Hace
un tiempo, cuando todavía me tomaba en serio eso de estudiar, se me quedó
grabada la definición que de ciudad daba Ortega y Gasset: “la ciudad es un ensayo de secesión que hace el hombre para vivir
fuera y frente al cosmos, tomando de el porciones selectas y acotadas”.
Su definición, evidentemente, está basada en la diferencia entre naturaleza y
ciudad, considerando a esta última como una creación del hombre abstracta y
artificial. Ortega, como buen latino, definió ciudad teniendo en mente el
modelo de ciudad clásica y mediterránea que el tan bien conocía. Aquel en el
cual encontramos como elemento fundamental la plaza como lugar adecuado para la
conversación, la disputa, la elocuencia y por supuesto, la política. Pero es
una definición parcial de ciudad, ya que, como supondréis, no todas las
ciudades responden al mismo modelo.
El
profesor Fernando Chueca Goitia, en su interesante ensayo “Breve historia del urbanismo”, se dedicó a describir los tipos
fundamentales de ciudad, poniendo de manifiesto las constantes y las
diferencias de los diversos modelos, articulados en una secuencia histórica.
Según él coexisten tres tipos de ciudad: la “ciudad pública” del mundo clásico, la civitas romana -la ciudad
por antonomasia, el concepto de ciudad dado por Ortega-, la “ciudad doméstica” y campestre de la civilización
nórdica y la “ciudad privada”
y religiosa del Islam. Precisamente me interesa la llamada “ciudad doméstica”,
dentro de la cual cabe incluir “los modelos racionalistas” importados de los
Estados Unidos y consistentes en grupos residenciales segregados, centros
comerciales, parques temáticos, centros lúdicos e, incluso, viviendas
unifamiliares en hilera con jardín delantero. Esta ciudad, a la que los urbanistas
califican “de tipo mosaico”, está compuesta de piezas cada una de las cuales
es internamente homogénea. “Es doméstica
porque concibe la vivienda como santuario de la familia y minusvalora, o
incluso ignora, la dimensión ciudad. No es una ciudad propiamente dicha sino un
asentamiento humano aunque esté bien dotada de servicios y bien equipada con
toda suerte de edificios no residenciales. En ella prevale la arquitectura y
está más enfocada de cara al coche que al peatón. Es típica la separación de
usos, el famoso zoning, y es
que todo está clasificado y ordenado.” Este modelo se ejemplificaría en Los
Ángeles. ¿Y en San Francisco? Pues no lo tengo claro, pero desde
luego me veo en disposición de afirmar que nada tiene que ver el modelo urbanístico
de Valencia, mi ciudad, con el de San Francisco, en donde pasé las fiestas
navideñas.
Para
mí la característica que define a San Francisco, es que se trata de un lugar incomodo por las enormes distancias entre espacios. Pareciera que todo
estuviese diseñado pensando más en los conductores de vehículos que en los
peatones. Entiéndase. Es incomoda para alguien que está acostumbrado a
cruzarse su ciudad en poco más de una hora al trote. Supongo que será diferente para un
parisino o un moscovita. Además hay que tener en cuenta que la
población de San Francisco y la
de Valencia es prácticamente la misma. Q ue
San Francisco sea la polla de larga se debe, en primer lugar, a que todos los
barrios en los que se divide -con la única excepción del entorno de Union Square (la zona comercial)- están
compuestos de viviendas unifamiliares o casitas divididas en 2 (a lo sumo 3) apartamentos. Eso supone que la aglomeración de personas sea menor a la de
cualquier ciudad europea de tamaño medio (como es el caso de Valencia). Difuminándose el
número de habitantes por metro cuadrado a lo largo de las monstruosas calles
rectas que cuadriculan toda la
ciudad. Por otro lado, la manifiesta irregularidad del
terreno sobre el que se asienta -con una mención especial para Potrero Hill neibourghood cuyas calles tienen un
desnivel poco apto para el paseo- crean la sensación de que todo se encuentra
mucho más lejos de lo que realmente está. Sin embargo poco importa, es evidente
que la ciudad no está hecha para caminar. Basta observar los usos y costumbres
de los lugareños para confirmar esa impresión. Aquí quien no tiene vehículo no
es nadie, por más que existan redes de transporte público que comunican con casi
todas las barriadas. Pero este último parece estar destinado única y
exclusivamente a las clases más desfavorecidas, o sea, aquellas que no tienen recursos
suficientes para comprarse un coche, que aquí son más asequibles que en la vieja Europa. Por
ello se hace extraño ver a gente pasear por la calle. Bueno , salvo
que: a) estén haciendo deporte b) vayan paseando a su perro c) hayan salido de
su casa o detenido su coche junto a una cafetería para recargar su termo de
café (primera carga y posteriores refill)
o d) sean homeless con la casa a
cuestas. Justamente los miembros de esta última categoría son los principales
moradores de la calle, dueños y señores de un espacio urbano diseñado con finalidades muy diferentes a las que estos le dan. En este sentido, da igual
que estemos en un barrio pudiente o en alguna zona marginal, el “cuarto
mundo” está muy, pero que muy presente a lo largo y ancho de la capital gay mundial.
