lunes, 27 de agosto de 2018

Crimen colectivo en Valpito


Se vino el crimen colectivo y este menda no ha dicho esta boca es mía. Grave. Ya hace un par de semanas de ello. Encima salí vivo y relativamente satisfecho. Así que os hago participes ahora. Tarde y mal. Achacadlo a la proverbial falta de tiempo del malfaener. O a lo que os salga de la punta del nabo. La cosa es que asistí, que es lo importante. Sobretodo por presenciar el directo de Como Asesinar a Felipes (en adelante CAF). Y es que necesitaba ver como defendían sobre un tablao los cortes de esa marcianada inclasificable que es “Elipse” y que yo mismo coloqué en el puesto 58 en la lista de los mejores álbumes del 2017. Aunque también para catar la emulsión de hip hop y big band elaborada por las gentes de La Brígida Orquesta.

Todo transcurrió en un espacio como el del Teatro Municipal de Valparaíso hasta las trancas de un público variopinto. Si bien, tras un sucinto estudio de campo - elaborado a ojo y sin contrastar nada-, puedo afirmar que yo era uno de los más firmes candidatos a ser declarado el pare ous. Los primeros disparos fueron cosa de las once molondras que conforman La Brígida Orquesta. Coupage de vientos al que se añade una base rítmica y un peculiar rapero al que a veces no se le entiende una mierda. Y no solo por mis problemas con el español chileno, que también. Los tipos presentaron un puñado de canciones que, seguramente, formarán parte de un álbum de debut aún por publicar. Tuvieron tiempo hasta de aparecer disfrazados de fantasmitas a la vieja usanza (“A Ghost Story” style), tras el interludio. Y aunque estuvo divertido, me pareció un tanto forzado. Rompiendo la fluidez con la que se habían desempeñado hasta ese instante. Moló la irreverencia de la propuesta y los relatos cotidianos rimados por ese peculiar emsí que es Matiah Chinaski. También la rica sección de vientos compuesta por siete tipos. Más en lo que se refiere a las trompetas que a los saxos, aunque para gustos los colores. Lo que me sacó un poco del juego fue la sobre participación vocal del tipo a la pianola. Un tal Gabo Paillao que parece ser es quien corta el bacalao. Una pena. Si hubiera limitado su participación al aspecto meramente instrumental les hubiese lucido más. 

Terminado el show de la orquesta, fue el momento de que CAF saliera a escena y tirara de setlist. El comienzo de los santiaguinos vino a mostrar varias de esas canciones antiguas ya importantes en su discografía. Hacía mitad pegaron más fuerte con sus temas de “Elipse” y a Dios gracias. Creo que es lo mejor que han parido hasta el momento y a leguas de distancia de todo lo anterior. Funky, rap, free jazz, hard rock, canción protesta y dos huevos duros. Sermones y prédicas usando la lengua de Cervantes. Con ritmos y efectos un tanto más duros –en ocasiones casi metaleros- a como suenan en el álbum. Retahíla de temas que sonaron urgentes y mostraron la complejidad de una propuesta tremendamente original. 

Mereció la pena. 

domingo, 19 de agosto de 2018

Matemáticas, atmósferas y emoción con La Ciencia Simple


Este viernes y con motivo de la primera fecha del tour de lanzamiento de su nuevo álbum "III V VII", acudí hasta Valpo para encontrarme con los chicos de La Ciencia Simple. Actuaban junto a los bonaerenses Proyecto Da Silva en la Sala Rubén Darío y en el marco del Ciclo LeRock, orquestado por las gentes del sello/grupo de amigos LeRockPsicophonique. Asistía al evento con sumo interés y bastantes expectativas, pero a ciegas. Y es que aún no había escuchado una nota del tercer álbum en la aún corta trayectoria del quinteto santiaguino. Mi esperanza surgía de algún punto entre los paisajes atmosféricos y aquellos ejercicios de intensidad experimental que trufan sus trabajos anteriores. Muy especialmente en “II III V” del 2016 al cual, lo reconozco, le he pegado unas cuantas vueltas. Afirmar que cumplieron con creces. El nuevo material va más allá de lo esperado. Y qué decir de la puesta en escena. Apabullante en lo sonoro. Y muy –pero que muy- emocional.     

Tratándose de un evento organizado para la presentación en sociedad de nuevo material, el setlist tan solo podía venir integrado por esas composiciones. Los seis cortes del mencionado “III V VII”, que así a bote pronto y tras darle un par de escuchas -amén del directo que origina esta entrada-, suena más etéreo y ambiental que en episodios anteriores. Menos duro, si se me permite la expresión, si bien, como ya he mencionado, el show resultó bastante ruidoso y por momentos hasta furioso. Diría que ahora hay menos huella de Explosions in the Sky o de mis añorados Duster, por citar una influencia reconocida por la propia banda. Sin embargo, sí que se respira algo más de lo ofrecido por el señor Wolfgang Voigt en sus proyectos “Pop” y “Narkopop” y también de aquel post-rock primigenio personalizado en bandas como Bark Psychosis. En algún momento del directo incluso percibí aromas cercanos al “Rock Action” de Mogwai y aún más –mucho más- al glorioso disco homónimo que firmaron los tejanos This Will Destroy You allá por el 2007. El shoegaze estuvo y está. Y bien que me parece.

