“Todo se volvió
amarillo. Que las cosas y los seres humanos se vuelvan amarillos significa que
han alcanzado la inconsistencia, o el rencor.
El dolor es amarillo,
eso quiero decir.”
Ya va para cinco meses que aterrizará aquí en este alargado país, justo al
otro lado del charco y hasta más allá. Fue tras sobrevolar durante un buen rato
primero el océano Atlántico, después la selva amazónica y al final, ya próximos
a destino y casi tocándola con la punta de los dedos, la imponente cordillera
de los Andes.
En los días previos a viajar me topé, más bien me reencontré, con la
poesía del gran Manuel Vilas que no sé si tiene mucho que ver con Chile o con viajar
en avión, pero desde luego sí con el asunto de este post. El caso es que,
debido a ello, decidí incluir la “Poesía Completa (1980 – 2015)” del autor maño
entre los libros que saltarían de continente a continente dentro de mi maleta. Sin
embargo, no sé bien como, probablemente en el trasiego del último día, pero acabe
extraviando el libro.
Por suerte y ya en Valpo, pero a través de un amigo de la terreta, me
entero que el bueno de Vilas ha publicado un libro nuevo. Ni más ni menos que
una novela o lo que quiera que sea esa cosa preciosa a la par que dolorosa titulada
“Ordesa”. Sí, “Ordesa”, como el parque nacional sito en el Pirineo oscense, en
donde radica el famoso Monte Perdido al que, casi todos los de donde yo vengo, hemos
acudido en familia durante unas vacaciones.
Y es ahora cuando debería hablaros un poco de la novela y tal. Plasmar
mis impresiones tras la lectura de este artefacto literario que me ha dejado
hecho mierda por dentro. Más aún después de incluir varios pasajes de la
novela. Pero es que no puedo. O no quiero. O no sé. O yo que sé. Tan solo decir
que es devastadora. Brutal. Una especie de historia autobiográfica, supongo. Escrita
desde el desgarro más absoluto y siempre desde una emoción poco
contenida. Crónica íntima de una familia, la de su autor y de un país, la España
de ayer y de hoy, en la que el tormento y también una suerte de extraña
esperanza campan a sus anchas.
“El problema del Mal es
que te convierte en culpable si te toca. Ese es el gran misterio del Mal: las
víctimas siempre acaban en culpables de algo cuyo nombre es otra vez el Mal.
Las víctimas son siempre excrementales.
La gente simula compasión hacia las
víctimas, pero en su interior solo hay desprecio.
Las víctimas son siempre
irredimibles.
Es decir, despreciables.
La gente ama a los
héroes, no a las víctimas.”
No sé si es apto para toda clase de estómagos, pero
merece la pena intentarlo, omeprazol mediante. Dejaos arrastrar por ella. Al
final se sobrevive y hasta acabamos por apañarnos, como decía aquella canción creo
que de los Manel. Hasta se disfruta. Y mucho.
“Se pasó un día entero
agonizando. Yo lo veía agonizar. Se oía una respiración que parecía una
tempestad, un océano de quejidos misteriosos y largos. El cuerpo estaba
consumido. Pero sonaba, su cuerpo producía música. Los dedos de los pies tenían
un aspecto religioso, como de cristo martirizado, como de pintura española del
siglo XVII, pies deformados pero en actitud de espera. Todo era un intento por
respirar. Y era un intento inteligente. Mi padre hacía ruidos retumbantes,
aciagos, catastróficos. Parecía su garganta el nido de millones de pájaros
amarillos, quebrantando las paredes del aire. Mi padre se convirtió en el
Barroco español. Entonces entendí el Barroco español, que es un arte severo de
adoración de la muerte en tanto en cuanto la muerte es la más lograda expresión
del misterio de la vida.”