martes, 30 de septiembre de 2008

“Persépolis”, una joya iraní


La aparición en el año 2000 del primer tomo de los cuatro que conforman esta novela gráfica, ya anticipaba la grandeza de lo que acabaría por convertirse en un clásico del género. La cosa vendría acompañada de enormes críticas, un considerable éxito de ventas y un puñado de premios entre los que destacan el de autor revelación y mejor guión en el Salón del Cómic de Angouleme, el Premio Harvey a la Mejor Obra Extranjera del 2004, el Prix du Lion belga, o el primer premio de la Paz - Fernando Buesa Blanco concedido en Vitoria el año 2003.

“Persépolis” es una suerte de autobiografía de juventud de la iraní Marjane Satrapi. Cuenta cómo sobrevivió a los últimos coletazos del régimen del Sha de Persia y primeros de la revolución islámica, también durante el régimen fundamentalista que se instauró después. El interés de la novela radica en la historia que cuenta y también por quien nos la cuenta. En un mundo como el de la historieta en el cual no sobran mujeres y no hablemos ya de iraníes.

La narración comienza con la pequeña Marjie, de apenas diez años. Desde esa perspectiva infantil nos hace partícipes del cambio social y político que pondrá fin a más de cincuenta años de reinado del Sha en Irán. Una revolución democrática frente a un tirano impuesto por los Estados Unidos, que sin embargo va a devenir en uno de los fundamentalismos más duros del planeta. Hoy día con el infame Mahmud Ahmadineyad como heredero de todo aquello. Y es que conforme va creciendo, la niña se da cuenta de que ese nuevo régimen, por el que lucharon muchos de sus familiares y vecinos, ha caído en manos de los integristas y no trae consigo nada bueno. Lo que unido al interminable conflicto armado entre iraníes e iraquíes, con constantes bombardeos sobre la ciudad de Teherán, acabará por decidir a sus padres para enviarla al extranjero. En este punto asistiremos al duro tránsito de la Marjie adolescente por Austria. Un periodo que terminará con su regreso a Irán, en donde sabemos que concluyó sus estudios, se casó y por encima de todo tuvo que acostumbrarse a las nuevas condiciones de vida impuestas por los barbudos del régimen de los ayatolás.

El caso es que con “Persépolis”, Marjane Satrapi nos ofrece un excelente testimonio sobre un momento crucial en la historia de su país y del mundo. De hecho, la propia autora cuenta que eso fue lo que le llevó a escribirla, manifestando ante los medios que su motivación no era tanto hablar de sí misma, como de la historia reciente de Irán y sobre todo de lo que pasó durante su infancia en los territorios en los que reinaran los míticos Darío I, Ciro II o Jerjés “el Grande”.

Otro aspecto interesante del libro es como nos acerca esa visión tan diferente del Irán moderno. Sobre todo para los que estamos acostumbrados a la versión televisiva y por lo tanto sesgada que nos ofrecen las agencias de información europeas y gringas. También son muy jugosas las anécdotas concernientes a los antepasados de la autora, entre los que se cuentan el último rey de la dinastía de los Kayar y un activo opositor al gobierno del Sha.

Muy característico en “Persépolis” es el dibujo, de un grafismo bastante simple ejecutado a dos tintas, a excepción de un apéndice introducido en las últimas ediciones que es a todo color. Unas viñetas un tanto infantilizadas con las que la autora nos trasmite la sensación de estar observando el mundo a través de los ojos de una niña. Aspecto este que sería respetado escrupulosamente en la versión cinematográfica. Porque “Persépolis” también tiene película. Codirigida por Vincent Paronnaud y la propia Satrapi, estrenada el pasado 2007. Una bonita animación que fue presentada en la Sección Oficial del Festival de Cannes 2007 y que ha sido nominada al Oscar. Muy fiel al libreto original y eso es lo mejor que se puede decir de ella. Hasta el punto de que pareciera como si las páginas del cómic hubiesen cobrado vida.

Convertido en un símbolo de la lucha contra las injusticias y las barbaries del integrismo islámico, “Persépolis” es una obra imprescindible para comprender el mundo en el cual vivimos. Una obra maestra de la historieta.

martes, 16 de septiembre de 2008

David Foster Wallace R.I.P.


Esta mañana, mientras me tomaba un café y hojeaba la prensa generalista, me ha sorprendido una de las peores noticias del año. La sección de necrológicas recogía la muerte del escritor norteamericano David Foster Wallace, con apenas 46 años. Calificado como el mejor cronista del malestar de la sociedad norteamericana, apareció ahorcado en su domicilio la noche del pasado viernes. Y lo cierto es que este terrible desenlace era hasta previsible, conociéndose sus fuertes tendencias suicidas. El propio escritor pidió no hace mucho que lo internaran en una unidad de vigilancia hospitalaria, pues no se sentía capaz de controlar su pulsión suicida.