Con
todo y pese a las peculiaridades descritas, existen barrios en los que se
aprecian atisbos de ordenación “a la europea”, con las consiguientes estampas de
vida callejera. Castro, centro
neurálgico de la comunidad homosexual es uno
de ellos. Haight-Ashbury, otrora
asentamiento de hippies, aunque en
menor medida también… Incluso en la zona de la bahía, con sus preciosas
vistas a los dos puentes que comunican San Francisco con las vecinas
localidades de Oakland y Sausalito. Si bien, algunos de los muelles de carga
del puerto (los turísticos Pier) han sido
transformados en centros comerciales para satisfacer las imperiosas necesidades
de consumo de los habitantes de este país.
En
relación con lo dicho y saliéndome ya de la farragosa retórica urbanística, es
en el barrio de Castro donde nace
unas de las principales líneas del archiconocido tranvía de San Francisco. Y he
de deciros que, pese a ser un espectáculo digno de ver, el tema del viajecito
en tranvía es un poco “el timo de la estampita”. Excepto en lo que
hace referencia a la línea que va circundando la bahía, bastante útil para los
habitantes de la ciudad, los
solicitadísimos tranvías que transitan sobre inverosímiles pendientes -y que sin duda ya
habréis visto en cientos de películas-, son una guirada del patín. En sus paradas se atestan
cientos de turistas asiáticos bien provistos de cámaras de última generación, que hacen cola
para subirse y “disfrutar” de los escasos minuto y medio que dura el ascenso a la susodicha pendiente. Así que, salvo que para uno sea el sueño de su vida, mejor pasar. Otro tanto cabe decir de las no
menos conocidas curvas de “Bullitt” ,
uno de los títulos más celebrados del difunto Steve McQueen, cuyo argumento
discurría en pleno San Francisco. Aunque en este último caso he de reconocer
que diciembre no era la época ideal para visitar este tramo de la calle Lombard.
Probablemente con mejor tiempo y con la vistosidad que siempre
dan las flores, la cosa cambiará bastante.
-----------------------------------------------------------
Apunte final: Los que hayáis ido a San Francisco pensaréis: “sí sí, todo lo que has dicho está muy bien, pero ¿y de Chinatown no dices nada?”. Pues hombre, sinceramente pienso que el barrio chino de Frisco es algo tan diferente al resto de la ciudad, que merece un capítulo aparte... En forma de entrada, claro está.
Odio las ciudades que no se dejan recorrer a pie. En Canarias hay varios ejemplos de ciudades pensadas exclusivamente para gente a motor y resulta horrible ir caminando pegada a una autopista.
ResponderEliminarAunque seguro que San Francisco se deja ver.
Sí sí, se deja ver y mucho... es bastante bonita y tiene zonas increíbles. El problema es que es incomoda de pelotas, o te agencias un coche o te planificas con meticulosidad que quieres ver cada día y no te desvías del planing. Eso sí, a los que no les guste pasear o "ver piedras", siempre tendrán la alternativa de parar en bonitos cafés y restaurantes... en ese caso puedes pasarte allí meses.
ResponderEliminarUn saludo.