Días
de jolgorio, días de júbilo, días de regalos… A ello contribuye la ilusión que
genera la oronda figura de Papá Noel. El personaje encargado de traernos aquello
que le hemos pedido durante la madrugada del día 25. Eso sí hemos hecho los
méritos suficientes durante el año. En caso contrario, la tradición dicta que
bajará por la chimenea y nos dejará una bonita rusca de carbón.
Estoy convencido de que no es vuestro caso y habréis recibido cientos de
regalos. Más de lo que habéis pedido, por supuesto. Pero no a todo el mundo le
fue tan bien. Y no hablo sólo por este menda. Me estoy refiriendo a, por
ejemplo, esas nueve personas que fueron tiroteadas durante la pasada Nochebuena en una localidad de California. Parece ser que la muerte les sobrevino cuando Santa
Claus irrumpió en plena celebración abriendo fuego. Luego incendiaría la
vivienda lanzando varios cócteles Molotov. No contento, ese Papá Noel hijoputa
y decadente decidió suicidarse, con lo que muchos niños californianos se
quedaron sin su regalo pese al buen comportamiento durante el año. Otra
cuestión sería conocer qué carajo habían hecho los asistentes a la fiesta para merecer
tan terrible regalo.
Se intuía que un acontecimiento de tal magnitud podía sobrevenir en cualquier
momento. Que alguna vez tenía que pasar, vaya. En este sentido, alucino con la
labor de una ETT madrileña que gestiona ofertas de empleo para
actores que quieran encarnar a un Papa Noel del palo. En la última
convocatoria ofertaban dos plazas y citó a los candidatos a una prueba de
dinámicas de grupo. Tras una serie de preguntas, se les planteó que planificaran
una acción militar. En concreto la voladura de un puente, actuando como si todos
formasen parte de un comando militar. Y vaya, que después nos extrañan noticias
como la del Papá Noel pistolero. Que un gordo cabrón agarre una recortada y se
ventile a todo bicho viviente, en un domicilio, en un estadio deportivo o un
centro comercial, es casi lo menor que nos podría pasar. Y es que como dicta el
refrán, “de aquellos lodos…”
Todo está viciado desde hace mucho. Casi desde el comienzo, cuando se perdieron
los rasgos definitorios de una tradición asentada sobre la existencia real del
tal San Nicolás -de Bari, para nosotros, de Mira, para los ortodoxos- Obispo del siglo IV en el que, supuestamente,
se inspira nuestro Papá Noel panzón, barbudo y rojiblanco -no por
ello seguidor del Atleti-. Todas aquellas tradiciones paganas debidamente
cristianizadas que confluyeron en el mito original -desde la Saturnalia romana, el Sinterklaas holandés,
el hada Befana italiana o incluso el Olentzero
euskaldún- y el tuneado al que le sometió Thomas Nast y la Coca Cola
desde 1931, dieron como fruto este Santa Claus/Papá Noel supuestamente
más humano y por lo tanto más patético. Algo que, a todas luces, no podía
acabar bien. Y es que hacerlo más humano equivale a hacerlo más vulnerable y
preso de sus bajas pasiones. Encima condenándolo a morar en los inhóspitos
parajes de Laponia, con la única compañía de una camada de duendecillos
asexuados y cuatro gigantescos renos. De ahí la transformación de un personaje que
nació ridículo y sobrevino en sociópata. Un monstruo en potencia con forma
humana que, como en el caso del Golem, acaba sublevándose contra
sus creadores.
Por si la cosa no estaba lo suficientemente jodida, este año nos ha dado por decorar los balcones con papanoeles colgantes recubiertos de lucecillas. Indicadores de aquellos lugares en donde se espera al auténtico. Eso y las ETT formando comandos de Papanoeles con
tácticas de marine… ¿Qué podría salir mal?
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