Menuda mierda de viaje. Y mira
que los he hecho largos y pesados, pero os aseguro que como este ninguno. Y eso sin
entrar a valorar la simpatía innata del personal de vuelo de la United Airlines: Una caterva de Barbies cincuentonas a las que parecía ofender que gran
parte del pasaje no se expresara bien en inglés. Y es que claro, ¿como se puede
consentir? ¡En un avión proveniente de Frankfurt, repleto de gabachos,
italianottis y hasta portus! ¡Por Dios! ¡¡¡Qué poca vergüenza!!! ¡A donde vamos
a ir a parar!… Y es que a nuestro lado se sentaron una parejita de portugueses que por
poco no acabaron en Guantánamo. Todo ello merced a la poca profesionalidad de
la azafata Mary Jane y a su puta pose de superioridad angloamericana. En fin,
ya les llegará su hora…
Ya en San
Francisco, mi primera impresión sobre el terreno es que se trata de un lugar
bastante extraño. Diferente a como yo me lo esperaba. Nada más salir del aeropuerto -poco más grande que el de Valencia- te ves inmerso en una sucesión de enormes avenidas que comunican los
diferentes barrios de la ciudad. Como una aglomeración de municipalidades
muy próximas las unas a las otras, en la forma que nosotros conocemos como áreas
metropolitanas. Potrero Hill, nuestro barrio de acogida, es un sitio tranquilo. Demasiado
tranquilo incluso. Casi nadie circulaba por sus calles a nuestra llegada y eso
que eran poco más de las seis de la tarde de un sábado. Planimétricamente es un sitio
complicado. Una sucesión de larguísimas calles entrelazadas que forman una perfecta
cuadrícula, pero con inverosímiles desniveles. Tiene unas subiditas que ya me gustaría
a mi ver a Contador… Si a eso le unes que tan sólo hay casitas y ni una sola finca... Pero es bastante bonito. Raro, peculiar, pero no exento de belleza. Vale sí, para los fanáticos del urbanismo es una puta aberración, I
know. Pero es innegable, digan lo que digan los puristas, que las vistas sobre
el resto de la ciudad son acojonantes. Muy especialmente en un par de puntos en
los que, si la niebla lo permite, se puede divisar una espectacular postal del
Skyline y del Downtown sanfrancisqueño.
Por lo demás, ahondando en
el tema de la tranquilidad (aka tediosidad) del barrio, un paseo vespertino
me sirvió para constatar unas cuantas cositas:
1. Estamos en una zona de
gente más o menos acomodada. Basta con echar un vistazo a las marcas de los
coches estacionados frente a las casas o fijarse en las propias casas.
2. Hay edificaciones verdaderamente
hermosas, algunas de las cuales recuerdan muy mucho a la mansión en la que
habitaban los cinco hermanos Salinger de la mítica serie noventera “Party of Five”. Pero me han dicho que la acción transcurría en otra zona de la ciudad.
3. Realmente se ve a poca
gente por las noches y la que hay no destaca por ser especialmente agradable. Ni un “puto
good evening/afternoon”, ni aunque fuera un mísero “hi”… Se creen una raza
superior y punto. Una raza que sabe saludar, pese a tener lo de polite en la boca cada diez minutos. Y hay que aceptarlo.
4. Pese a estar en Navidad
y salvo alguna destacada (y horrorosa) excepción, las casas no están
especialmente decoradas. Acostumbrado a ese abigarramiento de motivos navideños a lo que las películas norteamericanas nos tienen acostumbrados, la discreción de los vecinos
de Potrero Hill se hace hasta extraña. Tampoco se aprecia una sobreabundancia de
banderitas y otras referencias patrióticas, aspecto este muy de agradecer.
5. Contrariamente a lo que
yo pensaba, esto no tiene pinta de gozar de una vida nocturna especialmente
agitada. Después de patearme varias manzanas, lo único destacable que vi fue
una licorería y un par de cafés cerrados... ¡¡¡Ni un puto bar!!! Se masca la tragedia... Aquí no creo que se monte la juerga padre.
Bueno, lo voy a dejar por
hoy. No sin antes apuntar un par de reflexiones de mecedora. La primera
es que a pesar de que aquí todo (o casi) está escrito en inglés y español (¡¡¡en
ocasiones hasta en chino!!!), ni Dios habla español (diga lo que diga
Cordelia). Eso sí, todas las calles, barriadas, edificios públicos, parques…
atienden a nombres castellanos. Debido probablemente al origen hispánico de la ciudad -una fundación cristiana de franciscanos españoles de finales del
XVI-. Pero ni por esas. Además pronuncian los nombres como les sale de los cojones y no hay
Dios que lo entienda. Hostias, mira que es fácil pronunciar “Juan Sánchez” o
“Mariposa” o “De Haro”, pues deberíais escucharlos…ufff!!! La segunda tiene que ver
conmigo y con mis conocimientos sobre la lengua de Shakespeare. OK, yo sabía
que mi dominio del inglés era malo, ¡pero es que es mucho peor! Si a eso le sumas la manera tan especial de
hablar que tiene aquí la gente -algo que he decidido bautizar como “modelo
simpático agresivo”- al final acabas por agachar la cabeza y pasando de entender nada. No es broma joder, le dan a uno ganas de
hacerse pasar por sordomudo.