Fue cosa
de ver “El luchador” (2008) –magnífica película de la que ya os hablé por aquí-,
y que inmediatamente me viniera a la cabeza la figura el púgil Policarpo Díaz, también conocido por el sobrenombre de “El Potro de Vallecas”. Personaje hoy
relegado al olvido más absoluto en esta España doliente, que sin embargo, no
hace mucho, desfiló por los informativos tras montar un pollo en alguna discoteca de Oviedo junto a Mickey Rourke, a la sazón protagonista principal
de la cinta mencionada. Por ese motivo ambos fueron detenidos por la
policía del Principado, aunque al final la cosa quedaría en nada. Nada extraño
para Díaz, que entre 1992 y 1994 sería detenido otras cuatro veces por diversos
asuntos, entre ellos aquel extraño suceso en el que su primera mujer se lanzó desde un primer piso en Vallecas. Recuerdo que en los albores de la telebasura
berlusconiesca (o como se diga), alguien entrevistó a la señora de
Díaz que, en un sufrido portuñol, intentó explicarnos lo mucho que
quería a su marido, a pesar de haberle pegado una hostia que la impulsó a
través de una ventana.
Aunque sería tremendamente injusto recordar a Poli sólo por esos episodios. O
por sus últimos desvaríos, reflejados por las crónicas de sucesos. Y es que desde
su aparición con apenas 20 añitos, no ha surgido ninguna otra figura dentro del
boxeo nacional que haya puesto en primera línea a un deporte que, cada vez está más relegado a
minorías selectas o ambientes sórdidos. Lejos quedan los tiempos en los que la
gente tertuliaba sobre los míticos combates de Urtain, Pepe Legrá o Pedro Carrasco (o eso me han contado, que yo no estaba). Y es que, más allá de la
eclosión de Poli Díaz, el deporte del cuadrilátero no ha dejado de perder
aficionados y practicantes en España año tras año. Y ni siquiera las recientes
victorias de Javier Castillejo, “El lince de Parla”, han reconducido esa deriva.
El caso es que Poli ya era campeón de España y Europa con 22 años. Un título este
que ganaría hasta en ocho ocasiones, ostentando un récord de 47 combates
disputados con 44 ganados (28 por KO) y solo tres perdidos. Sin embargo su
carrera se truncaría la fatídica noche del 27 de julio de 1991 en Norfolk,
Estados Unidos. Lugar en el cual disputó el combate por el título mundial del
peso wélter frente a Pernell Whitaker. Rememoremos la entrada en
escena… Imágenes que tengo nítidas como si las hubiera visto repetidas más de mil
veces. Y no es así, ¡lo juro! Ahí apareció el bueno de Poli con gesto
desafiante, mientras a su espalda ondeaba una inmensa bandera de España. La más
grande que había visto en mi vida, hasta que Trillo colgó la ridiculez aquella de Plaza de Colón. “¡A morir Poli, a morir!”- le jaleaba su
entrenador, mientras el público local le saludaba con una tremenda pitada. Y
vaya si le hizo caso, porque casi muere sobre el ring. Tuvo que
soportar una somanta de palos de las que dejan huella. Durante doce asaltos, ni
más ni menos. Y es que “El Potro de Vallecas” tuvo la mala suerte de
enfrentarse a uno de los mejores boxeadores de la historia en su peso, el tipo
con mejor defensa y esquiva que se recuerde y que además se hallaba en estado
de gracia. No es casual que el bueno de “Sweat Pea” se mantuviera
imbatido entre los años 1988 y 1997, cuando perdió a los puntos contra otro
boxeador para la historia, el angelino Óscar de la Hoya.
El tema es que aquel día, que pudo ser el más grande en la vida de Poli, acabaría
por arruinarlo todo. La derrota se quiso justificar con excusas como la de que Poli
había competido con dos costillas y la muñeca rota. O con que el árbitro
concedió alguna ayudita al americano en la única ocasión en la que este se vio
acorralado. La verdad es que Whitaker fue mucho Whitaker y ganó sin asomo de dudas. Pero las consecuencias más graves del combate no fueron ni las
magulladuras ni las mencionadas roturas de huesos consecuencia de los golpes, sino
la maldición que desde aquel instante se cernió sobre Poli. Comenzando por la cuantiosa
parte de la bolsa del combate que se esfumó como si nada. Y es que así era la
vida de un chico de la calle con escasas luces, que andaba siempre rodeado de
un séquito de personajes de dudosa moral. Esa deriva le llevaría a aceptar un
nuevo rol como personaje farandulero, contando sus miserias de plató en plató.
Y aunque al principio le bastaba con eso, en algún momento la cosa se jodió aún
más, viéndose obligado a ampliar su currículum participando en el mundo del porno.
Allí compartiría rodaje con Nacho Vidal, la minga más grande de Enguera, en cintas como “El Potro se desboca”. Ahí no acabaría la cosa. Su
caída en picado le llevó de cabeza al mundo de la droga. De esa época son las
patéticas fotografías en las que se le veía en el poblado de La Rosilla,
alquilando una tienda de campaña a los yonquis a cambio de un pico.
Así de triste transcurría su vida hasta que, hace poco, Poli dejó la droga y se
puso a currar en la construcción. Es más, lo vi pululando en algún programa en
el que, con su fluida dialéctica, comentaba como vivía en Vallecas, mientras se
ganaba el pan como paleta en las eternas obras de ampliación del
metro de Madrid. Además explicó que, a pesar de que no ser habitual de los
gimnasios, seguía ofreciéndose para transmitir sus conocimientos pugilísticos a
quien quisiese pagar por ello.
Pero es que ahora me entero que aquel combate contra Whitaker no sólo marcó el devenir
de este vallecano de adopción, sino también al propio Whitaker. El Marca publica
un interesante texto sobre la caída en las drogas del legendario campeón.
Cuenta que, el décimo mejor boxeador de la historia según la revista Ring, fue finalmente
derrotado por la cocaína. Con un sinnúmero de detenciones por posesión y
altercados diversos, sancionado de por vida para combatir tras varios positivos
en controles anti-doping, “Sweat Pea” acabó dando con sus
huesos en la cárcel. A partir de entonces, al igual que Poli, comenzó por desintoxicarse
para después, a partir del 2005, comenzar a entrenar de forma profesional. Algunos
de sus pupilos parece que son unos fenómenos.
Quizás el tan cacareado sueño americano le permite a uno resurgir de las cenizas. Volviendo triunfante a un mundo que, en otros tiempos,
te dio la espalda. No así el español, que es más modesto. Ese solo permite
reinventarte pero de peón en la construcción, profesión que por otra parte es
tan digna como la que más. El caso es que a mí me caía muy bien Poli, un ignorantón
cuya popularidad llego a ser tal en aquella España de comienzos de los noventa como
para protagonizar un videojuego llamado “Poli Díaz Boxeo 1991”. Hasta en eso se parece a Randy “The Ram” Robinson, el personaje de la película con la que inicio esta entrada. ¡Grande Poli!
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