Ei xics, que ya estoy de vuelta y
que cómo cantaba Peret no estaba muerto, estaba de parranda. Más o
menos. O menos que más - Ni cerca, vaya-. El caso es que tras
sortear todo tipo de dificultades cual Asterix en “Las 12 pruebas”,
por fin me he medio instalado en la terreta que me vio nacer.
Y el tema es que, además de realizar un sinnúmero de gestiones ante
todo tipo de organismos y de padecer a esa peña que se le hace el
culo Pepsi Cola con el piso heredado de la abuela Angustias, también
me ha dado tiempo para leer un poco. O mucho. Bueno, no sé si tanto,
aunque a mí me lo ha parecido y dadas las circunstancias...
Y
lo primero que me eché al gañote fueron las “31 Canciones” de
Nick Hornby. Delicioso compendio de artículos en el que el autor de
“Alta Fidelidad” escribe sobre una treintena de temas que forman
parte de la banda sonora de su vida. Comienza muy bien con Teenage
Fanclub y termina espléndido con Patti Smith y una bonita anécdota.
Por el medio desfilan canciones de Van Morrison, Bob Dylan, Paul
Westenberg, Suicide, Richard & Linda Thompson, Bruce Springsteen,
Marah, Santana, Badly Drawn Boy, Aimee Mann, Ian Dury, Röyksopp o
Nelly Furtado... Sí, la de “I’m like a bird”, que li anem a
fer? La línea que une todos los capítulos es el intento, más o
menos logrado, de explicar que hay en la música pop que nos toca tan
adentro. Y así va dibujando un interesante compendio de revelaciones
y recuerdos ligados a la música, que en ocasiones resulta
maravilloso y en otras -¿Nelly Furtado, nano?- no tanto. Os dejo una playlist por si os interesa.
Después
me metí de lleno en “Me cago en Godard” de Pedro Vallín. Uno de
los analistas más interesantes de la actualidad quien, a través de
sus artículos en La Vanguardia y sobre todo a fuerza de tuits a cada
cual más ingenioso, nos ayuda a entender un poco la jaula de grillos
en lo que se ha convertido la política nacional. Y todo ello
recurriendo a ejemplos y comparaciones muy ligadas con la cultura
popular, especialmente al mundo del celuloide. No se puede obviar que
el periodista asturiano era o es, principalmente, un crítico
cinematográfico. De ahí que el libro encierre una polémica
reflexión en defensa del cine palomitero, al que Vallín tilda de
progresista y emancipador frente al cine cultureta. Con bastante
socarronería y mala leche, tacha a los grandes del cine europeo de
artistas agrandados adictos a la autofelación y a su cine de
conservador. En contraposición afirma que el denostado universo
hollywoodiense es mucho más
reivindicativo e incluso de izquierdas que
aquel. Como veréis,
la premisa resulta atrayente, sobre todo por como se caga en
las teorías hegemónicas instauradas por la crítica tradicional
sobre el cine de aquí y de allá. Y siendo cierto que no estoy de
acuerdo al ciento por ciento en aquello que defiende y que no le
compro algunos planteamientos, el tipo escribe tan de puta madre
que...
Por cierto que la entrevista que le hizo el hoy Vicepresidente
Primero del Gobierno en “Otra vuelta de Tuerka” con ocasión del
lanzamiento del libro, merece mucho la pena.
De
ahí pasé a “Cómo caza un dromedario” de Víctor Nubla, que es
harina de otro costal. Otra marcianada más publicada por la peña de
Blackie Books. En este caso protagonizada por este polifacético
personaje -que además de escritor es diseñador gráfico, editor,
músico experimental, organizador de festivales, ilustrador de
portadas y hasta opinólogo ocasional-,
bastante conocido en la bohemia barcelonesa. Para hacernos una idea y
según reza en la contraportada, el tipo vive en Gràcia y cree en las
regiones temporalmente autónomas, mostrando un desinterés absoluto
por la cultura del brunch. Cuenta que empezó a dibujar antes
que a andar y en algún momento descubrió que las palabras son
dibujos que explican cosas, por lo que se metió de lleno en el
mundillo de las letras, aunque sea más conocido por sus proyectos sonoros con Macromassa, Dedo o Aixònoéspànic. De hecho, según he
leído, incluso hay un cóctel en algún garito de la Ciudad Condal
que lleva su nombre. Respecto al libro, ¿qué decir? Inclasificable.
Hay historias sobre alienígenas, otras muy bizarras que vienen
protagonizadas por animales humanizados o no, ensayos en forma de
poema, narraciones sobre cosas mágicas que resultan ridículas,
cuentos que realmente son fórmulas matemáticas y un puñado de
“señoras vestidas de fiesta, perros peinados, borrachos
impenitentes, camorristas de tres al cuarto, presentadores de
televisión, inspectores de compañías cerveceras, policías de
paisano, músicos agarrados a un vaso, gitanos que cantan solos,
calles iluminadas de amarillo, almas en pena, penas sin alma,
filósofos prácticos”. Tengo que decir que me ha gustado, pero
menos de lo que esperaba. Creo que va de más a menos, desinflándose
con el transcurrir de los capítulos. Que sí, el librito está
organizado en capítulos, aunque tengan poco que ver los unos con los
otros.
Y
ya para acabar “El Director” de David Jiménez. El controvertido
libro de memorias de quien fuera corresponsal y reportero de guerra
durante dos décadas, en su fugaz paso por la dirección de El
Mundo. Como aquello que comenzó siendo un reto ilusionante terminó en una cruenta batalla por el control del periódico, provocando
su despido tras apenas un año en el cargo. Asistimos a los entresijos de una
empresa de información que tiene mucho más de lo primero que de lo
segundo y en la que, aquel derecho consagrado por el artículo 20.1 b) de la Constitución, pasa con facilidad a un segundo plano. El tipo habla con bastante soltura de las presiones
editoriales sufridas, de malsanas influencias y de algunos favorcillos
reclamados por el poder económico o el político y que comprometieron
la independencia del diario. Poniendo sobre la mesa nombres y
apellidos, o sobrenombres tras los que se esconden personajes
fácilmente identificables. Una lectura que resulta interesante pero que ofrece menos de lo que promete. Y es que gran parte de las intrigas son bien
conocidas y las que no lo son, tampoco extrañan demasiado visto lo visto -y oído lo oído-. Además hiede a que el tipo se ha guardado bastantes cositas y no parece que se deba exclusivamente a una cuestión de auto-protección. O tal vez sí. En todo caso, el tiempo dirá.
Y
esto sería todo por ahora. Estoy con el último de la Mariana
Enríquez y lo tengo a punto de caramelo. Pero a este libraco y a su autora prefiero
dedicarles una entradita en exclusiva.
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