viernes, 31 de julio de 2009

El ushiro-nage de Marchena


El ushiro-nage de Marchena a Raúl es, posiblemente, la polémica más friki que uno recuerda en el siempre controvertido universo del balompié. Y mira que hay competencia. A poco que sigáis tamaño circo, recordareis no menos de cien ocasiones en las que se lía la de Dios es Cristo por una decisión arbitral, una declaración fuera de lugar o las palabritas de algún bocazas metido directivo. Sin embargo, en ningún otro caso -al menos que yo me acuerde- una polémica tan vacía se vivió de forma tan enconada y estrambótica. Quizás el hecho de vivir en Valencia tenga algo que ver con esa percepción.

La cosa se fraguó un frío domingo de febrero del año 2004 en el estadio Santiago Bernabéu. Allí se disputaba el partido estrella de la semana, que enfrentaba al Real Madrid con el Valencia CF. Tras tropecientos años de batacazos continuados, parecía que esta vez el equipo de mi ciudad iba a romper su catastrófica estadística. Eso hasta el minuto 93, cuando Tristante Oliva -que vaya nombrecitos tienen los árbitros- a instancias de su auxiliar, decretó penalti en el área del Valencia. Una circunstancia que permitió a Figo marcar el gol del empate y al Madrid no salir derrotado de su estadio.

La polémica estaba servida y los comentarios y editoriales aparecidos en días posteriores fueron de los que quitan el hipo. Desde una supuesta conspiración federativa a la que se aferró la siempre victimista afición valencianista, hasta las hipócritas críticas al cargo de los medios de Barcelona, tan sagaces a la hora de ver la paja en el ojo ajeno. Con todo, lo más ridículo de esta polémica fue la recurrencia de varios periodistas madrileñistas -por no decir netamente Ultra Sur-, a justificar el penalti comparando la acción sobre Rulo con una llave de judo. Se sirvieron pare ello de un tal Alberto Blanco, por aquel entonces Presidente de la Federación Española de Judo, que en páginas del diario As declaró lo siguiente: “Marchena le hace penalti a Raúl. Le derriba claramente. El árbitro incluso debería haber expulsado al valencianista.”
Y es que estaba clarísimo, el defensa sevillano había ejecutado una acción de control y proyección hacia atrás -o sea un ushiro-nage- sobre el capitán del Real Madrid. Recuerdo incluso la secuencia fotográfica en la cual quedaba reflejada la maestría de Carlos-san en la ejecución de la llave. Lo cachondo es que por aquel entonces ya sabíamos que Marchena no era ningún Santo, ¡pero desconocíamos que el cabrón era cinturón negro de judo!:
“La clave está en el bloqueo que Marchena le hace a Raúl en tres puntos de su cuerpo: el hombro, la cadera y el pie. Marchena está bloqueando el hombro, e incluso el cuello de Raúl, ayudándose con su codo. Mientras continúa el movimiento del brazo, el hombro se lo tiene totalmente controlado y le está presionando con la cadera. Además, levanta el pie y le echa hacia atrás. Literalmente, le engancha la pierna, esta acción hace que Raúl pierda el equilibrio totalmente y por eso termina cayendo al suelo”. “Se aprecia perfectamente: bloqueo, desequilibrio y caída. Penalti justo”.
El tema es que, visto ahora, hasta parece penalti. En aquel momento, ni harto de vino. Así pues, como dijo un insigne maestro borrachín: “bull-dog = perro grande”. Konnichiwa.

miércoles, 29 de julio de 2009

Hasta el moño de Madonna


¿Os habéis enterado de que Madonna ha estado estos días por España? ¿Y que en breve viene el tito Bruce? ¿Y que Jacko ha muerto? Bueno eso sí, que os lo conté yo mismo, je je je Ah! ¿Y lo de qué Alfonso Rus quiere traerse a U2 a Valencia “coste lo que coste”? Xé xé xé, será per diners… Y es que pareciera que para los medios generalistas tan sólo existen tres o cuatro músicos y bandas. El resto no tiene cabida en unos informativos que cada vez informan menos y lo que hacen es promocionar –también desinformar, pero eso da para otra entrada-. De ahí que cuando alguno de los miembros del selecto club de artistas amigos de la prensa nos visita, pues hala, hasta en la sopa... A tutiplén. Ad nauseam. Que me imagino al redactor de turno del Telediario chillándole a los becarios: “¡Párenlo todo que ha venido la Madonna! ¡Una nueva cabecera para ya! ¡Que todos los faldones proclamen larga vida a la diosa!” No creo que difiera mucho de la realidad, la verdad.

Así pues Madonna ha venido por estos pagos. Y ha ofrecido un concierto maravilloso. De hecho, ha supuesto un antes y un después que será superado y volverá a suponer otro antes y otro después cada vez que vuelva y así hasta el infinito y más allá.  Y eso que, según me cuentan fuentes bien informadas, el show de la ambición rubia en Barcelona fue una mierda pinchada en un palo. Aunque eso no te lo habrán contado en el informativo. Aquí lo importante era extender la visibilidad del mito. Repitiendo las opiniones de esos incondicionales que siempre la verán divina de la muerte. Gentes a los que igual les hubiera dado ver a Madonna cantando jotas, haciendo el pino puente o ciscándose sobre el escenario. Todo acto realizado por la reina del pop será calificado de genialidad y punto. Y es que cantar, lo que se dice cantar, pues como que esta vez no... Madonna vino a España a bailonguear y a lucir bíceps. Y eso lo hizo bastante bien, lo reconozco. Nada nuevo bajo el sol. Es lo que lleva haciendo los últimos veinte años. Bueno, desde después de lanzar el 
“Like a Virgin”... Vale, ahí me he pasao...  En todo caso un conocido que apostató de la Ciccone hace años y que presenció el concierto, me comentó que la experiencia fue lo más parecido a un programa de fitness de Eva Nasarre. Igual no me pasé tanto. 