Me gustaron especialmente los recursos audiovisuales empleados. Proyecciones de patrones matemáticos sobre fondos monocolor, en consonancia con la exploración rítmica y en perfecta armonía con los conceptos musicales desarrollados. Muy especialmente durante la exposición de esa suerte de experimento titulado “105”, que es el penúltimo corte del álbum. Tremebundo. Como también, pero por otros motivos más detonantes, con ese final a dos percusiones en -creo que era- “AM”. O con el desarrollo de menos a más de “Noisetalgia”, por ahora mi canción favorita de “III V VII”.
Fantástica velada en compañía de una joven banda de la que espero bastante, visto lo visto y sobretodo oído lo oído. También participaron del "baile" Proyecto Da Silva, voluntarioso combo argentino que fue el responsable de abrir las hostilidades. En una actuación irregular, que no mala y que me dejó con un regusto agridulce. A ver, creo que la puesta en escena fue buena. Técnicamente sonaron impecables. O casi. El problema es que esa fórmula entre lo psicodélico y el electro-rock, no me acabó de llenar. Y encima la voz del vocalista me recordaba a demasiadas cosas que no me gustan, lo cual acabó por sacarme del todo. Una lástima.

Y eso es todo.
Os dejo esto por aquí. Dadle una oportunidad.   

viernes, 17 de agosto de 2018

Leñador o ruinas continentales


La novela comienza y termina de la misma forma: Talando un árbol. Cómo no,  siendo la historia de un tipo que se dedica a cortar, recoger y, suponemos, a vender leña. De nuestro leñador tan solo sabemos que es un antiguo combatiente y boxeador. Eso y que en tales oficios no le fue bien. Lo cual le lleva a abandonar todo e irse hasta al noroeste de Canadá, sumergiéndose en el legendario bosque del Yukón para vivir entre leñadores y aprender el oficio. Y de eso va esta obra, supuestamente. La experiencia de vida de un muchacho sin nombre y trasunto del propio autor, el gringo-chileno-argentino Mike Wilson.    

El libro es exuberante y bastante singular. Lo cual, en principio, debería ser bueno. Pero a veces no queda tan claro. La narración es farragosa en demasiados pasajes y muy especialmente de la mitad hacia el final. El problema principal estriba en que, en lo fundamental, el libro está construido al modo enciclopédico. Yo diría que en torno al noventa por ciento consiste en la exposición de conocimientos relacionados con el arte de talar, amén de otras cuestiones referidas a las condiciones de vida en los bosques. Todo ello en artículos separados, si bien no dispuestos alfabéticamente.

Lo que cuenta es interesante, no voy a negarlo. Pero al final es demasiada la información. Exhaustiva hasta el extremo en varias de las cuestiones abordadas. Además el número de páginas que vienen dedicadas a narrar la historia propiamente dicha –la de nuestro leñador- se antoja escaso. Escasísimo. Y es una lástima. Ya que al final estaríamos ante el relato de una hombre y de una búsqueda. Un experimento existencial con el que descifrar lo que significa estar vivo y que remeda, de forma bastante clara, al señor Thoreau y a su experiencia vital en “Walden”. O eso es lo que me ha parecido a mí.

Desde luego no es ni un libro de aventuras, ni tampoco un diario de viaje como le he leído a algún reputado crítico literario. Me parece que poner eso en una crítica es un ejemplo prototípico de aquello del hablar por no callar. Y poco más.

¿Lo recomendaría? Pues hombre, no lo sé. Supongo que es como desayunarse una chorrillana. Depende del estómago que tengas. O de la borrachera que hayas pillado en la víspera.
“Llegué a Yukón con la ropa que llevaba puesta y un fardo que contenía un puñado de objetos. Naipes, un par de fotografías, un tubo catódico, rojo, pequeño, del tamaño de mí pulgar, un par de hojas de papel, tres monedas y un frasco vacío.
Los repartí sobre mi catre y me quedé mirándolos, tratando de acordarme de por qué había escogido esos objetos.
Sin encontrar una respuesta que significara algo, que de verdad significara algo más que el despertar de un par de recuerdos fugaces, decidí líbrame de ellos. Los envolví en un pañuelo y los dejé en uno de los anaqueles de la cabaña. Al lado del almanaque agrícola.”     
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