Mi acercamiento al universo DFW es relativamente reciente. Me lo presentó un buen amigo, entre cerveza y cerveza, mientras discutíamos sobre la obra de Chuck Palahniuk, otro gran fabulador contemporáneo. Por este motivo comencé a leer las historias de este magnífico autor, punta de lanza de una generación literaria que incluye nombres como Richard Powers, Jonathan Franzen o Mark Layner. Todos ellos con una forma radicalmente nueva de entender la literatura.

Nacido en Ithaca en 1962, se trata de un personaje muy respetado tanto por el gremio de escritores como en la comunidad universitaria, donde impartía clases de escritura creativa. Wallace ejerció una influencia considerable entre los jóvenes novelistas de su país, así como entre los europeos. Sus reportajes, entrevistas, ensayos y relatos se publicaron en todo tipo de revistas, estando la mayoría de ellos traducidos al castellano. Destacando las colecciones de relatos “La niña del pelo raro” y “Extinción” o el ensayo humorístico “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer”. También son suyas las “Entrevistas breves con hombres repulsivos”, la “Historia abreviada del infinito”, “Olvido” y “Hablemos de langostas”. Aunque sin ningún género de dudas su obra más conocida y reconocida es “La broma infinita”. Un monumental ejercicio narrativo de más de mil páginas, considerada por la crítica como una de las novelas más audaces e innovadoras de los últimos tiempos.

Somos muchos los que pensamos que lo mejor de David Foster Wallace estaba aún por llegar. Y eso que aún no le he hincado el diente a su opus magnum, que descansa en alguna de mis estanterías desde que otro de mis amigos me la regalara por mi cumpleaños. Supongo que leerla ahora es el mejor homenaje que le puedo hacer. Descanse en paz.

lunes, 15 de septiembre de 2008

M.I.A.

Tras estas siglas se esconde la artista británica de origen tamil Mathangi Arulpragasam. Más fácil decir M.I.A. que significa tanto “missing in action” -desaparecido en acción o en combate-, como “Missing in Acton” que alude al barrio londinense donde nació Maya hace treinta y una primaveras. Esta joven licenciada en bellas artes, cinematografía y vídeo por la Universidad de Londres ha adquirido gran fama internacional, en parte gracias a diversas polémicas en los EEUU. La última ocasionada por su último sencillo “Paper Planes” -Aviones de papel- en la que se alude al fatídico 11-S. Hasta ahora había publicado tres álbumes en los que la irregularidad es la tónica: “Piracy Funds Terrorism” de 2004, “Arular” de 2005 y “Kala” de 2007. Un montón de composiciones que entremezclan elementos propios del hip hop, del reagge, el afrobeat, la electrónica y las músicas tradicionales indoasiáticas. Trabajos por los que algún crítico musical, con bastante mala baba, calificó su propuesta como una suerte de “Bollywood on acid”. Lo cierto es que es bastante injusto. La fórmula de la británica es mucho más interesante que eso, destacando por esas letras tan políticas que no eluden cuestiones polémicas como el conflicto armado en Sri Lanka, además de otros temas de la actualidad internacional. No es casual que sea hija de un importante revolucionario tamil.

A pesar de haberse labrado un nombre en su país, gracias a ilustres apoyos como el de Justine Frischmann de Elastica, la repercusión fuera no fue importante hasta que la Casa Blanca decidiera censurar algunas de sus letras. De hecho la cadena musical MTV prefirió no emitir su single “Sunshowers” hasta que no se retirasen las alusiones a la OLP. A mayor abundamiento en fechas recientes le negaron el visado para entrar en los EEUU, aspecto este que es tratado con ironía en la ya mencionada “Paper Planes”.

Con esta canción M.I.A. reinvidica su lugar en esta nueva onda tan en boga en la actualidad, que recurre a bases de hip hop y a miles de beats pegadizos sobre los cuales se insertan retazos provenientes de la música étnica. Y es de justicia remarcar que, al margen de la polémicas, “Paper Planes” es un pepinaco. Lo mejor que ha parido hasta el momento. Con esos efectos de sonido que incluyen disparos y el clink de cajas registradoras, que auguran un éxito instantáneo. Ahí os dejo el vídeo…


domingo, 14 de septiembre de 2008

Crónicas Birmanas


Birmania es el antiguo nombre que siguen utilizando los países que no reconocen al gobierno militar que tomó el poder en Myanmar en el año 89. Pues bien, en pleno 2007, el historietista canadiense Guy Delisle se marchó para allá a pasar un añito como expatriado, compartiendo vivencias con su hijo y su pareja, una cooperante de Médicos Sin Fronteras - Francia. Fruto de esta inolvidable experiencia realizó este magnífico álbum en el cual refleja sus impresiones y vivencias por aquellos lares.