En fin, que no me extiendo más. Tan sólo quería mostrar mi enfado antes de introducir un artículo de un tal Alfonso Cardenal que suscribo y que se titula “Madonna a mamarla a Malawi…” Lo transcribo ya que lo han eliminado de la red de redes:

Sí, lo sé, lo siento. Estoy radical, qué se le va a hacer. Será el calor, los vapores del asfalto, el sopor lúdico-laboral. Disculpen, pero es que Madonna bien podría irse a mamarla a Malawi. Hay fans de Madonna, tiene que haberlos como hay gente que le gusta practicar sexo con animales. De todo hay en la villa del señor. ¿La reina del Pop? Hombre, pues sí, eso no lo vamos a discutir, (Sorry, Blondie) como tampoco negaré que es una de las artistas que más se ha reinventado (copiado lo que hacían otros) de la historia. Típica coletilla que suelta la gente sin pensar en otros artistas mutantes como Bowie por ejemplo.
También acepto el hecho de que tiene un par de “Hits” bastante aceptables (malos pero bailables). Ya está lo bueno. Ahora mi realidad: menuda petarda cincuentona pasada de vueltas que va de moderna por mantener la piel de naranja estirada y los bíceps más duros que la carne de sus nalgas. ¿Su música? Mucha coreografía, bailes infinitos, pero que la desenchufen los coros y veremos la realidad. Y todo esto viene a cuento a que no soporto a esos músicos que se cuelgan una guitarra desenchufada para jugar a rockeros, que miden cada segundo y cada centímetro de sus actuaciones, donde cada paso tiene que darse en el momento preciso. Mierdas de actuaciones que se aproximan más a la idea de un musical de teatro que al de un concierto de rock-pop.
Pero lo peor de Madonna es tener que oírla en los bares, pufetos y antros de medio mundo, haber sobrevivido a “Confessions…” es digno de admiración. Y eso que Madonna no me cae mal, tantas décadas dejan perlas y cosillas graciosas. Sus fotos con la parrocha al aire tenían su punto, sus rolletes con toreros, tirarse a Dennis Rodman, ¡Esta tía es una crack! Pero joder, menuda petarda. Tengo un colega que se motiva con sus discos, que pisa el acelerador cuando suena en su coche y todo eso, vamos que le pone a cien. De todo hay en el verde prado de la inocencia.
Pero Madonna tiene un par de huevos, amén de una cara de borde cabreada de funcionaria en turno doble. Pero mola. “Cuando vine a Nueva York fue la primera vez que viajé en avión, la primera vez que viajé en un taxi, la primera vez en todo. Y sólo llegué con 37 dólares en el bolsillo. Es la cosa más valiente y más afortunada que he hecho nunca.” Veis, si la tía molaba. Hasta “Erotica” es un álbum cojonudo que puso palote a medio mundo. Y cuando baja un poco su popularidad pues le come los morros a la tía que tiene más cerca y pa´lante, coño, retiro todo lo anterior, Madonna mola. Es Diva y como tal tiene margen para hacer, deshacer y pedir por esa boquita que los demás alabaremos, aplaudiremos, nos escandalizaremos y pagaremos por ello. God Save Madonna…

martes, 28 de julio de 2009

La comedia humana


Charles Aznavour, Atom Egoyan, la familia Agassi, Cher, los tipos de System of a Down, el tenista David Nalbandian, los campeones del mundo con Francia Yuri Djorkaeff y Alain Boghossian… Todos estos tienen en común su origen armenio. Y es que hay armenios repartidos por medio mundo, llamando la atención los denodados esfuerzos por no perder su identidad, manteniendo lengua, religión y el recuerdo de su historia, que va pasando de generación en generación. Así­, en cualquier población en la que haya un foco armenio -en Rusia, EEUU, Francia, Argentina…-, por pequeño que este sea, los exiliados y sus descendientes habrán fundado una iglesia destinada al culto armenio, un periódico en lengua armenia y alguna asociación cultural y/o de ayuda mutua.

La culpa de la diáspora armenia la tuvieron, principalmente los turcos, quienes planearon y administraron centralmente un genocidio contra toda la población armenia del Imperio Otomano entre los años 1915 y 1917. Esto ocasionó un exilio generalizado de los supervivientes. Motivo de más para que se produjera un reforzamiento identitario entre aquellos que fueron ví­ctimas de este holocausto aún no reconocido por Turquí­a, con el fin de que el tiempo no borre tan lamentable episodio.

Pero siendo esta la causa fundamental del exilio, tampoco es la única. Si no serí­a difí­cil explicar porque el padre de William Saroyan, fallecido en 1911, emigró a la soleada California. En donde, por cierto, se dedicó al tema de los viñedos, oseasé a la cultura del vino, la única cultura que merece la pena. Estas circunstancias moldearán la mirada del joven William, escritor de numerosas obras y cuentos cuyos temas giraban en torno a los primeros años de vida de un hijo de inmigrantes pobres, retratando el universo provinciano del oeste de los Estados Unidos. Muchas de sus historias se basaron en experiencias propias de su infancia entre los agricultores armenio-americanos del Valle de San Joaquí­n (California). Tratando con profusión el tema del desarraigo. Entre ellos destaca “Me llamo Aram” de 1940, que recoge una colección de historias acerca de un crío y su familia inmigrante. Un libro que lo consagrará como gran maestro de la narrativa norteamericana contemporánea.

Todas sus obras gozarían de enorme popularidad durante los años de la Gran DepresiónSi bien, no será hasta hace poco que la editorial Acantilado las recupere para el lector en castellano. La más célebre de todas ellas responde al título de “La comedia humana” y fue publicada originalmente en 1943. Incomprensiblemente no la había leído hasta ahora, que lo he hecho merced a a la recomendación de un amigo. Raro, porque es una historia juvenil a la altura de “El guardián entre el centeno” de J.D. Salinger, novela de impacto para cualquier chavalín mínimamente aficionado a la lectura.

Al igual que otros libros de Saroyan, “La comedia humana” nace de la propia experiencia, en este caso como repartidor de telegramas en su pueblo. Su alter ego literario es el encargado de llevar los cables en Ithaca, pequeña localidad californiana sita en el Valle de San Joaquín. Estamos en medio de la Segunda Guerra Mundial, por lo que muchos vecinos están en el frente. De ahí que la mayoría sean anuncios terribles de soldados que ya no podrán regresar al hogar. Esto permitirá al joven acercarse a las diferentes “ventanas que se cierran en el entorno familiar del desaparecido”. Y es que en el fondo, “La comedia humana” es un alegato contra lo absurdo de la guerra. De esta y de todas las demás.

jueves, 23 de julio de 2009

Un dulce olor a muerte, de Guillermo Arriaga


Guillermo Arriaga es conocido, principalmente, por ser el autor de los guiones de la excelente “Trilogía del dolor” de Alejandro González Iñarritu y que está compuesta por “Amores Perros” (1999), “21 Gramos” (2003) y “Babel”(2006). Por desgracia, este magnífico tándem de creadores mexicanos se rompió el año 2006, tras concluir la oscarizada “Babel”. Cuentan las malas lenguas que una lucha de egos pudo más que la amistad atesorada durante años, pero Arriaga, lejos de polemizar, siempre se muestra públicamente agradecido con Iñarritu. El caso es que, como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga, y a día de hoy esa ruptura ya ha dado sus frutos. Por lo pronto Arriaga se ha pasado a la dirección, eligiendo para debutar una de sus novelas  “Lejos de la tierra quemada”, presentada al público en la última edición del Festival de Morelia. No puedo emitir ningún juicio sobre la película porque aún no la he visto. Trataré de subsanarlo en breve.

