jueves, 14 de febrero de 2013

El fascinante y repulsivo mundo de Donald Ray Pollock


Una de los descubrimientos literarios del pasado 2012 fue el de Donald Ray Pollock. Su primera incursión en el mundo de la novela se titula “El diablo a todas horas” y aparece en varias de las más prestigiosas listas sobre libros del año. Y no me extraña. Es muy bueno.  

Es curiosa la vida de este autor. Un tipo que dejó prontamente los estudios y después de llevar una vida anónima trabajando en un matadero y después en una fábrica de papel, se graduó por la Universidad de Ohio. En 2008 y bien entrado en la cincuentena, consiguió que le publicasen por primera vez. Se trataba de una colección de relatos llamada “Knockemstiff” que fue muy bien recibida por crítica y público. A partir de ahí y hasta el momento, que aún no es mucho, el de Ohio se ha instalado en la fama. Y eso que Pollock es un escritor difícil y poco apto para según que estómagos. Su prosa es cruda, muy violenta, inquietante, desgarradora e impactante hasta el punto de generar rechazo. Vamos, todos los elementos necesarios para auparle a la categoría de escritor de culto. Pero es que encima, por si no lo he dicho aún, el tío escribe como los ángeles.

Puedo afirmar esto último después de leer de una tacada los dos libros de Pollock y quedar encantado. En ambos casos el trasfondo de las historias, de lo que el autor nos habla, viene a ser lo mismo: la maldad intrínseca y las miserias que anidan en el alma humana. En este sentido se comprenden las similitudes que cierto sector de la crítica especializada ha trazado entre la obra de Pollock y la de Cormac McCarthy. A ver, se entiende, pero con matices. O sea, que Pollock recuerda en algo a McCarthy pero no es McCarthy. Tampoco es un McCarthy menor, como he leído en algún blog. En definitiva que Donald Ray Pollock es un artista genuino con un presente esplendoroso y un futuro prometedor y McCarthy es el más grande. Nomás.
“Mucha gente tiene la impresión equivocada de que tocar fondo tiene algo de romántico o trágico”
Como ya os he comentado, el primero de los libros publicados de Pollock fue “Knockemstiff”. Se trata de una colección de relatos que nos hablan sobre el remedo de vida que llevan los individuos que pueblan un villorrio de Ohio cuyo nombre sirve de título a la compilación. Curiosamente –o no tanto- es el mismo agujero ponzoñoso en mitad de la nada en el cual nació el autor. Una hondonada infecta y miserable poblada por gentes de baja estofa que son retratados de una manera inmisericorde por su autor. Afectados por el aislamiento, el analfabetismo, la desesperación, la desidia, la vergüenza, la culpa, la violencia y el miedo esta colección de cromos ni tan siquiera es capaz de huir de allí. Porque Knockemstiff es una suerte de agujero negro que te atrapa y no te deja salir. Un sitio en el que nunca ocurre nada y en el que, sin embargo, ocurre todo. Y las cosas que ocurren no son precisamente buenas.


Si “Knockemstiff” era un libro de cuentos pero con afán de novela coral, “El diablo a todas horas" es, directamente, una novela coral. Ambientada en otros villorrios de Ohio igual de patéticos o más que Knockemstiff, es gracioso que la novela comience y termine en este último lugarejo. Pollock regresa allí para arrancar con la historia de un huérfano criado en el mismo erial donde malvivían los personajes de su libro de cuentos. Una tierra que tan solo es capaz de producir frutos corrompidos pero que, en esta ocasión y a diferencia de lo que pasa en “Knockemstiff”, deja que broten algunos productos no del todo infames. Con todo, estas almas cándidas, estos individuos no necesariamente malos y que darían la razón a Aristóteles en aquello de “el hombre es bueno por naturaleza”, acabarán sucumbiendo de una u otra forma ante la colla de degenerados que habitan aquellos parajes: un veterano de la Primera Guerra Mundial totalmente ido de la chaveta, un abogado usurero y déspota al que sus miserias acaban pasándole factura, el dúo de pervertidos come-bichos, los serial killers aficionados a la fotografía, el sheriff corrupto y asesino, el cura violador… En fin, como veréis el señor Pollock lanza por los aires al mencionado Aristóteles, al puto Rousseau y a toda la filosofía buenista.
“Siempre había alguien muriéndose en alguna parte, y en el verano de 1958, el año en que Arvin Eugene Russell tenía diez años, le llegó el turno a su madre.”
Ya para finalizar decir que, según yo lo veo, “El diablo a todas horas” es una obra más redonda que su antecesora. Sin embargo leí “Knockemstiff” primero y me impactó más. En todo caso recomiendo la lectura de los dos. Y seguir al autor, que parece alguien con muchas cosas interesantes que contar. A ver con que nos sorprende a la próxima.

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