A los que ya conocemos a Delisle no nos sorprendió este reportaje gráfico en clave de humor, sobre la vida en el seno de una dictadura militar del sudeste asiático. Es el sello del autor, que ya puso en práctica en obras como “Shenzen” o “Pyongyang”. En estas “Crónicas Birmanas” vemos la vida cotidiana de un occidental residente en Rangún. Para ello Delisle mezcla sus experiencias con ciertos aspectos que tienen que ver con la historia y las tradiciones de este militarizado país. Una de las dictaduras más sanguinarias del mundo. Todo eso utilizando un dibujo minimalista en blanco y negro, que es característico en toda su obra.

Como ya hiciera en “Pyongyang”, el autor confronta sus insignificantes preocupaciones de occidental –los problemas del primer mundo, vaya- con las serias dificultades que atraviesan los habitantes de este pobre país en el que despuntan las injusticias, la censura, la desinformación, las zonas prohibidas y el miedo permanente. Una visión irónica, no exenta de denuncia y compromiso, en el que cobra gran valor la labor de las ONGs, mostrando las enormes dificultades que estas encuentran para llevar a cabo su misión.

No hay duda de que este álbum, muy bien editado por Astiberri, mantiene el nivel de calidad que los anteriores. Y al igual que aquellos se erige como documento imprescindible para entender lo que pasa en Birmania o Myanmar, de una manera sucinta y hasta simpática, aun cuando lo que hay detrás de todo es terrible. Otra gran trabajo de Delisle. Y ya van unos cuantos en el debe de este figura.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Niccolo Ammaniti, a la caza del Nivel 4


El grado de conocimiento que tenemos sobre un escritor y su obra se enmarca necesariamente en uno de los siguientes estadios: 1. Absoluto desconocimiento. 2. Le conocemos, pero no hemos leído nada de él. 3. Hemos leído al menos su obra clave. 4. Hemos leído toda su obra. 5. Lo hemos releído y/o volvemos sobre sus escritos a menudo. Respecto a los escritores importantes deberíamos estar, cuando menos, en el nivel tres. Si bien son pocos los que merecen llegar al cuatro o el cinco. Con los escritores poco importantes no debemos llegar ni al tres. Aunque ningún escritor, por insignificante que sea, se merece el uno.

No hace mucho y por pura casualidad, apareció en mi vida la figura de Niccolò Ammaniti. Fue a través de una novela titulada “Como Dios manda”, que encontré en la sección de novedades de una librería cercana a mi trabajo. Por supuesto que hasta este momento desconocía su existencia -Nivel uno-. Sin embargo me llamó la atención la portada del libro en cuestión, con tremendo rayo descargando sobre un fondo de tonos morados. Así pues me lo agencié y vaya si fue un acierto.

El autor es un biólogo de formación nacido en Roma en 1966. Forma parte del grupo de jóvenes escritores italianos conocido como “los caníbales” - por sus textos saturados de violencia, drogas y sexo- con los que ha publicado de forma conjunta. Sin embargo su nombre no comenzaría a tomarse en consideración sino a partir del éxito de “No tengo miedo”, su cuarta novela y que yo acabo de leerme -por lo que ya estoy en el nivel tres-. El libro, además, tuvo una discreta adaptación cinematográfica dirigida por Gabrielle Salvatores en el 2002. Eso sí, sirvió para acrecentar la fama del escritor dentro de su país y darlo a conocer más allá de sus fronteras.

“Como Dios manda” es la última novela de este escritor y a la que me refería al comienzo. Galardonada con el Premio Strega 2007, ofrece una visión desencantada de la Italia actual a través de un padre y un hijo. Ammaniti nos presenta a una serie de esperpénticos personajes, que no son sino un cúmulo de perdedores natos entre los que destacan Rino Zena -“borracho, violento e inútil”- y su hijo Cristiano. Junto a ellos conviven Danilo y “Cuatro quesos”, un asocial y un enfermo mental. Los adultos matan el tiempo bebiendo cerveza y copas de grappa, viendo películas porno y esperando que un día aparezca Robert de Niro o Al Pacino para explicarles la vida de mierda que lleva la gente normal. Esa anodina existencia va a cambiar durante una noche de tormenta. La elegida para llevar a cabo un espectacular atraco que los habría de sacar de la miseria. Todo se irá al garete por culpa del asesinato y violación de una joven. Y hasta aquí puedo contar. Con todo, por encima de la trama que es muy chula, más interesante resulta esa visión sórdida y vulgarizada de Roma. Ese suburbio de Varriano, tan alejado del esplendor imperial.

