viernes, 28 de abril de 2017

El hijo, de Philipp Meyer

A veces y casi sin esperarlo, uno se reencuentra con el placer de la lectura. Vale, es cierto que el mero hecho de leer ya debería conducirnos hasta la dicha. Y es que conforme pasamos páginas y devoramos párrafos nos adentramos en una historia que, en cierta forma, acaba convirtiéndose en la nuestra. Así es como, parafraseando a algún francés cuyo nombre no recuerdo, nos hacemos contemporáneos y hasta compatriotas de todos esos personajes de la trama. Vamos, que el proceso lector ya es gratificante per sé. O al menos es lo que dice la teoría. Lo que pasa es que para algunos devorar libros es, ante todo, una necesidad vital al nivel del respirar, el comer y supongo que el follar. La necesidad imperiosa de llevarse a la boca algún texto aún en los momentos en los que no se encuentra estímulo en ello. Enlazando ladrillos y truñacos que no te aportan nada o casi nada. Lecturas efectuadas con el piloto automático puesto, siempre con la expectativa de que aquello que venga después será mucho mejor. ¿Hay goce y disfrute ahí? Pues no lo sé. Unas veces sí, otras no... Y en estas que te topas con cosas tan maravillosas como la última novela de Philipp Meyer.

Sí, todo este rollo es para introducir mi última lectura: “El hijo” del mencionado autor neoyorquino. Alguien que, según parece, fue cocinero antes que fraile, desempeñando toda suerte de oficios hasta verse publicado. Inmensa novela de resonancias épicas ambientada en el lejano oeste y que en ocasiones recuerda a la obra del gran Cormac McCarthy. Una suerte de auge y caída del Imperio Romano-Tejano, con el papel de los Césares desempeñado por una saga familiar ambiciosa, sacrificada y cruel. Los McCullough y su historia, que abarca desde la independencia de Texas, allá por el 1836, hasta la actualidad. Hombres y mujeres hechos a sí mismos. Corazones indomables capaces de todo, hasta de levantar un imperio con sus propias manos y defenderlo con los dientes. No tanto como heroicidad sino como drama. Y es que hacen lo que hacen porque no saben hacer otra cosa. Es lo que les enseñaron y al final es su único camino en la vida.

La fórmula que emplea Meyer es narrarlo a través de tres de esos personajes del clan McCullough, pertenecientes a tres generaciones diferentes. Ellos nos harán de guías por unos parajes que gotean sangre y, como no, hieden a vaca y más tarde también a petróleo. Los capítulos se van intercalando y así es como vamos conociendo la historia de Eli aka el Coronel, su vida junto a los comanches y su posterior desempeño como Ranger que, tras alejarse del conflicto, devendrá en magnate ganadero. También a Peter, quien carga con el peso emocional de la interminable campaña de su padre por el poder y que tan alejado se muestra de las formas y costumbres de este. Por último Jeannie, bisnieta del Coronel y nieta de Peter, y su denodada lucha por alcanzar el reconocimiento de una sociedad tremendamente machista en pos de conservar un patrimonio familiar que va aumentado gracias a las reservas petrolíferas.

Una novela inmensa y no solo por su extensión, que nos ofrece una descripción muy realista de la terrible violencia sobre la que se edificó Texas y por ende los EEUU. Un prodigio. La he disfrutado muchísimo.

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