martes, 17 de diciembre de 2013

Canadá

"Yo tenía un tío en Canadá que no era tío ni era ná" (Refranero popular)

No he estado nunca en Canadá. Tampoco tengo familia en ese extensísimo país lindante con hasta tres océanos. Además, si fuera alguna vez, bien de viaje o a establecerme -después de tragarme toda la propaganda pro-canadiense que aflora por aquí en estos aciagos días, afirmando que los canadienses son seres de luz y su sociedad es una sucursal del paraíso en la tierra-, desde luego que no lo haría en la provincia de Saskatchewan. Y me importa un carajo que ese territorio sea el mayor productor de uranio del mundo o que Joni Mitchell publicara un cacareado - y bien pastoso- álbum homenajeándolo. Para ver grandes llanuras mejor me voy a Texas a calzarme botas de cowboy y pegar tiros. Eso salvo que tuviese que ir hasta Saskatchewan por obligación, como le ocurrió al amigo Dell Parsons.     

Dell Parsons es el protagonista de “Canadá”, la última maravilla escrita por el Pullitzer Richard Ford, uno de los escritores más importantes del panorama actual. Se trata de un chaval de quince años a quien sucede algo irreparable que marcará por siempre su vida y la de su hermana melliza. Sus padres son detenidos tras robar un banco en Montana, lo cual le abocará a quedar al cargo del estado, al ser menor de edad. Obviamente su mundo, el que conocía hasta ese momento, se hará pedazos. Sin embargo, su delincuente madre una vez ya encarcelada, tratará de hacer un último esfuerzo en pos de salvar a unos vástagos a quienes condenó en vida. Para ello contactará con una amiga de la familia que les ayudará a cruzar la frontera canadiense con la esperanza de que allí puedan reiniciar su vida en mejores condiciones. El problema es que lo que les espera en Canadá no es ninguna bicoca. Estar al cuidado de Arthur Remlinger, un tipo sombrío y violento que oculta un turbio pasado que está siempre presente y amenazante. de broma. Y en ese nuevo entorno y con esas condiciones es donde nuestro héroe adolescente habrá de reconducir su vida hasta adaptarse, para lo cual deberá hacerse mayor a pasos agigantados a la vez que se enfrenta al oscuro mundo de los adultos.

Preciosa y profunda novela sobre la pérdida de la inocencia, sobre los lazos familiares y sobre el camino que uno recorre para alcanzar la madurez.
“Mi madre me dijo que tendría miles de mañanas para despertar y pensar en todo esto cuando ya no hubiera nadie para decirme cómo sentirme. He tenido ya varios miles. Lo que sé es que tendrá una oportunidad mejor en la vida –de sobrevivirla- si toleras bien la pérdida; si te las arreglas para no ser un cínico en todo aquello que ella implica; si te supeditas, como sugirió Ruskin, al mantenimiento de las proporciones, a enlazar las cosas desiguales en un todo capaz de preservar lo bueno, aun cuando haya que admitir que lo bueno no es a menudo fácil de encontrar. Lo intentamos, como mi hermana dijo. Todos nosotros. Lo intentamos.”
Insisto, bellísima historia. Clásico contemporáneo desde ya. 

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