En “No tengo miedo” Ammaniti nos presenta otra versión de su país: la Italia rural y empobrecida del sur, representada por la imaginaria aldea de Acqua Traverse. Aquí la historia transcurre hace unos décadas, concretamente durante el verano de 1978. A través de los ojos de su protagonista, Michele, quien pasa las tardes montando en bicicleta, jugando al balón o haciendo carreras con sus amigos a través de los maizales. Pero un suceso poco habitual va a cambiar la vida del crío. En una de sus excursiones se topará con otro niño de su misma edad que vive escondido en un hoyo dentro de una casa abandonada. Un terrible secreto que cambiará su vida y desencadenará un final sorprendente e impactante.

Las dos novelas que he leído de Niccolo Ammaniti me han gustado mucho, por lo que seguiré a la caza y captura de sus escritos hasta completar el cuarto estadio de conocimiento. Llegar al quinto ya me parece más complicado. Tengo demasiadas lecturas pendientes como para perder tiempo volviendo a lo que ya he leído. Y es que siempre me costaron las relecturas, aun tratándose de mis faros literarios.

martes, 9 de septiembre de 2008

Rocky Mountains Tour


En estos días de septiembre en los que se está disputando una nueva edición de la Vuelta, con Contador, Sastre, Leipheimer y Valverde haciendo méritos para acabar en lo más alto del podio, me viene a la cabeza el recuerdo de una lamentable película norteamericana protagonizada por un joven Kevin Costner y dedicada al deporte de dar pedales. El film en cuestión se llama “American Flyers” o “La carrera de la vida” (1985) y está dirigido por John Badham, un consumado especialista en taquillazos made in Hollywood como “Cortocircuito” (1986), “Juegos de Guerra” (1983) o la más reciente “A la hora señalada” (1995). Pero aquí le falló la fórmula. Y a Dios gracias, porque no se me ocurre homenaje más chabacano a este precioso deporte.

Este drama deportivo (¿?) que más bien parece una comedia sin gracia, lo protagonizan dos hermanos que deciden participar en una prueba que discurre a través de las Montañas Rocosas. Su afán competitivo les llevará a dedicar largas jornadas de entrenamiento sobreponiéndose a las inclemencias meteorológicas y a todo tipo de problemas de índole personal. Al final y ya inmersos en la competición, batirán a todos sus rivales con la gorra. Vaya, que casi les sobra una pata. Y eso que uno de los brodas padece una complicada enfermedad…

Se supone que la película trata temas como la importancia de la familia, la sana competencia, el valor del esfuerzo y la capacidad de superación. Sin embargo, todo resulta de una ridiculez tal, que lo mismo da de lo que vaya o lo que pretenda. Desconociendo por completo en que consiste esto del ciclismo, Badham parece más preocupado por llenar las salas de personal ávido de sensiblería barata y adoradores/as de Kevin Costner, en el que sería su primer rol protagónico. Eso y una impagable campaña publicitaria del Parque Nacional de las Montañas Rocosas, no escatimando en planos que nos muestran sus bellos parajes.

Resulta entre risible y peripatético ver como estos superhombres montados en sus bicis son capaces de realizar etapas de tropecientos kilómetros esprintando a cada momento y como si nada. Da igual que marchen cuesta arriba, estén inmersos en un descenso o que se desarrolle en el plano. De hecho las escenas desarrolladas en superficie llana son las más grotescas.

Así pues una película que te puedes -y debes- perder.
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Ah! Que no se me olvide. En relación con esto, se acaba de confirmar que el armstrongauta vuelve por sus fueros. Quien fuera siete veces campeón del Tour siente morriña de su pasado glorioso y ha decido regresar al pelotón internacional con sus 38 tacos. O eso, o que le hace falta pasta. O que ha visto esta peli y se ha inspirado. Vaya, cualquiera de las respuestas es un drama. Y es que, como reza la viñeta de Santi Orúe de hoy en Público “segundas partes nunca fueron buenas”

También es verdad que, visto como esta el deporte de las dos ruedas, el tejano es capaz de ganar otro Tour. O al menos hacer pódium. Y sin cadena, como Kevin Costner y su hermano en el mencionado peliculón. Al tiempo…

sábado, 6 de septiembre de 2008

La venganza institucionalizada


Al principio de “Manderlay”, la demoledora fábula moral sin escenarios dirigida por Lars Von Trier en 2005, la protagonista explica a los esclavos negros que acaba de liberar en qué consisten conceptos como libertad, democracia o justicia. Hacia el final observamos como esto se vuelve en contra del personaje interpretado por Bryce Dallas Howard. Y es que los propios libertos aplicarán con dureza un concepto propio de justicia, democráticamente aceptado por todos ellos. El conflicto surge cuando deciden ajusticiar a una anciana por robar algo de comida e intenta convencerlos, sin conseguirlo, de que eso no es justicia sino un acto de venganza. No seré yo quien justifique la aberración que supone condenar a muerte a una persona por el motivo que sea, pero no es menos cierto que la afirmación con la que se intenta evitar el cruel destino de la anciana es más bien falsa. ¿Acaso la venganza no es parte esencial de la justicia?

