Tenía
anotado este libro desde que Paul Harding, en una entrevista publicada por El País a comienzos de 2012, hablara de un clásico
ruso al que no se había prestado toda la atención que merece. Así
que, aunque un poco tardíamente, le hice caso al autor de “Vidas de hojalata” y estas Navidades me enfrasqué en la historia de ese
botarate algo inocentón y bastante conservador que protagoniza “El
peregrino encantado”.
La
historia comienza en una travesía
por el lago Ladoga
en
Carelia, cerca de la frontera ruso finlandesa. Los
pasajeros
sienten curiosidad por la figura colosal de un hombre ya maduro,
ataviado
con
sotana de novicio, pero
con aspecto
de cualquier
otra
cosa.
A
partir de ahí nuestro peregrino se prestará a relatar su historia
para amenizar el viaje.
Comienza así un relato en primera persona sobre la vida de Iván
Severianich, experto en caballos que, a la manera de aquel Leonard
Zelig creado por Woody Allen, parece
haber estado en todas partes y ejercido todos los oficios. Una
historia repleta de detalles hilarantes y personajes entrañables que
se lee la mar de bien.
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