Desde que tengo uso de razón me
atrae la quietud de los cementerios. Y siempre que tengo la posibilidad, me
gusta admirar aquellos que merecen la pena de los sitios a los que voy. El
último que me sorprendió fue el Cementerio Municipal de Punta Arenas – Sara Braun,
en un reciente viaje a la capital de la Región de Magallanes y de la Antártica
Chilena. Bonita necrópolis de varias hectáreas con
una plazoleta central coronada por una gran cruz donada por Alfonso Menéndez
Behety, hijo de José Menéndez y Menéndez “el rey de la Patagonia”. Un espacio rico
en estilos y ornamentos, tanto en los mausoleos como en su edificio principal,
en el que se evidencia la influencia de las diversas nacionalidades de
inmigrantes que llegaron a la región (croatas, escoceses, alemanes, asturianos
como los Menéndez…) y que conforman la actual cultura magallánica.
No es un gusto tan extraño, creo. De
hecho, quien no se estremezca tras atravesar las puertas de un camposanto es
que está muerto por dentro. O por fuera y está efectuando el venerable trayecto
para no volver a salir de allí. En todo caso hay peña que lleva esta afición
mucho más allá de lo que la llevo yo, que me conformo con pasear entre tumbas,
leer cuatro epitafios y echar alguna fotito. Por ejemplo la periodista y
escritora Mariana Enríquez, de quien ya os recomendé leer “Las cosas que perdimos en el fuego” y “Los peligros de fumar en la cama” (¡Leedla!). Y es que
la señora fue capaz de sustraer un hueso de las Catacumbas de París. O al menos
eso es lo que relata en “Un hueso de los inocentes”, una de las diecisiete
historias contenidas en “Alguien camina sobre tu tumba”. Bonito libro que
recoge la mirada de la autora argentina en su recorrido por varios cementerios
a lo largo y ancho del mundo.
La colección de visitas incluye camposantos en
Australia, Argentina, México, Perú, Italia, Alemania, los Estados Unidos, Francia
y Cuba. Entre las más chulas está la primera, protagonizada por el musicalizado
cementerio de Staglieno en Génova. Allí donde se encuentran las espectaculares
tumbas de la portada de “Closer” y del single “Love will tear us apart” de Joy
Division. También la historia en torno a la tumba del caballo Malacara y el
fosar de Trevelín, en la Patagonia argentina. Enclave poblado a mitad del XIX
por gentes provenientes del país de Gales. O la visita al Colonial Park y
Bonaventure Cemetery de Savannah. Aquel en el cual se encontraba “La niña ausente” de la carátula de “Medianoche en el jardín del bien y del mal” de John Berendt (con versión cinematográfica al cargo de Clint Eastwood). Aunque de todas las historias, la
que me ha resultado más interesante aún sin tener claro que sea la mejor, es la
titulada “El Ángel de Salamone”.
Precisamente por haberme
descubierto a Francisco o Francesco Salamone. Discutido arquitecto ítalo-argentino,
responsable de la modernización de
la obra pública de varios municipios del interior en la provincia de
Buenos Aires, durante los años 30. Su gran amistad con el gobernador provincial, un tal Manuel Fresco, propició
que le encomendaran la tarea de construir más de sesenta obras en apenas
cuatro años. El ínclito Manuel Fresco, adorador de los regímenes totalitarios, de Hitler y de Mussolini,
necesitaba grandilocuencia.
Una arquitectura que reafirmara su poder y el de un estado presente en los
momentos importantes de la vida de los lugareños. De ahí que la obra de Salomone se caracterice por el monumentalismo. Con unas construcciones
bestiales que llegan a elevarse hasta treinta metros por encima del entorno. El
impacto urbanístico debió ser enorme y desde luego que, si puedo, pienso comprobarlo
in situ. Su catálogo de obras incluye la portada de 22 metros para el
cementerio de Azul, cuya visita relata la Enríquez en “El Ángel de Salamone”. Con
un impresionante cuerpo central con las letras RIP en gigantescas placas de mármol
negro y, por delante de ellas, el no menos impresionante “Ángel exterminador”
hecho de hormigón en estilo art decó. Pero bueno, también están la portada del
cementerio de Saldungaray con el “Cristo de la Rueda”, o el cementerio de
Laprida y esa demencial entrada a través de una especie de triángulo cónico.
Xé, brutal.
La verdad es que el libro está
genial y no solo por el tema de Salamone. Podría haber halagado cualquiera
de las otras historias que incluye ya que son realmente buenas. Todas. Algunas mucho, como “Un
dominicano sin cabeza” (Cementerio Presbítero Maestro de Lima), "Ciudades de los muertos" (Cementerios Saint Louis Nº 1, Holt y Lafayette Nº 1 de Nueva Orleans), "Rosas de cristal" (Necrópolis de Colón en La Habana), “Acá nadie se muere” (Cementerio Municipal de la Isla Martín García), "Los perros negros" (Panteón de Belén y Panteón de Mezquitán en Guadalajara)…
¿Pero para qué? Mejor que os pique la curiosidad. Por cierto que, el final del
libro incluye una lista de las necrópolis que la autora todavía quiere conocer.
Me ha sorprendido que entre estas, señale unas cuantas que ya he visitado.
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