En este punto transcribo la opinión del filósofo y escritor español de origen argentino Augusto Klappenbach, expuesta en un didáctico artículo publicado por El País en 1998...
Venganza: Satisfacción que se toma del agravio o daño recibidos. (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española). “No queremos venganza, pedimos que se haga justicia”. Esta expresión, y muchas equivalentes, se han escuchado a menudo (….), reiterando una idea frecuentemente repetida con ocasión del castigo a cualquier criminal. Sin dejar de valorar las buenas intenciones de quienes dicen estas cosas, creo que esta descalificación de la venganza se basa en un doble equívoco. En primer lugar, desconoce el hecho de que la justicia que se pide ya incluye la venganza. En segundo lugar, presupone una valoración moralmente negativa de la venganza como tal, que conviene matizar. Vayamos por partes. La pena que se impone al criminal tiene al menos cuatro finalidades. Primera: proteger a la sociedad de un miembro potencialmente peligroso. Segunda: aunque la realidad de los sistemas carcelarios convierta en utópica esta intención, procurar la rehabilitación del criminal. Tercera: disuadir a otros de posibles conductas criminales. Cuarta: ofrecer a la sociedad una satisfacción que compense de alguna manera el daño que el delincuente ha causado a sus víctimas. Si bien es verdad que este último objetivo no puede convertirse en único ni reemplazar a los anteriores en una sociedad civilizada -como sucede con la imposición de la pena de muerte-, tampoco puede desconocerse su importancia. Ya decía Hegel que este carácter vindicativo o retributivo de la justicia implica considerar el castigo como “algo que contiene el derecho del criminal, y por tanto al ser castigado se le honra como ser racional”. Aunque la frase suene algo cínica y tengamos que reconocer que todo criminal renunciaría de buen grado a tales homenajes, no puede negarse que al aplicarle el castigo estamos reconociendo su carácter de agente racional y libre de sus actos criminales, distinguiendo así la pena que le aplicamos de la mera protección social y la posible rehabilitación que buscamos al encerrar a un demente o incluso a un animal peligroso.La concepción popular de la justicia, que el derecho no puede desconocer, incluye espontáneamente este carácter vengativo -llamémosle por su nombre- de las penas judiciales. ¿O acaso cuando se exige la aplicación de la ley a un criminal aborrecible se está pensando únicamente en evitar delitos futuros o en corregir su conducta depravada? Una vez cometido un crimen cuyos efectos pueden ser irreparables queda al menos la posibilidad de restablecer el equilibrio en la medida de lo posible, exigiendo al delincuente que pague de la única forma posible el daño que ha cometido. Y la única forma en que él puede pagar consiste en sufrir una pena compensatoria. Esto nos lleva al segundo aspecto de la cuestión, el de la calificación moral de la venganza. En la filosofía moral de Kant hay dos afirmaciones distintas, pero complementarias. Se afirma, en primer lugar, que el valor moral de una acción desaparece cuando se la realiza por conseguir un premio o evitar un castigo. Una acción motivada por la mera conveniencia del sujeto podrá ser legal, pero nunca moral. La búsqueda de la felicidad, por tanto, no puede convertirse en criterio de moralidad. Pero en segundo lugar también se dice allí que la razón exige que la felicidad y el bien moral terminen reconciliándose. En otros términos: nuestra concepción racional de la justicia aspira a que el bueno sea feliz, aun cuando no haya sido la búsqueda de la felicidad lo que ha motivado sus buenas acciones. Kant, como buen ilustrado, tenía tal confianza en el carácter racional del mundo que llevaba esta exigencia de la razón hasta el extremo de postular la inmortalidad del alma y la existencia de Dios como condiciones indispensables para que el bien moral y la felicidad, que en esta vida suelen andar a la greña, terminen en una armonía situada más allá del mundo en que vivimos. Lamentando no poder compartir tanta confianza en que el mundo esté bien hecho, creo que a todos nos queda la exigencia de que las buenas personas sean felices: vemos a cada paso que muchos inocentes sufren y que muchos canallas llevan una vida envidiable y nuestra razón protesta ante esta manifiesta injusticia. Creo que el revés de esta exigencia también forma parte de la experiencia moral. Así como aspiramos a la felicidad de las buenas personas, también la razón se rebela ante la felicidad de los canallas. A quienes hemos renunciado a la fe kantiana en una justicia trascendente, nos quedan las modestas decisiones que tratan de conseguir, en la medida de lo posible, esa reconciliación entre moralidad y felicidad dentro de los límites de este mundo. Y la venganza forma parte de esta armonía: infligir al delincuente una pena proporcionada a su delito implica restablecer en cierta medida un orden que la racionalidad moral exige, convirtiendo este mundo injusto en un lugar donde los hombres reciban las consecuencias de sus actos. Porque si algo caracteriza al ser humano es precisamente su capacidad de responsabilizarse de lo que hace: eliminando el castigo -la venganza-, el criminal elude hacerse cargo de las consecuencias que su acción ha tenido sobre los demás, simulando de esta manera una acción meramente animal. Dicho esto, hay que matizar. En una sociedad civilizada, la venganza penal debe quedar en manos del Estado, lo cual no garantiza su justicia, pero al menos disminuye las innumerables arbitrariedades y desproporciones en que las venganzas privadas no podrían menos que caer. Tampoco puede la venganza convertirse en el objetivo principal de la justicia, en desmedro, por ejemplo, de la rehabilitación del delincuente. Y también conviene advertir sobre las patologías que genera la obsesión por la venganza, al estilo de El conde de Montecristo, cuando una vida entera se orienta a destruir al enemigo antes que a conseguir la propia felicidad. Pero, salvadas las desmesuras, conviene rescatar a la venganza del descrédito en la que la ha sumido una concepción moralizante de la ética. (…)”

