Repasando unos libros sobre las formas artísticas
durante el Bajo Imperio Romano, me ha venido a la mente una de las
instituciones jurídicas más interesantes que nos ha legado la romanidad: la llamada
“damnatio memoriae”. Los que conozcan un poco de la historia de Roma sabrán que
era una práctica habitual durante el
Imperio. Por eso, cuando el emperador Caracalla ordenó eliminar todo cuanto
recordara a su hermano Geta, asesinado por él, no debió extrañar a ninguno de
sus coetáneos. Esa destrucción de cualquier vestigio del fallecido incluía tanto
monumentos, como esculturas, estelas, frescos, mosaicos y el borrado de inscripciones alusivas.
Pero
esta tradición de condenar el recuerdo de un enemigo del Estado tras su muerte,
prohibiendo incluso pronunciar su nombre, no es algo exclusivo de la
civilización romana sino que viene de mucho más atrás. Antes de que el Senado
Romano decretara su primera “damnatio memoriae”, los egipcios ya
habían condenado a varios de sus faraones. Famosos son los casos de Akhenaton o todavía
más el de la
reina-faraón Hatshepsut , cuyas representaciones fueron borradas por
orden de su sucesor en el cargo, Tutmosis III.
Esta
práctica puede sonarnos a cosa del pasado, bastante ridícula e incluso cobarde,
ya que se condena a alguien que no puede defenderse. Además, al final de la
carrera, ¿qué importancia tiene condenar a un muerto? Sin embargo la “damnatio
memoriae” sigue viva entre nosotros. Por que en ocasiones esa condena a
posteriori es necesaria, al haber sido imposible realizarla durante la vida del ahora condenado. Y porque
sirve de desagravio para muchas personas, por ejemplo, aquellas que sobrevivieron
a los crímenes del nazismo y que no pudieron ver encerrado a Adolf Hitler. O en
el caso del franquismo, al Generalísimo y a sus afines. Y es que en nuestro
país, cuando un Ayuntamiento decide retirar alguna estatua de Franco o renombrar
una calle con el nombre de algún general falangista, lo que se está haciendo es
precisamente una “damnatio memoriae”. Condenándose la memoria del
personaje en cuestión, un dictador que nunca fue juzgado en vida por los miles
de crímenes que cometió.
Y para que esto no se quede en un alegato más en
favor de la memoria histórica, voy a cambiar de tercio, recurriendo a mi tema
favorito: darle caña a Paco Camps. ¿Para cuando una “damnatio memoriae” del
hidrópata? No me malinterpretéis, no abogo por el asesinato del Molt Honorable,
al cual deseo muchos años de vida purgando todo el mal que ha hecho. Tan sólo pido
que se destruyan todos los vestigios del faraonismo campsista… las obras más
representativas del Gobierno Camps, ¡a tomar por culo!... los hierros blancos y el trencadís de Calatrava, a fer la má!!!
Y que él lo presencie en vivo y en directo, ¡por cabrón! Y yo que lo vea...
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