Ya
hace un par de semanas asistí a la presentación de la última
creación surgida de la chola del historetista Álvaro Ortiz.
Publicada por la siempre interesante Astiberri y titulada tal cual
esta entrada, se trata de la cuarta novela gráfica firmada por el
autor maño, incluyendo en el listado aquel coitus interruptus
llamado “Fjorden” con la que inició su andadura en esto del noveno
arte.
Aquí
la historia comienza con dos amigotes buscando piso en Barcelona.
Tras una larga búsqueda consiguen alquilar uno bastante céntrico y
a precio razonable. Les han contado además que en el piso de
abajo no vive nadie ya que es el almacén de un anticuario. Pero, el
hecho de que, tras meses viviendo allí nadie entre ni salga de dicho
almacén, empieza a inquietar a uno de los amigos, que acabará obsesionándose.
En torno a ese punto de partida orbitan una serie de
episodios, aparentemente independientes, conformando
estos “Rituales”. Desarrollándose en diferentes lugares y
momentos de la historia, e involucrando a personajes de lo más
variopinto. Una seguida de capítulos breves sin título cuya única
vinculación es, a parte del halo de misterio, la presencia de ese
ídolo fálico que aparece en la cubierta del tebeo.
Una
novela bien chula que atrapa conforme se va enmarañando a medida que
aporta más y más información. Y con un final como mínimo
desconcertante.
Eso de
venirse del pueblo a la capi tiene sus ventajas en forma de ganancias, pero también lleva
implícito una serie de pérdidas. Algunas evidentes desde el primer
minuto, pero de otras, como ocurre en demasiadas ocasiones y con
asuntos de mayor calado, no te das cuenta hasta mucho después de
haberlas perdido. Tampoco quiero darle a esto una carga de
profundidad que, al menos a día de hoy, no siento. Ni es momento de
remedar el típico listado de pros y contras con los que afrontar la
comparación campo - ciudad. Tan solo trato de introducir una
entrada, que va de una cosa tan liviana y a la vez tan importante
como un concierto de música. Cuestión mucho más banal y menos
trascendente que las saudades generadas por alejarse del terruño. Si
bien esto último no lo tengo tan claro. Lo de la trascendencia,
digo.
Mi
pueblo no es demasiado grande, aunque en los últimos años ha
crecido los suyo. No está demasiado lejos de aquí y sin embargo me
dejo caer de uvas a peras. Recurriendo al gran Kiko Veneno os diré
que lo mismo lo echo de menos que antes lo echaba de más. El pasado
sábado por la noche fue buen ejemplo de lo primero. Sucedió en el
transcurso del maravilloso recital que Pablo und Destruktion ofreció
en la sala Wah Wah. Fue a causa de una sensación que se apoderó de
mí desde que don Pablo comenzó a recitar las primeras estrofas de
“El aire puro” y que no me abandonaría hasta los últimos
compases del recital. Un sentimiento que, para poder verbalizarlo, me
lleva a utilizar ese aborronar tan de la terreta y que tan
abandonado tenía en el cap i casal. Porque en el poble uno seaborrona, mientras que en Valencia, a lo más que llego es a que
se me pongan los pelillos de punta. Y sí, ya lo sé eminentes
traductores internetiles, que eso o lo de la "gallina de piel.l" -el
Johan dixit- vendría a ser lo mismo... Pero no. Porque el Pablemos
de la música patria me dejó aborronat con su show del sábado
noche. Y esa sensación, que aún evoco ahora mientras suscribo
estas líneas, es mucho más que su equivalente en castellano. ¡Es que
se te pongan los pelos como escarpias y dos huevos duros! La pell
de borró como le gustaba repetir a un colega cada vez que se
sentía estremecido por algo. Y creedme si os digo que no eran muchas
las veces.
Dejando
lo paja mental para luego, hablemos del concierto. Además porque lo
del aborronament fue después, ya que antes se subieron al escenario
Mr. Perfumme y su banda de locos quienes desparramaron todo su caudal
creativo. Con esa particular visión de la chanson popular, en la que
se aprecia la herencia del bolero, la vena del tango, las cadencias
del blues y una suerte de cabaret totalmente desprejuiciado. Vamos,
lo que vienen a ser las señas de identidad de este proyecto
valenciano único e inimitable dentro de una escena local huérfana
de este tipo de engenders. El caso es que, a pesar de que el
encuentro no llegó a la categoría de aborronant, sí fue
tremendamente divertido. ¡E incluso algo más! La conseguida
atmósfera jaranescano puede ni debe ocultaresas trazas de emoción y
hasta de lirismo que engrandecen la fórmula musical. Sobresaliendo
esto último en varios de los cortes interpretados durante la velada
como “Hagamos el amor” - con esos coros a capela del comienzo-,
“Búscate otro patrón”, “Empleado del mes”, “Santo pastor
alemán” o ese “Amoramoramor” que da título a su último
álbum.
