viernes, 13 de septiembre de 2019

Johnston y Berman. Una necrológica necesaria


Iba a comenzar esta entrada diciendo que no me gustan los obituarios. Que me pone triste comentar noticias sobre el fallecimiento de alguien a quien estimo. Pero recurriendo de nuevo a Quevedo, hay que entender que “la muerte siempre es buena” y que “parece mala a veces porque es malo a veces el que muere.” Además nuestros ídolos permanecen vivos en nuestra memoria. Sobre todo a través de unas obras que les sobreviven y que, muy probablemente, también nos sobrevivirán a nosotros. Con todo, me carga escribir artículos de elogio fúnebre. Dar recuento del contexto, la trascendencia o el significado de la vida del muerto. Cierto es que, en los diez años de vida de este blog, he hecho mención a un sinnúmero de ilustres fallecidos. Desde Philip Seymour Hoffman hasta David Foster Wallace, pasando por Bob Casale, Adam Yauch, Jason Molina, Bigas Luna, Robert Mulligan, Harold Ramis, Paco de Lucía, Pete Seeger, Bowie, José Luis Sampedro, Harold Pinter, Jess Franco, Günter Grass, Galeano, García Márquez, Leopoldo María Panero, Di Stéfano, Lou Reed, Tom Sharpe, Azcona y hasta Miliki o el tío Phil. Y es que al final, este menda se siente en deuda con todas aquellas personas que, de una u otra forma, han contribuido a su felicidad. Que menos…

Todo esto viene a cuento porque ayer se nos fue Daniel Johnston y hace poco más de un mes David Berman, con lo que este mundo se ha convertido en un lugar un poco más feo. Iba a decir más triste, pero me ha parecido un adjetivo poco apropiado si atendemos a la historia vital y al legado musical que nos dejan sendos artistas. El deceso más reciente es el de Johnston. Músico, dibujante, artista visual, pero sobre todo un personajazo. Un hombretón que saltaría a la fama gracias a aquel emotivo documental titulado “The Devil and Daniel Johnston” (Jeff Feuerzeig, 2005), de visión obligada para cinéfilos, melómanos, cinéfagos, melófagos o como cojones os queráis definir. Bien es cierto que, en aquel momento, ya había grabado la mayor parte de esas casetes que le convertirían en un artista de culto y figura influyente dentro de la escena underground. Incluyendo el “Yip/Jump Music” o el “Hi, How are you”, ambas de 1983. Esta última es la que lleva la rana alienígena en portada. La misma de aquella icónica camiseta con la que se dejó fotografiar Kurt Cobain, con mirada entre pasmada y dolorosa, haciendo un gesto que, más que un saludo, parece que intenta detener la avalancha de mierda que se le venía encima. Y es que el líder de Nirvana fue uno de los ilustres padrinos de Daniel Johnston. Señalando en no pocas ocasiones la influencia de este a través de varios de sus discos. Pero no fue el único. Otros grandes nombres del noventerismo sónico como Sonic Youth, Yo la Tengo, The Flaming Lips, Beck, Teenage Fanclub o Built to Spill también manifestaron su debilidad por la obra del artista californiano.

Para no extenderme más, evitando así que este homenaje se transforme en una suerte de panegírico digno del peor suplemento cultural, tan solo me queda dar las gracias a este artista honesto por todo lo que nos regaló. Y pegarme cabezazos contra la pared por no haber asistido a aquella gozada de show que, según parece, protagonizó en Valencia hace ya siete años. ¡Menuda cagada! Pensaba enmendarlo alguna vez, pero ya no podrá ser. Un ataque al corazón se ha llevado a Daniel para el otro barrio con cincuenta y ocho primaveras. Descanse en paz.

Y ahora un deceso tanto o más doloroso que el anterior: El de David Berman. Músico, poeta y dibujante virginiano, conocido principalmente por haber montado los Silver Jews a finales de los ochenta, junto a Stephen Malkmus y Bob Nastanovich de Pavement. El grupo, que tuvo más cambios de alineación que la Argentina de Scaloni, se mantuvo con Berman como único miembro fijo. Publicando seis álbumes entre los años 1994 y 2009, siendo mis favoritos “American Water” (1998) y “Bright Flight” (2001). Diez años después formaría los Purple Mountains, con los que acababa de sacar un bonito trabajo al que aún no le he dedicado todo el tiempo que merece. Un último proyecto que ya no tendrá continuidad, en el que retomaba su particular propuesta allí donde la dejó tiempo atrás. Con esa poesía triste y arrastrada, no exenta de pequeñas dosis de socarronería, que le convirtieron en una leyenda del indie-rock. O casi. El caso es que el tipo nos ha dejado con cincuenta y dos tacos. No sé si le habrá dado para, como se comprometió, compensar los daños que el desgraciado de su padre había ocasionado en su condición de lobista de la industria armamentística. Tampoco sé si tiene demasiada importancia. Pero vaya, me gustaría pensar que sí. Ojalá haya encontrado esa paz interior que le fue esquiva en vida.   

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