viernes, 5 de septiembre de 2008

McMafia. El crimen sin fronteras


Bajo el reclamo de dar a conocer “las tramas mundiales del crimen organizado” y utilizando en su promoción aquello tan manido de “el libro más esperado de los últimos años”, apareció en las librerías de Valencia este ensayo, reflexión, análisis periodístico del británico Misha Glenny. Y como me pareció que podía resultar una lectura interesante, me agencié un ejemplar.

El autor es un antiguo corresponsal de The Guardian y la BBC para Europa del Este, por lo que se ha valido de su vasto conocimiento sobre el terreno, así como de una extensa red de contactos y colaboradores en los países del antiguo bloque comunista, para dar buena cuenta de la situación en estas y otras latitudes. La idea del libro es muy sencilla. Demostrar la existencia de una conexión directa entre el crimen organizado y el proceso de globalización en el que nos hallamos inmersos en base a ejemplos prácticos. Enfatizando la relación que nosotros consumidores tenemos con las tramas y como, de forma directa o indirecta, las fomentamos y/o mantenemos.

Así pues, “McMafia” se estructura en cuatro partes: “La caída del comunismo”, “Dinero, oro, diamantes y bancos”, “Drogas” y “El futuro del crimen organizado”. Cada una de ellas se subdivide en capítulos para centrarse en la realidad mafiosa de una zona geográfica determinada. Exponiendo como su actividad delictiva particular en el ámbito de las drogas, las armas, los diamantes, la trata de blancas o los delitos informáticos trasciende sus propias fronteras a través de alianzas e intercambios comerciales.

En este sentido, sirva un ejemplo que aporta Glenny en el libro: el del Congo y el coltán. Material que por sus especiales características es un componente básico y necesario para la fabricación de portátiles, móviles o consolas de videojuegos. Ello supone que quien sea capaz de controlar las minas congoleñas obtenga pingües beneficios. Tengamos en cuenta que el kilo llega a alcanzar los trescientos dólares y que en el país africano se extrae más del 80% del coltán mundial. Ese es el motivo por el que esa zona dejada de la mano de Dios sea una de las más inestables del mundo, con continuos baños de sangre provocados por el ejército de Ruanda, el de Uganda o las milicias hutus, en sus ansias de controlar las minas. ¿Y quién de nosotros no tiene un teléfono, un ordenador o incluso una PlayStation/Wii/XBox? ¿Nadie verdad? Y sí, lo siento, pero son productos bañados en sangre. Sin embargo, el coltán tiene una propiedad especial que hace que todos nos sintamos aliviados. Cuanto más se aleja de su lugar de extracción, o cuando más manufacturado está, más rápidamente se disuelven las manchas de sangre. 

