viernes, 9 de abril de 2010

El desierto de los tártaros



Leí en alguna parte que Dino Buzzati escribió “El desierto de los tártaros” a modo de metáfora, la de su propio desengaño profesional. Con ello, el periodista trasalpino dio rienda suelta a su frustración. La de aquel que creyó malgastar toda su vida atado a una  mesa de trabajo, esperando la gran noticia que le haría justificar su miserable existencia y que nunca llegó. Visto así me parece que en mi trabajo existen unos cuantos Dinos Buzzatis.   

Buzzati vio publicada la novela que le daría fama internacional en 1940, justo cuando actuaba de enviado especial del Corriere della Sera en Addis Abeba (Etiopía) y como reportero de guerra. Una experiencia profesional que, evidentemente, debió de servirle mucho a la hora de elaborar el libro. Desde entonces hasta ahora, la novela ha despertado admiración y causado fascinación entre todos aquellos que se la han leído.   

Comenta Enric González en sus “Historias de Nueva York”, que para disfrutar del oficio de periodista conviene ser joven y un poco inconsciente, “ya que el envejecimiento trae consigo la duda, el cinismo y la decepción”. Una buena descripción de ese proceso la podemos ver en la historia del oficial Giovanni Drogo, protagonista de “El desierto de los tártaros”. Destinado desde los 20 años a una fortaleza fronteriza sobre la que pende una amenaza inconcreta, pero siempre presente, verá cómo va pasando toda su vida sin que se cumplan sus sueños, resignándose por tanto al estrechamiento paulatino de sus posibilidades de realización personal. Una frustración de sus expectativas que, como comenté al comienzo, es la propia de su autor.    

Con todo, lo más interesante de la novela no es su significación “oculta”. Proviene más bien del paisaje formal en el cual se enmarca la fábula. Esa lejana y extraña fortaleza fronteriza atemporal y de la cual desconocemos su nacionalidad. Y ese desierto al que el teniente Drogo y el resto de soldados del destacamento se ven obligados a enfrentarse día a día.   

Muy triste, pero a la vez muy poético. Me ha gustado mucho.

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