jueves, 14 de mayo de 2020

El mercader de alfombras, de Pillip Lopate


Ahora mismo soy incapaz de determinar cuándo ocurrió exactamente. Ya ha pasado tiempo desde aquella vez en que le eché el ojo a esta novelita. No sé bien que es lo que me llamó la atención, ya que no conocía a su autor, ni acostumbro a leer la contraportada de los libros - ¡Sacrilegio! -. Tampoco es que su portada llame al optimismo, con esa sobriedad tan característica de los Libros del Asteroide, en este caso, además, en un gris bastante anodino enmarcando una mejorable foto del edificio Chrysler. El caso es que ahí estaba el librito de marras, llamando mi atención desde un estante en una desaparecida librería del Cap i Casal. Y lo compré. Y me lo llevé a casa en dónde lo deposité en las baldas altas de otra estantería. Luego me mudé y acabó en algún armario y luego me volví a mudar, esta vez fuera del país, y terminó dentro de una caja. Podría decirse que todo se debe a una suerte de corazonada. El barrunto de que aquello podría molar. Pero suavecito, si atendemos a los años que han tenido que pasar para rescatarlo del domicilio familiar e hincarle el diente… Porque ha sido aquí y ahora, cuarentena mediante, cuando me he sumergido en la historia de este vendedor de alfombras neoyorquino, hijo de inmigrantes iraníes que profesan el zoroastrismo, como Zubin Metha o Freddy Mercury. Con estos pergaminos no es difícil comprender que el amigo sea una de esas personas a las que les cuesta encontrar su lugar en el mundo.

La narración nos sitúa a finales de los 80 en un Manhattan en plena vorágine gentrificadora. Situación que amenaza la existencia de este hombre culto e insatisfecho a perpetuidad, incapaz de asumir cualquier cambio, por pequeño que sea. Alguien que se refugia en la idea de que, si se convence de que los problemas no le afectarán, estos terminarán por convencerse también y voilá… De hecho, descubriremos que es así como ha ido sobreviviendo durante más de cuatro décadas. Pasando desapercibido por la vida y convencido de que esta se ha olvidado de que él anda por ahí, refugiado entre alfombras persas en su tiendecita del Upper West Side. La cosa cambiará radicalmente con la aparición de los nuevos propietarios del edificio en el que tiene su negocio. Lo que se concreta en un aumento inasumible del precio del alquiler y la sombra del desahucio en el horizonte. Y ese problema, a diferencia de todos los anteriores, amenaza con no desaparecer. Si a eso le sumamos aquello de que a perro flaco… La cosa se pone fea.

Es justo en ese punto donde arranca la trama de “El mercader de alfombras”, novela de 1987 que es, creo, la única obra de Phillip Lopate traducida al castellano. Un judío neoyorquino, profesor universitario y muy aficionado al jazz que, según he leído, no tiene ni puta idea de alfombras. ¡Ah! Y que protagonizaba aquel documental que Scorsese dedicó a la Estatua de la Libertad. Aunque cualquiera lo diría. El hombre debió de documentarse a base de bien. También sobre zoroastrismo aka la religión más antigua que se conoce y de la que, siendo sincero, no tenía ni puta idea… Más allá de saber del profeta Zaratustra - vía Nietzsche -, o que de alguna manera influyó en el nacimiento de “Juego de Tronos” o “Star Wars” –vía la BBC-.
“A veces era demasiado duro consigo mismo. Otras veces, adornaba sus aspectos más mundanos y veía, por ejemplo, su falta de agresividad comercial como una especie de heroico comedimiento y su ineficacia como integridad. Era como si buscase consolarse de la pobreza de su vida diciendo: Todo va bien. No puedo fracasar en nada porque no intenté hacer nada.”

Una interesante lectura protagonizada por un personaje de esos que dejan huella, aunque no sé si para bien o para mal. Y con un final abrupto que me ha parecido sencillamente brutal. Supongo que hasta tiene moraleja, aunque lo mismo me da.¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Estamos solos en la galaxia o acompañados?” Pues eso. Y sí, es verdad que, quien haya leído a Auster –tanto al malo, como al bueno- reconocerá su universo. Pero aparte de eso poco que ver, xé…

Por cierto, que, mientras escribo todo esto, suena en el reproductor lo último de otro ilustre judío gringo, como Lopate. Aunque bueno, lo cierto es que este nació en Tel Aviv y se crió en la otra orilla del río Hudson… Os hablo, por supuesto, del regreso apoteósico de Eef Barzelay con el que muy probablemente sea su mejor álbum (por encima de “The Ghost of Fashion” o “Your Favourite Music”, que se dice pronto). Y es que lo nuevo de Clem Snide es una maravilla inesperada que nos llega tras un lustro de silencio. Para este regreso, el hombre se ha arrimado a uno de los Avett Brothers, además de contar con peña de los Band of Horses y se nota… De ahí que “Forever Just Beyond” –de horrorosa portada, que todo hay que decirlo-, presente un sonido clásico de raíces que le aleja de sus trabajos anteriores. Un álbum redondito en el que destacan cortes como “Roger Ebert”, “Forever just beyond”, “Sorry Charlie”, “Emily” o “Some Ghost”, y que nos recuerda aquello que cantaba Peret de “no estaba muerto…”Aunque no sé si cabe definir como parranda al sinnúmero de desgracias vitales acumuladas por el bueno de Eef, durante los últimos cinco años.

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