Hoy
toca escribir sobre baloncesto, mi deporte favorito de siempre y del
que hablo bien poco a excepción de aquellas ocasiones en las que se
entremezclan tedio, birra y Voro (y/o Kaixeta). Aunque bueno, más
que de basket, el asunto a tratar por esta entrada tiene que
ver con el mundo del pseudo-basket o sea, la puta NBA. Si amigos, lastimosamente vais a tener que dedicarle unos minutos a esa falsa
competición repleta de gorilas hormonados que no pasarían el
antidoping ni diez años después de morir y en la que importa
muchísimo más el aspecto comercial que el competitivo. Pero bueno, hubo un
tiempo en que no era tal que así, o al menos eso es lo que algunos creíamos.
El
caso es que ayer, tras un interesante cruce de comentarios
feisbuqueros con el compadre Txarls, salieron a la palestra
los Golden State Warriors y el mítico T.M.C. Run. “¿Y
ezo que ej?”, se preguntarán los más jóvenes del lugar. Pues
ni más ni menos que una de las cosas más maravillosas que jamás le hayan
ocurrido al deporte de la canasta. Y como todo lo bueno, pues fue
breve -que coño breve, ¡brevíiiiiiiisimo! Vamos, que se redujo a dos temporadas regulares. Justo el
tiempo en el que coincidieron en el seno del equipo de la bahía de San Francisco Mr. Tim Hardaway, el Sr. Mitch Richmond y Monsieur Chris Mullin. Todo comenzó con el draft del año 89, con la elección
de Hardaway en el puesto 14 de la primera ronda por parte de los Warriors. Allí se encontró con Richmond, que había llegado al equipo la temporada anterior, y con “el mal peinado” de Chris Mullin, alma mater
de la franquicia. Entrenados por Don Nelson, esos Warriors
practicaban un baloncesto rápido y espectacular que fue bautizado
como el run & gun, agradecido estilo de juego que
convirtió al T.M.C. Run en el trío más anotador de
la liga. Gracias a eso la popularidad del T.M.C. Run -T
por Tim, M por Mitch y C por Chris, en la onda Run D.M.C.- fue mayúscula,
consiguiendo que algunos nos aficionáramos de verdad a la NBA. Pero
como he dicho antes, lo bueno siempre se termina pronto. En esta caso
en 1991 cuando los Warriors,
en una de esos trapicheos extraños tan habituales en el deporte
profesional norteamericano, enviaron a Mitch Richmond y a Les Jepsen
a los Kings a cambio del novato Billy Owens. Cagada mayúscula. Error
histórico. Y es que con ello se deshizo por siempre jamás ese
mágico e irrepetible trío de jugones que tantas noches en vela me
hizo pasar.
Reconozco que con esa decisión algo murió dentro de mí. Y desde luego la relación con esa pseudo-competición deportiva, nunca
volvería a ser la misma, por muchos Stephen Curry, Klay Thompson o
David Lee que asomen la cabecita. Con
todo y con eso, aún hoy día, cuando me da por tragarme algún partido de la NBA, con sus saltimbanquis, sus farsantes, sus fantasmones y con el balones a Will como modus vivendi de todas y cada una de las franquicias, sigo
apoyando a los Warriors. Así que, 'enga!!! Go Warriors,
go!