Rebuscando entre el archivo de posts correspondientes al pasado mes de agosto, me sorprendo al no
ver ninguno referente al documental “Garbo, el espía (El hombre que salvó al mundo)”, que pude ver en el marco del ciclo programado por el IVAC para la Filmoteca d’Estiu 2010. Digo esto porque la película dio mucho
juego en posteriores tertulias cerveceras en las que, por abrumadora mayoría,
los participantes concluimos que la obra de Edmon Roch es un cagarro
inverosímil y mal (¡muy mal!) contado. De ahí que ni yo, ni mis acompañantes durante
la proyección, acabásemos de comprender el porqué del enorme aplauso con el que
el público asistente despidió la
velada. Más que nada por que la cosa dista mucho de ser “una manera diferente de enfocar la Historia
haciéndola oficialmente entretenida”, se ponga como se ponga el conocido
crítico del Fotogramas que soltó esta
parida.
En fin, cuento todo esto ahora porque gracias a mi
amigo Javier, he tenido acceso a un artículo del 8 de enero, en el cual el
periodista catalán Arcadi Espada opina sobre el documental y sobre la figura
del propio Garbo. El texto está mucho mejor escrito de lo que lo hubiese hecho
yo y además, contiene interesantísimos links
que le sirven a Espada para fundamentar sus opiniones. Por una vez (y sin que
sirva de precedente) no podría estar más de acuerdo con ellas:
“Hace algunos días leí
cómo el psiquiatra Jambrina se escandalizaba en su blog de un documental
que también a mí me había llamado la atención. Escribía:
«Anoche vimos Garbo, el espía. Una gran decepción. El documental es bueno,
técnicamente hablando. Ahora bien, la historia del espía barcelonés adquiere
tintes desmesurados. Cuando no, grotescos. Garbo, el espía que salvó al mundo,
narra la historia de un Juan Pujol García que no se sabe muy bien porqué parece
que mandaba informes a los nazis en los días previos al desembarco de Normandía
y que hizo creer al Ejército alemán que la invasión sería por Calais y no por
Normandía, despistándoles de forma definitiva. Bueno, pues muy bien. Para
tratarse de un documental bien documentado no entendimos nada.»
Como es natural, mi interés creció. Pero en el
videoclub me daban largas. «Estamos esperándolo». Hasta que ayer, dando una
vuelta por Filmin, lo encontré y lo vi, aunque con cíclicos problemas de carga.
El documental ha ganado un Goya y ha tenido éxito. Al cabo de verlo mi pregunta
era: ¿Cómo una historia veraz puede presentarse ante el público, y convencerlo,
con una fragilidad fáctica semejante? Sólo hay una respuesta: el público ya
observa todo como ficción. Sabes que durante algún tiempo me interesé por la
plusvalía que los hechos aportan a las ficciones. Sobre el regio sintagma:
«Basado en hechos reales». Ha dejado de importar. Las aduanas que tiene que
superar una historia veraz o imaginaria ya son idénticas. Sólo se trata de que
por su asunto o por una eficaz técnica narrativa la historia interese a un
público suficiente. La suspensión de la incredulidad ha pasado a mejor vida.
Todo es falso y todo el mundo lo sabe y el par veracidad/imaginación ha dejado
de contar en la
experiencia. Esa es la explicación del desdén con que el
director del documental se enfrenta a la antigua obligación de acumular pruebas
de veracidad sobre lo narrado. Nadie va a pedírselas...”
La peli es un cagarro de órdago, y la gente aplaudió porque "toca". Al igual que en Ashes of Time o como se escriba, donde el tipejo de delante casi nos da de hostias por opinar en contra de la gran meada fuera de tiesto del oriental.
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