miércoles, 27 de febrero de 2013

I'm guilty but I didn't do it


La Declaración Alford, o doctrina del “I'm guilty but I didn't do it”, es una compleja artimaña legal aplicable en la justicia estadounidense, por la cual un infractor responde a cargos penales sin admitir culpa respecto al acto por el que se le acusa. Al acusado se le deja en libertad después de admitir que existen suficientes evidencias como para probar su culpabilidad más allá de una duda razonable. ¿Lo entendéis? Pues yo no mucho y me parece que Damien Echols, Jason Baldwin y Jessie Misskelley Jr tampoco.

¿Pero quienes son estos tres tíos? Pues se trata de “Los 3 de West Memphis”, involuntarios protagonistas de una de esas historias criminales meidinUeSei que ponen los pelos de punta. Sí, os hablo de uno de esos relatos que si lo viésemos en una película nos haría exclamar “’enga ya tíos!!! ¡Eso no pue ser verdá!” Pero lo es. Vaya si lo es. Y es que en ocasiones la realidad supera ampliamente la ficción.

Todo comienza un 6 de mayo de 1993 en West Memphis, Arkansas, América profundísima, con la aparición de los cadáveres de tres críos desaparecidos unos días antes. Los chiquillos, desnudos, maniatados con sus propios cordones y con evidentes signos de violencia, serán localizados en un canal de drenaje situado en una zona boscosa próxima conocida como Robin Hood Hills. A partir de aquí se desatará la psicosis en la zona, disparándose las alarmas entre una población white trash tremendamente conservadora, religiosa y prejuiciosa. El Departamento de Policía, también preso de los mismos males y harto de que lo acusen de ineficaz, dedidirá quitarse la cada vez mayor presión popular tirando por el camino más sencillo: Buscar cabezas de turco. Así es como todas las sospechas se dirigirán hacia unos inadaptados que no encajaban con los modos y costumbres del lugar. Tres pringaos menores de 20 años a los que les gusta el heavy metal y vestirse con ropa negra. Se les acusará de asesinos y satanistas y, en última instancia, serán condenados a dos cadenas perpetuas y a una pena de muerte en el transcurso de un proceso judicial plagado de inconsistencias, incongruencias y prejuicios.

Por suerte para nosotros (y para ellos) se permitió a los realizadores Joe Berlinger y Bruce Sinofsky de la HBO que filmaran un documental sobre el caso grabando el proceso judicial. Este primer documental se llamó “Paradise Lost” y conmocionó a parte de la opinión pública tras su estreno en los Estados Unidos.

Precisamente a causa de ese revuelo y tras la aparición de nuevas evidencias en relación con los infanticidios, el mismo equipo de la HBO se acercó hasta West Memphis para grabar un nuevo documental que titularían “Revelaciones”.

Mucho después aparecería un tercer documental al que llamaron “Purgatorio”, llegando a estar nominado al Oscar en la edición de la gala celebrada en 2012.

Al final de la carrera, gracias a estos tres documentales y a toda la gente que se indignó y se implicó tras su visionado (incluyendo a personalidades como Johnny Depp, Eddie Vedder, Henry Rollins o las Dixie Chicks), los tres condenados están en la calle. Obtuvieron la libertad el 19 de agosto de 2011 tras cumplir 18 años en prisión y tras acogerse a esa extraña declaración jurídica que os explicaba al comienzo.

Pero la historia aún no ha finalizado. Los chicos, ya talluditos y algo demacrados, siguen moviéndose para demostrar su inocencia y que se les resarza, si es que eso es posible, de los 18 años de cárcel que se han tenido que comer.

Echadle un vistazo los documentales, que son largos, ya lo sé, pero merecen la pena. En todo caso no os perdáis el primero y parte del tercero donde se concentra lo más interesante. Os advierto que son bastante duros por lo que se cuenta y por lo que se muestra (se muestra todo y el que dice todo es  t-o-d-o). De esa especie de resumen sobre el affaire que se estrenó el año pasado no os puedo hablar. Sé que se llama “West of Memphis” y que está dirigido por la interesante Amy Berg (la misma que dirigió el aclamadísimo documental “Líbranos del mal”), pero no lo he visto.

Esta historia merece ser conocida. Muy especialmente por todos aquellos paladines del sistema jurídico del Common Law que plagan las aulas de nuestras facultades de derecho. También está especialmente indicada para defensores a ultranza de la institución del jurado. Muchos de ellos afectados por un mal muy de nuestro tiempo: el buenismo. Solo así se comprende el que se hayan tragado el rollo de que con la participación de los ciudadanos en la administración de justicia, la justicia se convierte en más justa. Como si no tuviese ya suficientes fallos nuestro sistema, como para dejarlo en manos de esa aberración llamada pueblo.

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Mercy Ivanauskas.

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