La
figura de Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953 – Barcelona, 2003) está en
pleno proceso de reivindicación. Sobre todo a raíz del increíble éxito que la
traducción de dos de sus obras -“2666” y “Los detectives salvajes”-
ha alcanzado en los EEUU. Lástima que el escritor chileno no viviera lo
suficiente para poder verlo, ya que falleció hace seis años víctima de una
cirrosis hepática. Apenas tenía 50 tacos.
Voy a hablar precisamente de una de las novelas mencionadas, “Los detectives salvajes”. Ejercicio semi autobiográfico de Bolaño que es, para
muchos, su obra más importante. No es biográfica del todo porque, como indicaba
el poeta chileno Bruno Montané en una reciente entrevista concedida a El
País, “en la obra de Roberto no habrá más de un 30% de material real, el
resto es pura invención, conviene tenerlo en cuenta”. Y eso que
Montané, muy amigo de Bolaño, es uno de los personajes que aparecen bajo el
nombre de Felipe Müller. En todo caso, entendido en un sentido estrictamente
literario, nada es real en este libro por expresa voluntad de su autor. Vale
que Arturo Belano, uno de los protagonistas, es el alter ego de
Bolaño, como que Ulises Lima, el otro “detective salvaje”, no es sino el fantasma
del poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro. Siendo ambos, además, los cofundadores
del movimiento poético infrarrealista que se opuso radicalmente a los
poderes dominantes en la poesía mexicana, con Octavio Paz a la cabeza. El
movimiento, que tuvo como guías la ruptura con lo oficial y el establecerse
como vanguardia, también tiene un trasunto literario en ese realvisceralismo
presente hasta en la sopa en las páginas de la novela. Al igual que ocurrió en
la realidad, pasará con más pena que gloria por el panorama literario
latinoamericano.
“Los detectives salvajes” es la historia de una búsqueda, la de Cesárea
Tinarejo, fundadora del movimiento realvisceralista durante los años veinte.
Empresa protagonizada por dos jóvenes poetas -los mencionados Lima y Belano-,
quienes al poco de salir tras las huellas de la poetisa mexicana, desaparecerán
de la faz de la Tierra. Y es ahí donde el lector debe de comenzar su propia
búsqueda a través de las pistas que Bolaño nos deja hacia mitad de la
novela. ¿Qué fue de todos ellos? ¿Qué encontraron? ¿Por qué huyeron? ¿Hacia dónde
y con qué finalidad? Ese cuerpo central viene conformado por un sinnúmero de
entrevistas a personajes que conocieron o coincidieron con Lima y Belano en su
viaje. En ese punto es donde se dan cita, entre otros, un abogado gallego
enamorado de la poesía, un estudiante judío que cursa estudios en Tel Aviv, una
camarera catalana con pocas luces, un neonazi austriaco medio borderline
–como todo fascista que se precie, sea de nuevo cuño o vieja escuela-, un torero
retirado en los desiertos de Sonora, un fotógrafo argentino destinado en el
África subsahariana o un arquitecto arruinado encerrado en un psiquiátrico de
la capital federal.
La narración se desarrolla en diferentes escenarios dispuestos a lo largo y
ancho del mundo. Desde el D.F. de los años inmediatamente posteriores a la Revolución,
hasta la Nicaragua Sandinista, la frontera norteamericana, el París de los
poetas y el de los suburbios, la comunidad chilena de Barcelona, Viena, Israel
e incluso África. Resaltar que tanto al final como al comienzo la narración se realiza en forma
de diario, el del poeta Juan García Madero. Un joven realvisceralista
que acompaña a Lima y Belano al inicio de su empresa y que, a modo de
curiosidad, pasa gran parte del tiempo fornicando con todo lo que tiene a mano
sin demasiados reparos. Con todo, aun tratándose del tercer protagonista de “Los
detectives salvajes”, desaparece por completo en la parte
intermedia. Hasta el punto de que, al final de la misma, se le pregunta a uno
de los entrevistados si le conoce. Con resultado negativo.
¿Quién era Cesárea Tinajero? ¿Dónde fue a parar la voz de García Madero? ¿Qué
encontraron Belano y Lima en el desierto de Sonora para desaparecer, convirtiéndose
en exiliados de sí mismos? Muchas cuestiones que se resolverán -o no- a lo
largo de las poco más de 600 páginas que conforman esté maravilloso libro con
visos de clásico atemporal. Justísimo ganador del Premio Herralde de
novela 1998 y el Rómulo Gallegos del mismo año. Una lectura que
se antoja fundamental para cualquier amante de la literatura en castellano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario