viernes, 17 de agosto de 2018

Leñador o ruinas continentales


La novela comienza y termina de la misma forma: Talando un árbol. Cómo no,  siendo la historia de un tipo que se dedica a cortar, recoger y, suponemos, a vender leña. De nuestro leñador tan solo sabemos que es un antiguo combatiente y boxeador. Eso y que en tales oficios no le fue bien. Lo cual le lleva a abandonar todo e irse hasta al noroeste de Canadá, sumergiéndose en el legendario bosque del Yukón para vivir entre leñadores y aprender el oficio. Y de eso va esta obra, supuestamente. La experiencia de vida de un muchacho sin nombre y trasunto del propio autor, el gringo-chileno-argentino Mike Wilson.    

El libro es exuberante y bastante singular. Lo cual, en principio, debería ser bueno. Pero a veces no queda tan claro. La narración es farragosa en demasiados pasajes y muy especialmente de la mitad hacia el final. El problema principal estriba en que, en lo fundamental, el libro está construido al modo enciclopédico. Yo diría que en torno al noventa por ciento consiste en la exposición de conocimientos relacionados con el arte de talar, amén de otras cuestiones referidas a las condiciones de vida en los bosques. Todo ello en artículos separados, si bien no dispuestos alfabéticamente.

Lo que cuenta es interesante, no voy a negarlo. Pero al final es demasiada la información. Exhaustiva hasta el extremo en varias de las cuestiones abordadas. Además el número de páginas que vienen dedicadas a narrar la historia propiamente dicha –la de nuestro leñador- se antoja escaso. Escasísimo. Y es una lástima. Ya que al final estaríamos ante el relato de una hombre y de una búsqueda. Un experimento existencial con el que descifrar lo que significa estar vivo y que remeda, de forma bastante clara, al señor Thoreau y a su experiencia vital en “Walden”. O eso es lo que me ha parecido a mí.

Desde luego no es ni un libro de aventuras, ni tampoco un diario de viaje como le he leído a algún reputado crítico literario. Me parece que poner eso en una crítica es un ejemplo prototípico de aquello del hablar por no callar. Y poco más.

¿Lo recomendaría? Pues hombre, no lo sé. Supongo que es como desayunarse una chorrillana. Depende del estómago que tengas. O de la borrachera que hayas pillado en la víspera.
“Llegué a Yukón con la ropa que llevaba puesta y un fardo que contenía un puñado de objetos. Naipes, un par de fotografías, un tubo catódico, rojo, pequeño, del tamaño de mí pulgar, un par de hojas de papel, tres monedas y un frasco vacío.
Los repartí sobre mi catre y me quedé mirándolos, tratando de acordarme de por qué había escogido esos objetos.
Sin encontrar una respuesta que significara algo, que de verdad significara algo más que el despertar de un par de recuerdos fugaces, decidí líbrame de ellos. Los envolví en un pañuelo y los dejé en uno de los anaqueles de la cabaña. Al lado del almanaque agrícola.”     

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