negro de Douglas P. y la piel de plata del Javier Calvo bueno


¿Es el “But, What Ends When the Symbols Shatter” el mejor disco de Death in June? Pues hombre, no sé si sería justo relegar de esa honrosa posición al “Nada Plus!”, el “Operation Hummingbird”, el “Brown Book” o al “Take Care & Control”. A mí personalmente el que más me gusta es el “Rose Clouds of Holocaust” y mi canción favorita ni siquiera está incluida en él, sino en el “Oh How We Laughed” -se trata de “State Laugther”, por motivos sentimentales chungos y también por esas trompetas locas seguidas de la gloriosa tamborrada y esos ruiditos que suenan a sci-fi ochentero-. Pero vaya, que peña más sabía y dedicada a estas cuestiones del neofolk, suele concluir que sí. Decantándose por este icónico álbum publicado el mismo año en el que se celebraron las Olimpiadas de Barcelona. Con esa portada en la que se homenajea, de forma poco disimulada, a Benito Mussolini. También de alguna manera al líder homicida del People’s Temple. Y es que varios de los cortes son reinterpretaciones de las soflamas del reverendo Jim Jones. Entre ellas “Little Black Angel”, una de las piezas más celebradas en la larga trayectoria musical de Douglas Pearce y que me da pie para introducir mi última lectura: “Piel de plata”.

Firmado por Javier Calvo, que también es un fenómeno, aunque le tuviese medio olvidado. Alguien a quien conocí primero a través de sus artículos musicales -entiéndase esto en un sentido amplio-. Bueno, también en su faceta de traductor. Y es que es responsable de haber traducido varias obras de Foster Wallace, Palahniuk, Don DeLillo o Donald Ray Pollock que me he leído. Pero vaya, que de todo esto ya os hablé en otra entrada y no es cuestión de repetirse. De hecho, aquel post iba sobre la novela con la que conocí al Javier Calvo escritor:“El jardín colgante”. Mi único acercamiento hasta el momento al universo fabulado por Calvo. Y resulta inexplicable que habiendo pasado casi ocho años desde aquello, aún no me hubiese echado al gañote nada más de una cosecha que incluye un buen número de publicaciones. Porque como dejé escrito, aquella obra me maravilló. Ni que hablar de sus recomendaciones musicales, literarias o culturales así en general, cada vez más difíciles de rastrear por la web.

“Piel de Plata” es la historia de un crío bastante rarete -y enfermo- que se pasa el día leyendo novelitas de ciencia ficción. Un día, en la sala de espera del psiquiatra, conoce a una chica y queda fascinado. Es mayor que él y se supone que más inteligente, aunque a la postre lo único que queda claro es que está muchísimo más loca. Con ella descubrirá la obra del poeta Juan Eduardo Cirlot y esos mundos más allá de su comprensión -y la de casi cualquiera-. También a los mencionados Death in June, a través del “But, What Ends When the Symbols Shatter” y muy especialmente de ese angelito negro que nada tiene que ver con los de Machín y tan hipnótico resulta en boca de Douglas P. Tras una serie de encuentros y desencuentros producidos en una Barcelona menos mediterránea de lo que les gustaría a sus políticos -y a los propios barceloneses, supongo-, vemos como esta suerte de Holden Caulfield posmoderno y con atracción por la oscuridad, transita el mito de la adolescencia. Y eso es básicamente “Piel de plata”. Más o menos. Bueno, eso y un reconocido homenaje a Michael Moorcock, prolífico autor de fantasía épica y asiduo letrista de los pesaos de Hawkwind.
“El día que los extraterrestres lleguen a la Tierra no será como nos lo han contado mil veces los novelistas de ciencia-ficción. Los extraterrestres no levantarán una manita de tres dedos a modo de saludo, ni tampoco harán unos pitiditos simpáticos que con el tiempo nuestros científicos podrán descifrar y a los que podrán replicar. Cuando los extraterrestres lleguen a la Tierra, lo más seguro es que se estrellen porque no estén familiarizados con el concepto de suelo. O bien no entenderán que los pobladores del planeta somos nosotros y no nuestras casas. O no caerán en la cuenta de que nuestro lenguaje está asociado con las vibraciones que salen de los agujeros en la cara, porque en su planeta no habrá agujeros, ni caras, ni vibraciones, ni mucho menos pequeños glifos de tinta de un papel que se interpretan con unos orbes mojados que hay en medio de esa cosa llamada cara.”

