viernes, 12 de marzo de 2021

The Leftovers, los que se marcharon y los que se quedaron…


¿Es The Leftovers la mejor serie de la historia de la televisión? Seguramente no. ¡Pero como mola, hostia puta! Y como te deja… Y es que, como decía Natalia Marcos en su crónica sobre la última temporada, hay pocas cosas tan poderosas como la emoción y los sentimientos. Y es que al final, hasta da lo mismo que en algún momento a Lindelof se le haya ido la puta olla - para no perder la costumbre-. Pero es que ese final... O mejor dicho, esos finales. ¡Toda esa temporada final! Xé! Que lo compensa todo.

¿Es “The Leftovers” una de las producciones más cuidadas y arriesgadas de la década? Radicalmente sí. Y no le quita valor esa incapacidad para conectar con el gran público. Sorprendentemente, todo sea dicho. De hecho, posiblemente eso es lo que acabará por convertirla en la enésima obra de culto. Pero en esta ocasión del culto güeno. En todo caso, creo que la casi nula repercusión nos ha venido bien a todos. Primero a los propios creadores, quienes han disfrutado de cierta libertad en el desarrollo de la serie. Y sin que por ello el onanismo del hacedor de “Perdidos” nos llegue a salpicar demasiado, insisto. Después a los seguidores, habiendo evitado el enésimo producto televisivo que se eterniza ad nauseam. Aunque, por encima de todo, ha resultado crucial para dibujar ese final dignísimo y pensado al detalle. Un maravilloso cierre tras un fascinante recorrido.

Basada en la novela “Ascensión” de Tom Perrotta, el planteamiento arranca el día en el que el dos por ciento de la población mundial desaparece. Que no parece mucho, pero así, groso modo, estamos hablando de unos ciento cuarenta millones de personas. Lo inesperado del acontecimiento y la inexistencia de causas o explicaciones a tamaña evaporación, hace que los supervivientes se dediquen a buscar las suyas propias. Y es que, de una u otra forma, todos intentan comprender lo que ha pasado, pero sobre todo, lo que se supone deben hacer al respecto. Un muestreo de esas personas conforman el coro protagonista en “The Leftovers”. Comenzando por un jefe de policía que trata de mantener cierta apariencia de normalidad pese al guirigay que tiene montado en casa. Con una hija adolescente rebelde cuyo hermano mayor ha unido su destino al de un santero buenrollista que quita las penas a base de abrazos, y una esposa enrolada en una secta de fumadictos. Esta última atiende al nombre de “El remanente culpable” y es de las cosas más chulas de esta historia que se debate entre lo distópico y lo esperanzador. Se trata de una peña que, viviendo en comunidad, vistiendo absolutamente de blanco y manteniendo la boca cerrada excepto para pegarle caladas al cigarro, proclaman su fe a modo de sacrificio. Al frente de esta organización homenaje al carretero del refrán, se haya uno de los personajes más interesantes de la serie. También un cúmulo de secundarios – algunos efímeros, otros no tanto- protagonistas de varios de los mejores momentos de la trama. Capítulo aparte merece la novia del madero. Alguien que vio en directo como se esfumaban sus dos hijos pequeños y su marido, mientras prepara el café con leche. En una broma del destino, o más bien un completo desafío de todas las leyes de la probabilidad, que sobrellevará con mucho dolor y un sentimiento de culpa que permanece intacto, pese al transcurso del tiempo.

Y luego está lo de Max Richter y su música celestial... ¿Qué decir de la obra de este inmenso creador, de su minimalismo o de esos ruiditos marca de la casa que no se haya dicho ya? Y es que el tipo es responsable de una banda sonora que se erige como un personaje más. Fundamental, se entiende. Y es que esa capacidad inigualable para transmitir estados emocionales frágiles, empapa cada momento climático en la serie. Es más, estoy seguro de que mi percepción de la serie hubiera sido otra, con otra música. Y es que Max consigue que le sigamos, hasta el infinito y más allá, emulando a aquel desconocido flautista al que los hermanos Grimm dedicaron una de sus fábulas más celebradas. Por cierto que la actuación del flautista se produce en el mismo lugar que, varios siglos después, vería nacer al pianista y compositor alemán.

Además, aunque sea a modo de complemento, resaltar que a lo largo de las tres temporadas y en múltiples momentos, en la serie se filtran temas firmados por gente como Fuck Buttons, Al Green, Ty Segall, the Black Keys, Apocalyptica, los Pixies, Duke Ellington, Sturgill Simpson, Hozier, Simon & Garfunkel, Wu-Tang Clan, A-Ha, Ray Lamontagne, Sarah Vaughan, Aznavour, Gravedigazz, los Beach Boys, Otis Redding, Jim James o Billie Holiday. 

Y vale sí, ya sé que son tres temporadas, 28 episodios de una hora de duración en total y ahora que van abrir los bares y se viene “el caloret”, no estáis para hostias. Pero echarle un ojo joer. Haced el esfuerzo. Hay episodios que merecen la pena por sí solos y en los que la trama principal casi es lo de menos. En lo visual, en la puesta en escena, está repleta de momentos prodigiosos. Y hay episodios que son una delicia. Por ejemplo los dirigidos por el señor Craig Zobel. Un director estimable, del que solo había visto esta cosa hasta ahora. Habrá que seguirle la pista.

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