Leí en una entrevista que a Arriaga no le gusta nada que le califiquen de guionista, porque los guionistas hacen como “guía para…” y a él lo que le gusta es crear. Por eso prefiere lo de escritor de novelas para cine. Estoy de acuerdo, basta con echarle un ojo a cualquiera de sus relatos para comprobar que son muy cinematográficos. Se le da bien al mexicano y las tres películas de Iñarritu basadas en sus escritos no son una casualidad. Incluso Tommy Lee Jones eligió para su ópera prima como director una historia de Guillermo Arriaga, la fantástica “Los tres entierros de Melquíades Estrada”.

Esta última guarda relación con “Un dulce olor a muerte”, novela corta de Arriaga que me leí del tirón el domingo, entre la canícula y el sopor. La historia es bien simple, parte de una anécdota ocurrida en una pequeña aldea mexicana que cuenta entre sus vecinos con Melquíades y sus hermanos, que participan como secundarios de la trama. El tema es que, una mañana, aparece por los alrededores del villorrio el cadáver de una joven acuchillada. El primer vecino en acercarse a la muerta será aquel a quien todos señalan como el novio, pero las sospechas recaen sobre un forastero. Y eso comporta una terrible responsabilidad para el muchacho quien cree en aquella máxima antigua que dicta que hay algunas cosas se deben hacer por honor. Una tremenda historia que, como indica su nombre, destila ese dulce olor de la muerte.

Por cierto que el libro también tiene su propia versión cinematográfica. Se trata de una coproducción entre España, México y Argentina dirigida en 1999 por el mexicano Gabriel Retes. Tampoco la he visto, pero esta con toda la intención del mundo y es que, ¿cómo coño se puede poner a Karra Elejalde en el papel de El Gitano? Wtf!?

martes, 21 de julio de 2009

Tokio blues (Norwegian wood)


Haruki Murakami es japonés y a mí los escritores japoneses -y prácticamente todos los orientales- no me atraen mucho. Su forma de ver las cosas, su sentido de la belleza, su tristeza endémica y otros aspectos achacables a las diferencias culturales y de cosmovisión, hacen que me resulte difícil disfrutar al ciento por ciento de su escritura. Sin embargo, esa densidad oriental no me molesta en las novelas de Murakami y eso que, como confesé en una entrada reciente, me resistí muchísimo en darle una oportunidad - para disgusto de varios de mis amigos, que me insistían casi a diario con el temita-.

Es cierto que, según yo lo veo y con el escaso bagaje que dan las dos novelas leídas, Murakami cuenta siempre la misma historia. Una que va sobre el difícil tránsito de la adolescencia a la madurez y de las pérdidas que comporta. La toma de conciencia de que todo lo pasado ya no volverá y que, mal que peor, hay que mirar hacia delante. Porque en el fondo, eso es lo que cuenta en “Tokio blues (Norwegian wood)”, la más exitosa de las creaciones de este fabulador nacido en Kyoto hace seis décadas. Una novela que se ha convertido en un auténtico fenómeno literario en España gracias al boca a boca. Y eso que fue publicada con más de veinte años de retraso.

Los mínimamente aficionados a la música ya sabréis que “Norwegian wood (This bird has flown)” es una conocida composición de los Beatles que viene incluida en su álbum de 1965 “Rubber Soul”. Al comienzo del libro, mientras el protagonista aterriza en el aeropuerto de Hamburgo, escucha una versión cutre de esta canción, lo que le hará retroceder unos veinte años, cuando habitaba en el turbulento Tokio de finales de los sesenta. Aquí comienza la evocación melancólica de una misteriosa mujer a la que amó y que, por circunstancias que no procede desvelar, le abandonó. En un recorrido que abarca desde su llegada a Tokio, hasta un inquietante final, vamos transitando por los barrios de la capital del Japón en su compañía y la de sus peculiares amigos. A quienes, con el tiempo, irá dejando atrás. Bonita historia de amistad, amor, sexo y muerte en la que se plantea aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor. ¿Pero seguro que fue mejor? No lo tengo yo tan claro. 
“I once had a girl,or should I say, she once had me.She showed me her room,isn't it good, norwegian wood? (...) And when I awoke I was alone,this bird had flown.So I lit a fire,isn't it good, norwegian wood.”

lunes, 20 de julio de 2009

¡Suéter!


Vaya por delante que Esteban Hernández es amigo mío, por ese motivo haga lo que haga, siempre le desearé que las cosas le vayan bien. Y como lo que a él le gusta es el tema de la historieta gráfica, tan sólo espero que tenga la suerte de abrirse camino en un mundo tan complicado. Y digo suerte, porque el talento le sobra. O si no echadle un vistazo a cualquiera de las obras que preceden a este “Suéter” -los diferentes números del fanzine autoeditado “Usted”, el “Qu4ttrocento” o “Culpable e historias cortas”-, o a los extractos que de sus proyectos va colgando en su web. De ahí que colgar una crítica sobre “Suéter”, su última creación, se me antoje una empresa harto complicada. Sobre todo a la hora de ponerle peros al álbum. Sabiendo lo que le ha costado a Esteban llegar hasta este punto. Y no me refiero únicamente al arduo proceso preparatorio que antecede al nacimiento de cualquier obra gráfica, sino más bien al desgaste que supone tratar de convencer a las editoras para que te publiquen. Y Esteban, después de picar mucha piedra, lo ha conseguido. Y en Planeta deAgostini, que no es moco de pavo. Pero es que el tío me lo ha puesto fácil, porqué este “Suéter” es un álbum magnífico. Así de claro. Es más, no solo no desentona al lado de las últimas creaciones de autores ya consagrados en el universo del cómic, sino que es hasta mejor.

Pero hablemos ya del libro. Como anuncia la contraportada, estamos ante una tragicomedia cotidiana. La del personaje protagonista que, en plena recuperación de una patología psiquiátrica, hace un alto en el camino para contarnos algo que le sucedió años atrás cuando regresaba a casa en el metro. La narración de esta anécdota ocupa la mayor parte del libro y es la que da sentido al conjunto de la obra. Se dan cita cuatro personajes a cada cual más pintoresco: el mencionado protagonista, un abuelete cuya única preocupación reside en que alguien suba la calefacción del vagón, un tío disfrazado que vuelve de una fiesta en lamentables condiciones, y un revisor sobre-explotado que exige a los pasajeros una respuesta plausible para dos preguntas que le atormentan: “¿Dónde puedo guardar mi silencio?” y “¿Dónde está el tiempo que pierdo tan a menudo?”. Cuestiones que remiten directamente a la obra de Marcel Proust y de cuya respuesta depende el futuro de tan atormentado personaje.

Y de eso va “Suéter”, básicamente. La primera obra de Esteban en las ligas –editoriales- mayores y que seguro no será la última. Lo digo por el bien de la editorial que no por el suyo. Un salto cualitativo en su carrera que seguro no se quedará ahí. ¡Qué coño! Conociéndole no tengo dudas.

¡Ah! Por cierto, que se me olvidaba comentarlo, ¿por qué “Suéter” se titula así? Pues…
...bueno…
…o sea...
…va, mejor no lo cuento… Así lo leéis y lo descubrís por vosotros mismos. Tan sólo una pista, existe por ahí un jersey a rayas con un poder nada desdeñable. Y hasta aquí puedo leer.