Un canto a la juventud y a la rebeldía repleto de interesantes referencias que como novela y pese a resultar entretenida, no es tan buena como “El jardín colgante”. Quizás es que siempre me ha costado entrar en el rollo de Hawkwind… Y eso que tengo bastante material original heredado. Eso sí, está muy bien escrito.
My little black angel as years go by ... I want you to fly with wings held high... I want you to live by the justice code... I want you to burn down freedom's road...”

jueves, 19 de marzo de 2020

Limónov, desde Dzerzhinsk al infierno

Dzerzhinsk es una ciudad rusa situada a unos ochocientos kilómetros de Moscú que debe su nombre al primer jefe de la NKVD -el temido departamento soviético de asuntos internos-. Fue además uno de los principales centros de producción de armas químicas de Rusia, con acceso vetado a los occidentales hasta hace cuatro días. Ahí mismito nació Eduard Veniamínovich Savenko, más conocido como Limónov, el escritor de esta macarrada y el protagonista de esta otra. Y no parece casual. Supone un comienzo perfecto en la vida de este aventurero, playboy y militante anarco-fascista -admirador de Stalin y la vez amigo de Karadzic o Le Pen padre- cuya biografía parece el guión de una peli de Tarantino. El fulano que creó y lideró a los nazbol hasta anteayer, cuando pasó a mejor vida. Y es que ya no podremos volar a Moscú y hablar con Limónov de sus planes de gobierno

Ícono underground, Limónov se dio a conocer a través de una serie de novelas en las que narra su exilio en los EEUU a mediados de los setenta – “Soy yo, Édichka”“Historia de un servidor” y “Diario de un fracasado”-. Si bien, mi puerta de entrada al universo del artista fue la fantástica biografía firmada por el rusófilo Emmanuel Carrère. Ya en plena década de los ochenta se mudaría a París, donde participará en varias revistas literarias. Sus trabajos en esa época, también autobiográficos, van más en línea de escandalizar a la plebe con sus historias sexuales –“El poeta ruso prefiere los negrazos”-. Regresaría a su país natal ya en los noventa, coincidiendo con la caída del régimen soviético, para centrarse en cuestiones políticas. Dando cauce a su verborrea delirante a través del periódico Limonka, a la sazón boletín oficial del Partido Nacional Bolchevique, fundado por él mismo. Acusado de terrorismo, conspiración por la fuerza contra el orden constitucional y tráfico de armas, acabaría dando con sus huesos en la cárcel. Pero eso no contuvo su actividad y, una vez fuera, montó La Otra Rusia para continuar esparciendo su mensaje político contradictorio, casi siempre opuesto a Putin, aunque menos hacia el final. Gracias sobre todo a su sesgo nacionalista en temas como el de la anexión rusa de la península de Crimea.

Un tipo que se desenvolvió en la vida como un pececillo de plata entre el papel impreso. No discriminando entre ídolos e ideologías. Capaz de navegar entre los textos de Lenin y Hallier, admirar las bondades del capitalismo para luego criticarlo y ensalzar el modelo soviético. Incorporando casi cualquier cosa al batiburrillo de cuestiones sin sentido y lecturas medio digeridas que había en su cabeza. También es verdad que, como dijo en una entrevista reciente, “cada cosa tiene su tiempo, eso es todo. Hay uno para las tetas y los muslos de Maggie, reina de la cocaína, y otro para el fusil de asalto Kalashnikov”. ¡Ea! Descansa en paz tío loco.

