martes, 19 de enero de 2010

San Francisco, una semana más tarde

Hace un tiempo, cuando todavía me tomaba en serio eso de estudiar, se me quedó grabada la definición que de ciudad daba Ortega y Gasset: “la ciudad es un ensayo de secesión que hace el hombre para vivir fuera y frente al cosmos, tomando de el porciones selectas y acotadas. Su definición, evidentemente, está basada en la diferencia entre naturaleza y ciudad, considerando a esta última como una creación del hombre abstracta y artificial. Ortega, como buen latino, definió ciudad teniendo en mente el modelo de ciudad clásica y mediterránea que el tan bien conocía. Aquel en el cual encontramos como elemento fundamental la plaza como lugar adecuado para la conversación, la disputa, la elocuencia y por supuesto, la política. Pero es una definición parcial de ciudad, ya que, como supondréis, no todas las ciudades responden al mismo modelo.

El profesor Fernando Chueca Goitia, en su interesante ensayo “Breve historia del urbanismo”, se dedicó a describir los tipos fundamentales de ciudad, poniendo de manifiesto las constantes y las diferencias de los diversos modelos, articulados en una secuencia histórica. Según él coexisten tres tipos de ciudad: la “ciudad pública” del mundo clásico, la civitas romana -la ciudad por antonomasia, el concepto de ciudad dado por Ortega-, la “ciudad doméstica” y campestre de la civilización nórdica y la “ciudad privada” y religiosa del Islam. Precisamente me interesa la llamada “ciudad doméstica”, dentro de la cual cabe incluir “los modelos racionalistas” importados de los Estados Unidos y consistentes en grupos residenciales segregados, centros comerciales, parques temáticos, centros lúdicos e, incluso, viviendas unifamiliares en hilera con jardín delantero. Esta ciudad, a la que los urbanistas califican “de tipo mosaico”, está compuesta de piezas cada una de las cuales es internamente homogénea. “Es doméstica porque concibe la vivienda como santuario de la familia y minusvalora, o incluso ignora, la dimensión ciudad. No es una ciudad propiamente dicha sino un asentamiento humano aunque esté bien dotada de servicios y bien equipada con toda suerte de edificios no residenciales. En ella prevale la arquitectura y está más enfocada de cara al coche que al peatón. Es típica la separación de usos, el famoso zoning, y es que todo está clasificado y ordenado.” Este modelo se ejemplificaría en Los Ángeles. ¿Y en San Francisco? Pues no lo tengo claro, pero desde luego me veo en disposición de afirmar que nada tiene que ver el modelo urbanístico de Valencia, mi ciudad, con el de San Francisco, en donde pasé las fiestas navideñas.

Para mí la característica que define a San Francisco, es que se trata de un lugar incomodo por las enormes distancias entre espacios. Pareciera que todo estuviese diseñado pensando más en los conductores de vehículos que en los peatones. Entiéndase. Es incomoda para alguien que está acostumbrado a cruzarse su ciudad en poco más de una hora al trote. Supongo que será diferente para un parisino o un moscovita. Además hay que tener en cuenta que la población de San Francisco y la de Valencia es prácticamente la misma. Que San Francisco sea la polla de larga se debe, en primer lugar, a que todos los barrios en los que se divide -con la única excepción del entorno de Union Square (la zona comercial)- están compuestos de viviendas unifamiliares o casitas divididas en 2 (a lo sumo 3) apartamentos. Eso supone que la aglomeración de personas sea menor a la de cualquier ciudad europea de tamaño medio (como es el caso de Valencia). Difuminándose el número de habitantes por metro cuadrado a lo largo de las monstruosas calles rectas que cuadriculan toda la ciudad. Por otro lado, la manifiesta irregularidad del terreno sobre el que se asienta -con una mención especial para Potrero Hill neibourghood cuyas calles tienen un desnivel poco apto para el paseo- crean la sensación de que todo se encuentra mucho más lejos de lo que realmente está. Sin embargo poco importa, es evidente que la ciudad no está hecha para caminar. Basta observar los usos y costumbres de los lugareños para confirmar esa impresión. Aquí quien no tiene vehículo no es nadie, por más que existan redes de transporte público que comunican con casi todas las barriadas. Pero este último parece estar destinado única y exclusivamente a las clases más desfavorecidas, o sea, aquellas que no tienen recursos suficientes para comprarse un coche, que aquí son más asequibles que en la vieja Europa. Por ello se hace extraño ver a gente pasear por la calle. Bueno, salvo que: a) estén haciendo deporte b) vayan paseando a su perro c) hayan salido de su casa o detenido su coche junto a una cafetería para recargar su termo de café (primera carga y posteriores refill) o d) sean homeless con la casa a cuestas. Justamente los miembros de esta última categoría son los principales moradores de la calle, dueños y señores de un espacio urbano diseñado con finalidades muy diferentes a las que estos le dan. En este sentido, da igual que estemos en un barrio pudiente o en alguna zona marginal, el “cuarto mundo” está muy, pero que muy presente a lo largo y ancho de la capital gay mundial.