Y ya acabo. Como habréis notado sobre aspectos técnicos no he dicho ni Pamplona. Pienso que es mejor que hojeéis el álbum en alguna tienda, o que le echéis un vistazo en el weblog de Esteban, donde están colgadas las nueve primeras páginas. A mí me encanta como monta cada página. Me parece una virguería compositiva. Eso y algunas viñetas de carácter más bien secundario a las que tengo especial cariño. Como aquella en la cual Esteban nos muestra un corte de lo que sería una estación de metro que se asemeja, sospechosamente, a una de la que soy habitual... ¡Qué hostias! ¡Me encanta tu álbum tío! A ver cuando sacas otro nuevo.

Eso y que nos vemos en los bares…

viernes, 17 de julio de 2009

Jack White, rey Midas del nuevo rock, presenta…


El puto Jack White, la mitad con testículos de mis admiradísimos White Stripes, tiene el don de convertir en oro todo lo que toca. Culo inquieto, su trabajo para la banda de las barras blancas no le impide participar de o hasta montar otros proyectos musicales, a cada cual más interesante. Como por ejemplo The Raconteurs, de quienes ya os hablé en una entrada anterior. O como estos The Dead Weather, autores del temazo con el que abro la entrada y que se titula “Treat me like your mother”. Una magnífica canción que viene acompañada de un video en el cual vemos a la pareja White – Mosshart enzarzados en un surrealista duelo con ametralladoras, mientas se increpan mutuamente (“…pórtate bien conmigo, deja de manipularme y trátame como a tu madre. Lo tuyo no tiene nombre: que sé que cuando parpadeas es porque mientes…”). Wow!!! De lo más macarra que he visto en mucho tiempo.

Ah! Que no lo he dicho. En este combo, el genio de Detroit comparte galones con Alison Mosshart, cantante de los interesantísimos The Kills. Y acaban de debutar con un trabajo que se titula “Horehound” en el cual se incluye la chulada de ahí arriba. Esperemos que el resto del álbum esté a la altura. Aún no me lo he agenciado, pero tengo un buen pálpito. Está a la venta desde el pasado martes y ya estamos tardando...

jueves, 16 de julio de 2009

Historias del calcio


Ya he comentado en más de una ocasión que me encanta Enric González. Siempre que publica algún artículo en El País –antes en El Mundo-, o se editan compilaciones con sus crónicas como corresponsal en alguna parte, voy de cabeza a por ello. Y es justo lo que acabo de hacer con estas “Historias del Calcio, una crónica de Italia a través de su fútbol”.

Cuenta el propio autor que el libro comenzó a fraguarse en septiembre de 2003, cuando recién llegado a Roma como corresponsal, recibió la llamada del jefe de Deportes de El País y le propuso escribir una crónica semanal para las páginas deportivas del diario. Con esta premisa, Enric nos ofreció cada lunes, durante los cuatro años que estuvo de corresponsal, una visión del país transalpino a través de su fútbol. Y es que resulta imposible hablar de Italia sin hablar del deporte rey.  Un deporte del que los italianos se consideran inventores y al que llaman calcio -“patada” en italiano-, como las batallas campales con balón nacidas en la Florencia medieval.

Defiende el autor que el calcio es muy especial y que no hay ningún país en el mundo en el que se viva el fútbol como en Italia. Entre otras cosas porque nadie es tan imaginativo, farsante y estupendo como los italianos. Por eso el calcio ofrece al mundo muchísimo que contar, desde las tragedias del Torino, la arrogancia de la Juventus, la locura de la Roma, los disparates del Inter, las aventuras de Silvio Berlusconi y su Milan o el filofascismo de la Lazio. En las crónicas recogidas en el libro vamos descubriendo esa peculiar manera de ver el fútbol y como en torno a él se comprende la política, la economía y hasta la sociedad de aquel país. Vemos como algunos incidentes gravísimos son justificados por salvaguardar un bien mayor, el propio calcio; como la dietrología -“ciencia estrictamente italiana que estudia las causas ocultas de los acontecimientos (…) y a partir de cualquier nimiedad se puede reconstruir una trama conspirativa que se hace más y más oscura hasta desembocar en el misterio”-, es aplicada a pies juntillas por los mandatarios de los clubes; o lo duro que es ser simpatizante interista –como el propio Enric-, un club habituado a regalar a todas sus figuras a los máximos rivales.

A lo largo del libro van desfilando toda suerte de figuras relacionadas, directa o indirectamente, con el calcio. Antonio Cassano, Francesco Totti, Cristiano Lucarelli, Kaká, Harvej Esajas, Paolo di Canio, Silvio Berlusconi, Gianni Brera, Lapo Elkman, Luciano Moggi, Massimo Moratti, Luciano Spalletti, Fabio Capello… Todas tienen algo que sumar (o restar) al espectáculo. Aunque he de reconocer que lo que me ha resultado más interesante es la manera en la que Enric González enmarca sus historias. Como plasma una sociedad “que es capaz de perdonarlo todo, menos el mal gusto y una derrota en un derbi”.

Y no puedo contaros mucho más. Tan sólo recomendar este libro si, como yo, estáis interesados en el fútbol en general y el calcio en particularO aunque no sea así, pero sentís cierta atracción por Italia y los italianos. O hayas estado viajando por aquellos lares, especialmente por “la ciudad eterna”, donde se concentran la mayoría de crónicas. Vamos, que te lo leas.