Con todo, los capítulos que me han resultado más interesantes son los que Glenny identifica dentro de “La caída del comunismo”. Se centran en las nuevas realidades delictivas surgidas tras la desintegración de la URSS y Yugoslavia. El autor expone como un cúmulo de profesionales excelentemente preparados, provenientes o relacionados con las esferas de poder de los antiguos regímenes, han ido a engrosar las filas de corporaciones internacionales del crimen. Podríamos citar aquí a Viktor Bout, de quien os hablé por aquí no hace tanto. También de los miembros de la Hermandad de Soltnsevo  de cuyos tejemanejes nos da buena cuenta el libro. Y de la peculiar equidistancia este-oeste adoptada por el Presidente montenegrino Milo Djukanovic con implicaciones en el contrabando internacional de tabaco, de la creación de nuevos estados como Kosovo o Transnitria cuyo presupuesto depende casi en exclusiva del estraperlo, o del fácil entendimiento alcanzado entre las mafias rusa y las de las distintas regiones caucásicas, que contrastan con el frágil equilibrio político de la zona –esto último muy relacionado con el actual conflicto en Osetia del Sur-.

Ya para cerrar, una reflexión que introduce el autor y que a un servidor le parece la mar de interesante: “No es la globalización en sí misma lo que ha estimulado el espectacular crecimiento de la delincuencia organizada de los últimos años, sino unos mercados mundiales insuficientemente controlados, como el sector financiero, o excesivamente regulados, como el sector agrícola y el mercado laboral (…) la hostilidad de los EEUU, la incompetencia de la UE, el cinismo de Rusia y la indiferencia de Japón se han sumado a la incontenible ambición de China y la India por inaugurar una época dorada para las empresas mundiales y la delincuencia organizada internacional.” Nada más que añadir…

Así pues un libro harto recomendable. Interesantísimo y yo diría que necesario, ya que explica de forma sencilla y bastante educativa eso que algunos actores políticos han bautizado como “las sombras de la globalización”.

jueves, 4 de septiembre de 2008

¡¡¡El vasco voladoooorrr!!!


Anoche, buceando entre los canales del cable, me topé con la mítica película “El desfiladero de la muerte”, dirigida por Russell Rose en 1959 y protagonizada por la oscarizada Susan Hayward o el mallorquín Fortunio Bonanova. No sé si la habéis visto, pero de no ser así intentad localizarla. Os lo recomiendo. “El desfiladero de la muerte” o “Thunder in the sun”, que así se llama originalmente. Buscadla. Me lo vais a agradecer. Una historia de cowboys vascos, como lo oís. Una marcianada única. Primero por tratarse de un tema nunca visto en el cine, al menos que yo sepa. Después por el retrato tan peculiar que Hollywood hizo de estos representantes del pueblo sobre el que tanto fabuló Sabino Arana. La verdad es que se me escapa de qué fuentes bebieron para documentarse, si es que lo hicieron y no tocaron de oído como parece. Y es que, como ya he dicho, la cinta narra las desventuras de un grupo de emigrantes vascos que, huyendo de las Guerras Napoleónicas, pretenden atravesar el territorio estadounidense para asentarse en California. Es por ello que se verán obligados a pasar por el peligroso territorio de Missouri, dominado por unas tribus indias que no están dispuestas a ponerles las cosas más fáciles de lo que se las puso Napoleón. Con todo, en un Happy End digno de otra época, la caravana conseguirá doblegar a los salvajes alcanzando así su destino. A pedrada limpia. Y esto último es literal.

El esquema es el tradicional de cualquier western malo. Lo único diferente es que los protas no proceden de las áridas tierras de Arizona o Texas, sino de un poco más arriba del Gran Bilbao. Es por eso que los actores que hacen de vascos, para diferenciarse de un vaquero a la clásica, van ataviados con boina, trajes típicos y guantes de cesta punta con los que hacer frente a los malosos. Encima combaten como saltimbanquis lanzadores de ripios y utilizando un curioso grito de guerra: el tradicional irrintzi tan característico de sus fiestas y bailes populares. Pero esto no es lo peor, que tiene narices la cosa. Las victorias son celebradas por toda la cuadrilla bailando sevillanas y dando palmas en torno a un fuego -¿?-. No tiene desperdicio.
Y vaya, que “El desfiladero de la muerte” como película, pues es bastante flojita. O directamente un truñaco, ¿para que ser suave en los calificativos? Ahora, ver a una panda de garrulos dando piruetas circenses, pegando alaridos como dementes y follándose a media nación india en una versión diabólica del jai alai es un descojone digno de ser visto. Más aún cuando parece evidente que no es una sátira, ni una burla, ni siquiera una coña filmada por algún antepasado de los hermanos Wayans, aunque lo parezca. Simple y llanamente es una supina muestra de ignorancia al cargo de quien se atreve a filmar cualquier cosa sin saber de lo que habla. Al fin y al cabo, el tarugo medio a quien iba dirigido tampoco se iba a dar cuenta. Y supongo que eso es lo que la hace tan divertida… Bueno eso y un cúmulo de escenas memorables. Como esa en la que, ante el inminente ataque de los indios, un aizkolari transmutado en Wyatt Earp anima a sus compañeros a combatir “como antiguamente en Roncesvalles. Tremenda emoción. O cuando al final la Hayward se abraza al lehendakari de la tropa, con ese gesto entre afectado y estreñido… Bufff… Pell de borró!  Y cualquiera de esas escaramuzas que parecen cuadros de Goya protagonizados por aprendices de Bud Spencer y Terence Hill… ¡Joder, es que es mu grande todo! ¡A posta no te sale tamaña genialidad!
Lo gracioso es que varios años después y no sé si inspirados por esta obra maestra, los creadores de la serie “MacGyver” dieron su propia versión del pueblo vasco. Sería en 1985 y durante la primera de sus siete temporadas. En un episodio llamado “El Mundo de Trumbo” y que comenzaba en un Euskadi selvático poblado de guerrilleros bigotudos recolectores de bananas. Si bien, lo más impresionante es la bajada en Zodiac por las encabritadas aguas del río Nervión. Pa'mear y no echar gota... Pero vaya, que esta sí parece una coña filmada ex profeso…
Y es que los americanos son unos putos jachondos, además de bastante ignorantes de toda aquella realidad que se aleje un milímetro de sus fronteras. Lancemos pues un irrintzi a su salud. Si no existieran habría que inventarlos.

