Mi última lectura y mira que me ha costado, ha sido esta suerte de relato costumbrista de terror, escrito por un reputado especialista del género. Con todo, mi inmersión en las aguas revueltas del arroyo de El Holandés, a la sazón mi primer acercamiento al universo de John Langan, ha sido francamente satisfactorio. Por lo que, aunque cada vez me sienta más lejano a los parámetros por los que discurre el terror literario, es probable que no sea esta la última vez que lea al tal Langan. Y es que me ha gustado mucho una novela con la que, por cierto, su autor se llevaría el prestigioso premio Bram Stoker del año 2016. Sucediendo a ilustres de la cosa fantástica y malroller como Stephen King, Peter Straub o Ramsey Campbell, pero también al omnipresente Neil Gaiman, al olvidado Chuck Palahniuk o hasta la enorme Joyce Carol Oates. De algunos de ellos hasta os he hablado por aquí.
“El pescador” se desarrolla en los parajes naturales situados al norte del estado de Nueva York. Concretamente entre los bosques alrededor de Woodstock, que es por donde fluyen un sinfín de ríos y afluentes, entre ellos el mencionado arroyo. Según parece, aquello es un entorno idílico para los aficionados al noble, pero aburrido arte de la pesca. Y eso os lo digo yo que me críe en el entorno de l’Albufera, rodeado de freaks que perdían -y pierden- el culo gastando su escaso tiempo libre lanzando la caña a ver si pica alguna tenca pudenta. Bueno, en eso y en pimplar, condición sine qua non para soportar el tedio. La cosa viene protagonizada y mayormente narrada por Abe, aunque con un co-starring estelar, su compañero de trabajo Dan. Además de esto último, los susodichos comparten otra condición, la de ser un par de viudos que han encontrado consuelo en la pesca y en su mutua compañía, en lugar de refugiarse en Tinder o Ashley Madison y el asunto este del folleteo ocasional. El caso es que los compadres oyen hablar del arroyo y de alguna manera se ven arrastrados por una historia antigua y llena de secretos en los que, al final de todo, se erige la misteriosa figura de un tipo al que se conoce como el Pescador. Porque el mangurrino este también pesca, pero con otros sedales y anzuelos, en estática, por arrastre y hasta “al robo” si se tercia. Una suerte de Capitán Ahab pasado por el ojo pictórico de Friedrich y con más malafollá que un nazgul recién levantado.
La novela se compone de tres partes, siendo las dos primeras bastante diferentes entre sí. El comienzo es el propio de un relato de corte costumbrista y nada anticipa lo que vendrá después. Accedemos a la vida y milagros de un Don Nadie más, quien ha de convivir con sus desgracias personales y tirando hacia adelante como buenamente puede. El caso es que toda esta parte está magníficamente contada y, en ciertos aspectos, recuerda -sobre todo en las formas- al gran John Irving. La decisión de Langan de dinamizar la narración partiendo de una historia cotidiana, incluso anodina, da un vuelco cuando pasamos a la segunda parte. Ahí recrea una atmósfera de terror clásico, con ecos a Poe, más aún a Lovecraft, y con una serie de secundarios que nos sumergen en un cuadro de El Bosco. La cosa va pasando de lo descriptivo a lo imaginativo, de lo natural a lo sobrehumano, de la belleza al horror y todo sin apenas tregua. También incluye cierta evocación a lo oral, a las historietas de campamento para asustar a los chiquillos y a la fantasía inocentona de los cuentos de terror adolescente. La parte final, el meollo del asunto, incluye algo de acción. Si bien, no os esperéis aquí el desenfreno con el que suelen rematarse este tipo de historias cuando quien las firma es King, o alguno de sus seguidores e imitadores. El affaire discurre tranquilo y se resuelve francamente bien. No sé si de manera sorprendente, pero sí de una forma sólida y muy satisfactoria para el lector.
Así pues, os la recomiendo xé. Es bastante chula. No así la portada, que es un horror…
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