Cuelgo aquí una de las historias que más me ha gustado, por si os pica el gusanillo…
El Campo Dei Fiori 
La plaza de Campo dei Fiori contiene el alma de Roma. Campo, donde la Inquisición hizo arder en la pira al monje-filósofo Giordano Bruno, es una de las pocas plazas romanas sin ninguna iglesia y sin ningún obelisco. La tradición del lugar es laica y un poco golfa: por la mañana aloja un mercado de verduras al aire libre, por la tarde propicia el paseo, por la noche se llena de bares y de ruido. Cuando cierran los bares, ya de madrugada, no es extraño que alguien arroje al aire un balón. En cuanto asoma el cuero (o la bolsa llena de papeles, da igual) los antidisturbios se ponen el casco con un gesto desganado y se colocan en sus puestos: la rutina es bien conocida. Antes de que comience la carga policial y de que se rompan las primeras litronas (la coreografía está muy ensayada, no falla nunca) se permite que el balón ruede por la plaza y que se celebre el breve partidillo ritual que enfrenta a dos equipos arbitrarios (cada uno chuta hacia donde quiere) y sobradísimos de gente. Puede haber 100 o 200 personas involucradas en el juego-mogollón, carente de reglas y objetivos porque no hay porterías, y siempre se acaba igual: la policía despeja la zona, hace alguna detención simbólica y los vecinos, con un poco de suerte, consiguen dormir por fin. Lo fascinante de esa ceremonia etílica y deportiva consiste en que siempre hay alguno que se queda atrás, a defender, con toda la atención puesta en cortar cualquier posible contraataque. Portería no hay, marcador tampoco, la juerga dura pocos minutos y el principal objetivo, se supone, consiste en abrirse paso entre la multitud y tocar el balón al menos una vez. Pero la defensa está ahí. Parece como si el fútbol, en Italia, resultara inconcebible sin marcajes, presión y una defensa muy alerta. Incluso en la juerga de Campo. El calcio se paladea de forma distinta al fútbol de otros lugares: la tensión y el esfuerzo son más apreciados que la filigrana y la idea central, por encima del gol, es mantener la propia puerta a cero. Hagan la prueba y miren un partido italiano y luego uno inglés o español: en el segundo encuentro se tiene la impresión de que faltan jugadores, porque hay un montón de espacios libres por ahí: el centro del campo está lleno de aire y de tiempo para pensar. En Italia, el agobio invade hasta el último palmo de hierba. Marcello, un amigo romanista, sostiene que las razones del defensivismo futbolístico italiano tienen raíces históricas. Durante unos 15 siglos, casi hasta el XX, la Península Itálica ha sido un no parar de invasiones y ocupaciones (desde los godos hasta los austro-húngaros, pasando por normandos, árabes, españoles, franceses y alemanes varios) y eso, según él, ha grabado en la memoria colectiva la necesidad de atrincherarse, resistir y buscar el golillo al contragolpe. Es posible. El calcio, en cualquier caso, es un fútbol aparte. Esta temporada no hay ningún entrenador extranjero en la Serie A, una circunstancia única en las grandes Ligas europeas. Tampoco existen en otros países defensores como Maldini, que ayer, a sus 37 años, jugó un partidazo y marcó dos goles. Es extraño, pero con el tiempo, y sin saber por qué, uno acaba entregando el corazón al fútbol italiano. Y entendiendo a esos juerguistas de Campo que se alejan del gran barullo y se quedan atrás, con la mirada fija en el balón, cubriendo su zona, por si acaso.

miércoles, 15 de julio de 2009

Eric Röhmer es un brasas

"Mi noche con Maud" (1969)

Ya hace tiempo que el canal temático Cinematk viene anunciando, a bombo y platillo, que va a dedicarle un ciclo Eric Röhmer. Y no es que me parezca mal. Al fin y al cabo, cualquier tendencia debe tener cabida en un espacio televisivo como este, que tiene por objeto mostrar todas las sensibilidades cinematográficas y la obra de sus principales exponentes. Sin embargo no voy a mentiros, la obra del veterano director francés no me gusta nada. Pero nada de nada. Y me da igual que sea considerado un genio del séptimo arte. ¿Qué digo genio? Un Dios de la intelectualidad… Personaje venerado por cientos de miles de cinéfilos. De forma inexplicable, según yo lo veo, ya que no puedo entender como un tío tan pesao llega al alma de tanta gente. Un realizador monotema cuyas películas van siempre de lo mismo: esos amores y desamores de gente inteligente con angustia existencial. Por  no hablar de esas conversaciones en torno a los temas más banales que uno pueda imaginar. Es que ni fumándome un porro antes de verlas...

Vamos, que si uno se ha chamao buena parte de la filmografía del director francés, es precisamente para poder escribir posts como este. También para conversar con sus amigos cinéfilos, que también los tiene. Marcando el contrapunto en esas sesudas conversaciones sobre el gran cine que de tanto en tanto se dan y suelen acabar como ceremonias de masturbación colectiva en torno a la figura de algún Röhmer de la vida. Lo gracioso es el contexto de las mismas. Y es que se suelen dar en un bar, con botellines de San Miguel en la barra, la Cirsa atronando avances y el suelo lleno de palillos y servilletas de papel. No se me ocurre nada menos Röhmer que eso. 

En una de esas, un amiguete me soltó aquello de “como osas no reconocer la grandeza del maestro”. Pues mira...  Si no lo hago es porque su cine me parece insufrible. Porque dice menos de lo que pretende. Porque pasan los minutos y en pantalla apenas si ocurre algo. Porque todos los personajes van de súper inteligentes y mega sofisticados, pero no son más que una panda de capullos con problemas del primer mundo. Porque los actores -y me da igual que sean la Romand, la Rosette, la Rivière o el Pascal Greggory- son tipos muy anodinos. Porque su alabada simplicidad no es más que una memez supina. Porque la supuesta intelectualidad es mera impostura y porque lleva casi sesenta años rodando la misma puta película... En definitiva y parafraseando a Homer Simpson, porque viendo una cinta de Röhmer ¡¡¡me abuuurrooooo!!!

Vale sí, algo bueno debo reconocerle. Sobre todo en lo que hace a su labor como crítico cinematográfico. Destacando su trabajo como jefe de redacción de Cahiers du Cinema entre 1956 y 1963, junto a quien fuera uno de sus grandes maestros, André Bazin. Revista clave para entender el universo del celuloide y a la cual debemos la recuperación de figuras como John Ford o Alfred Hitchcock. De donde también surgieron Jacques Rivette, Chabrol, Resnais y por supuesto Truffaut. Aunque también es de su responsabilidad el éxito de otro brasas como Godard. Otro mérito de Röhmer es la creación en 1962 de la productora Les Films du Losangeun referente para el cine francés desde entonces.

Nada de eso borra que el Röhmer director sea un pesado de cojones. Y su cine, mal que le pese a la cinéfila afición, a los medios especializados y hasta a algunos de mis amigos, es una mierda pinchada en un palo. Bueno, quizás no tanto, pero sí aburre a las ovejas. Y a todos los seres humanos incluyéndote a ti, aunque lo niegues. Y como yo ni soy cinéfilo ni lo pretendo -si acaso soy un cinéfago- me puedo permitir decirlo así de claro.

Hala, Sulo fent amics…

martes, 14 de julio de 2009

Reconstrucción


Antonio Orejudo es columnista del diario Público, si bien a mí no me interesa demasiado lo que escribe. Y no es que los temas que trata en sus columnas carezcan de interés o que su punto de vista me eche para atrás. De hecho las últimas hablan de asuntos como la energí­a nuclear, el aborto, los trajes de Camps o las velinas de Il Cavaliere. Es más, suelo coincidir en sus análisis y opiniones. El problema es que su prosa no me cautiva. Y sí, ya sé que esto ha quedado de un pedante que pa’qué, pero tiene su explicación. Por qué Antonio Orejudo, además de columnista es un reputado escritor galardonado con diferentes premios por novelas como “Fabulosas narraciones por historias” o “Ventajas de viajar en tren”. Pues bien, entre sus últimas creaciones se encuentra “Reconstrucción”, libro que servidor -ante la insistencia de un compañero de trabajo- se acaba de leer. Una vez terminado entiendo por qué hay tanta gente que admira a Orejudo. Pero me reafirmo en que hay algo en su manera de escribir que no me acaba de llegar.

