miércoles, 4 de septiembre de 2019

Lo de Tool, casi una semana después

Como buen hater que soy, voy a bajar un poquito el suflé con lo nuevo de Tool. A ver, que todo quisque ande diciendo que el “Fear Inoculum”, su quinto álbum de estudio hasta la fecha, es la polla Montoya, me parecería bien si fuera verdad. Tras varias escuchas de esos diez cortes que incluye en formato digital – en el físico son solo siete-, ya os digo yo que tampoco es para tanto. Y no porque me parezca un cagarro, que no lo es, pero tampoco estoy dispuesto a aceptar que estemos ante la enésima obra maestra del combo angelino. Como si Keenan, Carey, Chancellor y el resto de la cuadrilla hubiesen inventado la rueda, después de descubrir el fuego allá por el 2.001 o hasta el arado hace un cuarto de siglo. Me temo que muchos han confundido deseos con realidad y ya tenían una opinión formada sobre el álbum desde antes de escucharlo. Y sí, yo también soy un cuarentón que se prendó de Tool en los maravillosos noventa y discos como el “Aenima” forman parte de mi ADN emocional. Pero chicos, os voy a revelar algo: de todo se sale. Y puestos a ser fanboy, mejor elegir a alguien más joven y guapo. 

Y es que estoy hasta la polla de tanto hype. Y este pasa por ser el mayor que uno recuerde. Lo que no deja de chocar tratándose de una banda cuya fórmula se desarrolla en los límites del metal con el post-rock y la mierda progresiva. Me pinchas y no sangro. Me lo cuentas hace veintitantos años y no me lo creo. Además, los trece años de espera desde que publicaran “10,000 Days” se antojan muchos. Demasiados. Suponen una losa muy pesada. Más cuando cada año por estas mismas fechas y con precisión relojera, nos desayunábamos con noticias sobre el nuevo material que estaba por venir y la patada al avispero que iba a suponer el regreso de Tool. A continuación venía la retahíla de paparruchas dejadas caer no sé bien por quien ni con qué intenciones. El culebrón televisado de las diferencias personales, luego artísticas y también esas cuestiones legales que impedían a estos semidioses del panteón roquero contemporáneo a ofrendarnos con sus nuevos temas. Que no era por culpa de ellos, vaya. Angelets.


Al final “Fear Inoculum”es como el color predominante en su diseño de carpeta, o sea, tirando a plomo. Y más largo que un vuelo desde Madrid a Santiago en Air China y con una pareja verborreica a tu vera - que además viaja con un bebé cagón, amén de un gatito asustado que no para de maullar-. Casi hora y media de compases raros y experimentación ya experimentada hace mucho, embargados por una constante sensación de déjà entendu. Con canciones que no es que sean largas, es que son eternas. Abusando de pasajes dentro de cada pista. Y es que siempre hay espacio para un requiebre más, aun cuando sea absolutamente innecesario, transmutándose en una suerte de imitadores de Onésimo si la peonza de Pucela hubiese desarrollado sus habilidades al bajo, guitarra o la batería. Rizando el rizo hasta el infinito y más allá, ad náuseam. Es verdad que, como también se ha apuntado, el álbum contiene la mejor colección de voces que Maynard James Keenan haya grabado en su puta vida. Aproximándose a los registros que plantea con A Perfect Circle, esos Tool de baratillo con los que nos hemos consolado en ausencia de la banda madre. Pero ojo, acercándose peligrosamente a lo que ofrece el brasas de Steven Wilson ya desde su última época en Porcupine Tree. ¡Terrible! Vaya, jamás pensé que diría esto, pero echo de menos la voz gruesa y cazallera de antaño. Y la inmediatez de aquellos temas con los que se ganaron mi corazoncito. Incluso los del “Lateralus” y eso que, lo reconozco, me costó Dios y ayuda entrar en tamaña genialidad.



Así pues ya tenemos aquí el nuevo trabajo de Tool… Toooca!!!  Que no acaba de ser nuevo del todo, seamos sinceros. Porque es lo mismo de siempre pero extendido y con algún efecto medio rarete por aquello de la modernidad y tal. Y la verdad es que no está mal del todo, aunque parezca que afirmo lo contrario. Es más, conociéndome, es probable que lo acabe comprando. Pero para este viaje no hacían falta tantas alforjas. Que sí, que sí, ya sé que es complicado mantener la fascinación durante tantos años. Y que mi falta de ilusión tal vez se deba al inexorable paso del tiempo cómo escribiría algún poeta pomposo. Que cada cosa tiene su momento y quizás el de Tool ya pasó. Al menos para mí. Será así que alguna vez me ha pasado hasta con Kurt. Que si el rubio de Aberdeen no hubiera decidido decorar la moqueta con sus sesos y apareciese con disco nuevo bajo el brazo, haciendo más o menos lo mismo que antaño, pues tampoco me interesaría. Es verdad que la idea me dura como diez segundos. Justo lo que me cuesta reponerme del trompazo en la cabeza. 

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