Estamos ante una novela atípica de James Ellroy. Así pues, no busquéis
en ella las habituales tramas policíacas y subtramas políticas porque no las
encontrareis. “A la caza de la mujer” vendría a ser una suerte de memorias descarnadas,
por momentos desagradables, de un tipejo como James Ellroy. Alguien que es tan
buen escritor como hostiable ser humano. Supongo que la crudeza con la que está
escrita es lo que entronca con cualquiera de las novelas anteriores firmadas
por el maestro del hard boiled revisited.
Antes he
dicho que “A la caza de la mujer” es
un libro de memorias y he de matizarlo porque no es cierto del todo. Libro
de memorias puro era “Mis rincones oscuros”, publicado en 1996. Aquella compilación de historias en las que se incluía “El
asesino de mi madre”, una investigación con la que Ellroy intentaba desentrañar el brutal asesinato de su progenitora cuando él aún era un crío. Frente a este último “A
la caza de la mujer” parece más bien una confesión en la que Ellroy se responsabiliza por la muerte materna, a quien deseó eso mismo después de
que esta le abofeteara por elegir a su padre tras el proceso de divorcio. Quiso
la divina providencia que tres meses después Jean Hilliker fuese asesinada. Y ese crimen será el que marcará su vida y muy especialmente su visión del género
femenino.
El libro hace un repaso a las mujeres que han pasado por la vida de Ellroy hasta llegar a su actual pareja, la
escritora Erika Schikel. El listado incluye a su ex esposa Helen Knode y a unas
cuantas señoritas más a las que Ellroy asigna nombres ficticios en aras a
preservar su anonimato, supongo que debido a cuestiones legales. Unas mujeres
que le “dan el mundo y lo mantienen
tenuemente seguro”. “Novias, esposas,
ligues de una noche, acompañantes de pago […] cifras modestas al principio. Un
frenesí incontable después”.
“Tenía que limitar el viaje Hilliker/Ellroy como relato de crímenes. Fue una tarea falaz desde el principio. Jean Hilliker y yo constituíamos una historia de amor. Nacía de una concupiscencia vergonzosa y estaba moldeada por la fuerza de la Maldición. Nuestro fin no era ni podría ser nunca la detención del asesino ni un tratado sobre el vínculo víctima-asesino. Mi sexualidad precoz había dado forma previa a la Maldición y ordenado de antemano la resolución, así como mi incontenible deseo de mujeres.”
Un libro raro de pelotas y valiente, muy valiente. Porque el autorretrato
que Ellroy pinta de sí mismo fa paura.
Mucho peor que la impresión que de él tengáis por las entrevistas, que ya es
decir.
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Más Ellroy en TCBUP en el siguiente hilo.
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