Ya hace
un tiempo colgué un post dedicado a dos libros de un mismo
autor, que me habían gustado mucho: “No tengo miedo” y “Como Dios manda”.
El escritor en cuestión era Niccolò Ammaniti, a quien la crítica de su país
sitúa dentro del movimiento de “Los caníbales”. Pues bien, durante estos días
me he leído la recopilación de relatos que dio nombre a este colectivo, “Juventud
caníbal: Una antología del terror extremo”, en la que se recogen diez historias
de otros tantos jóvenes escritores italianos. De hecho, he de reconocer que de
todos ellos, apenas conocía al mencionado Ammaniti y a Aldo Nove, del cual
llevo tiempo queriendo leer alguna cosita. En todo caso se trata de un colectivo
muy heterogéneo en el que caben desde escritores noveles, a otros con bastante obra
publicada e incluso algún premio, como en el caso de Andrea G. Pinketts, tres
veces galardonado con el premio Mystfest. También aparecen
realizadores de televisión, humoristas, periodistas o biólogos metidos a
fabular en plan salvaje.
“Las páginas gritan sangre, la violencia explota con frialdad de laboratorio:
más que escritores, nos encontramos ante científicos del horror y la frialdad.
Aventurándose en la pesadilla, se sirven de la ironía como último refugio
frente a la locura.” De esta forma nos anuncia la contraportada lo que
vamos a encontrar en las páginas de un libro, que, cuando fue publicado en
Italia hace ya trece años, supuso una auténtica conmoción en el panorama
literario. Visto en perspectiva, podemos apreciar mejor la característica que
comparten todos estos relatos. Más allá del canibalismo literario o de la supuesta
juventud de sus autores -los hay desde veintiséis hasta cuarenta y pico-, todos tiran de un estilo
directo que reconvierte el lenguaje escueto de la publicidad y del mundo
audiovisual, para narrar sin tapujos sus historias truculentas. Lo de englobarlos
a todos dentro de una misma corriente ya es más discutible, puesto que los
caníbales son demasiado distintos por edad y contenidos como para
constituir una generación o un movimiento.
El libro se estructura en tres partes. En la primera, subtitulada “Atrocidades
diarias”, destacan el relato de apertura -“Nochecita” de Niccolò Ammaniti
y Luisa Brancaccio – y el que le sigue -“El mundo del amor”- de Aldo Nove.
También “Y Roma llora” de Alda Teodorani. El de Ammaniti y la Brancaccio
es, desde mi punto de vista, el mejor del libro. Nos cuenta la noche loca de un
niño pijo. Una especie de “Jo, qué noche” de Scorsese (1984) pero en versión
salvaje. El relato de Aldo Nove es una rayada en la que dos hinchas
embrutecidos mueren enlazados en una especie de sesenta y nueve lésbico
tras castrarse por mero aburrimiento. Porque es domingo, no saben qué hacer y
no tienen dinero para comprar un vídeo pornográfico decente. El de Teodorani es
la historia de un eliminador de vagabundos a sueldo. La segunda parte “Juventud
Caníbal”, llamada “Adolescencia feroz”, es quizás la más floja del libro.
Aun así recoge el interesante relato “Cosas que yo no sé” de Matteo
Galiazzo. La historia de una chica que se cartea con un recluso responsable de varios
asesinatos y al que ella y su novio consideran una especie de profeta -“Santa Sangre” que diría Jodorowsky-. Un “ingenioso ensayo de subcultura
teológica” tal cual fue definido por la crítica. La última parte
incluye los dos relatos más extensos del libro: el tremebundo “El
ruido” de Stefano Massaron y, a modo de despedida, “Día de paga en la
calle Ferretto” al cargo de Paolo Caredda. El primero va sobre traumas
infantiles, o de cómo a unos capullos caprichosos, responsables del suicidio de
una niña gorda, la cosa les pasa factura tiempo después. El de Caredda es una
historia de venganza narrada en primera persona por alguien cuyo trabajo
consiste precisamente, en dar satisfacción a los agraviados con ansias de resarcimiento.
Así pues una tremenda colección de historias que me ha dado a conocer un buen puñado de autores a los
que trataré de localizar. Además todo resulta muy actual. Y es que el paso del tiempo no ha restado frescura a
unos cuentos en los que, citando a Aldo Nove, se presenta una imagen
horrorosa de cosas que dan miedo, pese a que se viven con normalidad en
ciertas conductas de masas y en determinados
programas televisivos.
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