jueves, 17 de mayo de 2018

Ordesa

“Todo se volvió amarillo. Que las cosas y los seres humanos se vuelvan amarillos significa que han alcanzado la inconsistencia, o el rencor.
El dolor es amarillo, eso quiero decir.”

Ya va para cinco meses que aterrizará aquí en este alargado país, justo al otro lado del charco y hasta más allá. Fue tras sobrevolar durante un buen rato primero el océano Atlántico, después la selva amazónica y al final, ya próximos a destino y casi tocándola con la punta de los dedos, la imponente cordillera de los Andes.

En los días previos a viajar me topé, más bien me reencontré, con la poesía del gran Manuel Vilas que no sé si tiene mucho que ver con Chile o con viajar en avión, pero desde luego sí con el asunto de este post. El caso es que, debido a ello, decidí incluir la “Poesía Completa (1980 – 2015)” del autor maño entre los libros que saltarían de continente a continente dentro de mi maleta. Sin embargo, no sé bien como, probablemente en el trasiego del último día, pero acabe extraviando el libro.

Por suerte y ya en Valpo, pero a través de un amigo de la terreta, me entero que el bueno de Vilas ha publicado un libro nuevo. Ni más ni menos que una novela o lo que quiera que sea esa cosa preciosa a la par que dolorosa titulada “Ordesa”. Sí, “Ordesa”, como el parque nacional sito en el Pirineo oscense, en donde radica el famoso Monte Perdido al que, casi todos los de donde yo vengo, hemos acudido en familia durante unas vacaciones.

Y es ahora cuando debería hablaros un poco de la novela y tal. Plasmar mis impresiones tras la lectura de este artefacto literario que me ha dejado hecho mierda por dentro. Más aún después de incluir varios pasajes de la novela. Pero es que no puedo. O no quiero. O no sé. O yo que sé. Tan solo decir que es devastadora. Brutal. Una especie de historia autobiográfica, supongo. Escrita desde el desgarro más absoluto y siempre desde una emoción poco contenida. Crónica íntima de una familia, la de su autor y de un país, la España de ayer y de hoy, en la que el tormento y también una suerte de extraña esperanza campan a sus anchas.

“El problema del Mal es que te convierte en culpable si te toca. Ese es el gran misterio del Mal: las víctimas siempre acaban en culpables de algo cuyo nombre es otra vez el Mal. Las víctimas son siempre excrementales.
La gente simula compasión hacia las víctimas, pero en su interior solo hay desprecio.
Las víctimas son siempre irredimibles.
Es decir, despreciables.
La gente ama a los héroes, no a las víctimas.”

No sé si es apto para toda clase de estómagos, pero merece la pena intentarlo, omeprazol mediante. Dejaos arrastrar por ella. Al final se sobrevive y hasta acabamos por apañarnos, como decía aquella canción creo que de los Manel. Hasta se disfruta. Y mucho.  

“Se pasó un día entero agonizando. Yo lo veía agonizar. Se oía una respiración que parecía una tempestad, un océano de quejidos misteriosos y largos. El cuerpo estaba consumido. Pero sonaba, su cuerpo producía música. Los dedos de los pies tenían un aspecto religioso, como de cristo martirizado, como de pintura española del siglo XVII, pies deformados pero en actitud de espera. Todo era un intento por respirar. Y era un intento inteligente. Mi padre hacía ruidos retumbantes, aciagos, catastróficos. Parecía su garganta el nido de millones de pájaros amarillos, quebrantando las paredes del aire. Mi padre se convirtió en el Barroco español. Entonces entendí el Barroco español, que es un arte severo de adoración de la muerte en tanto en cuanto la muerte es la más lograda expresión del misterio de la vida.”

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