martes, 17 de marzo de 2020

“Nuestra parte de noche”, de la Enríquez


Tendemos a enfatizar el hecho de que los dioses de la antigüedad gozaran de poderes sobrehumanos, pero me parece más esclarecedor el uso poco amable de los mismos, por decirlo de una manera suave. La voluntad impuesta de Zeus, Wotan u otros mendrugos adorados por diferentes culturas de aquí y allá resultaba, en no pocas ocasiones, caprichosa, egoísta y lesiva. Supongo que es lo que tiene ser inmortal y disfrutar de las capacidades de someter a cualquiera. Con todo, se supone que algunos usaron esos poderes más centrados en aquello de hacer el bien –y lo que cojones signifique eso- que en lo contrario. De ahí la responsabilidad de cada cual a la hora de declararse acólito del Superman de turno. Y es que la elección de deidad dice más de nosotros que de la propia deidad, que dejó escrito alguien. En mi caso y si fuese capaz de pasar por alto mi ateísmo militante, bebería los vientos por un Dios del tipo destroyer. Aunque puestos a pedir preferiría que los súper poderes me los confiriesen a mí y ser yo el ungido… ¡Os ibais a cagar! ¿Habéis visto “Chronicle” o “El hijo”? Una mariconá al lado de lo que iba a ser esto...

Todo para introduciros a la peña de La Orden, culto dedicado en cuerpo y alma a la veneración de un Dios antiguo que se manifiesta como una oscuridad voraz. Los miembros del mismo conocen a este Dios y le piden cosas chungas, porque en general son más malos que un dolor de muelas. O que el coronavirus, que resulta más actual. Cierto que esto de La Orden no existe en nuestra realidad, al menos que sepamos. Es una invención terrorífica de Mariana Enríquez incluida en su último libro “Nuestra parte de noche”. Una novela tremenda en la que valoriza las supersticiones, los mitos góticos y las leyendas de los pueblos originarios, que resulta siniestra, poética, tierna y hasta política. ¿Qué no puede ser? Acábatela y después me cuentas.

La cosa comienza con un padre y un hijo que atraviesan Argentina por carretera, desde Buenos Aires hacia la frontera norte con Brasil y Paraguay. Son los años del Proceso de Reorganización Nacional, la dictadura que se instaló en la patria del flaco Spinetta y Borges entre el golpe de estado de 1976 y el gobierno de Alfonsín. Descubriremos que el padre trata de protegerlo del destino que le ha sido asignado. Una condena heredada que seguramente le arrastrará a él, médium del culto arriba mencionado, como ya se llevó por delante a la madre, muerta en circunstancias poco claras. Al final “Nuestra parte de noche” resulta ser una suerte de road trip trasandina que incluye una reflexión sobre la paternidad en un sentido amplio. Y es que el extraño vínculo entre los protagonistas principales y la reflexión sobre si algunas cosas merecen realmente la pena, son con mucho lo mejor de la novela.

Sin olvidar que es un libro de la Enríquez y por lo tanto esencialmente una novela de terror alla maniera di, es decir, vinculando lo cotidiano y la realidad política de su país, con el consabido interés por lo esotérico, los mundos paralelos y los rituales. Influida por la narrativa gótica clásica, las novelas victorianas, las historias “juveniles” de Stephen King, el viaje post apocalíptico dibujado por McCarthy en “La Carretera”, los mundos mágicos del chalao de Jodorowsky, pero también el rock y el cine. ¡Si hasta hay un cameo de Bowie!

La novela, cuya única pega es que, quizás, sea excesivamente larga, está escrita de una forma muy guay. Variando según las voces de quienes la protagonizan y hacen de narradoras. Partiendo de un verso en un poema de Emily Dickinson, se estructura en seis partes, reflejando puntos de vista diferenciados que abordan diferentes épocas que van desde el Londres bohemio y libertino de los sesenta, al Buenos Aires juvenil de los noventa. La verdad es que me ha parecido un novelón en todos los sentidos. Lo del Premio Herralde me la suda, aunque supongo que a ella no, claro.   
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