No
recuerdo si alguien me recomendó este libro, o simplemente leí una buena
crítica en algún suplemento cultural. Lo cierto es que por una cosa o por otra,
me decidí a comprarlo. De no ser así, ¿a santo de que iba a interesarme por un estudio
sobre las costumbres y creencias de los dowayos? Porque eso es el “Antropólogo
inocente”, un libro centrado en una tribu de parias que habita al norte de
Camerún y que es marginada por las demás comunidades de la patria del hermano Samuel. Una pieza literaria insólita de la cual se ha dicho que “combina
el candor y colorido de los relatos de los primeros exploradores con un agudo
ingenio y un desternillante sentido del absurdo” (Roger Sandall, Encounter Magazine). No conozco al amigo Roger pero hasta donde llegan mis –limitados-
conocimientos sobre la materia, estoy bastante de acuerdo.
El autor de este trabajo es Nigel Barley, doctor en antropología por la
prestigiosa Universidad de Oxford. Quien, según el mismo cuenta, se vio “obligado”
a dedicar dos años enteros de su vida al estudio de una tribu extraña, para
poner en práctica toda la teoría aprendida en las clases. Es por ello que, repasando
todas las posibilidades que le ofrecía el mundo y atendiendo a la sugerencia de
un amigo, los dowayos fueron su elección. Para lo cual se tuvo
que desplazar hasta un remoto territorio al interior de Camerún e instalarse en
una choza de barro. Estamos en 1978 y esta iba a ser la primera experiencia de
campo de su autor. Lo que éste no sabía es que casi fue la última. Finalizado el
estudio, se incorporaría al Museo Británico y allí le editarían este libro
en el que narra sus vivencias. El caso es que, de ser planteado como una
pequeña curiosidad, acabaría convirtiéndose en un superventas gracias al boca a
boca. De hecho, la edición española que yo adquirí es la número veintidós. Cosa
seria.
Como ya he comentado, “El antropólogo inocente -Notas desde una choza de
barro-” es un libro sobre antropología, pero no hay que asustarse. Es sumamente
divertido y ni tan siquiera es un estudio al uso, sino más bien un cuaderno de viajes
que narra las desventuras de un inglés en el culo del mundo. Al inicio Barley
describe con todo lujo de detalles las dificultades para llegar hasta el
país Dowayo. Unas tienen que ver con la compleja burocracia camerunesa,
que hace que la expedición del más simple de los documentos, poner un simple sello
y no digamos lograr determinados permisos, se transforme en una odisea. Luego
está el tema de los problemas financieros con los que hubo de lidiar Barley
durante su estancia. Y es que, pese a ser beneficiario de una sustanciosa beca,
vio como el rocambolesco sistema bancario, unido a los vericuetos del derecho
internacional y de nuevo a la burocracia, le dejarían sin recursos. Viéndose obligado
a pedir préstamos a todo bicho viviente y a malnutrirse con los escasos productos
que ofrece la tierra de los dowayos. Básicamente mijo.
Además de descubrirnos un mundo oculto, con una civilización escasamente
occidentalizada aún a finales de los setenta, se agradece que Barley no incurra
en esa tendencia irritante y buenista, que consiste en ensalzar cualquier
cosa que tenga que ver con sociedades primitivas como la dowaya. Cualquiera
que haya visto ciertos documentales de La2 o del Canal 33 sobre
prístinas comunidades africanas o amazónicas, sabrá de lo que hablo. Tampoco es
que se dedique a criticar todo lo que ve, vaya. Se limita a tratar de explicar unos
modos de vida que ni enjuicia ni cataloga de mejores o peores. Manifestando extrañeza
ante determinadas situaciones, ritos o creencias, que no entiende, pero siempre
con amplitud de miras y voluntad de comprensión. Y empleando un estilo fácil en
inteligible para el iletrado en cuestiones antropológicas. Y tirando de humor
cuando hace falta. De hecho ese refinado sentido del humor inglés del que no se
salva nadie -ni siquiera él mismo-, es lo que hace diferente a este estudio. Consiguiendo
que algo que podría haber resultado intragable, acabe siendo una lectura amena
y divertida, además de interesante. Una suerte de estudio científico livianito, redactado por alguien
que comparte el ingenio de los Monty Python.
Las partes más graciosas son, sin ningún género de dudas, aquellas que hacen
referencia a las dificultades con las que se topa un occidental medio en África:
el clima, las costumbres, los cultos, la alimentación y las enfermedades. Así,
por poner un ejemplo de esto, cuando sufre una grave infección en las encías y
no le queda más remedio que acudir al dentista, Barley nos cuenta como “dentro
había cierta cantidad de instrumentos dentales en un estado lamentable y un
gran diploma de la Universidad de Lyon, lo cual me tranquilizó un poco”.
Tras explicarle su problema a un tipo grandullón, éste agarró unas tenazas y
sin más dilación le arrancó los dos incisivos: “Según declaró, los
dientes estaban podridos. Me quedé sentado como un pasmarote (la sangre me
corría por el pecho de la camisa) y traté de hacerle comprender que ya podía
emprender el siguiente paso del tratamiento” […] “No resulta sencillo
discutir en un idioma extranjero faltándole a uno dos incisivos. Al
final, el individuo se irrita y me dice que si no estoy satisfecho llamaría al
propio dentista. Así es, el que me había arrancado los incisivos no era
dentista, era mecánico, y también arreglaba relojes. Había caído en la trampa
de creer que cualquiera que se encontrara en un consultorio dental con una bata
blanca y preparado para sacar muelas era dentista.”
Después de sobrevivir a este tipo de situaciones, incluyendo enfermedades
varias, desastres de todo género y condición, a la hostilidad de algunos
lugareños y por encima de todo, al aburrimiento, el país Dowayo y Camerún
-y África en general- marcarían la vida del joven investigador. No es casual
que el libro acabe de la siguiente forma:
“Varias semanas después de mi retorno llamé por teléfono al amigo cuya conversación me había decidido marcharme al campo.- Ah, ya has vuelto.- Sí.- ¿Ha sido aburrido?- Sí.- ¿Te has puesto muy enfermo?- Sí.- ¿Has traído unas notas a las que no encuentras ni pies ni cabeza y te has dado cuenta de que te olvidaste de hacer todas las preguntas importantes?- Sí.- ¿Cuándo piensas volver?Me reí débilmente. Sin embargo, seis meses más tarde regresaba al país Dowayo.”
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