Después
fue el momento de Pablo und Destruktion. Esa suerte de crooner
barroco y visceral al que alguien inscribió en el registro civil
como Pablo García Díaz hace unas tres décadas. Un self made man
gijonés que, con tan solo tres discos a sus espaldas, ya ocupa un
lugar en mi panteón de ídolos del rock y otro en el de poetas con
guitarrita. Cantautor de talento inconmensurable, con una garra y una
personalidad que ya la quisieran para sí otros artistas más
bregados. Con un estilo personal que bebe de muchas y diversas
fuentes, algunas tan obvias como Nick Cave y sus murder ballads o la
poética underground de Javier Corcobado. Otras lógicas por su
procedencia geográfica, como las que van desde la tradición lírica
y la tonada montañesa hasta la obra de su convecino Nacho Vegas.
También las trovas de mi paisano Paco Muñoz y hasta la tradición
folk singer norteamericana. Con esos pasajes que orientan su
propuesta hacia la Bauhaus y el post-punk primigenio, pero siempre
con un halo de grandilocuencia de corte raphaelista.
Y con
estas credenciales se plantó Pablo a recitar, con esa portentosa voz
que Dios le ha dado, todas esas maravillosas composiciones que
integran su ya amplio cancionero. “A veces la vida es hermosa”,
“Califato”, “Mis animales”, "Extranjera", “Ganas de arder”, “Los días
nos tragarán”, “Busero español”, “Powder”, “Pierde los
dientes España”, “Limonov, desde Asturias al infierno”, “Por
cada rayo que cae”, todas ellas sonaron a gloria bendita por obra y
gracia de ese geniecillo escuchimizado con bigotito que Asturias ha
regalado al mundo. Además interpretadas junto a una fantástica
banda en la que destacó sobremanera la presencia de una vigorosa
violinista descalza. ¡Formidable! Como la guitarra con arco en manos
de don Javier Bejarano. Una tremebunda representación de canciones
íntimas e intimistas, intensas y desgarradas, no exentas de la
necesaria cota de dulzura, en las que Pablo nos habla del amor, de la
política, de la filosofía, de espiritualidad, ¡e incluso de religión!
Un
concierto épico. Una noche para enmarcar.
"Y
antes de que arda nuestra piel
prometo
hacerte una casa en Valdediós
Ahí
los dos podríamos correr
de
noche entre ganado y eucaliptos
Tendríamos
frío pero no sé
ya
sabes no perder el equilibrio
En
cualquier caso entregó mi carné
de
socio en el club del precipicio"
Pell
de boggrroooó, Àlex.
------------------------------------------------ Las fotos en b/n son de este tío para La Gramola de Keith.
No sé
donde escuché eso de que cuando un escritor muere, su obra ingresa
en una suerte de limbo que dura en torno a diez años transcurridos
los cuales, unos pocos elegidos regresan y sus libros toman un nuevo
impulso. Los libros se reeditan, el público los lee y la crítica
los comenta. Deduzco que algo de eso es lo que pasó con Jorge Mario
Varlotta Levrero en torno al 2014, justo cuando se cumplían diez
años de su muerte.
Tampoco
recuerdo donde leí que Mario Levrero se decidió a firmar con su
segundo nombre y su segundo apellido para diferenciarse de ese Jorge
Varlotta, tal como era conocido en la vida civil y
familiar. Ilustre uruguayo como lo fueran Quiroga, Benedetti,
Felisberto o Galeano en su propio gremio y Francescoli, Artigas o
Mujica en otros. Su vida transcurrió mayormente en la tierra que le
vio nacer, donde se desempeñó como fotógrafo, librero,
historetista, columnista y hasta creador de crucigramas. Si bien
donde destapó el tarro de las esencias fue a la hora de componer sus
historias, creando esos universos singulares que han elevado su obra
literaria a la categoría de culto.
“La
ciudad”, obra que ha supuesto mi primer acercamiento a Levrero, es
uno de sus libros más conocidos y celebrados. Una novelita corta que
los críticos engloban dentro de una especie de trilogía que se
completa con “El lugar” y “París”, obras que no he leído
pero seguramente leeré.