Con todo y pese a las peculiaridades descritas, existen barrios en los que se aprecian atisbos de ordenación “a la europea”, con las consiguientes estampas de vida callejera. Castro, centro neurálgico de la comunidad homosexual es uno de ellos. Haight-Ashbury, otrora asentamiento de hippies, aunque en menor medida también… Incluso en la zona de la bahía, con sus preciosas vistas a los dos puentes que comunican San Francisco con las vecinas localidades de Oakland y Sausalito. Si bien, algunos de los muelles de carga del puerto (los turísticos Pier) han sido transformados en centros comerciales para satisfacer las imperiosas necesidades de consumo de los habitantes de este país.

En relación con lo dicho y saliéndome ya de la farragosa retórica urbanística, es en el barrio de Castro donde nace unas de las principales líneas del archiconocido tranvía de San Francisco. Y he de deciros que, pese a ser un espectáculo digno de ver, el tema del viajecito en tranvía es un poco “el timo de la estampita”. Excepto en lo que hace referencia a la línea que va circundando la bahía, bastante útil para los habitantes de la ciudad, los solicitadísimos tranvías que transitan sobre inverosímiles pendientes -y que sin duda ya habréis visto en cientos de películas-, son una guirada del patín. En sus paradas se atestan cientos de turistas asiáticos bien provistos de cámaras de última generación, que hacen cola para subirse y “disfrutar” de los escasos minuto y medio que dura el ascenso a la susodicha pendiente. Así que, salvo que para uno sea el sueño de su vida, mejor pasar. Otro tanto cabe decir de las no menos conocidas curvas de Bullitt , uno de los títulos más celebrados del difunto Steve McQueen, cuyo argumento discurría en pleno San Francisco. Aunque en este último caso he de reconocer que diciembre no era la época ideal para visitar este tramo de la calle Lombard. Probablemente con mejor tiempo y con la vistosidad que siempre dan las flores, la cosa cambiará bastante. 

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Apunte final: Los que hayáis ido a San Francisco pensaréis: “sí sí, todo lo que has dicho está muy bien, pero ¿y de Chinatown no dices nada?”. Pues hombre, sinceramente pienso que el barrio chino de Frisco es algo tan diferente al resto de la ciudad, que merece un capítulo aparte... En forma de entrada, claro está.

2 comentarios:

  1. Odio las ciudades que no se dejan recorrer a pie. En Canarias hay varios ejemplos de ciudades pensadas exclusivamente para gente a motor y resulta horrible ir caminando pegada a una autopista.

    Aunque seguro que San Francisco se deja ver.

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  2. Sí sí, se deja ver y mucho... es bastante bonita y tiene zonas increíbles. El problema es que es incomoda de pelotas, o te agencias un coche o te planificas con meticulosidad que quieres ver cada día y no te desvías del planing. Eso sí, a los que no les guste pasear o "ver piedras", siempre tendrán la alternativa de parar en bonitos cafés y restaurantes... en ese caso puedes pasarte allí meses.

    Un saludo.

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