domingo, 23 de diciembre de 2018

“Alguien camina sobre tu tumba”, de la Enríquez

Desde que tengo uso de razón me atrae la quietud de los cementerios. Y siempre que tengo la posibilidad, me gusta admirar aquellos que merecen la pena de los sitios a los que voy. El último que me sorprendió fue el Cementerio Municipal de Punta Arenas – Sara Braun, en un reciente viaje a la capital de la Región de Magallanes y de la Antártica Chilena. Bonita necrópolis de varias hectáreas con una plazoleta central coronada por una gran cruz donada por Alfonso Menéndez Behety, hijo de José Menéndez y Menéndez “el rey de la Patagonia”. Un espacio rico en estilos y ornamentos, tanto en los mausoleos como en su edificio principal, en el que se evidencia la influencia de las diversas nacionalidades de inmigrantes que llegaron a la región (croatas, escoceses, alemanes, asturianos como los Menéndez…) y que conforman la actual cultura magallánica.

No es un gusto tan extraño, creo. De hecho, quien no se estremezca tras atravesar las puertas de un camposanto es que está muerto por dentro. O por fuera y está efectuando el venerable trayecto para no volver a salir de allí. En todo caso hay peña que lleva esta afición mucho más allá de lo que la llevo yo, que me conformo con pasear entre tumbas, leer cuatro epitafios y echar alguna fotito. Por ejemplo la periodista y escritora Mariana Enríquez, de quien ya os recomendé leer “Las cosas que perdimos en el fuego” y “Los peligros de fumar en la cama” (¡Leedla!). Y es que la señora fue capaz de sustraer un hueso de las Catacumbas de París. O al menos eso es lo que relata en “Un hueso de los inocentes”, una de las diecisiete historias contenidas en “Alguien camina sobre tu tumba”. Bonito libro que recoge la mirada de la autora argentina en su recorrido por varios cementerios a lo largo y ancho del mundo.

La colección de visitas incluye camposantos en Australia, Argentina, México, Perú, Italia, Alemania, los Estados Unidos, Francia y Cuba. Entre las más chulas está la primera, protagonizada por el musicalizado cementerio de Staglieno en Génova. Allí donde se encuentran las espectaculares tumbas de la portada de “Closer” y del single “Love will tear us apart” de Joy Division. También la historia en torno a la tumba del caballo Malacara y el fosar de Trevelín, en la Patagonia argentina. Enclave poblado a mitad del XIX por gentes provenientes del país de Gales. O la visita al Colonial Park y Bonaventure Cemetery de Savannah. Aquel en el cual se encontraba “La niña ausente” de la carátula de “Medianoche en el jardín del bien y del mal” de John Berendt (con versión cinematográfica al cargo de Clint Eastwood). Aunque de todas las historias, la que me ha resultado más interesante aún sin tener claro que sea la mejor, es la titulada “El Ángel de Salamone”.

Precisamente por haberme descubierto a Francisco o Francesco Salamone. Discutido arquitecto ítalo-argentino, responsable de la modernización de la obra pública de varios municipios del interior en la provincia de Buenos Aires, durante los años 30. Su gran amistad con el gobernador provincial, un tal Manuel Fresco, propició que le encomendaran la tarea de construir más de sesenta obras en apenas cuatro años. El ínclito Manuel Fresco, adorador de los regímenes totalitarios, de Hitler y de Mussolini, necesitaba grandilocuencia. Una arquitectura que reafirmara su poder y el de un estado presente en los momentos importantes de la vida de los lugareños. De ahí que la obra de Salomone se caracterice por el monumentalismo. Con unas construcciones bestiales que llegan a elevarse hasta treinta metros por encima del entorno. El impacto urbanístico debió ser enorme y desde luego que, si puedo, pienso comprobarlo in situ. Su catálogo de obras incluye la portada de 22 metros para el cementerio de Azul, cuya visita relata la Enríquez en “El Ángel de Salamone”. Con un impresionante cuerpo central con las letras RIP en gigantescas placas de mármol negro y, por delante de ellas, el no menos impresionante “Ángel exterminador” hecho de hormigón en estilo art decó. Pero bueno, también están la portada del cementerio de Saldungaray con el “Cristo de la Rueda”, o el cementerio de Laprida y esa demencial entrada a través de una especie de triángulo cónico.
, brutal.        

La verdad es que el libro está genial y no solo por el tema de Salamone. Podría haber halagado cualquiera de las otras historias que incluye ya que son realmente buenas. Todas. Algunas mucho, como “Un dominicano sin cabeza” (Cementerio Presbítero Maestro de Lima), "Ciudades de los muertos" (Cementerios Saint Louis Nº 1, Holt y Lafayette Nº 1 de Nueva Orleans), "Rosas de cristal" (Necrópolis de Colón en La Habana), “Acá nadie se muere” (Cementerio Municipal de la Isla Martín García), "Los perros negros" (Panteón de Belén y Panteón de Mezquitán en Guadalajara)… ¿Pero para qué? Mejor que os pique la curiosidad. Por cierto que, el final del libro incluye una lista de las necrópolis que la autora todavía quiere conocer. Me ha sorprendido que entre estas, señale unas cuantas que ya he visitado.  

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