El
innombrado protagonista se muda a una casa en un lugar indeterminado,
del que nada sabemos porque nada se nos dice. En un momento dado sale
a buscar provisiones a un almacén que recuerda haber visitado tiempo
atrás, pero sin tener una noción clara de por donde queda. Como no
podía ser de otra forma se pierde, cae la noche y queda a merced de
la oscuridad, el silencio y la lluvia torrencial. Como no sabe como
regresar hasta la casa y se haya calado hasta los huesos resuelve
salir del laberinto en el que se ha metido haciendo autoestop. Es
ahí, a bordo de un camión conducido por un personaje desagradable,
acompañado de una misteriosa señorita, cuando llega hasta un
extraño poblacho al que, no sé si irónicamente, identificaremos
como “la ciudad”. Durante el resto de la novela, el protagonista
intentará escapar de ese lugar pequeño, feo y desolado.
La
historia es extraña y muy cercana a los postulados que hicieron
reconocible a autores como Franz Kafka, pero también y aunque pueda
resultar extraño al Camus de “El Extranjero”. Onírica y
desasosegante por partes iguales. Incluso absurda por momentos.
Aunque
lo más destacado es lo bien narrada que está.
Ando
de nuevo atravesando una de esas fases grises en las que no tengo
ganas de ná. Con la consiguiente pereza a la hora de aporrear el
teclado, claro está. ¡Y no será por falta de cosas que contar! He
ido a exposiciones, me he emocionado con discos, he visto pelis... De hecho he visto pelis que vosotros no creeríais. Pero
això ara no toca. También he visto los 10 episodios de Fargo 2 en dos días. Todo
quisque diciéndome que era la polla Montoya es lo que tiene. Y lo
es, incluyendo una maravillosa banda sonora, pero no es mejor que la primera parte. También he asistido a algún conciertillo a pesar de
que, rompiendo el criterio que da sentido a este espacio, he pasado
de las reseñas.
Primero fue Segunda Persona, proyecto en
solitario de José Guerrero (Betunizer, Cuello, Jupiter Lion), quien
presentaba su álbum “Faro sencillo” en un conocido café-librería
de Russafa. Y no me gustó mucho, la verdad. No sé si por culpa de la
acústica del recinto, o sencillamente porque me cuesta entrar en esos
directos desnudos a los que demasiados artistas están cogiéndole el
gusto. También es verdad que no sería lo mismo si el prota hubiera
sido Ryan Bingham o Will Johnson o hasta Nacho Vegas, que queréis que os diga. El caso es que admiro la
labor de Guerrero en Betunizer y sobretodo al frente de Cuello,
pero liberado de instrumentos y acompañamientos, como que no me
acaba de convencer.
Eso
fue el jueves tarde-noche. El sábado fue el momento de Las Ruinas,
la banda de heavy pop(sic) de Barna. Y protagonizaron
un concierto bastante decente. Divertidos como son ellos y con
bastante solvencia sobre el tablao, desgranaron los mejores cortes de
ese “Siesta Mayor”, su último álbum hasta la fecha. Por allí desfilaron “International Yonki Tour”, “Gabriel y Vencerás”, “Fruta
de Temporada” o “Cosas tontas que hice por ti” a las que
se unieron algunos de los hits más reconocibles del trío como “Ramón
y Cajal” o “Cerveza Beer”. Además contaron con la colaboración
a la guitarra de un Hans Laguna que, cuando no estaba sobre el
escenario, lo daba todo en las primeras filas junto a una legión de fans
capitanedada por un trasunto de McLovin que también tuvo su minuto
de gloria haciendo corosen “Club de fans”. Pese al
cansancio y la perrera que me embarga lo pasé realmente bien.
Ah! ¡Que no se me olvide! Antes que Las Ruinas tocaron unos tíos que
atendían al nombre de Primates con Motosierras. Creo que son de la terreta. Muy malos. Sin
matices.
Primera
playlist del 2016 que, como viene siendo habitual cada mes de enero,
aparece trufada de canciones incluidas en algunos de esos muchos
álbumes que incomprensiblemente pasé por alto en 2015. Con una
mención muy especial para los rusos Pinkshyniultrablast, el
song-writer de Merseysire Bill Ryder-Jones, ese combo de Minnesota
que atiende al nombre de The Honeydogs, o la sección latina
encabezada por los colombianos Bomba Estéreo. También hay espacio
para algunos de los discos que prometen alzarse muy alto en el
ranking de este 2016: Savages, Dr. Dog, The Drones, DIIV y muy
especialmente la gloriosa colaboración entre Mark Kozelek -y sus Sun
Kil Moon- y Justin Broadrick -con sus Jesu-. Y eso es todo lo que os
tengo que contar. Disfrutar del nuevo año. Pero sobretodo que os sea leve.