“Reconstrucción” se plantea como una novela histórica, pero no lo es. O al menos no es eso exactamente. Orejudo refleja el cisma religioso que aconteció en la Europa del XVI, cuando el paisaje estaba surcado de herederos e imitadores de los dos grandes reformistas de la época: Lutero y Calvino. Tenemos a un mesí­as anabaptista que levanta en armas a la ciudad de Münster frente a la corrupta jerarquí­a católica. Y tenemos a un culto grabador de tipos de imprenta que, obligado por la Santa Inquisición, se verá tras las huellas del creador de un manuscrito anónimo de fuerte contenido herético. Como os figuráis, sendas historias tienen un nexo de unión pese a transcurrir con dos décadas de diferencia.

El manuscrito de la discordia no es otro que la “Christianismi Restititutio” de Miguel Servet, teólogo y cientí­fico aragonés condenado a morir en la hoguera por hereje y a quien debemos el descubrimiento de la circulación pulmonar. La historia real de Servet va a estar en el trasfondo de la novela, sirviendo a Orejudo para establecer paralelismos con nuestro presente, en el cual se dan idénticos conflictos a los del XVI como el fanatismo religioso, la lucha por el poder o la perdida de ideales.

Rumiando sobre lo leí­do, el regusto es bastante mejor de lo esperado. Sobre todo después de un inicio en el que me costó mucho entrar. Pero hacia mitad de la novela la cosa mejora de forma ostensible. Con todo, me ratifico en lo dicho al comienzo. El problema ya no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Y en ese punto sigo chocando contra la prosa del periodista madrileño. Y eso que es más o menos generalizado que la crítica la califique de elegante. Cuestión de gustos, supongo. O de momentos, que también puede ser.

viernes, 10 de julio de 2009

Alice in Chains, el regreso (GDS)


¡Vuelve el grunge bitches! Y bien que me parece. Que muchos crecimos con esa mierda y andábamos con nostalgia y bastante mono. Y es que en un corto periodo de tiempo, se ha anunciado la vuelta de dos pesos pesados del movimiento surgido en Seattle en los noventa: Soundgarden y Alice In Chains. Por un lado Chris Cornell ha asegurado al Rolling Stone que el grupo está planeando lanzar un álbum retrospectivo, acompañándolo de una caja con material inédito. El amigo Chris, que muriéndose no pagaría todo el mal que nos ha hecho con “Scream, ve la posibilidad de unos ingresos extra. O eso, o es una manera de pedir perdón por su último engendro –el que os enlazo ahí arriba y no pienso mentar más-. El segundo retorno es el de Alice in Chains y este sí viene acompañado de material de estudio. “Black Gives Way to Blue”, que así se llama lo nuevo, verá la luz a finales del mes de septiembre.

Reconozco que la vuelta de los AIC me sorprende. Sobre todo porque no acabo de verlos sin Layne Staley tras el micro. Vaya, que nunca será lo mismo si no está él. Más aún cuando soy de los que piensa que el bueno del grupo era Layne, mucho más centrado en las composiciones que Jerry Cantrell, cuya experiencia en solitario no podría ser más mediocre. Pero bueno, he escuchado el anticipo del álbum, “A Looking in View”, y la verdad es que suena de cojones. Tiene muchísima fuerza y es puro AIC. Es más, la voz del tal William DuVall, el nuevo vocalista, recuerda mucho a la de Layne. Y los juegos de voces entre DuVall y Cantrell, no desmerecen a los que practicaban este último y Staley en la anterior etapa. Todo ello a expensas de escuchar íntegramente el nuevo disco, claro está. En todo caso, hay algo en lo que sí pierde Duvall respecto a Staley y tiene que ver con la apariencia. Si te habías acostumbrado al rollo desgarbado y yonqui del primero, te extrañará ver en su lugar a un nigga’ con tonga a lo afro. Pero vaya, que eso es lo de menos. Lo de más es que Layne es Layne, nadie lo puede reemplazar y a partir de ahí seamos positivos. Vaya, que tengo ganitas de hincarle el diente al nuevo material. Espero que sea tan oscuro y potente como promete. Que suponga un digno homenaje al pobre Layne y que éste pueda sentirlo allá dónde se haya resguardado de su tormenta interior.

Mientras tanto y para hacer más corta la espera, no está de más recuperar la discografía de una de mis bandas fetiche…  

Ya desde los inicios, los AIC destacaban al presentar un sonido más pesado y orillado hacia la cosa del heavy, que sus coetáneos y compañeros de movimiento. No obstante llegaron a convertirse en una de las bandas más representativas del sonido de Seattle, signifique eso lo que signifique. Podríamos decir que eran los raritos de la clase, más metaleros, también más melenudos y hasta más oscuros, esto último en dura pugna con los primeros Soundgarden. Lo de más atormentados, que he leído por ahí y que algunos defienden a capa y espada, pues como que no lo veo. Tan sólo hay que ver cómo acabaron el bueno de Kurt o Andrew Wood
La banda se separaría oficiosamente en el año 2002, tras la muerte de Layne. Hasta ese momento habían grabado tres grandes discos de estudio, dos interesantes epés y un “desenchufado” de la MTV en el que se mostraron más torturados que nunca. El primero de sus trabajos se publicó en 1990. “Facelift”, que así lo titularon, contenía dos bombas de relojería como “We die young” o la mencionada “Man in the box”, el primer jitazo de la banda y cuyo vídeo incrusto sobre estas líneas. En 1992 publicaran “Sap”, un curioso EP que servidor no pudo agenciarse hasta mucho tiempo después. Ese mismo año aparecería “Dirt”, para mí su mejor disco sin ningún género de dudas. Ahí me declaré incondicional de una banda a la que ya seguía, pero aún no me había conquistado. Destacar un tema sobre otro sería injusto. Aunque a todo seguidor le vendrá a la cabeza “Would?”, el bonito homenaje que dedicaron al mencionado Andrew Wood, vocalista de Malfunkshun y sobre todo de Mother Love Bone, que había fallecido de sobredosis años antes. Si bien, puestos a elegir, mi favorita de siempre fue “Angry Chair”, en dura pugna con “Rain when I die” y “Down in a Hole”. El 94 es el año del “Jar of Flies”, curioso mini-LP que situó a Alice in Chains en lo más alto de las listas de ventas. Escrito y grabado en poco más de una semana, el álbum contiene algunos de sus mejores cortes acústicos (“I Stay Away”, “No Excuses”…).
Un año después y de forma un tanto inesperada, editarán un último álbum sin título. Con una impactante portada consistente en una fotografía en blanco y negro de un perrito al que le falta una pata, pero que no fue suficiente para que le prestara la mínima atención. Supongo que por aquel entonces ya se me había pasado el fervor grunge y mis tímpanos andaban habituándose a otro tipo de sonidos. Sin embargo tengo que reconocer que, con el paso del tiempo, le fui cogiendo el gusto. Hasta tal punto que, hoy en día, este es el plástico al que más vueltas le he dado de toda la discografía de Alice in Chains. En él está incluida la archiconocida “Heaven Beside You”, sobrecogedora en la versión acústica del Unpluggedde 1996. También “Sludge Factory” o “Grind”. Después del disco de 1995 y hasta ahora, con la promesa de nuevo álbum, la banda se había dedicado a sacar recopilatorios, directos y material para fans.
Así pues, bienvenida sea su vuelta. 
Y uno que pensaba que sin Layne ya se había cerrado la paraeta