martes, 2 de septiembre de 2008

Las FARC, los paramilitares y el ejército colombiano


-Dime una cosa, compadre: ¿por qué estás peleando?
-Por qué ha de ser, compadre -contestó el coronel Gerineldo Márquez- por el gran Partido Liberal.
-Dichoso tú que lo sabes -contestó él-. Yo, por mi parte, apenas ahora me doy cuenta que estoy peleando por orgullo.
-Eso es malo -dijo el coronel Gerineldo Márquez. Al coronel Aureliano Buendía le divirtió su alarma.
-Naturalmente -dijo-. Pero en todo caso, es mejor eso, que no saber por qué se pelea. 
Lo miró a los ojos, y agregó sonriendo: -O que pelear como tú por algo que no significa nada para nadie.

“Cien años de soledad”
Gabriel Garcia Márquez

lunes, 1 de septiembre de 2008

El Eternauta, obra cumbre de la historieta argentina


Anteayer me terminé “El Eternauta”, gran clásico de la literatura de ciencia ficción y para muchos la mejor novela gráfica argentina de la historia. Reconozco que no hubiera procedido a su lectura de no ser por el magnífico artículo “El desaparecido HGO (una historia argentina)”, escrito por Manuel Rivas para El País Semanal.

La obra, que narra las peripecias de un grupo de supervivientes ante a una invasión alienígena, se publicaría por vez primera en la revista argentina Hora Cero. Lo haría por entregas semanales, la primera de las cuales saldría el 4 de septiembre de 1957, mientras que la última lo haría el 9 de septiembre de 1959, ciento cinco semanas después. La versión original, que es la que yo tengo, está escrita por Héctor G. Oesterheld e ilustrada por Francisco Solano López. Diez años después se realizaría un remake de la misma con Alberto Breccia como encargado de diseñar las viñetas.

Al comienzo de la historia, el eternauta se le aparece al guionista en la buhardilla donde trabaja y le relata lo que está por venir. Todo comenzará con una misteriosa nevada que arrasa Buenos Aires, algo ciertamente extraño por aquellas latitudes. Este último, que no es otro que el propio Oesterheld, escucha atentamente el relato de la tragedia y la aparición de un horror sin rostro definido. Tras más de trescientas páginas vemos como el eternauta acaba y regresa al hogar con su mujer e hija. Y eso a pesar de que el guionista, al que acaba de hacer partícipe de su historia, trata de disuadirlo. Pero es que una vez se ha reencontrado con los suyos, ya no recuerda nada. El guionista es ahora el único que conoce lo que está por venir, incluyendo la nevada mortal, la invasión, lo de los Cascarudos, los Hombres - Robot, los Manos, los Ellos... Así pues la memoria del eternauta ha sido transferida al guionista, quien ahora es el nuevo eternauta.

“El Eternauta, inicialmente, fue mi versión de Robinson (Crusoe)”, comentaba Oesterheld en su momento. Pero por la época que le tocó vivir, se le aplicó una relectura claramente política, más aún a partir de la segunda versión del libro claramente enfocada a ese objetivo. Lo cierto es que más adelante, Oesterheld pasaría a formar parte de la lista de desaparecidos durante la dictadura de Videla. De hecho el trágico final del autor y el de miles de argentinos, confirman a esta obra como una estremecedora ficción premonitoria.

Por cierto que se anuncia una versión cinematográfica que, según parece, estaría dirigida por la interesante realizadora Lucrecia Martel. Esperaremos acontecimientos.
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