“Las estrellas, mi destino” pasa por ser una
de las obras fundamentales de la ciencia ficción de todos los tiempos, o al
menos así me lo vendieron a mí. Escrita en 1956 por el periodista neoyorkino
Alfred Bester, la publicación de esta novela, junto con su otra gran obra “El
hombre demolido”, le valió para estar incluido en el exclusivo grupo de grandes
maestros del sci-fi, pero ni por esas, tú…
La acción transcurre en el sigo XXV, cuando
las técnicas de teletransporte han revolucionado la sociedad de forma radical y
cuando el hábitat humano se ha expandido mucho más allá de los confines de la
Tierra. Ahí hayamos a nuestro héroe, Gully Foyle “el Tigre”, abandonado a su
suerte en una nave medio destrozada por el conflicto bélico que enfrenta a los
pobladores de unos planetas contra otros. Sin embargo, el tipo consigue
sobrevivir de forma milagrosa y desde entonces va a consagrar su vida a
acumular riquezas, para así vengarse de aquellos a los que dio igual que se pudriera
en el espacio exterior.
El planteamiento, que viene a ser el mismo
que el del “El Conde de Montecristo” pero versión espacial, hace prever que nos vamos
a encontrar con una interesante historia de odios y venganzas en la que un
hombre hecho a si mismo lucha contra todos, con un única idea entre ceja y
ceja, o mueren ellos o lo hago yo. Pero no, “Las estrellas, mi destino” es
mucho más (realmente, mucho menos) que todo eso. La historieta es una constante de pajas
mentales sin sentido que supongo impactarían mucho a los lectores en su tiempo,
pero que ahora dan bastante risa. Encima Bester recurre a cuestiones
metafísicas, por llamarlo de alguna manera, que no hacen sino enturbiar el conjunto. Especialmente cutre son los tres o cuatro últimos capítulos en los que
su autor, o bien no sabía como acabar la novela, o iba pasado de anfetas.
En conclusión, que no me ha gustado nada de nada. Y eso que el comienzo es chulísimo, sobretodo gracias al brillante
prólogo en el cual se nos explica como ha cambiado el mundo por culpa del
“jaunteo”: la técnica de teletransporte usada por los humanos. Hombre, también
hay que reconocer que, tratándose de una obra escrita en los años cincuenta,
muchas de las cosas que Bester imaginó para construir su novela debieron
suponer una auténtica revolución para la época. Pero es que ni eso llama la
atención hoy día. La sensación de “deja vu” literario es una constante desde la
página uno hasta la doscientos veintiocho. En fin, una pena.
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