jueves, 9 de julio de 2009

El terror de Tashkent


Este sábado comenzó una nueva edición del Tour de Francia, la competición ciclista por antonomasia. Partiendo desde Montecarlo para completar las veintiuna etapas de las que constará este año, una de las cuales transita por territorio español. Y ya son unos cuantos años en los que servidor se apostará frente al televisor durante las tres semanas de julio en las que se disputa la prueba. Vale, he exagerado un poquito. No todos los días, porque algunas etapas son infumables. Pero siempre hay cuatro o cinco con las que disfruto como un enano, viendo a los corredores retorcerse en esas cuestas imposibles. Normalmente las de alta montaña y las de media que acaban picando en alto. Bueno, también algunas en llano con las escapadas bidón, los abanicos, pinchazos inoportunos y el pelotón con el cuchillo entre los dientes. Y los sprint de la primera semana, como no.

El caso es que hay quienes defienden que para entender el Tour hay que ser francés. O al menos residir en el país vecino. Cierto que para ellos es algo más que una simple prueba deportiva. Pareciera más una cuestión de tipo identitario. El ciclismo es el Tour y no se concibe ese deporte si no es en el marco de la mítica prueba creada en 1903 por Henri Desgrange y que actualmente está dirigida por el discutido Christian Prudhomme. Yo, como no soy francés ni vivo en Francia -ni pretendo una cosa o la otra-, jamás podré amarlo tanto como ellos. Como aquel personaje de “Amelie” que en un pasaje de la película se pone a llorar como un magdalena, tras recuperar una figurita de Bahamontes que creía perdida y le retrotrae a su niñez. De Federico Martín Bahamontes aka “El águila de Toledo”, el mítico escalador español que fue seis veces ganador del Gran Premio de la Montaña y una de la clasificación general del Tour.
Mi seguimiento de la prueba es mucho más modesta y con menos pretensiones. Por eso mi ídolo también es más modesto y dudo que llegue a ocupar un lugar de honor en la historia del deporte de las dos ruedas (como sí lo hizo Bahamontes). Aunque para mí era, es y siempre será el puto número uno. Se llama Djamolidin Abdoujaparov y fue conocido como “El terror de Tashkent”. Existen dudas de si se ganó el mote por la manera tan salvaje que tenía de disputar los sprint o por lo feo que era. En todo caso Abdoujaparov era un esprínter y de los buenos. Ostentando un interesante palmarés en el que se dan cita el Maillot Verde de la regularidad de los Tours del 91, 93 y 94, el de la regularidad del Giro de Italia del 94 y el de la Vuelta a España del 92. Aparte de siete etapas de la Vuelta -4 en 1992 y 3 en 1993-, nueve del Tour -2 en 1991, 3 en 1993, 2 en 1994, 1 en 1995 y 1 en 1996- y una etapa en el Giro de 1994. Siendo el único ciclista junto a Jalabert y al gran Eddy Merckx, que ha ganado el maillot de la regularidad de las tres grandes vueltas.

“Abdou” nació en Uzbekistán y no sé si eso determinó su manera poco ortodoxa de esprintar -por decirlo suavemente-. Tal vez  acostumbrado a corretear por carreteras hechas con cerámica azul de Rishtan -¿y qué más?- el menda era incapaz de mantener la bici recta y metía más codos que Koeman en sus años mozos. Esa forma tan agresiva de disputar le grajeó no pocos enemigos. Además de protagonizar algunas de las caídas más brutales que uno recuerde. De hecho aún tengo en la retina el hostión que se metió en la última etapa del Tour del 91, cuando en la refriega final se arrimó tanto a los laterales, que se estampó contra una valla. ¡Pa’berse matao! Lo gracioso es que, como llevaba el Maillot Verde y las reglas del Tour exigen que para ganarlo se debe atravesar la meta sin ayuda, se vio obligado a montar de nuevo en la bici. La estampa del uzbeco, con el maillot destrozado y abundante sangre manando de su cabeza, rodando hacia la meta junto a los médicos del equipo pendientes de si se desmayaba, es una de las imágenes más potentes de la televisión de los noventa.
Por esas cosas le guardo cariño al gran Djamolidin. Y no me valen las imitaciones del todo a cien como ese Robbie McEwen. Y es que por mucho que se esfuerce el australiano, nunca llegará a ser igual de guarro y efectivo en la pugna final. Y es que hasta para ser un Hannibal Lecter sobre ruedas hace falta clase. Encima el tipo provenía de un país con escasa tradición ciclista como Uzbekistán, siendo capaz de codearse con las grandes escuelas de esprínteres como la italiana, la belga, la alemana o la holandesa. ¡Ah! Pero es que “Abdou” no era tan sólo un gran velocista. El tío llegó a ganar alguna etapa de media montaña, tras meterse en la escapada buena. Y es que además de veloz, era hábil. E inteligente. Y un animal.

Por desgracia, el final del uzbeco no fue el mejor, estando marcado por el dopaje. Durante la segunda etapa del Tour de 1997, dio positivo en un control y fue suspendido por un año. Después de eso se retiró del profesionalismo y nada más se supo. He comprobado que en su país es un ídolo. No me extraña. Sin embargo, me sorprende que su ejemplo no haya tenido como consecuencia el nacimiento de una escuela uzbeca de ciclismo. Y es que de aquellos lares, aparte de él, sólo recuerdo a un tal Abdourasmanov, que pasó sin pena ni gloria por el Giro o la Vuelta. Aunque igual lo he soñado, porque me he pasado Internet entero y no he encontrado una mísera referencia.

Y eso es todo lo que os tenía que contar.
Bueno y saludar a “Abdou” por si me lee. Capaz.
Gracias por tanto.

martes, 7 de julio de 2009

Delitos a largo plazo


La portada del libro viene ilustrada con una famosa fotografí­a que David Bailey realizó en 1965 a los hermanos Kray. El motivo es doble. Por un lado estos tipos aparecen como personajes de reparto en esta primera parte de la trilogía sobre Harry Starks. El segundo tiene que ver precisamente con el señor Starks, personaje inspirado en la leyenda del fashionista y paranoico Ronnie Kray, el miembro más salvaje de esta familia de gángsteres, seguramente los más peligrosos de toda la historia criminal británica. 

Cuando Jake Arnott presentó “Delitos a largo plazo”, allá por el año 1999, era un autor completamente desconocido. Y con una trayectoria previa cuando menos peculiar. Arnott se habí­a ganado la vida como modelo para artistas, interprete para sordomudos, ayudante en la morgue del University College Hospital e incluso como figurante en películas como la horrorosa “La momia” (Stephen Sommers - 1999). La publicación de esta novela supuso un punto de inflexión en la vida de este londinense, al que algunos consideran desde entonces la versión británica de James Ellroy. Poca broma. Quizás exagerado. Si bien, he leído que está considerado entre los cien hombres más influyentes y poderosos dentro de la comunidad gay del Reino Unido y una estrella de las letras situada al mismo nivel que sus compatriotas Martin Amis, John Banville o Ian McEwan. Vamos, que hasta el puto David Bowie habla maravillas de los libros de este tío.

“Delitos a largo plazo” nos cuenta las aventuras y desventuras de un gánster londinense. Un tipo que no se priva de extorsionar, torturar y hasta matar a todo aquel que se interpone en su camino. Siempre por negocios, claro está. Ese es el mencionado Harry Starks, nacido en los bajos fondos londinenses. Un complejo personaje homosexual, fetichista, con algún problemilla mental y muy (pero que muy) violento. Le iremos conociendo a través de un collage de impresiones. Las causadas sobre los variopintos personajes que pululan a su alrededor y que se nos presentarán en cinco capítulos auto-conclusivos, pero interrelacionados unos con otros. Primero será por boca de uno de sus múltiples amantes, después a través de la extraña relación entablada con un Lord inglés ávido de dinero contante y sonante (inspirado en un caso real de un miembro de la Cámara de los Lores). Más tarde nos contarán su experiencia dos de sus subordinados, un matón atormentado que nunca se desprende de su sombrero y una aspirante a actriz que acabará por dirigir los espectáculos programados en el club de Harry.

Casi todos los episodios se desarrollan durante los años setenta, siendo uno de los logros del libro la perfecta reconstrucción de la época y sus modas. De hecho Arnott enraíza la ficción en el llamado Swinging London, incluyendo múltiples referencias socioculturales. Sin embargo, el quinto y último episodio transcurre en otro momento histórico y en otra ubicación. Diez años después y con Harry en prisión, huido a la Costa del Sol... Y no cuento más nada para no joderos el libro.

Deciros que me ha gustado bastante. Y que creo tiene trazas para una buena adaptación cinematográfica. Bueno, sé que existe una teleserie de cuatro episodios, realizada por la BBC en 2004, dirigida por Billy Eltringham. No la he visto. Y preferiría una versión destinada a la gran pantalla. Veremos.

sábado, 4 de julio de 2009

Craim eSsín Investigueichon


Aunque no os lo creáis, ayer por primera vez me tragué un episodio de la serie C.S.I. También os digo que no pienso repetir. Eso no quita que conozca a varios de sus personajes principales, ya que la parienta es fanática de la serie y servidor, a veces entre lecturas, otras veces mientras escucha música, levanta la cabeza y ve como un pelirrojo cabrón o un mulato con pelo a lo afro y ojos claros, utilizan extraños aparatos para descubrir quien hay tras un escabroso asesinato.

Bien, comento esto porque hay algo que me llama poderosamente la atención. Siempre hay algún asesino, cómplice o encubridor que tiene a bien pajearse sobre o alrededor del cadáver de la víctima. ¡Y es que manda huevos! No sé cómo lo hacen, pero las gafas de detectar semen (¿?) suelen ser determinantes para el esclarecimiento del crimen. Y lo más impresionante es que los investigadores aceptan esa realidad criminal con una facilidad pasmosa. Como si fuera lo más normal del mundo que casi todos los asesinos rematen la faena utilizando la herramienta que dio fama y fortuna a Rocco Siffredi.

Centrémonos en el episodio de ayer. Que no sale ahí el pelirrojo y con voz afectada le dice a su subordinada, “Agente nosequé, saque las gafas especiales y busque restos de semen por la habitación”. Acto seguido apagan las luces y empiezan a verse manchas reflectantes de color azulado por todas partes. Que no sé porqué, pero nunca me hubiera imaginado que el color de la “semilla del amor” fuese azul fosforescente, pero vaya, “nunca te acostarás sin saber una cosa más”.

Y es que menuda panda de guarros que están hechos los americanos. En todos los sentidos. Menuda tropa. Que vamos, que si yo fuera un asesino, lo primero que haría es irme cagando leches de la escena del crimen. Y si por lo que fuere me veo obligado a permanecer un tiempo, pues me pondría a limpiar huellas y demás. Desde luego, lo último que se me ocurriría es hacerme una gallola sobre el muerto. Es que no lo veo, la verdad. Pero es que encima me comentan que las susodichas gafas no sólo las utilizan en los casos de asesinato. Vamos, que si El Solitario hubiese nacido en Louisiana, le hubiesen pillado por meneársela en la caja fuerte de un Santander. El mejor país del mundo, dicen…

Aunque tengo que reconocer, que el visionado de la serie me ha servido para algo. Entender un reportaje que vi no hace mucho en el canal temático People & Arts. Que vaya Vd. a saber por qué, en un canal llamado “gente y artes”, el programa estrella va sobre dramatizaciones de crímenes reales. Me da que algún directivo de la cadena ha llevado demasiado allá lo del “Asesinato considerado como una de las bellas artes”. Si bien esta reflexión la dejo para otro día. En el programita de marras, una mujer oronda aparecía ahogada y con signos de violencia dentro del jacuzzi. Después de muchas pesquisas, los laboriosos policías consiguen dar con el asesino, que no podía ser otro que el marido. No recuerdo cuál era la causa que le había impulsado a cargarse a su esposa y eso que el juicio causal ocupaba gran parte del reportaje. De lo que me acuerdo es de cómo se descubrió el pastel. Fue gracias a unas gafas de esas. Vamos, que la habitación estaba embadurnada de fluidos. Y no sólo el jacuzzi, donde depositó el cadáver, o la cama, donde al parecer se produjo el asesinato, ¡había azul fosforescente hasta en el marco de la puerta! Debe ser que el señor tocó la zambomba hasta en los bises.

A toro pasado, se me ocurre que los maderos norteamericanos son una panda de ineptos. Conociendo las debilidades de sus compatriotas -tan prestos a aliviarse después de cargarse a alguien-, ¿por qué no utilizan las gafas detectoras desde el principio? Qué manera más absurda de alargar las investigaciones. Con lo sencillo que resultaría todo. Y lo eficiente. Eso sí, los episodios de C.S.I. durarían dos minutos. Ojalá.

Y eso es todo lo que tenía que deciros sobre una de las mejores series de la historia de la televisión –‘enga va!!!-. Y que como diría Tracy Lords si hubiera nacido en La Ribera, “a mamarla home!!!”
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